Realeza
Príncipe Felipe: ¿Le fue infiel a la reina?
Mucho se habló sobre las constantes canas al aire del esposo de Isabel II con otras mujeres nobles. Pero tanto él, como sus amigos, siempre lo negaron.
El príncipe Felipe era un churro. Aunque a sus 99 años poco quedaba de ese hombre rubio, alto y ojiazul, en sus años mozos cautivaba la mirada de muchas mujeres por su atractivo. Pero el fijó sus ojos en solo una: Isabel II, la heredera al trono de Gran Bretaña, unos años más joven que él, y con quien se casó el 20 de noviembre de 1947.
Sus biógrafos lo han descrito como un hombre de trato rudo, imprudente aunque de buen humor, que libró batallas internas al comienzo de su matrimonio con su esposa. No era para menos, Para un varón como él, de la generación de entre guerras, educado en la disciplina militar, no fue fácil estar casado con la reina de Inglaterra y caminar tres pasos atrás de ella, vivir pendiente de los niños y no poder darles su apellido. Todo lo contrario a lo que se esperaba de los hombres de su generación.
En la serie The Crown son evidentes estas dificultades, que comienzan justo cuando la entonces princesa estaba en Kenia y recibió la noticia de la muerte de su padre, el rey Jorge VI. “Lo siento, no sabia que sería tan corto”, le dice Isabel, interpretada por Claire Foy a Philip, interpretado por Matt Smith. Hablaba del poco tiempo que habian tenido de ser una pareja casi normal y de lo que se venía cuesta arriba: que a él le tocaría tener un segundo lugar para darle prioridad a ella y a la corona. Por eso debía dejar de lado sus más profundas pasiones e intereses afectivos.
Una de las peleas más agrias de la pareja se dio en torno al apellido de sus hijos. La reina quería usar el Windsor de su familia y dejar de segundo el Mountbatten de él, que no es otra cosa que la traducción del alemán del apellido de Felipe, Battenberg. “Ni siquiera puedo darles mi nombre a mis hijos”, dijo Felipe en señal de protesta. Años después, ella accedió a que sus descendientes usaran la forma Mountbatten-Windsor cuando las necesidades modernas lo exigieran, ya que, por tradición, los miembros de la realeza no usan el apellido.
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En esa época la prensa del corazón británica no hablaba de otra cosa que de las constantes escapadas de Felipe a un club solo para hombres, donde eran invitadas “señoritas de dudosa ortografía”. Se habló de amantes y de sus nexos con Stephen Ward, pieza clave del affaire Profumo, el escándalo sexual que tumbó al Gobierno de Harold Macmillan. Aún hoy se rumora que tuvo al menos tres hijos ilegítimos.
Y es que su galantería le dio fama de seductor y, por cuenta de eso, acumuló rumores sobre sus continuas infidelidades a la reina. En la lista de las mujeres con las que se le relacionó figuran personalidades cercanas a la familia real como Penny Romsey, esposa de lord Brabourne. También está la princesa Alexandra de Kent, nda menos que una prima de Isabel, y Susan Barrantes, socialité y madre de Sarah Ferguson, su nuera y esposa de Andrés, el tercero de sus hijos. Por último está la actriz de teatro Pat Kirkwood.
Cuando Isabel y Felipe finalmente se reconciliaron dieron paso a lo que se conoce como “la segunda familia de la reina”. En 1960 nació el príncipe Andrés, duque de York; y en 1964, el príncipe Eduardo, conde de Wessex, quien probablemente heredará el ducado de Edimburgo. La pareja vivió años más calmados y en los que él le servía de complemento y compañía a ella: la hacia sentir bien cuando llegaba a una reunión o acto público pues nunca ha podido superar su timidez.
Al paso de las habladurías sobre sus aventuras, que implicaban a mujeres atractivas y de origen noble, pero que nunca fueron comprobadas, salieron siempre en su defensa sus confidentes. En alguna ocasión, el exvocero del palacio, Dickie Arbiter, dijo sobre Felipe que “siempre le habia gustado mirar escaparates, pero no comprar”.
El mismo príncipe, con su característico humor, respondió en 1992 al diario The Independent sobre los rumores de devaneos con otras mujeres al preguntar de vuelta al entrevistador si alguna vez se habia puesto a pensar que durante los últimos 40 años nunca había podido ir “a ningún lugar sin un policía que me acompañe. ¿Cómo diablos podría salirme con la mía con algo así?”. fue su respuesta. Y fin del asunto.
Sea como fuere, el matrimonio siempre funcionó. Aunque dormian en cuartos separados, la reina Isabel y él lograron tener algún tipo de acuerdo tácito que les funcionó a tal punto que él se fue conviertiendo en su roca. Y ella para el fue la persona por la que más lealtad sintió.