ÍCONO

La verdadera Yoko

Muchos culpan a Yoko Ono de dividir a Los Beatles y de producir un arte sobrevalorado. Pero el tiempo la ha validado como una mujer con sus propios valores.

8 de agosto de 2015
| Foto: A.P.

John Lennon relató así el día en el que conoció a Yoko Ono, el 7 de noviembre de 1966 en la galería Indica de Londres: “Vi su exposición y quedé anonadado. Había una manzana a la venta por 200 libras. ¡Era fantástico! Entendí el humor en su trabajo. Sin conocimientos de la vanguardia o del arte ‘underground’ me llegó. Y otra pieza me tocó, una escalera que llevaba a una pintura colgada del techo. Subí y miré y decía ‘Sí’. Era positiva y me alivió. Si hubiera dicho ‘no’, me hubiera ido”. Según el libro All We Are Saying, de David Sheff, el cantante añadió que en un punto de la vida de todo hombre conoce a ‘la’ mujer, y su pandilla de amigos pasa a segundo plano. En su caso, desde que conoció a Yoko, “se acabó la pandilla, solo que en nuestro caso los miembros eran muy conocidos”.

Si Mark David Chapman no lo hubiera asesinado en 1980, Lennon probablemente pasaría su tiempo componiendo, tocando y cantando. Quizás se hubiera reunido brevemente con Los Beatles. Pero no cabe duda de que seguiría al lado de su inspiración y su faro espiritual, Yoko Ono. La japonesa siempre fue más que su mujer, y vivió embrujado por su mente y su arte. Desde la década de los sesenta, Yoko forjó un estilo de arte único y polémico y sus esfuerzos y creaciones perduran. Varias de sus obras se exhiben actualmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) en ‘Yoko Ono: One Woman Show, 1960-1971’, que va hasta septiembre. La muestra hace parte de una ola de reconocimientos que apenas comienza: hace tres años la Serpentine Gallery de Londres le dedicó una retrospectiva y en 2016 tiene muestras pactadas en Brasil, México, Francia, Japón y China.

Para muchos críticos el rótulo de ‘arte conceptual’ es una excusa para sus montajes inexplicables y simplistas de color blanco. Aún argumentan que su fama se debe a su marido fallecido. Pero el arte de Ono germinó antes de haberse topado con Lennon y sigue en pie mucho después. Las críticas, que antes abundaban, han dado paso a alabanzas ante sus piezas, su música y su voz. Yoko tiene características que juegan a su favor: es infatigable, es temeraria frente a la crítica y parece sintonizarse con la generación desilusionada que siguió al ‘hippismo’. Su Plastic Ono Band ha sido exactamente lo que su nombre sugiere, un experimento musical elástico que aún late. En el marco de la exposición en el MoMa, la banda ya confirmó dos conciertos el 14 y 15 de agosto.

Siete años mayor que Lennon, Ono luchó desde joven contra lo que se esperaba de ella y rompió paradigmas desde su arte. Esa perspectiva nunca cambió a pesar de haber enganchado a uno de los artistas más relevantes del siglo XX y ser castigada por ello en la corte de la opinión pública. Nunca estuvo a la sombra de Lennon. De hecho, en un punto de su matrimonio, tras un desagradable episodio en el que un Lennon borracho tuvo relaciones sexuales casi en frente de ella, Yoko sintió que necesitaba espacio. Lo mandó a California en 1972, acompañado de su asistente May Pang, en unas largas vacaciones con ‘licencia para fornicar’ de las que el cantante casi no sale con vida.

Una vida, muchas fases

La primera de tres hijas de la pareja aristocrática de Eisuke e Isoko Ono, Yoko nació en Tokio en 1933. Su padre era banquero y su trabajo lo llevó a reubicar a su familia en San Francisco y en Nueva York cuando Yoko era una niña. Pero todos regresaron a Japón en 1941, y vivieron la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Al final del conflicto Yoko asistió a la escuela Gakushuin, la más reputada del país, y compartió  con el príncipe Akihito. En 1951, ya mayor de edad, regresó a Estados Unidos con sus padres. Se inscribió en el Sarah Lawrence College pero no duró mucho encasillada en la rígida academia.

Yoko huyó de los suburbios para vivir su sueño en el ambiente bohemio del Greenwich Village de la Gran Manzana, contra los deseos de su madre que consideraba su linaje demasiado elevado para ser artista. Poco le importó. La vida de Yoko gravitó más fuerte alrededor de Nueva York desde ese entonces. Allá conoció a su primer marido, Toshi Ichiyanagi, un músico de la prestigiosa escuela Juilliard con quien estuvo casada ocho años y de quien se separó en 1962. Quedó tan afectada que buscó la ayuda de sus padres, quienes la internaron en un hospital mental. De allá la rescató el músico y productor Anthony Cox, un viejo conocido con quien había pulido sus instalaciones artísticas. Se casó con este y dio luz a su hija Kyoko en 1963.

Tres años pasaron hasta que, un día antes de abrir su primera exposición en Londres, conoció a John Lennon. Su vida dio un giro brusco pero no sus convicciones. “Fui por primera vez a Londres  a un simposio de artes y me aceptaron bien, pero una vez me relacioné con John todo cambió”, aseguró a la BBC. A nivel profesional fue víctima de duros ataques contra su obra y sus causas. Los medios la tildaron de payasa, de fea. Y el que ambos estuvieran casados al enamorarse les pasó factura. Cox reaccionó con furia, le quitó a Ono la custodia de Kyoko y desapareció con la pequeña (solo en 1998 madre e hija se encontraron de nuevo).

Por su parte, Lennon había sacrificado por años a su primera esposa, Cynthia Powell. Con ella se casó en 1962 pero la mantuvo casi escondida por sugerencia del mánager Brian Epstein, que quería mantener viva la fantasía de miles de jovencitas presas de la ‘Beatlemanía’. El cantante la abandonó en 1966 y se divorciaron en 1968. Ono y Lennon se casaron el año siguiente y poco después se mudaron a Nueva York. Allá se sintieron a gusto lejos de los juicios y tuvieron a su hijo Sean. Yoko conocía bien el ‘Village’ y el cantante aseguraba que “había debido nacer allá” por la energía de un lugar que le permitía respirar. La pareja colaboró a múltiples niveles. En grabaciones, en instalaciones, en conciertos activistas. Su último proyecto, Double Fantasy, quedó trunco ante el asesinato de Lennon en diciembre de 1980, pero apuntaba a hacer lo que ninguna pareja había hecho, intercalar sus estilos, canción a canción.

Como era de esperarse, entre Cynthia Powell,  su hijo Julian,  Yoko y Sean las cosas no fueron fáciles. Sostuvieron disputas, pero el tiempo y la memoria de Lennon apagaron los fuegos. Cuando Powell murió en abril pasado, la relación era de mutuo respeto y cariño, y una cordial reunión en 2010 entre los hijos y las esposas de Lennon así lo demostró. Algo similar a lo que pasó con los otros Beatles, con quienes, a pesar de pelear sobre créditos de composición de varias canciones, dejaron la enemistad en el pasado.

John Lennon cumpliría 75 años este 9 de octubre, y consideraría un gran regalo saber que la mujer junto a la cual encontró la madurez probó que humana y creativamente siempre se valió de sí misma.

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