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Los últimos años de Al Capone: entre la demencia y su fortuna perdida
La cinta se centra en los últimos años de vida del mafioso, que terminó agobiado por la enfermedad y la pérdida de memoria. Y vuelve a poner sobre la mesa el misterio de su supuesta riqueza escondida.
Al Capone fue una especie de genio, uno de esos niños superdotados que nacen con una habilidad especial y que desarrollan todo su potencial a temprana edad. La única diferencia con Mozart o Miguel Ángel es que lo suyo no era la música ni el arte, sino el crimen organizado.
El pequeño Al, como le decía su familia, comenzó a sobornar y amenazar gente a los 14 años, cuando vio que un grupo de mafiosos pasaban todos los meses a extorsionar los comerciantes que trabajan en la misma calle de Brooklyn en donde él lustraba zapatos. A los 15, ya hacía parte del grupo de Johnny Torrio, el encargado de varios negocios ilegales en Nueva York. A los 20, casado y con un hijo, lo enviaron a Chicago para convertirse en la mano derecha de su jefe. Y a los 26 ya era el temible capo de la mafia que controlaba casinos, prostíbulos y alcohol durante la época de la prohibición.
Por eso mismo, no sorprende que terminara sus andanzas relativamente joven. El agente del FBI Eliot Ness y su grupo de trabajo (conocido como los Intocables porque no aceptaban sobornos) lo atraparon a sus 33 años, luego de una larga persecución. Había cometido cientos de crímenes horrendos, asesinatos y extorsiones, pero solo pudieron acusarlo de evasión de impuestos. Eso, sin embargo, bastó para que lo condenaran a 11 años de prisión.
A sus 40 años, el otrora capo más poderoso del mundo estaba deteriorado, con demencia avanzada y un frágil estado de salud.
Lo que pasó después marcó el final del reinado de Capone en el mundo del hampa: las autoridades descubrieron que seguía manejando sus negocios desde la cárcel de Atlanta y, en castigo, lo mandaron a la inexpugnable prisión de máxima seguridad de Alcatraz, en una isla en medio de la bahía de San Francisco. Allí comenzó a mostrar signos de demencia debido a una sífilis sin tratar que había contraído en sus años de adolescencia, cuando frecuentaba los prostíbulos.
Capone comenzó a sufrir episodios de demencia en la prisión de Alcatraz, a donde llegó por evasión de impuestos. Ante su evidente deterioro, Frank Nitty lo reemplazó como jefe de la mafia.
Sin un tratamiento médico adecuado y en medio del duro encierro, su salud mental y física comenzó a deteriorarse aceleradamente y sus visitas al hospital se volvieron usuales. Al final estaba tan grave, que lo soltaron en 1939, cuando no había cumplido ni 8 años de condena.
Para ese entonces el otrora capo más poderoso del mundo tenía 40 años y estaba deteriorado, con demencia avanzada y un frágil estado de salud. Enfermo e irreconocible, su familia se lo llevó a vivir sus últimos años en una mansión de Palm Island, en Miami Beach.
Ese último periodo de su vida aparece retratado en Capone, una película protagonizada por Tom Hardy lanzada esta semana en internet. En Colombia está disponible por iTunes, pero podría llegar pronto a alguna de las plataformas de streaming. Allí, a diferencia de otras cintas, Capone aparece como un hombre enfermo y atormentado por su pasado, que vive su retiro en medio de dolores, alucinaciones y olvidos, acompañado por su esposa Mae, su hijo Sonny, su hermano y varios hombres de confianza.
La historia, sin embargo, gira en torno a un tema no exento de controversia: la supuesta fortuna que el mafioso habría escondido antes de entrar a la cárcel, para nunca recuperarla porque no recordaba cómo hacerlo. En la ficción unos agentes federales, su propia familia y los miembros de la banda que siguieron en el negocio, dirigidos por Frank Nitti, intentan pescar pistas sobre el paradero de los millones perdidos en medio de las alucinaciones y las locuras que habla Capone. Pero todo es en vano: el mafioso lo olvidó todo.
El mito de la plata perdida de Al Capone no es nuevo. Según los cálculos de quienes han estudiado su vida, su organización llegó a recaudar 100 millones de dólares al año en sus mejores épocas, que ajustados a inflación serían unos 1.300 millones de hoy. Algunos creen que cuando lo iban a encerrar en la cárcel, tenía unos 550 millones (a plata de hoy) ahorrados en efectivo, pues no se fiaba del todo del sistema financiero. Para evitar que el dinero cayera en manos del gobierno, habría buscado la manera de esconderlo, con la esperanza de recuperarlo al salir de la cárcel.
Deirdre Capone, la nieta de uno de los hermanos del mafioso, quien ha investigado la vida de su tío abuelo y sacó un libro sobre su vida llamado Tío Al Capone, apoya esa teoría. “Mi abuelo Ralph siempre me dijo que el tío Al tenía una cantidad increíble de dinero y que para esconderlo lo puso en cajas de seguridad de bancos de otros países como Cuba con nombres e identidades diversas”, le dijo hace poco a la revista Vanity Fair.
Al Capone no era un hombre ahorrador: gastaba en joyas, diamantes, trajes de seda a la medida, cenas en los sitios más elegantes, champaña y autos blindados de siete toneladas.
Según ella, cuando el mafioso salió enfermo de la cárcel, no recordaba en qué bancos había puesto el dinero, los nombres que había usado para abrir las cajas ni las contraseñas de seguridad. Y como era desconfiado, no le había compartido esa información a nadie. Por eso, cuando murió de un infarto en 1947, todos dieron la plata por perdida.
Otra opción, según ella, es que Capone hubiera comprado diamantes (era un gran aficionado a ellos) y los hubiera escondido en algún lugar. Pero en ese caso, esa información también se habría perdido para siempre con su muerte. “Esa fortuna está sin desenterrar, pero ya no me importa, ya tengo 80 años”, le dijo a la revista.
Mae Capone, una chica irlandesa que se casó con Al cuando este comenzaba su ascenso en el mundo del crimen, lo acompañó hasta el final y tuvo que soportar su enfermedad.
Otros, sin embargo, dudan de que esa fortuna exista en realidad. Al Capone no era un hombre ahorrador y en su época de jefe de la mafia, muchos lo conocieron por su excentricidad y su extravagancia: gastaba en joyas, diamantes, trajes de seda a la medida, cenas en los sitios más elegantes, champaña, autos blindados de siete toneladas, fiestas llenas de prostitutas y juegos de azar, y varias mansiones frente al mar. De hecho, las autoridades incautaron algunas de esas propiedades.
Para la época en la que lo encerraron, según esta segunda teoría, el mafioso ya habría gastado o perdido en manos del gobierno gran parte de su dinero. El mito de la fortuna escondida, en ese caso, habría sido fruto de la propia demencia del mafioso o de la leyenda popular sobre su gran riqueza que aún recorría las calles. En efecto, como suele suceder con los mafiosos caídos en desgracia, muchos seguían creyendo que él había enterrado el dinero, y esa historia, incomprobable, corrió por ese entonces de boca en boca.
Sea como sea, Capone no pudo tener un final más triste: murió a los 48 años de un infarto, luego de un derrame cerebral, enfermo y rodeado solo de sus familiares más cercanos. Los lujos habían quedado muy lejos y su familia tenía apenas lo justo para sobrevivir. De hecho, tuvieron problemas financieros luego de su muerte.
Su supuesta fortuna perdida, así estuviera en realidad escondida o solo viviera en la cabeza de algunos soñadores, entró a hacer parte del mito. Un mito que aún sigue en la oscuridad.