Aniversario

Libertina, libertaria, libre

Se cumplen 100 años del nacimiento de Simone de Beauvoir, la madre del feminismo. Mientras unos celebran su vida, otros siguen criticando sus ideas.

12 de enero de 2008
Simone de Beauvoir sorprendió en su época al decidir dar su amor a su eterno compañero Jean-Paul Sartre, con el compromiso de no casarse jamás.

Hoy día, en casi todo el mundo occidental es normal y bien visto que una mujer decida qué quiere hacer con su vida. Si tiene hijos, si se casa, si trabaja. Es libre de escoger su profesión, pues ya no hay nada que le esté vetado, y es usual que viva sola, pues gana su propio ingreso. Pero todo esto, que hoy parece natural, es el producto de una conquista. "Le debéis todo a ella", gritó la historiadora y feminista Elisabeth Badinter durante el entierro de Simone de Beauvoir, quien el 9 de enero habría cumplido 100 años.

Pensadora, filósofa y escritora se atrevió en 1949, dos décadas antes de la revolución sexual, a asegurar que "uno no nace, sino se hace mujer", en su entonces incendiario libro El segundo sexo. Esa premisa explosiva planteaba que la feminidad, el deber ser como mujer, estaba dictada por parámetros culturales y no fisiológicos ni mentales como durante tanto se había creído en la cultura occidental. Su manifiesto clamaba que la mujer tiene derecho a ser igual al hombre, en el sentido de tener la independencia de elegir su propio destino. Algo inconcebible en una época en la que las mujeres apenas estaban, si mucho, ganando el derecho al voto en algunas democracias.

La vida de Simone fue especial desde el principio. Creció en el seno de una familia de clase burguesa y tuvo la oportunidad de recibir una educación privilegiada. Con el pleno apoyo de su padre, el abogado Georges de Beauvoir, aprendió desde pequeña la importancia de la curiosidad y el conocimiento. Problemas económicos impidieron que ella y su hermana tuvieran una dote, como se usaba entonces, por lo tanto su única opción era ir a la universidad y construir una vida a partir de eso. Con tan buena suerte que siempre se distinguió por sus logros académicos, al punto de quedar como la segunda mejor alumna del posgrado en filosofía de la Universidad de París en 1929.

El primer puesto había sido para Jean-Paul Sartre, el hombre que marcaría su vida, su alma gemela. "Sartre correspondía al deseo que formulé cuando tenía 15 años: era el doble en el que reencontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él siempre podría compartirlo todo", escribió casi 30 años después en uno de sus libros autobiográficos, Memorias de una joven formal. Con él compartió un pensamiento que se convertiría en uno de los grandes movimientos del siglo XX, el existencialismo, que veía al hombre como un ser moralmente libre que se inventaba a sí mismo a través de sus actos. Quizá sin este impulso no habría nacido el que es considerado como el texto fundacional del feminismo.

"Que trabajar sea igual de normal para ellas para que las mujeres puedan sentirse, profundamente, iguales a los hombres, tanto en el plano intelectual como en los planos sicológico y moral. Sólo así podrán conseguirlo, y tener responsabilidades económicas, políticas y sociales equivalentes", escribió Beauvoir. Una teoría similar a la que ya había desplegado la novelista inglesa Virginia Woolf en su libro Una habitación propia, que la libertad de la mujer era impensable sin una entrada económica propia que le permitiera la independencia. Pero, a diferencia de ella, que se suicidó, Simone se negó a vivir una vida de tristeza y desesperación. Vivió en su ley y como pocos, fue consecuente con lo que predicó.

Sólo así se puede entender el famoso pacto que creó con Sartre. Este estipulaba que no se casarían, ni tendrían hijos, ni convivirían. En él dejaban claro que el gigantesco cariño que se tenían el uno al otro era un amor necesario, pero que al mismo tiempo se incitarían y permitirían al otro tener amores contingentes. Eso sí, con la condición de ser absolutamente transparentes y contarse mutuamente acerca de todas sus aventuras o relaciones paralelas. Y fue precisamente por querer un amor sin ataduras que se enfrentaron a las peores críticas de quienes creían que lo único que buscaban era el libertinaje sexual.

Años más tarde se dieron a conocer las cartas que ambos se escribían, en las cuales se confirmó que ella seducía a sus estudiantes, tanto hombres como mujeres, y luego se los presentaba a Sartre para que hiciera lo propio. Y quizás esta realidad ha logrado opacar su aniversario, al punto de que muchos prefieren destacar sus andanzas y sus amoríos, más que sus logros. Tal vez por esto la revista Le Nouvel Observateur se atrevió a publicar la foto de Simone desnuda y de espaldas, como cualquier modelo de la época.

Pero es que para ella la belleza y el intelecto nunca riñeron, y como creía profundamente en el materialismo filosófico, su cuerpo era la herramienta de su ser. "Sartre no hizo sino mostrarse como un macho, viril, insoportable y probablemente más de uno la vio llorando por él en algún café", dijo a SEMANA Florence Thomas, sicóloga social y feminista. "Pero aun así, no hubo una línea escrita por él que no fuera leída y comentada por ella, y viceversa. Eran adictos a las ideas y vivieron al límite juntos". Aunque algunos críticos han llegado a asegurar que el intelecto de ella no llegaba ni a los talones del de él y que su importancia en la vida de Sartre no era tan grande, lo cierto es que el propio pensador aseguró que ella "filtró" todos sus textos. El uno no existiría sin el otro.

Tanto así, que ambos descansan en la misma tumba en el cementerio Montparnasse, las cenizas de ella al lado de los restos de él. Y aunque en un ideario romántico cualquiera pensaría que se encuentran juntos por la eternidad, Beauvoir no creía en una vida más allá, sólo en el aquí y el ahora. Por eso aprovechó cada minuto para disfrutar del amor, del placer, de la lectura, de la escritura y de los cafés oscuros en donde compartía vino e ideas con otros intelectuales de su época.

Varios han alzado sus voces para contradecir sus ideas, incluso sus hermanas de lucha. "Su odio a la maternidad y sus comentarios arrogantes sobre las lesbianas son todo lo que ahora rechazamos. Si ser feminista es querer ser como 'cualquier otro hombre', Como lo hizo Beauvoir, entonces definitivamente no soy feminista", escribió Antoinette Fouque, cofundadora del Movimiento de Liberación Femenina en Francia. Hasta su muerte se criticó su apoyo al aborto y en algunos países sus textos todavía son recibidos con reserva y hasta con repulsión.

Aun así, se convocó la semana pasada a un gran coloquio en París para recordar sus textos y sus ideas, probablemente el primero de muchos alrededor del mundo. El puente número 37 que cruza el río Sena lleva su nombre y fue construido para celebrar su centenario. Porque no se puede negar que su grito por la igualdad de derechos y oportunidades ayudó a que hoy por hoy la mujer pueda ser la constructora de su destino. Simone puso la primera piedra.