PERFIL
Plácido Domingo no se retira para no oxidarse
Asumió su papel lírico número 150 la semana pasada, con lo que duplica a cualquier otro cantante en la historia. Algunos críticos consideran que ha alargado demasiado su carrera, pero este artista amado en todo el mundo no detiene su marcha.
Por el ritmo demencial de trabajo al que se acostumbró hace décadas, que colegas como Maria Callas consideraban irresponsable, al cantante y director Plácido Domingo le preguntan con insistencia por qué nunca se toma un tiempo de descanso. Ahora que navega los 77 años de edad y no da señales de cansancio, la pregunta ha cambiado a ¿por qué no se retira? En su cuenta de Instagram Domingo responde con una frase: “Si descanso, me lleva el óxido”. Domingo, un español ciudadano del mundo, no se desgasta en lo que piensen los demás y sigue haciendo lo que siempre lo ha movido: cantar, dirigir, gestionar música.
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El jueves pasado, en Salzburgo, Domingo alcanzó un hito particular en el mundo de la ópera. Asumió su papel número 150, una cifra a la que nadie se acerca. Como menciona Joshua Barone en The New York Times, este artista los ha sobrepasado a todos y los mira de lejos: “El gran Enrico Caruso cantó unos 60 papeles, Maria Callas unos 50 y la soprano más notable de la actualidad, Reneé Fleming, 55”. Joseph Volpe, exgerente de la Metropolitan Opera de Nueva York, se suma al mito: “Si hay un gigante en esta industria, es Plácido, no tiene par”. Y las cifras soportan el bombo. En 60 años de vida profesional el tenor convertido en barítono completa casi 4.000 actuaciones en escena, 100 discos, películas, apariciones en programas de televisión como Los Simpsons y Plaza Sésamo (en dueto con Plácido Flamingo). Además de los tantos roles, suma 500 presentaciones como director de orquesta y cada vez más expande su actividad como gestor cultural.
Sus críticos –todo artista los tiene– usan para atacarlo una bella frase de la soprano sueca Birgit Nilsson, junto a quien Domingo debutó en el papel de Calaf en Turandot. Poco después de conocerlo Nilsson comentó: “Dios debía tener un espíritu excelente el día que creó a Plácido. Tiene todo lo necesario para hacer una de las carreras más grandes que se puedan ver: una voz increíblemente hermosa, una gran inteligencia y una musicalidad increíble, además de una gran capacidad para actuar, un gran corazón, y es un querido, muy querido colega. Es casi el lingüista perfecto, pero, ¡ay!, ¡todavía no ha aprendido a decir no en ningún idioma!”. Visionaria, Nilsson sabía que Plácido iba para largo.
En el arte todo es cuestión de perspectiva. En un ranking de BBC Music Magazine, que pidió a varios expertos escoger los mejores tenores de la historia, Domingo se llevó el honor principal para sorpresa de muchos. Michael Tanner, crítico de la revista británica The Spectator, argumentó su escogencia con algo de perspectiva histórica: “Desde los sesenta, el mundo de la ópera parece inconcebible sin Domingo, y el enorme tesoro de sus grabaciones dará testimonio de su grandeza a futuras generaciones”. La revista Opera World condujo su propia investigación hace tres años sobre los mejores tenores del siglo XX. En este, Domingo aparece en el puesto diez, justo después de Luciano Pavarotti, el hombre que los acompañó a él y a José Carreras en uno de los discos más vendedores de la historia de la música clásica, The Three Tenors.
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Sin preocuparse por rankings, Domingo se ha forjado como un estandarte de la constancia, un eterno enamorado de la música que en su larga carrera ha evitado conflictos, no se ha enamorado de la fama y se ha dedicado de lleno a sus pasiones. Por fortuna no le sucedió como a tantos niños que, por adoptar muy temprano el camino de la música, se decepcionan pronto. Nació en Madrid, y a los 8 años se fue con sus padres, ambos cantantes de zarzuela, a México. Siguiendo la vena familiar empezó a codearse con la música. Debutó temprano en una producción de sus padres y luego, adolescente, entró al Conservatorio Nacional de Música de Ciudad de México, donde se formó integralmente como músico, compositor y director. Debutó en 1959 en la piel de Rigoletto, de Verdi, y diez años después la fortuna lo llevó a hacer un reemplazo en la Met de Nueva York, donde dejó una huella que aún persiste.
La vida de Domingo, libre de escándalos, hace contrapeso a la de tantos músicos que cayeron presa del exceso y la fama. Hoy sigue sus rituales de siempre que incluyen dormir mucho, beber poco y premiarse de vez en cuando con algo de dulce, su debilidad. En su vida amorosa, Domingo también ha sido juicioso. A pesar de su voz y de una imponente presencia de gigante sensible, que con los años no se ha desvanecido y sigue atrayendo a miles de mujeres a los teatros, él se ha dedicado exclusivamente a su segunda, pero casi eterna, esposa. En 1957, de 16 años, se casó con la pianista mexicana Ana María Guerra, madre de su único hijo, pero se separó meses después. En 1962 se casó con la mujer que aún hoy lo acompaña, Marta Ornelas, una colega de conservatorio.
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Se dio a conocer en el mundo en 1959, cuando sorprendió en un reemplazo en la Met de Nueva York. En los años noventa, junto a José Carreras y Luciano Pavarotti conformó ‘Los tres tenores’, un supergrupo clásico. Sus 150 papeles líricos son un hito difícil de igualar.
De pequeño soñaba con ser futbolista, y si bien no lo cumplió, lo vive como fanático confeso de su adorado Real Madrid. Incluso grabó su himno ¡Hala Madrid! y le dio estatus global a su afición. Domingo compara al fútbol con la ópera: “El público se sienta a ver un espectáculo en el que se olvidan de todo, no necesitan ni hablarse y la pasión los lleva a pasarse las tres horas de una función de ópera o las dos horas de un partido de fútbol en una comunicación directa con el estadio o el escenario”, dijo en alguna ocasión.
Domingo no bromea cuando dice que trabaja para no oxidarse. El cantante ha sobrellevado situaciones de salud complicadas; en 2010 luchó y venció un cáncer de colon y hace un par de años superó una embolia pulmonar de la cual regresó como un verdadero titán: subió al escenario pocas semanas después de salir del hospital.
En 1958, pocos meses después de casarse, se separó de Ana María Guerra, la madre de su hijo Plácido Domingo Jr. En 1962 el imponente y apuesto tenor se casó con Marta Ornelas, quien aún lo acompaña.
Es consciente de los cambios que ha sufrido su voz, pero su público sigue llenando salas, pues sabe que está viendo a una leyenda viva que proviene de la época de Callas y Nilsson. En Salzburgo, cuando asumió su nuevo rol en Los pescadores de perlas de Bizet, generó comentarios dicientes. El crítico Luc Roger anotó que podía parecer risible, incluso catastrófico, que una persona de más de 70 años asumiera el rol de Zurga, un personaje que lucha con su amigo de 40 años por el amor de una dama de 30 años, pero que la figura rutilante del español revirtió esas expectativas: “Plácido Domingo tiene la autoridad, el carisma y la imponente presencia escénica para asumir a Zurga. Su voz se ha hecho más grave con los años, y si la pregunta del tenor-barítono es tema de conversación, el gran cantor impone por encima de eso la potencia y la energía de su compromiso”. Mientras le sea humanamente posible, jamás va a renunciar al mismo.