FAMILIA
Los hijos de Óscar Iván
Zuluaga aspira a ser el candidato del colombiano de a pie. Sin embargo, sus tres hijos están lejos de ser comunes y corrientes.
En Colombia hasta ahora no ha habido una tradición de poner en primer plano a los hijos de los políticos. A pesar de que siempre han existido delfines, la política por lo general ha sido más machista que familiar. En esta campaña presidencial eso ha cambiado y los cónyuges y los hijos han figurado un poco más que en las anteriores. En ese contexto, la familia de Óscar Iván Zuluaga ha llamado la atención porque representa algo diametralmente opuesto a lo que los colombianos ven en el candidato del Centro Democrático.
Zuluaga es registrado como un hombre sencillo, de provincia, bien preparado e identificado con las virtudes del paisa tradicional: trabajador, honesto y en cierta forma humilde. Sus tres hijos, por el contrario, se han salido de ese molde y están muy por encima de cualquier joven promedio. David, el mayor con 24 años, puede ser uno de los diez colombianos más destacados académicamente de su generación. Es una especie de mini gurú intelectual que se graduó Magna Cum Laude de Filosofía y Economía en la universidad de Harvard y ahora está haciendo un doctorado en Princeton en Teoría Política.
Entrar a Harvard de por sí es casi imposible no solo para un colombiano sino para cualquier estudiante hoy en día. Los mejores del mundo lo intentan y más del 90 por ciento, con excelentes notas, son rechazados, pues los cupos son limitados. Eso, por no hablar de hacer un doctorado en Princeton, que supone una faena intelectual de cinco años bastante distante de la improvisación de la politiquería colombiana. Y no se trata de un nerd sin humor. Sus imitaciones de Álvaro Uribe hablando en inglés que circulan en Internet han producido carcajadas en todos quienes las han visto.
No contento con ser un ‘genio’, David es además un ‘manzanillo’ de miedo. Con él se puede discutir igual sobre Platón y Aristóteles, como de la votación del jefe político de cada municipio del país. Hablar con él de este último tema es como hacerlo con Simón Gaviria. Tiene en la cabeza un computador electoral como el de la Casa de Nariño. Y aplica toda esa sabiduría a la campaña de su padre, a la cual está dedicado de tiempo completo mientras hace una pausa en su Ph.D.
Esteban, el del medio con 23 años, también decidió aplazar la práctica y la tesis de la universidad para convertirse en el reportero gráfico de todos los eventos a los que asiste su papá. “Cualquiera pensaría que una campaña separa a la familia, pero en nuestro caso ha sido todo lo contrario”, explica. Esteban estudió Comunicación Audiovisual en La Sabana y, aunque siempre le interesó más la producción comercial y cinematográfica, está feliz de ser parte del equipo de prensa de Óscar Iván. “Él necesitaba a alguien de confianza que lo siguiera 24 horas y David, que está al frente de buena parte de la logística, me propuso ser esa persona”, indica.
David es uno de los cerebros más importantes de la campaña. La política lo atrae desde niño –no en vano, uno de sus primeros logros cuando tenía 16 años fue crear la famosa iniciativa del Congreso Joven– y hoy, alejado de las aulas, es el “todero” de la gira electoral. “Me paso la mitad del tiempo contestando llamadas”, cuenta. “ Con un solo imprevisto que aparezca en algún departamento, tengo para ocuparme toda la semana. Y como el candidato tiene una agenda tan ocupada, también estoy pendiente de las inquietudes de la gente que quiere comunicarse con él”.
“Yo no entiendo cómo hace”, dice Juliana, la menor, de 19. Ella es una aventurera con un sentido de responsabilidad social que la ha llevado a viajar a Kenia, donde estuvo tres meses el año pasado trabajando como voluntaria en un orfanato de Nairobi. Allí les dictaba clases de matemáticas, inglés y ciencias sociales a niños desde kínder hasta cuarto de primaria. Si hacer un doctorado en Princeton es meritorio y difícil, tomar un avión e irse al continente negro sin ninguna conexión previa para prestar un servicio social a los 18 años, no lo es menos.
Al final de la experiencia no solo se encariñó con sus alumnos, sino que aprendió a vivir con ciertas limitaciones, incluso a bañarse con totuma. En su apartamento el agua solo llegaba a una fuente central en el primer piso, por lo que era necesario bajar a recoger el líquido en un balde. Por estos días ella es la única integrante de los Zuluaga Martínez que no puede estar pendiente ciento por ciento de la campaña, pues en enero ingresó a Los Andes a hacer el programa de Estudios Dirigidos que le permite tomar materias de distintas carreras antes de elegir qué estudiar. “Ahora estoy viendo clases de Economía y Arquitectura y creo que el próximo semestre voy a matricularme en Administración”, explica. Además, saca tiempo para liderar un grupo de retiros espirituales católicos que ella misma ideó hace dos años. “Eso sí, siempre que puedo voy a los eventos de mi papá en Bogotá”, concluye.
Juliana, David y Esteban también intentan mover la campaña desde sus cuentas de Facebook y Twitter, pero confiesan que no son muy activos en las redes sociales. “No somos activistas digitales, ni nos metemos en debates con los contradictores de mi papá”, resumen. Por eso los ataques y las parodias que circulan en internet los tienen sin cuidado: “Ninguno sufre con el humor. Cuando es de mala leche, simplemente lo ignoramos. Y cuando es por mamar gallo, nos parece charro y nos reímos de esas cosas”.
A menos de un mes de la primera vuelta, la familia está optimista con los resultados. “Lo notamos sobre todo en las regiones, donde la gente está muy entusiasmada”, añade David, quien, sin importar el desenlace, tiene claro que volverá a Estados Unidos en agosto a terminar su doctorado. Esteban, por otro lado, planea hacer su tesis de grado sobre el detrás de cámaras de la campaña y completar su práctica en Brasil con el equipo de publicistas que está asesorando a su papá y que en 2002 llevó a Lula al poder.
Aunque los compromisos de Óscar Iván no cesan y es raro encontrarlo en el apartamento, Juliana dice que nunca han sentido la ausencia de él, ni siquiera cuando fue concejal, alcalde, senador ni ministro. “Cada vez que puede nos dedica tiempo. A veces salimos a almorzar o armamos paseo de un día a otro”. En medio del ajetreo de la época, a veces corren con la suerte de encontrarse todos en la casa el domingo para ir a misa o visitar a los abuelos. “En todo caso somos conscientes de que por ahora ese tipo de actividades quedaron postergadas”, dice David. Si ganan, claro, sus rutinas difícilmente volverán a ser como antes.