Asistía al juicio por el asesinato de su exesposo con zapatos de tacón alto, chaquetas de piel, maquillaje y hasta manicure impecable. Todo esto, a pesar de que Patrizia Reggiani llevaba presa seis meses desde que comenzó su juicio. Antes de preocuparse por su defensa, la viuda negra –como la bautizó la prensa italiana– pidió al juez un permiso especial para hacerse tratamientos de belleza.
Para que los paparazzi, que siguieron de cerca el caso, la retrataran siempre hermosa, sus hijas le llevaban vestidos de las mejores casas de alta costura. Excepto Gucci. Patrizia no usaba ropa del imperio de la moda que su exesposo, Maurizio Gucci, a quien mandó asesinar, había dirigido durante años tras heredarlo de su abuelo.
“No he trabajado un solo día de mi vida y no pienso comenzar a hacerlo ahora”, dijo Reggiani en 2011, cuando la corte le concedió permiso para salir a trabajar durante el día y volver a pasar la noche en la cárcel. Ahora, tras cumplir 16 de los 26 años a los que fue condenada, el abogado de Reggiani logró que la dejaran en libertad condicional, bajo tutela de los servicios sociales.
Esta vez la viuda cambió de opinión al respecto. De hecho, ella misma llamó desde la cárcel a la cadena de joyería Bozart, donde la contrataron como consultora de estilo. Alessandra Brunero, directora de la firma, dice que está “contenta de poder ayudarla”.
Patrizia se casó con Maurizio Gucci en 1972 y se convirtió en una de las protagonistas de los círculos de la alta sociedad italiana. Tuvieron dos hijas, Allegra y Alessandra, quienes heredaron la fortuna de su padre. Después de 12 años de matrimonio, Maurizio dijo un día que se iba a un viaje de negocios pero, en realidad, se fue a vivir con su amante y no volvió más.
El divorcio se hizo oficial en 1991 y, aunque Patrizia recibía unos 800.000 dólares anuales de pensión alimenticia, para ella no era suficiente. Su esposo ya había vendido su parte de la compañía a un conglomerado árabe por 170 millones de dólares, por lo que Reggiani pensaba que este podía darle más.
Cuatro años después, Gucci murió al llegar a su oficina de Milán. Tres balas le dispararon, una de las cuales le entró en la nuca y lo mató en el acto. A la Policía le tomó casi dos años descubrir el plan de la viuda, quizá porque parecía sacado de una película de mal gusto. Con la ayuda de su vidente, una mujer llamada Auriemma, Reggiani buscó un asesino a sueldo y un chófer para convertir en realidad su delirio.
También estaba involucrado un portero que resultó crucial, pues alguien que lo escuchó diciendo que él había ayudado a organizar el asesinato llamó a las autoridades. En la corte, Reggiani dijo que pensaba constantemente en matarlo: “Le preguntaba a todo el mundo, incluso al carnicero. Se me convirtió en una manía”. Pero también aseguró que eran solo fantasías y que en realidad no tuvo nada que ver con la muerte del magnate.
Sin embargo, la Policía pudo probar que la mujer le pagó a la vidente 300.000 dólares y Reggiani terminó en la cárcel. Ahora la viuda negra regresa al mundo de la moda con su nuevo trabajo y volverá a probar los placeres de su antigua vida bajo la protección de sus hijas, quienes siempre la han considerado inocente.
Será un gran cambio para Reggiani, quien pasó sus años de reclusa viviendo con lo mínimo y cuidando de unas plantas y un hurón, una situación muy difícil para una mujer que alguna vez dijo: “Prefiero llorar en un Rolls-Royce que ser feliz en una bicicleta”.