solidaridad
Madre Teresa criolla
En forma discreta, una misionera franciscana está logrando un milagro de rehabilitación social con jóvenes pandilleros del Distrito de Aguablanca de Cali.
"Uno mata por amor a la vida", son las palabras con las que John explica su realidad. Si suenan duras, más duro es el ambiente en el que vive y hace que las pronuncie. El es uno de los más de 500.000 habitantes del Distrito de Aguablanca de Cali, un lugar en el que la pobreza, la delincuencia y la marginalidad han sido el sello con el que los han marcado. "Si usted no protege su pedazo de sangre, nadie se lo protege".
Con desplazados del Cauca, de Pasto, del Eje Cafetero y de toda la Costa Pacífica, el sector creció a las espaldas de esa capital, sin luz, sin agua, con inundaciones y con el hacinamiento propios de los barrios de invasión creados por los urbanizadores piratas. Allí en 1987 llegó la hermana franciscana Alba Stella Barreto, una santandereana que desde entonces no sólo se convertiría en parte de la comunidad sino en su motor. "Nadie se había percatado de que había una ciudad dentro de una ciudad. El barrio era como una isla entre caños de aguas residuales", cuenta al explicar el motivo que la llevó a radicarse en Aguablanca.
Hasta ese momento su labor se había centrado a la catequesis en colegios, pero esto suponía un reto mayor. Las pandillas y no las familias hacían las veces del principal núcleo social. Además las mujeres eran en su mayoría cabezas de familia cuyos hijos eran instruidos por la ley de las calles mientras ellas trabajaban. Precisamente siete de ellas fueron las primeras aliadas de la hermana Alba. Se agruparon con el nombre 'Semilla de Mostaza' y, junto a la misionera, dieron uno de sus primeros pasos: arrendar una pieza en la que cuidaban 10 bebés. Además crearon una olla comunitaria. "Se trataba de reunir los alimentos de todas las casas y prepararlos en un solo lugar para que todos pudieran comer", explica. El experimento dio resultado y nació la Fundación Paz y Bien. Hoy no son siete sino alrededor de 400 mujeres vinculadas al proyecto y 250 niños menores de 6 años que están bajo su cuidado.
En más de 15 años el grupo liderado por la hermana Alba ha logrado organizar a la comunidad: la fundación del colegio Semilla de Mostaza, en el que se han graduado siete promociones de bachilleres; posadas para atender a los desplazados, un hogar llamado la Casita de la Vida para albergar a adolescentes gestantes y lactantes y la creación de consejerías de familia, que ya cuentan con 120 consejeras capacitadas pertenecientes a la comunidad, son la prueba. Una labor que ha podido realizar gracias al apoyo de diferentes instituciones y de la misma comunidad. "Incluso los mismos muchachos me dicen: 'Fresca hermana que nosotros estamos aquí y la protegemos".
La violencia entre pandillas sigue siendo la mayor preocupación, especialmente por los enfrentamientos entre dos bandas: la de El Palo y La Gallera. Su ley es sencilla: "La banda de acá no puede ir a la de allá, porque si nosotros vamos allá nos prenden y si ellos vienen acá pues también se les hace lo mismo". Este es el testimonio de un pandillero consignado en una ponencia realizada en la Universidad de Cambridge (Gran Bretaña) por los sicólogos Diana Britto y Jorge Ordóñez, de la Javeriana de Cali, quienes han trabajado con la comunidad.
Hace tres años algunos integrantes de El Palo buscaron a la hermana Alba: "Me citaron a una casa donde tenía que ir sola a las 8 de la noche. Cuando llegué 30 muchachos me estaban esperando, cuenta. Hermana, ayúdenos. Nosotros no tenemos espacio ni en la casa, ni en las esquinas, ni en la vida", fue la petición.
De ese encuentro surgió la idea de crear un lugar donde los jóvenes pudieran reunirse a hablar de su situación: las casas Francisco Esperanza. Todos los lunes, junto a sus tutores (en su mayoría trabajadores sociales), evalúan lo ocurrido durante el fin de semana y trabajan en la construcción de su proyecto de vida. Los demás días hacen parte de diferentes talleres para capacitarse. Uno de los programas bandera es enseñarles el modelo de justicia restaurativa: "Pretende, por medio del diálogo, llevar a la reconciliación y reintegrar al infractor a la sociedad para que no sea estigmatizado", explica Diana Britto.
Las cosas no han sido fáciles. De todos estos años la hermana Alba recuerda uno de los momentos más duros que ha tenido que afrontar. "Christian*, uno de los líderes de la banda El Palo, estaba saliendo adelante. Acababan de contratarlo en una empresa y estaba feliz. Un día, al llegar al barrio, los de otra pandilla lo atracaron. Le dispararon y por ello quedó parapléjico". Situaciones como esta son las que hacen que muchos de los jóvenes de Aguablanca no tengan ilusiones. "Para qué nos vamos a preocupar por el mañana, si mañana nos matan", suelen decirle.
Con su trabajo la religiosa y su equipo pretenden que los jóvenes construyan sueños. "Soy la tutora de una niña de 18 años que fue prostituta. Era su cuerpo a cambio de droga y su novio se la ofrecía a sus amigos y ella aceptaba. Ahora todo es diferente. Es recreadora de los niños del sector, donde a partir de juegos les enseña la importancia de la familia", cuenta Yolima Fernández, trabajadora social de la fundación. Hoy muchos de los habitantes de Aguablanca sueñan, ya sea con estudiar, con conseguir una casa o el pase de conducir. Pero sea lo que sea, sueñan.
La hermana Alba también lo hace. Ella espera repetir una experiencia como la del día en que finalmente pudo sentar a representantes de las diferentes bandas sin que se agredieran. "Ni un paso atrás", fue la frase que uno de sus pupilos le dijo y le confirmó que las cosas van por buen camino. También se lo reitera Christian, pues hoy sabe que la bala no le arrebató la esperanza. Recientemente el joven, que hace parte del taller de fotografía, cogió su cámara y se fue en busca de imágenes. Con ella captó la sonrisa de unas jóvenes, el descanso de dos ancianos sentados en una banca y la tranquilidad de una noche de lluvia en Cali. Esa es la ciudad en la que él espera vivir.
* El nombre fue cambiado
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