PICASSO, SADICO Y DESTRUCTOR

Una reciente biografía muestra todas las bajezas y servidumbres que la historia no contó del pintor malagueño.

8 de agosto de 1988

Sádico, bisexual, ególatra, psicótico, manipulador, oportunista y cínico, Pablo Picasso fue la síntesis de las dudas, la angustia y la desintegración que dominaron el siglo XX. La biografía de Arianna Stassinopoulos, publicada con gran escándalo en los Estados Unidos, es un retrato despiadado e inquietante del pintor malagueño, a la vez que una clave para interpretar la motivación y el significado de su obra universal.

La autora es griega, tiene 38 años y hogar con marido en California. Se educó en la universidad inglesa de Cambridge, donde fue presidente de su célebre Unión dedicada al debate y obtuvo un doctorado en ciencias económicas. Ahora se ha embolsado 2 millones de dólares (600 millones de pesos) entre el furor de la crítica y a cuenta de la escandalosa biografía de Picasso, que le exigió tres años de trabajo y la movilización a España y Francia de un equipo de investigadores. Los editores de la obra ya han contratado una miniserie de televisión que promete tanto éxito como el que está obteniendo el libro, del que se anuncia una veintena de traducciones.

La principal fuente informativa de Arianna Stassinopoulos fue Francoise Gilot, una de las maltratadas mujeres de Picasso, quien, vencida la resistencia inicial a volver al pasado, confió a la escritora los secretos de su tortuosa intimidad con "el gran destructor". Francoise visitó a Arianna en Los Angeles. Viajaron juntas a París. Allí hablaron con Maya, la primera hija de Picasso; con el surrealista Matta, hasta ahora impenetrable; con su abogado; un sobrino; el chofer del pintor y el servicio doméstico que aún vive y lo recuerda. De la combinación de estos colores salió el retrato tenebroso del enano primitivo y miserable que vivía oculto detrás del artista gigante.

Picasso era una droga. El síndrome de abstinencia que produjo en quienes él mismo habituó a la adicción fue terrible: costó la vida o la salud mental--en algún caso primero una cosa y después la otra--a los que se dejaron arrastrar por el torbellino enajenante de su personalidad, sus exigencias patológicas y sus excéntricos caprichos. Para salvarse él en su propia creación, destruyó a los demás. Su última esposa se pego un tiro en la sien debajo de las sábanas. Una de sus amantes se ahorcó. Otra se volvió loca. Un hijo se drogó hasta inmolarse. Un nieto, desesperado al sentirse rechazado por el patriarca, se bebió una botella de lejía y, al no lograr morir, acabó con su vida por inanición.

Y éste era el tipo tan interesante que se ponía grandes narices para hacer reír a los niños. Y que aupaba a sus hijos con el legendario torso desnudo, el agua de la Costa Azul por la cintura--apenas sabía chapotear--y cubría con la sombrilla playera, caballeroso y deferente, al amor del momento, según la célebre foto de Robert Capa. Angel y minotauro. Cuando el lector cierra finalmente el libro, Picasso no es más que una especie de brocha gorda untada de semen.

DIOS Y EL DIABLO
Todo empezó con aquel pacto entre él, joven artista, y Dios, viejo destructor. Su hermana de siete años, Conchita, enfermó de difteria. Veía cómo sus padres y el doctor Ramón Pérez Costales luchaban por salvar su vida, ocultando a la niña la proximidad de la muerte. ¿Es que iba a morir? ¿No podría curarla Dios? Pablo, entonces con 13 años, se encaró con el Todopoderoso. Le dijo: "Si salvas a Conchita te prometo que nunca pintaré, te regalo este sacrificio". La hermana murió en el silencio incomprensible de Dios, que no aceptó ese pacto. Pablo podría seguir con sus pinceles. ¿Qué era Dios para él? Era el mal, la fuerza que mató a Conchita. Tal vez mató a su hermana--se preguntaria Picasso--por su culpa, por su falta de fervor religioso. Por no ser bueno. Por no cumplir lo que su tío Salvador le decía: "Haz comunión diaria; si no comulgas, no te llevaré a la corrida de toros". "Cristo bendiciendo al diablo" fue el dibujo patético y revelador de Picasso después de la muerte de su hermana. Un cierto delirio de identidad con el Crucificado se apoderó de él, otra criatura que había sido arrojada al mundo para un extraño sacrificio.

