ESCÁNDALO

¿Debe renunciar el papa Francisco?

Las acusaciones que lo enlodan todavía no lo obligan a retirarse, pero los ataques orquestados por un grupo de católicos fundamentalistas demuestran que están dispuestos a todo para asegurarse de que el Vaticano siga su línea.

8 de septiembre de 2018
Francisco se ha llamado al silencio aunque en sus sermones ha denunciado a ‘perros salvajes y al diablo, sembrado en la mentira’. El papa está en un limbo, entre los conservadores que lo quieren fuera y los progresistas que le piden más medidas inclusivas.

Esta semana, nuevos episodios les dieron fuerza a los argumentos de los enemigos del papa Francisco para pedirle renunciar a su cargo. Los estados de Nueva York y Nueva Jersey lanzaron nuevas investigaciones a la Iglesia por el encubrimiento de abusos, algunos donantes amenazaron con cortar sus auxilios a la Iglesia y dos sacerdotes colombianos fueron arrestados al tener relaciones sexuales casi descaradamente en un estacionamiento de Miami.

Esos cardenales y arzobispos de la guardia ultraconservadora afilan sus cuchillos para darle el golpe de gracia. El arzobispo Carlo Maria Viganò lidera la carga, y en una carta de 7.000 palabras lo acusó de hacerse el de la vista gorda ante miles de casos de abuso y pederastia en sus filas. Viganò, despedido del cargo de nuncio en Washington por Francisco en 2015, pide la cabeza del papa específicamente por encubrir al exarzobispo y excardenal de Washington Theodore McCarrick, un comprobado abusador y pederasta, y por levantarle las sanciones que le había impuesto su antecesor, Benedicto XVI (Joseph Ratzinger). Por décadas, McCarrick abusó sexualmente de seminaristas, luego se comprobó que también lo hacía con niños. El mes pasado se convirtió en el primer cardenal retirado a la fuerza desde 1927.

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Si bien habló de documentos reveladores y ofreció fechas, horas y nombres, hasta el cierre de esta edición no había presentado pruebas contundentes. Aun así, ya hizo el daño de tender un manto de duda sobre la conducta del sumo pontífice. Francisco, por su parte, ha sido cauto, pero en uno de sus más recientes sermones expresó: “Con su silencio Jesús vence a los perros salvajes, al diablo que había sembrado la mentira. Su comportamiento nos lleva a reflexionar sobre cómo actuar en la vida cotidiana cuando se crean situaciones incómodas”.

En su explosiva carta, Carlo Maria Viganò expone una ‘corriente homosexual’ en la Iglesia, culpable de los escándalos de abusos sexuales. Pide la renuncia del papa por fomentarla y por mirar para otro lado mientras el cardenal Theodore McCarrick abusaba de seminaristas y niños. En 2015 Francisco despidió a Viganò de la nunciatura en Washington.

Los detractores del argentino quieren verlo caer o, como mínimo, acelerar su partida y preparar el terreno para que el siguiente papa revierta las medidas que el actual ha tomado. Desde que asumió en 2013, Francisco agitó al clero, se alejó de las reverencias y de la pompa, y optó por la sencillez cristiana. También alejó al catolicismo de posturas radicales: dejó de satanizar a los divorciados, al aborto y, recientemente, instó a los padres de hijos homosexuales a escucharlos, no a echarlos de la casa. Así le dio un vuelco a una Iglesia que millones percibían –hasta hace pocos años– distante, fastuosa

y retrógrada. Pero su esfuerzo por propagar un mensaje de misericordia inclusiva no le cae bien a todo el mundo. Los tradicionalistas, que consideran la homosexualidad una enfermedad por erradicar, no lo soportan y no desperdician oportunidad de dañarle el caminado.

Esto prueba la carta de 7.000 palabras que hace dos semanas Viganò publicó con la ayuda del periodista Marco Tosatti, justo cuando Francisco visitaba Irlanda en un ambiente tenso por el escándalo de abusos sexuales encubiertos, por los cuales pidió perdón. La coyuntura de un escándalo mundial resultaba inmejorable para su guerra sucia.

