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¿Por qué Melania Trump siempre parece triste?
La primera dama de los Estados Unidos ha aumentado vertiginosamente su popularidad y supera con creces la de su criticado marido. Esta es la historia de la mujer inexpresiva que poco a poco se ha ganado el corazón de un país escéptico.
“Soy inmigrante”, declaró Melania Trump el 1 de noviembre del año pasado, durante un discurso que dio en el estado de Pennsylvania para apoyar la campaña de su esposo a la presidencia. “Nadie valora la libertad y las oportunidades de Estados Unidos tanto como yo”, agregó. Poco más de dos meses después, el 20 de enero de este año, la señora Trump llegó con su marido a Washington para su posesión como presidente.
Frente al Capitolio de Estados Unidos, Donald Trump juró defender la constitución de su país y cumplir sus funciones como jefe de Estado. El magnate neoyorquino realizó su juramento con su mano sobre un par de Biblias: una que le había regalado su madre en 1955 y otra sobre la que había jurado Abraham Lincoln 156 años antes. Su esposa, parada junto a su hijo Barron Trump, las sostenía. En ese momento, él se convertía en el Presidente número 45 de Estados Unidos y ella en Primera Dama.
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El país tenía, por segunda vez en su historia, una Primera Dama que no era estadounidense de nacimiento. La primera había sido la británica Louisa Adams, esposa de John Quincey Adams, quien ejerció el cargo entre 1825 y 1829. Como Adams, la señora Trump había llegado a Estados Unidos cuando ya era una adulta, a sus 25 años. Era 1995 y venía de Italia, donde trabajaba como modelo. Su tierra natal era, no obstante, Eslovenia.
Melanija Knavs, así se escribe su nombre en esloveno, nació en 1970 en Novo Mesto, una pequeña ciudad que parece una isla pues el río Krka la bordea casi totalmente. Para esa época, Eslovenia pertenecía a la antigua Yugoslavia. Melania Knauss –así se traduce su nombre al inglés– creció en la ciudad de Sevnica, bajo la dictadura del mariscal Tito. Allí vivió con sus padres, Viktor y Amalija Knavs, y hermana Ines. Su padre, Viktor, pertenecía al Partido Comunista.
Foto: Diana Kosar - AP
En la década de los 80, tras la muerte del mariscal Tito los conflictos étnicos, económicos y políticos se agudizaron en Yugoslavia, y, poco a poco, empezó a desintegrarse la república. Al tiempo, siendo una adolescente, la joven Melania soñaba con ser modelo. Sin embargo, para que sus aspiraciones pudieran tener alguna posibilidad fue necesaria la desintegración de Yugoslavia en 1991, lo que le dio la independencia a Eslovenia.
En 1992, la revista eslovena Jana, especial para mujeres, abrió el concurso del “Look del año”, en el que llamaba a las jóvenes del país a entrar en el mundo de la moda, las pasarelas y el modelaje, a ser parte de un mundo que hasta entonces se le había vetado a los eslovenos. El premio del concurso era entrar al modelaje europeo. La joven y soltera Melania Knauss ingresó al certamen, ganó y de forma gradual empezó a trabajar como modelo. Además, estudió un año de arquitectura y diseño en la Universidad de Ljubljana.
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Al principio trabajó en su país, en publicidad impresa y televisiva. Después, Paris y Viena, pero, sobre todo, Milán, aparecieron en su radar. Obtuvo más prestigio y se especializó en ser modelo para joyería. En medio de esa carrera en ascenso, en 1995 Knauss conoció a Paolo Zampolli, empresario italiano del modelaje. A través de él, con veinticinco años, la joven eslovena se fue a vivir a Estados Unidos en 1996.
Se instaló en Nueva York. Para hacerlo, el gobierno le dio una visa tipo H–1B, que le permitía trabajar como modelo. Esta clase de visa, de la que años más tarde su futuro esposo afirmaría que solo servía para reemplazar la mano de obra estadounidense por extranjera, se le daba a personas con habilidades y capacidades especiales o de alto nivel. El talento de la hoy Primera Dama le ha permitido ser portada de revistas como Vogue, Ocean Drive, Avenue y Harper’s Baazar, además de ser retratada por fotógrafos de la talla de Helmut Newton.
Con una carrera ya afianzada, en 1998 Paolo Zampolli invitó a la modelo Knauss a una fiesta en el Kit Kat Club de Nueva York. El evento era organizado por Donald Trump, entonces solo un magnate de los bienes raíces. Fue entonces cuando se conocieron. Unos meses después, empezaron a salir. En enero de 1999, el New York Times informó que Trump y Knauss se habían visto en un cine viendo la película Elizabeth, sobre la reina Isabel I de Inglaterra.