Con 19 años y el genio creador empujándolo hacia adelante, Picasso fue a París. Sin dinero. Sin casa. "Yo no busco, encuentro", dijo. Los museos eran su techo. Y los prostíbulos su lecho.

El primero en aparecer en escena fue Max Jacob, homosexual atormentado por la salvación del alma.
Tenía 25 años y se rindió a los pies de Picasso (de quien Arianna dice que tuvo en Barcelona una aventura homosexual con un gitanillo), a quien llamaba "mi muchachito". Pretendía ser, además de poeta, pintor. "No, concéntrate en la poesía que es lo tuyo", le aconsejó Picasso. Y éste, que miraba a su ídolo a través del monóculo y recibía el fuego de la inspiración, le obedeció.
Fueron años difíciles, de sufrimiento, para Picasso. El periodo azul lo refleja con esos personajes tullidos, la tristeza del arlequín, los enfermos y las madres hambrientas y atormentadas. Allí dentro estaba él, un hombre que crecía en la confusión y el desconcierto, con ansias de poder y de dominio, ambición de triunfo y un apetito sexual insaciable en un mundo hostil.
En uno de sus desnudos de prostitutas anotó: "Cuando tengas ganas de joder, jode". Era no tanto un credo como la consigna que impuso a su existencia. Cuando quiso hacer lo que le vino en gana lo hizo sin importarle las consecuencias, siempre que éstas no dañaran su obra artística.

La amargura de Picasso, cuenta Arianna, se acentuó estos primeros años porque no lograba vender sus cuadros. Y uno pinta para vender y vende para vivir y seguir pintando. Entonces--4 de agosto de 1904--apareció Fernande Olivier en medio de una aparatosa tormenta. Picasso iba camino de su estudio. Llevaba un gato en brazos que había rescatado en el aluvión. Se dio de frente con esta mujer extraordinariamente bella. Fueron juntos al estudio. Y ésta sería la primera "relación importante" de su vida, fuera de su contacto ocasional con las rameras. Pero Picasso sufria accesos de celos y pesadillas de infidelidad en las que veía a Fernande accediendo a las propuestas de otros hombres, gozando con otros hombres lo que él, y sólo él, tenía derecho de disfrutar. Asi que recluyó a Fernande, que se resignó a desempeñar una función casi mecánica: satisfacer las urgencias del sexo y aliviar, así, la ansiedad que desequilibraba su proceso creador.

COBARDE Y EGOISTA
El robo de la "Mona Lisa", ocurrido en 1911 en el museo del Louvre iba a desenmascarar la cobardía y el egoísmo de Picasso. Días después de la desaparición del cuadro de Leonardo, un joven belga quiso demostrar que la seguridad del museo seguía siendo pésima. Para ello se presentó en la redacción del Paris Journal con una estatuilla ibérica. Cuando Apollinaire leyó la noticia en el Journal se estremeció: el joven belga, Géry Pieret, había sido su secretario durante un tiempo y esa estatuilla estuvo en su estudio hasta que la llevó al periódico. Se sintió amenazado. Y Picasso también, porque días antes el belga le había vendido otras dos estatuillas robadas del Louvre y el pintor malagueño las tenia ocultas en su casa. Se preguntaron: "¿Qué hacemos ahora? ¿ Cómo nos deshacemos de esto?". Primero decidIeron arrojar las estatuillas al Sena. Luego cambiaron de idea. Apollinaire optó por ir personalmente al mismo periódico y entregar los objetos robados bajo la condición de que nunca revelaran su identidad. El periódico incumplió el compromiso. Apollinaire fue detenido Picasso fue llamado a declarar y negó ser amigo de Apollinaire para salvarse. La escena de Picasso temblando ante el juez y traicionando a su amigo, la describe Arianna con una deleitación especial: ahí estaba el cobarde, el ingrato, el innoble Picasso culpando al amigo poeta que fue a paral con sus huesos a la cárcel mientras él volvió con sus carnes a los pinceles.

