Entrevista
Marcelo Cezán revela en SEMANA cómo tocó fondo: sus excesos, su depresión y sus problemas en el trabajo. “La euforia pasajera me llevó a la ruina”
El actor, presentador y cantante vallecaucano abre su corazón: revela cómo pudo rehacer su vida después de tocar fondo, cree en Dios, pero no anda con la Biblia bajo el brazo, por qué decidió casarse con 50 años encima y cómo es eso de ser un futbolista frustrado.
SEMANA: desde hace algunas semanas se presenta en el espectáculo del Teatro Nacional Hombres a la plancha. ¿Esa faceta de cantante es la que más disfruta?
MARCELO CEZÁN (M. C.): disfruto todas mis facetas. Me gusta actuar, cantar, ser anfitrión de un evento, maestro de ceremonias o influencer. Siempre recuerdo una noche que llegué a mi casa de madrugada, después de una gira, y mi mamá me preguntó cómo me fue. Y yo, que a pesar del cansancio tenía una sonrisa, le dije: “Muy bien”. “Es que como usted todo se lo goza”, dijo ella. Y es verdad. Yo llevo la felicidad conmigo a pesar de los problemas. Esa frase de mi madre hace más de 20 años me marcó para toda la vida.
SEMANA: ¿no extraña la fama que le llegó con su época de galán en Colombia, México y Venezuela?
M. C.: fueron tiempos bonitos y que disfruté. No los añoro, vivo el presente. Ahora estoy cosechando lo que sembré, sobre todo, en la relación que he construido con el público, en la calle, en los barrios, en estos 30 años de carrera. Mi vida no es la misma de hace 20, cuando vivía de hotel en hotel, como cantante y actor. Pero en esta etapa puedo disfrutar a mi familia, a mi hijo, a mi esposa y a mi padre, de 90 años, que vive con nosotros.
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SEMANA: usted ha sido muy transparente con su historia de vida. Con lo bueno y lo malo de su pasado. ¿De qué se arrepiente?
M. C.: ¡de nada! Soy cristiano, estoy vinculado a una Iglesia, que me ha ayudado no solo en mi proceso espiritual, sino en lo físico y financiero, y a tener mucha gratitud con lo vivido. Con la luz y la oscuridad de mi vida. Si al contar mi historia puedo servirle de inspiración a alguien, pues seguiré compartiendo no solo mis vivencias, sino cómo salí de ese hueco, de esos momentos tan duros. Que digan: “Si Marcelo pudo, yo también puedo”.
SEMANA: ¿no se siente muy sobreexpuesto revelando detalles tan complicados como las drogas y la cárcel?
M. C.: no lo hago para generar titulares ni show. Lo hago por empatía, por tantas personas que han pasado esa misma oscuridad. Me parece un propósito de vida noble y honesto.
SEMANA: ¿qué tuvo que pasar para que cambiara su vida?
M. C.: una tocada de fondo muy brava. Extrema. Implicó la ruina física, emocional, nadie quería trabajar conmigo, con deudas de más de 400 millones de pesos a la Dian. Fui desordenado, no devolvía los IVA. Yo era un rebelde del sistema, pensaba que ellos eran unos ladrones. Uno se mete en ese mundo oscuro y no es fácil salir. Yo era un despilfarrador, un bohemio, un desordenado financieramente. Y a veces es necesario tocar fondo. Como cuando uno se está ahogando en una piscina y te dicen que lo mejor es irse hasta el fondo para tener un piso de donde impulsarse. Y eso fue lo que Dios permitió. Un día acepté esa realidad. Dije: “Estoy en la ruina, estoy feo, enfermo” y me tuve que parar como fuera y seguir adelante.
SEMANA: ¿pero alguna vez no se sintió derrotado?
M. C.: sí, es que viví el fracaso. A mi mamá le dije un 24 de diciembre de 2010: “La vida me quedó grande”. Estaba que tiraba la toalla. Sentía que no había podido con la vida y me quería ir del mundo. Pero Dios tiene sus estrategias, sus ángeles. Y el 25, al día siguiente, fue mi primer día en la Iglesia. El comienzo de lo que mis amigos llaman “el nuevo Marcelo”.
SEMANA: usted se casa a una edad en la que muchos llevan encima ya varios divorcios. ¿Por qué se arriesgó a los 50 años?
M. C.: yo había tomado la decisión de no casarme. Yo creía que no había nacido para eso. Había tenido varios tropiezos. He sido un hombre de pocas relaciones, aunque mucha gente se imagine que he sido un mujeriego. Unas cinco o seis y todas de varios años, intensas, apasionadas. Ya después del último estrellón dije voy a ser el eterno soltero. Un tipo ermitaño que se compararía una casita para vivir solo en el campo.
