TESTIMONIO
La tragedia de los Thunberg: así sufrió la familia de Greta antes de su fama
Antes de que la adolescente sueca fuera reconocida en todo el mundo, su madre tuvo que lidiar con su síndrome de Asperger, su propia depresión y con el trastorno de atención e hiperactividad de su hija menor. En un libro describen esa época como un infierno.
A mediados de septiembre de 2014, Malena Ernman y Svante Thunberg se dieron cuenta de que su hija Greta no estaba bien. Solo tenía 11 años y acababa de empezar quinto de primaria, pero no paraba de llorar: lo hacía en la casa, en la ruta rumbo al colegio, en las clases y en el recreo. Además no hablaba con casi nadie, ya no tocaba el piano, nunca sonreía y había decidido dejar de comer. Lo único que la calmaba era jugar con Moses, el perro de la familia.
Malena, una cantante de ópera sueca famosa por representar a su país en Eurovisión 2009, estaba decidida a rescatar a su hija mayor. Pero no la tenía fácil: aunque los centros psiquiátricos hablaban de trastornos alimenticios, ninguno podía dar con la causa. Mientras tanto, Greta había perdido casi 10 kilos, su temperatura corporal bajaba y su pulso mostraba signos de inanición.
Hasta entonces la vida de la familia Thunberg había sido idílica. Svante, actor de teatro y escritor, se había retirado cuando Malena quedó embarazada por primera vez y se había dedicado a viajar con ella y sus hijas Greta y Beata por Europa, para acompañarla a sus giras.
Los médicos creían que la hospitalización de Greta era inminente, pues su pulso ya mostraba signos de inanición.
Eran felices, o así lo recuerdan. Incluso, por la época en la que comenzó la depresión de Greta, tenían contratos en España, Suiza, Austria y Bélgica. Pero ahora todo lo que habían construido estaba patas arriba y les había tocado cancelarlos.
El libro de la familia Thunberg
Malena Ernman y Svante Thunberg tuvieron dos hijas: Greta y Beata. Hacia 2014 descubrieron que la mayor tenía Asperger, mutismo selectivo y trastorno obsesivo-compulsivo. Y que la menor sufría de trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
La historia de cómo la familia sobrevivió a esa crisis, que a la postre terminó convirtiendo a Greta en la activista más reconocida por el cambio climático, aparece en Nuestra casa está ardiendo, un libro de 2018 que hace pocos días fue publicado por primera vez en Colombia y que escribieron a cuatro manos Greta, Malena, Svante y Beata. La voz protagonista, sin embargo, es Malena.
Al inicio, explica, intentaron hacer de todo para que Greta comiera. Le daban ñoquis, horneaban sus propios panes y trataban de llevar un registro de todo lo que comía. Pero no funcionaba. Alguna vez, de hecho, cuando intentaron obligarla a comer, tuvo un ataque de ansiedad y gritó por 40 minutos. La situación era tan grave, que Malena “no pegaba el ojo por las noches y había perdido el apetito, hasta se me olvidaba comer. Me mantenía en pie por pura adrenalina”.
En el colegio las cosas iban peor. Svante había descubierto que a su hija le hacían bullying. También, que pasaba los recreos encerrada en el baño llorando y escondiéndose de sus compañeros. Y ante las quejas, las directivas terminaron culpando a Greta porque “se comportaba de manera extraña, hablaba demasiado bajo y casi nunca saludaba”. Solo los ayudó una profesora que aceptó darle clases personalizadas a escondidas.
Malena era famosa antes que Greta. Cantaba ópera y representó a su país en Eurovisión. Por la época del diagnóstico de sus hijas, sufrió de agotamiento profesional. Además, gracias a Greta, el actor de teatro Svante Thunberg decidió volverse vegano, dejó de viajar en avión y comenzó a hacer activismo por el cambio climático. Hoy acompaña a su hija en sus viajes en catamarán.