Las mujeres empezaron a sucederse en la vida de Picasso con una intermitencia regular. Marcelle Humbert sucederia a Fernande. Era la amiga del pintor polaco Marcoussis. Para demostrar cuánto la amaba, Picasso le cambió el nombre y la bautizó con el de Eva. Pero la tuberculosis se apoderó de Eva, quien, temerosa de que Picasso la abandonara si descubría la enfermedad, se la ocultó hasta que tuvo que ser internada en un hospital.
Picasso la visitó todos los días, pera no soportaba el sufrimiento e inmediatamente buscó una sustituta que le alegrara las noches. Llevó al estudio a su vecina Gaby Lespinasse, quien posaba entre coito y coito para quedar inmortalizada a la luz de la luna en un par de acuarelas. Y, entre tanto, Eva murió.

Pero nació Olga, la bailarina rusa tocada de narcisismo, una especie de complemento ideal para Picasso, fascinado por la nobleza de los zares. Se casó con ella y ésta le dio un hijo, Pablo, al que durante los primeros meses Picasso--rodeado ya de criados, cocinero, nurse y chofer--le dedicó toda la atención de su paleta.
Luego se olvidaría de él, como de otros.

El ballet ruso de Diaghilev había encargado a Juan Gris los diseños.
Picasso demostró en esta ocasión ser, de acuerdo con el relato de Arianna, un maestro de la intriga, ya que "hizo correr el rumor de que Gris estaba demasiado enfermo para realizar ese trabajo y para forzar más a Diaghilev le envió sus propios bocetos".
Picasso tuvo oportunidad de atisbar a Marcel Proust cuando en 1922 fue invitado por el conde de Beaumont a la cena de Nochevieja. Picasso no había leído "A la búsqueda del tiempo perdido", pero, según cuenta Arianna, había absorbido su espíritú con esa genial intuición que le caracterizaba. Cuando vio entrar al anciano Proust (iba a morir muy poco después), con un rostro algo inflado de cadáver, rodeado de duques y ajeno a la concurrencia plebeya, le comentó a Jean Hugo: "Míralo, aún sigue con su tema".
Corría el mes de enero de 1927 cuando se produjo otro milagro amoroso. Picasso deambulaba por las galerías Lafayette y, de pronto, entre el bullicio de paseantes, vio a una muchacha maravillosa de 17 años llamada Marie Therese Walter. Vista y no vista. El minotauro creador la transformaría en una muñeca sexual a su medida o, tal vez, a imagen y semajanza de sus deseos de experimentación, incluidas prácticas sadistas como las quemaduras de pescuezo propinadas por las brasas de los pitillos Gouloise.
Entre unas quemaduras y otras, Olga, Pablo y la servidumbre siguieron a Picasso hasta Dinard, el lugar elegido para las vacaciones. Pero el maestro hizo que la amante Marie Therese les precediera. Le buscó acomodo en un campo de verano para niños, de tal forma que los encuentros con la adolescente estuvieran rodeados de la excitación de un acto castigado con pena de cárcel, tal como preveía la corrupción de menores. Picasso demostraba ante sí mismo que no sólo era capaz de engañar a su celosa esposa, sino de burlar, también, las normas y los tabúes de la sociedad. En el umbral de los sesenta años, el pintor se encontraba, dice Arianna, más lejos que nunca del sueño de su juventud que no era otro que el de crear un arte universal. Todos no estarán de acuerdo con esta afirmación. El lienzo "El minotauro ciego"--símbolo de sí mismo--está dotado de una excepcional fuerza que desborda lo particular, su drama intimo y obsesivo: la bestia sin ojos es conducida con ternura por una hermosa muchacha abrazada a una paloma. Esta muchacha es Marie Therese, quien pronto quedaría embarazada y daría a luz una niña llamada Maya, a la que se inscribiría en el certificado de nacimiento como hija de padre desconocido.
Marie Therese, mujer abandonada con criatura (pudo ser un título de un lienzo), sería a partir de ese momento otra estampa para el recuerdo. En la vida del destructor penetraba ahora la fotógrafo y musa intelectual del movimiento surrealista Dora Maar, antigua amante de Georges Bataille, pues el exclusivo club de los intelectuales era un mercado activo de permuta sexual: yo te paso a ésta y tú insertas mi pene en aquella. La ventaja de Dora es que estaba en condiciones de discutir sobre arte bajo el cuerpo de Picasso, algo que situaba la relación a un nivel superior.

