PERSONAJE

Los matices del Pacificador Pablo Morillo

¿Quién era el español que fusiló, este mes hace 200 años, a decenas de héroes de nuestra independencia?

29 de octubre de 2016
Pablo Morillo nació en un pueblo humilde de España en 1775 y murió en 1837 en Francia. | Foto: Horace Vernet (Museo del Hermitage)

La historia la escriben los vencedores. Si el resultado de las guerras de independencia hubiese sido otro, Pablo Morillo sería hoy recordado como el hombre que restableció el orden en la Nueva Granada y recuperó el virreinato para la Corona española tras borrar del mapa a los ‘guerrilleros independentistas’.

Pero como eso no ocurrió, la memoria de este general en los libros patrios es inequívocamente la de un hombre de sangre fría que llegó a estas tierras con la misión de poner la casa en orden para la Corona de Fernando VII, costara la sangre que costara. Y la verdad es que lo hizo mientras tuvo los hombres suficientes para sembrar miedo y subyugar a punta de escarmiento, fuego y horca a los patriotas de la Nueva Granada. Pero a pesar de liderar esa campaña inclemente de la reconquista -conocida como el Régimen del Terror- y que terminó con la vida de una generación de criollos ilustres, hoy la imagen de Morillo ha sido reescrita, especialmente por españoles, que muestran que fue un hombre con matices interesantes y grandes contradicciones.

No se trató de un santo, tampoco de un demonio, sí de un militar sobresaliente que en cinco años pasó de ser un voluntario a convertirse en general. En 1814, una vez Fernando VII retomó el trono tras la expulsión de las tropas de Napoleón, el rey siguió el consejo de su junta de generales y delegó a Pablo Morillo para comandar el ejército encargado de devolverle a la Corona lo que los patriotas americanos les habían arrebatado.

Así resulte difícil de creer, Morillo vivía por dentro una fuerte contradicción ideológica, como lo asegura Fabio Zambrano, profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia. Era masón, como Simón Bolívar, y con un pensamiento liberal como el que tenía parte de la elite criolla, pero a la que tenía que subyugar por haberse alzado contra el rey. Tampoco podía olvidar que a sus 16 años salió de su humilde pueblo, Fuentesecas (Castilla), para ingresar a la Armada, en la que logró reconocimiento y ascender socialmente gracias a sus talentos en el frente de batalla. Por eso, en su reconquista, siguió órdenes a carta cabal, como lo hizo desde que empezó su recorrido militar en España e impresionó a los ingleses junto a los que luchó. La historia suele omitir que Morillo era un hombre de pensamiento moderno, una faceta que no encaja en el perfil de la mayoría de sus crueles acciones.

Hace exactamente 200 años, en octubre de 1816, mandó a fusilar al Sabio Francisco José de Caldas en la plazuela de San Francisco. Meses antes, en junio, por su mandato habían corrido la misma suerte Antonio Villavicencio y José María Carbonell; en julio, Jorge Tadeo Lozano y, en octubre, Camilo Torres. En su recorrido de reconquista, que empezó en 1815 en Venezuela, se desplazó a Cartagena, donde empezó su campaña ‘pacificadora’, y luego tomó ruta a Bogotá. Por donde pasó hizo sentir su puño de hierro y acompañó las ejecuciones con frases contundentes como la que exclamó antes de pasar por el cadalso a Caldas: “España no necesita sabios”.

Pero a cuestas suyas hay que dar cuenta de muchos más muertos. Más allá de los nueve patriotas que liquidó en Cartagena y de los muchos más que mató en Bogotá, Morillo barrió el Virreinato de norte a sur con el apoyo de otras cuatro avanzadas que fusilaron y ahorcaron a los independentistas en Popayán, Zipaquirá, San Gil, Socorro, Santafé de Bogotá y otros pueblos y ciudades. Bien lo consignó Jorge Cardona en El Espectador, cuando dijo: “Unos historiadores hablan de 96 condenas de muerte, otros de 125 ilustres ejecutados”. La cifra inexacta demuestra la falta de registros de rigor durante una etapa de guerra en la cual, vale aclarar, los ejércitos patriotas también desplegaron su dosis de crueldad. Desde 1812 Bolívar proclamó la ‘guerra a muerte’, que dejó sangre y asesinatos en algunas regiones o lo ocurrido en Pasto en 1822, cuando siguiendo la impronta sangrienta de Morillo, desató a sus tropas para que hicieran lo que quisieran contra la población en su cruenta toma.