Greta, por su parte, solo comenzó a comer de a pocos cuando vio que la iban a hospitalizar y que sus papás estaban sufriendo. Eso no solo mejoró su salud, sino que permitió que le hicieran exámenes neuropsiquiátricos. El resultado arrojó que tenía síndrome de Asperger, autismo de alto funcionamiento, trastorno obsesivo-compulsivo y mutismo selectivo, es decir que las situaciones extremas o incómodas podían llevarla a callarse por completo.
El caso de Beata
Con el tiempo, Greta les explicó a sus papás lo que le había pasado: tres años atrás había visto en clase un documental sobre el cambio climático y la imagen de una isla de plástico que flotaba por el Océano Pacífico la había impactado tanto que no se la pudo quitar de la cabeza.
Justo cuando Greta se recuperaba, los estallidos de Beata aumentaron. Golpeaba las paredes y llegó a gritarle a su mamá que la odiaba.
Sus compañeros pudieron continuar con su vida, pero ella no. En parte a causa del Asperger, que la llevaba a interesarse forma obsesiva con algunas cosas. Preocupada, empezó a averiguar sobre el tema y todo lo que leyó la entristeció aún más. La depresión apareció después.
Mientras se preocupaban por Greta, sin embargo, Malena y Svante habían dejado de cuidar a Beata, su hija menor. Ella siempre había sido una niña amorosa, tímida y encantadora, pero solía sufrir de violentos estallidos por cosas en apariencia insignificantes, como la textura de la ropa o los ruidos exasperantes.
Nunca le habían puesto cuidado al tema, pero por la época en la que su hermana se estaba recuperando de la depresión, sus explosiones se multiplicaron. Una vez incluso llegó a lanzar los DVDs por las escaleras y le gritó a su mamá: “Solo te preocupas por Greta, nunca por mí. Te odio, ¡eres la peor madre de todo el puto mundo”.
Beata, tres años menor que Greta, también sufrió crisis por su trastorno de hiperactividad. Hoy tiene una naciente carrera como cantante y hace campaña contra el bullying.
Así, en el verano de 2015, a Malena y Svante les tocó cuidar a Greta, que seguía sin comer bien, y tratar de controlar a Beata, que aporreaba puertas, golpeaba paredes y respondía con gritos, golpes e insultos.
Todo empeoró cuando los vecinos comienzan a remodelar la casa y los ruidos de la obra molestaron tanto a Beata, que la vida en la casa se volvió insoportable. Otra vez les tocó visitar con frecuencia los centros psiquiátricos y Malena se desmayó antes de una presentación: era agotamiento profesional. “Me toca dejar el trabajo y me describen antidepresivos y tranquilizantes”, recuerda.
Unos meses después, se entera de que su hija menor tiene Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDH). La solución fue cambiarlas a ambas de colegio y empezar a tratarlas en la casa de acuerdo a sus condiciones. Como forma de terapia familiar, los cuatro decidieron empezar el libro.
Para ese momento Greta en su cruzada por el clima ya había logrado concientizar a sus padres, y a punta de informes, documentales, libros e investigaciones científicas, los había convertido en activistas. Escribían columnas en los periódicos, se volvieron veganos y dejaron de viajar en avión, pues estos generan gases que afectan la atmósfera.
El libro, publicado en 2018 en Suecia, acaba de llegar a las librerías de Colombia.
Unos años después Greta, ya de 15 y obsesionada con el hecho de que los legisladores de su país (en plena campaña política) no hacían nada para detener el cambio climático, decidió hacer una huelga escolar hasta el día de las elecciones.
Malena y Svante, preocupados, intentaron detenerla, hasta que se dieron cuenta que eso la llenaba de vida y de energía, y que la hacía comer y hablar con los extraños con una seguridad que nunca habían visto.
El lunes 20 de agosto de 2018, la pequeña salió de la casa con un cartel que tenía escrita la frase: “huelga escolar por el clima” y se sentó junto al parlamento. Lo que pasó después ya es historia.