SEMANA: ¿y cómo lo convenció Michelle Gutty?
M. C.: ella es una chica mucho más joven que yo. Somos de la misma Iglesia y empezamos a entendernos en muchos caminos. En lo espiritual, en lo artístico y, bueno, también en lo físico. Todo hay que decirlo. Porque a veces tendemos a espiritualizar todo y también somos carnales. Y ella me dejó cautivado completamente y me hizo creer que podía construir un hogar. Y 12 años después de relación tengo un hogar, tengo una gran coequipera en la vida y un hijo maravilloso.
SEMANA: ¿y cómo se imagina una conversación con su hijo cuando le pregunte por su pasado?
M.C.: franca y abierta. Me gustaría impactar en su vida e inspirarlo para que entienda que él puede ser todo lo que se proponga. Le diría que no se trata tampoco de ser perfecto. A mí se me sale a veces el gamín de barrio que jugaba fútbol en Palmira y lo tengo que domar. Muchos no saben, por ejemplo, que yo tengo una relación profunda con los habitantes de calle.
SEMANA: ¿y qué lo ha llevado a eso?
M. C.: la vida misma. Afuera de donde nos presentamos con Hombres a la plancha hay un habitante de calle con el que converso a la salida. Y, más allá de un pan que le dé, conversamos y le digo que entiendo su situación, que es circunstancial y no lo juzgo. Y le escucho su historia y le digo: “Puedes salir de allí”. Un día un exhabitante de calle me abordó a la salida de Bravíssimo, cuando grabábamos en la Jiménez. Ya estaba bien vestido y me dijo que yo le había salvado la vida. No entendía de qué me hablaba. Entonces me contó que, años atrás, le había brindado un pan con un café y dejé que me contara su vida. Y recordaba que yo le había dicho que él no era un desechable, sino una persona talentosa que cometió un error. Ese día él salió de su cambuche dispuesto a transformar su vida e ir a un centro de rehabilitación. Comenzó a trabajar con su familia y a retomar su talento con el saxofón. Ese día entendí: con solo 800 pesos y un minuto puedes hacer algo por alguien.
SEMANA: ¿pero usted es de los que anda con la Biblia bajo el brazo?
M. C.: para nada. La Biblia habla de ser mansos y dejarse guiar. Yo no puedo andar diciéndole a la gente que se va a condenar y yo sí me voy a salvar. Prefiero ser un testimonio vivo. Todos siempre vamos a tener un lado malo, y el reto de la vida es salir adelante en medio de eso.
SEMANA: usted tuvo, sin embargo, una larga época en la que no fue tan manso...
M. C.: quince años de mi vida. Fui rebelde. Embebido en la rumba y la bohemia. En las drogas. Siempre buscando la euforia pasajera y eso me llevó a la ruina.
SEMANA: usted debe ser el raro caso de alguien a quien botan de una empresa y al que luego terminan llamando para trabajar ahí de nuevo.
M. C.: yo amo a Bravíssimo. He recibido ofertas jugosas de otros canales, contratos a cinco años. Un segundo contenido para mi esposa. Lo he analizado en familia y siempre termino quedándome en el programa y hasta por menos dinero. Todos los días, antes de salir al aire, oramos y creo que por eso transmitimos tan buena energía. La verdad es que me echaron porque la embarré horrible con un periodista de la Casa Editorial El Tiempo. Un día seguí derecho de una rumba al programa y lo ofendí al aire. Siete años después me lo encontré en un evento, él se imaginó que le iba a pegar y ‘cobrar’ que me hubieran hecho, pero le perdí perdón de corazón. Días después me estaban llamando de nuevo para el programa.
SEMANA: Marcelo, ¿dónde quedó el odontólogo?
M. C.: fui odontólogo por estudiarle algo a mi papá, que me lo exigió. Y hoy se lo agradezco, aunque sabía que nunca iba a ejercer. Pero lo curioso es que ahora que mi papá ha estado enfermo descubrí que pude canalizar una vena y tomar unos signos vitales. Ese día dije: para eso estudié yo odontología.
SEMANA: ¿y a dónde se fue el futbolista?
M. C.: en ese tema sí hubo una frustración. Yo lo tenía todo para ser futbolista. Pero en 1980 mi papá se murió de susto, creyó que con eso yo no tenía futuro, los futbolistas en esa época tenían fama de vagos. Y hasta ahí me llegó la carrera.