Desde la otra orilla

Margarita Rosa de Francisco: “A veces siento vergüenza de envejecer aunque no de decir mi edad”

Ha sentido el machismo en sus relaciones pero no en su trabajo. Cada vez actúa menos y cree que el éxito y el fracaso son fantasías. Verónica Durán Castello encontró a la actriz en Miami, donde vive con su novio y sus gatos y con ella habló del amor, del éxito y de envejecer.

5 de noviembre de 2019
| Foto: WILL VAN DER VLUGT

El nombre de Margarita Rosa de Francisco está grabado en el corazón de la gran mayoría de colombianos desde que protagonizó la telenovela ‘Gallito Ramírez‘, al punto que muchos aún la llaman la niña Mencha. Otros le dicen cariñosamente Gaviota por su trabajo en ‘Café‘. El país la ha visto, además, en su papel de la Caponera, y más recientemente, en el de la Ranga. Pero Margarita ha demostrado ser mucho más que eso. Además de actriz, ha incursionado en el mundo de la música y de la escritura con su libro El hombre del teléfono, que tuvo mucho éxito.

Pero también ha dejado ver su alma en su columna del diario El Tiempo, donde aborda temas de toda índole: redes sociales (hace poco escribió sobre el juego de los insultos y dice que le llaman más la atención que las adulaciones) o la vejez (admite que a sus 54 años nunca había visto tantos cambios en su cuerpo y que le cuesta aceptarlos) o sobre cultura, cine, las mujeres y otros temas de la sociedad. Esta mujer hermosa, delicada, femenina, multifacética y romántica, vive en Miami con su pareja Will van der Vlugt y sus gatos. Pese a que hoy tiene el papel real de estudiante de filosofía que ocupa parte de su tiempo, accedió a hablar con SEMANA de su trayectoria, del paso de los años, del amor y de su forma de entender la vida.

SEMANA: ¿Está viviendo en Miami? ¿A qué se dedica?

Margarita Rosa de Francisco: Sí; vivo en Miami hace casi cuatro años con Will van der Vlugt, director y productor holandés, con quien tengo una relación que ya cumplió nueve años. Ahora estoy dedicada a estudiar filosofía en la UNAD. Llevo una vida muy pacífica con Will y mis dos gatos. 

SEMANA: Cantante, actriz, escritora, compositora. ¿Qué disfruta más?

M.R.F: De todos esos títulos, curiosamente, con el único que me siento cómoda es con el de actriz, a pesar de que cada vez le dedico menos tiempo a esa profesión. Nunca me consideré buena cantante y siempre que canté con ganas lo hice escudada en algún personaje. En cuanto a escribir, lo disfruto enormemente pero me parecería un atrevimiento considerarme una escritora. Prefiero decir que soy una actriz a la que le gusta escribir. Solo desde esa postura me fue posible publicar un libro que no sé si sea el único que haya sido capaz de escribir. Mi estatus favorito es el de estudiante. Estudiar y hacer tareas es lo que más disfruto hoy en día.

SEMANA: ¿Qué le han enseñado de la vida estos oficios?

M.R.F.: Lo que he comprendido en la vida es que todo lo que tiene que ver con vender y promocionar es un martirio para mí. Mis productos como actriz y cantante me obligaban a salir a dar cuenta de ellos frente a los demás, explicarlos, sostenerlos delante de otros, incluyendo mi propio cuerpo, otro producto mercantil más. Hoy en día me siento mejor aislada y en silencio. Leyendo, escribiendo y estudiando. No tengo que salir a justificar comercialmente ninguna de esas tres cosas.

SEMANA: ¿De dónde sale la Ranga? ¿Qué la motivó a crear ese personaje?

M.R.F.: Mi nostalgia por el personaje de Raquel que creó Jorge Franco en Paraíso Travel. Desde que Simón Brand me invitó a interpretarla y me propuso aparecer monstruosa en la pantalla me enamoré más de ella. Deshacerme de la obligación de verme atractiva fue muy liberador. La Ranga está inspirada en Raquel pero devino en una mujer con una decadencia más romántica que la de Raquel. Raquel es paisa y a mí la Ranga se me fue volviendo valluna; su delirio y estado es algo menos sórdido pero quise seguirla moviendo en el ámbito de la decadencia y la pérdida de esplendor. Encontré en la Ranga una yo más auténtica que mi persona misma. He pensado que Margarita es el personaje y ella mi ser verdadero, así como también me he dado cuenta de que la persona o el yo que construimos y al que nos aferramos para “definirnos” es una ficción de igual dimensión que la de los personajes teatrales. La Ranga es la personificación del disparate y la confusión de valores tradicionales de los que desconfío radicalmente. Con la Ranga puedo burlarme de los principios sin pagar impuestos morales.

SEMANA: ¿De cuál personaje o proyecto se siente más orgullosa?

M.R.F.: De muchos. De la Gaviota, de la Ranga, de la Madre, de Raquel, de Lucía en L’homme de chevet”, de la Caponera, de Pilar Carrasco en Correo de Inocentes. 

SEMANA: ¿A que le atribuye su éxito?

M.R.F: En esa lista hay algunos proyectos que no tuvieron éxito; al menos el que yo esperaba. O sea que el éxito no es la causa de mi cariño y orgullo por ellos.

SEMANA: ¿Cómo gestiona el éxito?