Foto: AP
Meses más tarde, en noviembre del mismo año, el mismo diario empezó a especular que, en caso de que Donald Trump se lanzara a la presidencia, la modelo podría ser su Primera Dama. Las elecciones de 2.000 fueron las primeras en las que el empresario se empezó a acercar a la idea de ser presidente. Como se sabe, no fue candidato oficial y en 2001 se posesionó George W. Bush. Pero ese mismo año, la ahora treintañera Melania Knauss obtuvo su residencia. Ahora ella era novia de Trump.
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Tres años después, en 2004, la pareja se comprometió en matrimonio. Se casaron en 2005, en una boda a la que asistieron, entre otros, Bill y Hillary Clinton. Un año después nació su único hijo, Barron, y la señora Trump se volvió ciudadana americana. Desde la boda, además, aumentó su actividad filantrópica y se vinculó a obras relacionadas con problemáticas de niños. En 2005, la Cruz Roja de Estados Unidos la nombró embajadora de buena voluntad, a lo cual ha contribuido por varios años. Y en 2010, Melania Trump se volvió empresaria y lanzó su propia línea de joyería.
Así siguió hasta mediados de 2015, cuando su esposo se anunció como precandidato del Partido Republicano para las elecciones presidenciales. Ella empezó a participar de la campaña, aunque de forma discreta y con pocas apariciones en público. Las declaraciones de su marido atraían la mayoría de atención, pues, entre otras cosas, proponían ideas como la de construir un muro entre México y Estados Unidos para evitar la inmigración ilegal. Además, dirigían mensajes denigrantes contra grupos como los latinos, los musulmanes, los refugiados o las mujeres.
Foto: AP
Entre esas pocas apariciones es memorable, sobre todo, la que hizo durante la convención republicana que oficializó la candidatura de su esposo. En esta ocasión, la señora Trump dio un discurso que más tarde fue señalado de ser un plagio de otro que había dado Michelle Obama. Fue también una rareza su aparición la semana antes de la elección, cuando se afirmó como inmigrante y agradeció a Estados Unidos las oportunidades que le brindó.
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En ambos discursos su voz se sintió extranjera, con un acento no nativo, pero, a la vez, con una gran comprensión del idioma del que se valía para hablar. Su voz está impregnada de muchas otras voces, pues Melania Trump es quizá la Primera Dama que más lenguas ha hablado: esloveno, francés, serbio, alemán e inglés.
Así, luego de jurar como Presidente, el esposo de Melania Trump se atrevió a decir junto a ella: “A partir de hoy, una nueva visión gobernará nuestra tierra. A partir de este día, solo será Estados Unidos primero, Estados Unidos primero”. Melania Trump escuchaba en silencio, junto a su hijo, desde la silla a la que había podido llegar antes de que esa nueva visión gobernara.
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Hace unos días, Google reveló que una de las principales búsquedas de los norteamericanos ha sido la pregunta ¿Por qué Melania Trump siempre está triste? Su rostro casi inamovible y la falta de euforia que ha tenido en momentos trascendentales como la posesión de su marido o el primer baile de la pareja presidencial generan una curiosidad casi mundial.
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Los primeros meses de su vida como primera dama, Melania no apareció en los actos oficiales. Y de hecho, los primeros meses no vivió ni siquiera en la Casa Blanca. La primera dama ha protagonizado momentos polémicos, muchos debido a las excentricidades de la familia Trump. Asistió con tacones a las inundaciones de Texas, desplegó una fastuosa decoración navideña y mantuvo la atención de la prensa amarillista con todos rumores sobre su pasado. Sin embargo, su silencio y su prudencia frente a los grandes temas de los Estados Unidos no han dejado que estos temas pasen más allá de los chismes. En diciembre una encuesta de Gallup reveló que Melania gusta en los norteamericanos pues tiene una popularidad casi del 60 por ciento, una cifra similar a la imágen desfavorable de su marido.
A pesar de que cambian las circunstancias, el rostro de Melania siempre registra igual de inexpresivo. Un completo reportaje fotográfico del portal de Huffington Post muestra que el rostro de Melania ha permanecido así durante los últimos 18 años. Muchos se preguntan por qué no sonríe la que en otras épocas se consideraría una de las mujeres más afortunadas del mundo.
*Escrito por Simón Villegas, estudiante de la Universidad del Rosario. Una versión de este artículo fue publicada en febrero de 2017.