ENTRE DOS GUERRAS
La guerra civil española y el asesinato de Garcia Lorca, conmocionaron a Picasso, quien se dejaría orientar por Eluard para tomar posición política. "Por primera vez en su vida", escribe Arianna, "este gran solitario se unió a la corriente de la historia", aceptando el encargo del gobierno republicano de pintar un cuadro para el pabellón espanol en la Feria Mundial de París. La obra iba a ser su famoso "Guernica".

Mientras Picasso interpretaba los horrores y la muerte de la destrucción bélica, en su mismo estudio podía presenciar complacido las brutales peleas entre sus amantes Dora y Marie Therese. La violencia sexual de Picasso con Dora llegaba a extremos alarmantes: "En muchas ocasiones la dejaba inconsciente en el suelo después de golpearla", relata Arianna. Por otra parte, la avaricia del pintor con estas mujeres rayaba lo patológico. Marie Therese vivía en la penuria, como tantos otros ciudadanos franceses en 1940, cuando Picasso disfrutaba bajo la dominación nazi de Paris todos o casi todos los lujos. La mujer lo visitaba para pedirle ayuda. Una pastilla de jabón, por ejemplo. Picasso le mostraba un arca llena de lingotes de oro y de artículos de perfumería. Y le decía: "Si me pasa algo todo esto es tuyo, será para ti". Ella le suplicaba: "Pablo todo eso no me hace falta, me conformo con una pastilla de jabón ". Pero él no respondía.
Con una sonrisa maliciosa cerraba el arca y la despedía repitiéndole que todo aquello era para ella si a él le pasaba algo, y que la amaba. En efecto, a todas las amó del mismo modo.
Conmueve el final trágico de su incondicional amigo y admirador Max Jacob, con quien varios historiadores creen que Picasso tuvo relación homosexual. El poeta fue detenido por los nazis. Lo llevaron al campo de concentración de Drancy, primera etapa del largo viaje a Dachau. Jacob escribió pidiendo ayuda. Sus amigos firmaron una petición para que los alemanes lo soltaran. Picasso se negó: "No vale la pena. Max es un pequeño diablo. No necesita que nadie le ayude para escapar de la prisión". Murió allí mientras Picasso pintaba y se disponía a celebrar, llegado el momento, la liberación de Paris por los aliados.
En estas fechas su estudio se convirtió en un santuario de la libertad y él en un héroe pasivo de esa causa. Lo visitaban los periodistas. Hacia declaraciones solemnes. Hemingway también se acercó a saludarle, pero no lo pilló en casa. Dejó, no obstante, un obsequio. Una caja de granadas de mano con la dedicatoria firmada. Y Picasso redondeó la faena ingresando en el Partido Comunista, con la ejecución de un número circense por parte de los ideólogos que identificaban como novedosas manifestaciones de realismo socialista una obra personalísima de imposible clasificación.
Dora no resistió el duelo con Marie Therese. Sucumbió psiquicamente.
Deliraba, aparecía con los vestidos rasgados y afirmaba que habia sido atacada en las calles. Aseguraba estar en contacto con la divinidad y recibir instrucciones de lo alto. Picasso le procuró el remedio: la envió a una clínica, donde le enchufaron los electrodos de la terapia convencional.

Cuando Geneviéve abandonó Paris, surgió Francoise Gilot, quien pronto sufriría las mismas humillaciones. "Se transformó en un viejo verde, alguien tan grotesco y ridículo que ya no podía una sentir celos de él", confiaría recientemente esta nueva víctima a la biógrafa Arianna.