M.R.F.: Sabiendo que no existe realmente. Es tan relativo como el fracaso. El éxito y el fracaso son fantasías, interpretaciones. Fracasar desde cualquier punto de vista es necesario y tiene su propio encanto. 

SEMANA: ¿Están cambiando las cosas para la mujer en su profesión? ¿Hay más oportunidades para las mujeres mayores de 40 años en la actuación?

M.R.F.: Hay muchas oportunidades. Lo que me pasa a mí ahora es que no me gusta salir de mi casa y aprovecho menos las que todavía se me presentan.

 

SEMANA: ¿Cree que su carrera alguna vez se vio afectada por el machismo?

M.R.F.: Si se vio afectada, no he sido consciente de eso. Desde el primer momento me sentí bien pagada y reconocida. Nunca sentí que valoraran a mis colegas hombres más que a mí. El machismo lo he sufrido en mis relaciones personales con hombres. Ahí sí he sentido el peso de la cultura sobre mi manera de asumir la feminidad, pues yo misma me he puesto en situaciones humillantes frente a hombres a los que consideré superiores a mí intelectualmente.

SEMANA: En una profesión donde el físico es tan importante, ¿cómo lleva el paso de los años?

M.R.F.: Podría llevarlo mejor. Me impacta verme tan mayor en el espejo. A veces siento vergüenza de envejecer aunque no de decir mi edad. Es extraño que el verbo “confesar” aplicado a la edad sea un tema femenino. Solo las mujeres “confesamos” nuestra edad como si se tratara de un pecado o un delito. Y lo es en mayor medida si estamos aferradas a vernos bellas y jóvenes y a ser juzgadas desde esos valores de forma inmediata. Las que le hemos apostado fuerte a la belleza física debemos prepararnos para que nos insulten los compradores que luego se quejarán de que la carne que antes se les daba ya no está tierna. Al mismo tiempo, me siento liberada de la proxeneta que llevo dentro; hablo de aquella que ha traficado con la imagen y el cuerpo de esa otra a la que exhibe en los mostradores. Me siento libre de ella, por fin.

SEMANA: Trabaja con las emociones. ¿Cómo definiría el amor?

M.R.F.: Si se define, ya no es amor. No sé lo que es. La convención nos presenta el amor como un comercio entre gente necesitada de validación exclusiva por parte de otro. Lo que llaman enamoramiento es un estado alucinado en el que dos neuróticos insisten en absolutizarse mutuamente. En realidad, es un punto de sufrimiento agudo, pues ese “amor” está constantemente amenazado. El amor encerrado en palabras se transforma en un hecho vulgar. Por más de que se haga tanto esfuerzo por atarlo a moralismos y eternizarlo como a los dioses, el amor es lo más parecido a una invención desesperada. Yo prefiero no pensarlo y más bien sentirlo como un asalto, o un “darse cuenta”, o como una revelación que nos abre la realidad de otro de repente y nos hace aceptarla tal cual es sin que nos impongamos el deber de explicarlo, justificarlo o presumirlo.

SEMANA: ¿Cómo vive el amor en esta etapa de su vida?

M.R.F.: Lo más parecido al amor puro es el que siento por mis animales. No puedo decir nada de lo que ellos sienten por mí. No sé si lo que me dan es amor y no me importa. Si su interés por mí es instintivo o simple interés por la comida que les doy, acepto esa realidad así. Abrazo lo inalcanzable que percibo en ellos, su misterio, eso que nunca podré descubrir. Entre humanos la incondicionalidad del amor tiene límites. Me atrevo a decir que en todos los casos. A las personas que queremos no se les puede decir toda la verdad de lo que somos, no lo resistirían. A mis amados les reclamo, espero de ellos su amor, su validación; también me impactaría su verdad. El ser humano no soporta que su amado se oculte. El animal es un ser oculto en su forma más extrema y lo amo puramente por eso mismo, porque nunca sabré quién es. Yo hablo de estas cosas con Will y él me refuta todo. (Risas) Me dice que soy una romántica terrible y que no me gusta admitirlo.

SEMANA: ¿Qué valores considera que son los más importantes en la vida?

M.R.F.: El respeto por el otro. La capacidad de autoobservación. Ese es un gran valor para mí.

SEMANA: En El hombre del teléfono se muestra a una Margarita Rosa que a veces le cuesta encontrar el equilibrio, por ejemplo, en su relación con la comida. ¿Cómo ha encontrado el equilibrio?

M.R.F.: Disfruto la comida más que antes. Pero siempre tengo por ahí el fantasma de “no engordar”. Por fin entendí que no debo salir a dar consejos de alimentación ni ejercicio. He perdido el interés en ponerme como ejemplo de eso porque yo como y hago ejercicio para mantenerme delgada y no creo que esa sea una buena premisa para ayudar a nadie. También estoy cambiando mis hábitos por cuestiones éticas; creo que mi camino va poco a poco hacia el veganismo. Últimamente prefiero no comer productos animales.

SEMANA: ¿Qué consejo le daría a alguien que está empezando en el mundo de las artes?

M.R.F.: Soy pésima para dar consejos. Yo no seguí los de nadie y me di los trastazos que necesité para nutrir mi camino con vivencias que, aún hoy, siguen siendo invaluable materia prima para la creación. No digo que yo sea una verdadera artista, pero los que sí lo son van de la mano con su propio olfato e intuición, no temen desagradar ni fracasar. De nada sirve que les aconseje; ellos sabrán mejor que yo seguir la senda que su propio talento les marque.