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Desde 2011 Viganò impulsó su agenda ultraconservadora desde su cargo de nuncio en Estados Unidos. Como menciona Jason Horowitz en The New York Times, intrigó para tener obispos de su línea en San Francisco, Denver y Colorado. Pero en 2015 entró en conflicto directo con el papa. En una visita a Washington, Viganò incluyó en la agenda del sumo pontífice una cita con Kim Davis, una funcionaria que se negó a dar licencia matrimonial a parejas del mismo sexo en Kentucky y se convirtió en una especie de heroína de los homófobos. Ese cara a cara con alguien tan opuesto a su creencia enojó a Francisco, pues, además, tiñó de polémica su visita. Por esto despidió a Viganò, quien dejó el cargo en 2016. El momento marcó un punto bajo para este último, que se sumaba a que jamás vio materializada su esperanza de llegar a cardenal.

Los detractores del argentino quieren verlo caer o al menos preparar el terreno para que el siguiente papa revierta las medidas que ha tomado.

Por tanto, a los críticos de Viganò y defensores de Francisco no les sorprende que este se haya vengado, al implicarlo en el escándalo de una “corriente homosexual” existente en la cúpula jerárquica de la Iglesia y culpable de la crisis que hoy la tienen en el ojo del huracán. Viganò escribió su carta y desapareció, alegando temer por su vida. Pero el miércoles reapareció para recalcar que Francisco había accedido a tener el encuentro con Kim Davis. Es decir, para contradecir al papa e insistir en que este miente.

Francisco enfrenta una mordaz oposición dentro del Vaticano, mientras el resto del mundo critica su inacción frente a los casos de pederastia. 

¿Pruebas?

Varios expertos legales se han pronunciado, como Robert P. George, profesor de jurisprudencia de la Universidad de Princeton y profesor invitado de la escuela de leyes de Harvard. George exploró en The Wall Street Journal las razones por las cuales Viganò acusa al papa de proteger a McCarrick y expone su fórmula para averiguar quién miente. En su recuento pondera que muchos teólogos consideran a Viganò defensor íntegro de la Iglesia, pero también examina sus motivaciones revanchistas, por lo que se enfoca en los hechos comprobables.

George parte de hechos concretos: Viganò expone que el papa Benedicto XVI expulsó a McCarrick del seminario en el que vivía, lo encomendó a vivir en penitencia privada y le prohibió hacer apariciones públicas en nombre de la Iglesia. También que, gracias a las buenas conexiones de McCarrick, este siguió apareciendo en público en abierto desafío a la sentencia. Según Viganò, entre estos nexos se encuentra el sucesor de McCarrick, el cardenal Donald Wuerl, quien ha rechazado tajantemente saber algo al respecto o haber recibido un dosier sobre McCarrick que informaba de las sanciones impuestas por Ratzinger. Ahí, asegura George, hay un punto clave. Un expediente que, si existe, debe salir a la luz.

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Viganò asegura que Jean-François Lantheaume, su consejero en el cargo diplomático, está dispuesto a testificar que el nuncio anterior le notificó las sanciones a McCarrick. También que “todos los memorandos, cartas y documentos mencionados están disponibles en la Nunciatura Apostólica de Washington D. C. y en el Secretariado de Estado de la Santa Sede”. Por eso, George cree que estos y algunos documentos más podrían dirimir el lío. En primer lugar, el reporte del nuncio Gabriel Montalvo, en 2000, sobre el terrible comportamiento de McCarrick en los años ochenta y noventa; en segundo lugar, los memorandos del mismo Viganò sobre el tema en 2006 y 2008 al Vaticano; y, por último, las instrucciones del papa Ratzinger para imponer las sanciones.

El profesor de leyes también considera esencial determinar si Viganò se reunió con Francisco el 23 de junio de 2013, entre la misa de la mañana y el sermón del ángelus del mediodía, el momento en el que asegura que le contó a Francisco sobre el dosier McCarrick. Si se comprueba que Francisco sabía de estas sanciones y aun así dio vía libre al cardenal para representar a la Iglesia, George dictamina que el papa actual estaría en serios problemas.

Pero Francisco aún se llama al silencio y no hay manera de saber si lo que dice Viganò, en efecto, es mentira. El papa parece encontrarse en su propio limbo, entre conservadores a los que no les quiere prestar atención, que le piden retirarse, y progresistas que claman por una Iglesia que permita casarse a los sacerdotes y ordenarse a las mujeres, entre otras medidas extremas. Después de todo, como asegura Timothy Egan, reportero y escritor ganador del premio Pulitzer: “Cristo nunca dijo nada sobre a quién podíamos amar. Nada acerca de los homosexuales, nada sobre el celibato de los sacerdotes, nada sobre borrar a las mujeres de las posiciones clericales”.