El historiador venezolano Vladimir Acosta afirma que Morillo consideró navegar hacia Buenos Aires y hacer una reconquista por el sur. En 1815 zarpó de Cádiz y tras dos meses en alta mar cambió de rumbo y atracó en Venezuela con 11.000 soldados y 65 barcos en total.

Una hipótesis formula que Morillo, a quién se le asocia con la brillantez militar y la tontería política, no llegó con la intención de desatar horrores. Gonzalo Quintero, autor de Pablo Morillo, general de dos mundos, aseguró a SEMANA que el militar consideraba la opción de conciliar, pero que tras una experiencia amarga en Isla Margarita todo cambió. Respetó la vida y concedió perdón al gobernador Arismendi y a otros patriotas, pero, apenas se marchó hacia Cartagena, el perdonado se rebeló y masacró a muchos de sus hombres. Morillo no volvió a bajar la guardia, recordando siempre la palabra de sus consejeros que le habían dicho que perdonar y dejar vivir era una mala idea.

Además de esa puja entre lo que quería, creía y debía hacer, Morillo no se gobernaba solo. En un comienzo recibió facultades completas para ‘pacificar’ América, pero, como afirmó a SEMANA el historiador Arnovy Fajardo, Morillo también sufrió de una especie de ping-pong por causa de los vaivenes de la política en España que le dieron poder, se lo revocaron en 1817, y lo reinstauraron en 1818.

Acuerdos y paradojas

Murillo falleció ostentando los títulos de conde de Cartagena y marqués de la Puerta (en La Puerta, Venezuela, venció a Bolívar en combate), pero sus orígenes no podían ser más humildes. Según Quintero, al nacer en un pueblo ‘horrible’ se acostumbró a “detestar a la alta sociedad”. En parte esto puede explicar por qué en Cartagena, una ciudad rebelde y centro militar por excelencia, liquidó a nueve patriotas, mientras que en Bogotá, centro de poder y simbolismo se despachó en perversión contra decenas. Entre otras muestras crueles, generó escarmiento mutilando y exponiendo los cuerpos de Camilo Torres, Manuel Rodríguez y José María Dávila. Por odio, estrategia, o ambas, Morillo mató selectivamente a la elite intelectual detrás de la independencia, el soporte ideológico de la nueva república.

Y paradójicamente, como todo en su vida, la historia patria le debe, en parte, el primer acuerdo que buscó respetar los principios humanitarios en la guerra y regularla. Morillo y Bolívar lo firmaron en Santa Ana, Venezuela, y para la mayoría de historiadores el hecho de que ambos fueran masones resultó determinante. El 27 de noviembre de 1820 se encontraron y se abrazaron Morillo, el campesino de raza que llegó con su entorno militar y uniforme de gala, mientras que Bolívar, el hijo de la crema y nata caraqueña, llegó en una mula y vestido con atavío azul sencillo. Ese encuentro selló la historia de la independencia y la forma como los vencedores la escribirían. 

Ilustres ilustrados

El Pacificador cobró las vidas de varios ideólogos de la nueva república.

Camilo Torres

Presidente del Congreso de las Provincias Unidas entre 1812 y 1814 y autor del Memorial de Agravios. Considerado el Verbo de la Revolución.

Francisco José de Caldas

Primer científico colombiano, ingeniero militar, geógrafo, botánico, alma de la Expedición Botánica. Conocido como el Sabio por erudito en múltiples disciplinas.

José María Carbonell

Asistió la Expedición Botánica.  Pensaba que lo más importante era la acción de las masas, y el 20 de julio de 1810 fue él quien las movió.

Jorge Tadeo Lozano

Naturalista, catedrático en química y primer presidente del Estado Libre de Cundinamarca en 1811.