Francoise planteó su ultimátum a Picasso. Tampoco ella podía seguir así. O vivian juntos o separados totalmente. Y si se separaban, Francoise pensaba largarse a Túnez. Finalmente tomó esta decisión. Salió a la carretera, en secreto, para que algún automovilista la acercara en dirección a Marsella. Un Peugeot azul se detuvo.
Abrió la portezuela. Pero era Picasso. No podria escapar. "No escuches lo que dice tu cabeza, lo que necesitas es tener un hijo", le dijo al recogerla.
Niño que también suministró el anciano artista. Se llamaría Claude.
Con el bebé en brazos de la madre, Picasso se procuró a la amante Genevieve Laporte. A su edad no se podia perder el tiempo. Había que hacer obra, ganar dinero, vivir en una bohemia de oro y "cuando tengas ganas de joder, jode", hasta que te llegue la hora del quirófano.

Cuando en 1953 Francoise llamó un taxi y se subió a él, con sus hijos huyendo definitivamente del destructor Picasso, éste ni siquiera se despidió de ella. En el momento en que el taxi se ponía en marcha, Francoise oyó una sola palabra: "¡Merde!", y vio cómo Picasso daba media vuelta y se metía en casa arrastrando sus 72 años. Ya sospechaba entonces un duro final.

EL FINAL
Vino a suplir su ausencia la dócil Jacqueline Roque, que se dirigia a Picaso llamándolo "monseñor" y besuqueando su mano. Estaba dispuesta a humillarse antes de que él la humillara. Y lo hizo a la perfección, hasta el punto de que la esclava supo cambiar los papeles y apoderarse, ya en su ocaso, del indómito minotauro.

Picasso se torturaba al pensar que Francoise, casada ahora con Luc Simon, un hombre joven y atractivo, estuviera ahora gozando sin él. Eso no lo soportaba. En cierta ocasión se lo había dicho a ella: "Prefiero que una mujer muera antes de que sea feLiz con otro". Eso sonaba al "antes muerta que mancillada" del credo católico-agrario. Asi que Picasso estudió una maniobra para deshacer aquella unión. Nada mejor que el pretexto de los hijos. Sus hijos podrían dejar de ser ilegitimos si ella se casaba con él. Y luego podrían divorciarse pero los niños ya tendrían su apellido.
¿De acuerdo? Una vez más, Francoise accedió. Por los niños. De acuerdo. Picasso se sintió provisionalmente victorioso.
Paciente, Jacqueline sabía que el último que rie es quien mejor y más a gusto lo hace. Creó un cerco en torno al creador. Lo aisló. Lo dominó. Picasso ya no se dirigia a ella como a Jacqueline, sino que la llamaba "mamá". Se iba completando el círculo.
Un círculo grotesco y un tanto patético. Se aproximaba el final.

Este final tampoco fue apacible.
Horrorizado, el minotauro se negaba a dar la cara a la muerte. Sólo se dejaría atacar de costado. Fue intervenido quirúrgicamente de próstata y en secreto. Su vida sexual, desbordante casi hasta los noventa años, sufrió la brutal castración. El artista guerrero ya no podia pintar ni fornicar. Era un hombre acabado en la celda de una silenciosa prisión cuya única llave estaba en poder de Jacqueline. Su nieto Pablito quiso ir a visitarlo. Los guardias soltaron los perros y éstos arrojaron al muchacho a la cuneta. Llegó el médico. El anciano se ahogaba. La esposa no lo podia consentir. Repetia: "No tiene derecho a morir, ningún derecho a morir ahora, eso no me lo puede hacer..."
Lo hizo. Picasso fue fiel observador de su costumbre. No iban a esperar de él estas mujeres lo que él nunca estuvo dispuesto a conceder. La muerte era otra forma de negación, otra manifestación de rechazo. Otro castigo a los vivos. Además, ¿por qué se sorprendia nadie de sus propios pronósticos? "Cuando muera, mi hundimiento será como el de un gran barco que se traga a los que están alrededor", dijo. La profecia sólo se iba a cumplir en parte, ya que todos se hundieron a excepción del destructor e inmortal artista.