SOCIEDAD
La voltereta de la Lewinsky
En la era del #metoo la ex becaria de la Casa Blanca cambia de opinión y descubre que fue una víctima de Bill Clinton.
“‘Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla’. Y ya llegó la primavera”. Con este proverbio mexicano Monica Lewinsky cierra un emotivo texto de su autoría en la revista Vanity Fair, que ha generado interesantes reacciones en la prensa, pero ninguna desde la casa Clinton. En el escrito, que aborda sus 20 años de altibajos y sanación, Lewinsky suma observaciones sociales sobre su trauma y el de todo su país, y comparte un significativo cambio de opinión. Le dice al mundo que, 20 años después de su horribilis 1998, ve de manera distinta los eventos que le cambiaron la vida a ella, a los Clinton y a un país entero. Su nueva visión es más complicada para el expresidente, y más a tono con los tiempos.
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Desde finales de 2017, el movimiento #metoo ha impulsado a miles de mujeres a denunciar los acosos y abusos sexuales recibidos de colegas, conocidos y superiores, y le abrió los ojos a Lewinsky. Ella cuenta que por años lidió sola con su estrés postraumático (diagnosticado y tratado), pero esto cambió cuando una de las voceras del movimiento le dijo “Lamento que hayas estado tan sola”. En ese momento entendió que, en efecto, había tratado de tragarse un huracán por su cuenta, y que el mundo había cambiado. En ese contexto ya no se siente sola, y por eso expresó su nueva verdad: lo que antes llamó una relación consensual, ahora le parece que partió de un abuso de autoridad.
La exbecaria de la Casa Blanca se refiere al affaire que sostuvo con el presidente Clinton a sus 22 años. El huracán político, mediático y social del que fue protagonista y víctima junto con su familia estalló cuando la relación salió a la luz por cuenta de una excolega. Todo empeoró –y tomó ribetes políticos fuertes– cuando Clinton, de 49 años, negó haber tenido relaciones sexuales con la joven en testimonio juramentado y en televisión. Por esto, Lewinsky terminó jugando un rol crucial en un proceso de impeachment que pudo destituir al mandatario. Los medios pusieron exageradas lupas en ella y en los detalles de un sexgate demasiado bueno para dejar pasar. Lewinsky y Clinton tuvieron nueve encuentros, que incluyeron sexo oral en la residencia presidencial, y por no aceptarlo, el presidente casi pierde su puesto. Considerando quien está hoy en la Casa Blanca, esto parece increíble.
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En la misma Vanity Fair, tres años atrás, Lewinsky expuso lo que pensó por décadas de esa relación: “Claro, mi jefe se aprovechó de mí, pero yo siempre me mantendré firme en este punto: se trataba de una relación consensuada. Cualquier ‘abuso’ se produjo después, cuando se hizo de mí un chivo expiatorio para proteger su posición de poder”.
Ahora, si bien anota que “Él era el hombre más poderoso del planeta. Era 27 años mayor que yo, con suficiente experiencia de vida como para tomar mejores decisiones (...) Estaba en el punto más alto de su carrera, y yo estaba en mi primer trabajo después de la universidad”, le confiesa a sus críticos, demócratas o republicanos, que nada de esto la exime de su responsabilidad, y que todos los días mira al arrepentimiento a los ojos.
“Es difícil”, repite Lewinsky, sorprendentemente lúcida, empática, considerada y sustentada en sus puntos de vista. “La definición del diccionario de consensual es ‘dar permiso para que algo suceda’, pero hay que considerar las dinámicas de poder. Empiezo a creer que en esas circunstancias, la noción de consensual es fútil”.
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Todo, al final, regresa al #metoo, movimiento al que agradece, pues la llevó a un lugar seguro desde el cual hablar, “no solo por las nuevas miradas que ha proporcionado, sino también por los nuevos caminos que ha ofrecido sobre la seguridad que nace de la solidaridad”.