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PROSPERO VISTO POR SU HIJO

Antonio Morales, también escritor, hace un recuento de la vida y obra de su padre.

8 de octubre de 1990

El 1 de septiembre falleció en Bogotá el escritor Próspero Morales Pradilla, en su habitación, a escasos dos metros de una vieja máquina de escribir "Continental", el único aparato que soportó durante cincuenta años de escritura su desaforada velocidad de "chuzografo", las capas de nicotina de su anterior condición de fumador de Hidalgos y Pielroja, las decenas de cambios geográficos a los que la sometió y las diversas épocas y climas de su condición de narrador.
La máquina sobrevivió a las más absurdas decisiones, como aquella vez, por allá en los años sesenta, cuando en compañía de su colega y amigo Hemando Téllez, decidió suspender de por vida su oficio de hombre de letras, porque "si uno no era capaz de escribir como lo hicieron Wilde o Balzac, más valía dedicarse a otra cosa" .
La primitiva máquina de tipos casi barrocos, con una eñe hechiza, también sobrevivió a delirantes telenovelas cuando Morales, en la decada de los setenta, decidió meterle humor junto con Antonio Montaña a las trascendencias amatorias de la pantalla chica. Entonces apareció "La Perla", primer intento de nuestra televisión de auto mamarse gallo, que logró permanecer más de un año al aire. Sobrevivió también a la burocracia, a los trabajos del escritor para gremios de industriales, institutos del Estado, secretarías de información, oficinas de relaciones públicas y a los boleros de su vida en Cuba. Y a pesar de todos estos obstaculos y auto imposiciones, el escritor regresó a su máquina y reanudó en los úItimos años su trabajo del cual ha quedado una novela póstuma que sera editada próximamente. También quedaron "Los pecados de Inés de Hinojosa" y el libro de cuentos "El Ultimo Macho".
Próspero Morales nació en 1920 en la ciudad de Tunja. Era descendiente de una familia boyacense empecinada siempre en empresas desmedidas e imposibles. Su abuelo, Próspero Morales, le entregó sus fincas y sus miles de caballos a los ejércitos liberales en la Guerra de los Mil Días. Su padre, Agustín Morales Vargas, tuvo la infortunada idea de crear una empresa de transportes con buses entre Tunja y Bogotá. Los entonces maravillosos vehículos importados de Alemania, al cabo de pocos meses fueron soltando ejes y piñones por aquella carretera impracticable. Por ese tiempo Morales estudiaba en el colegio Boyaca donde, entre juegos, escribía a mano, dirigía, ilustraba, gerenciaba y distribuía un periódico llamado "El Literario", cuya edición era invariablemente comprada en su totalidad por su padre.
Terminado el colegio y habitando en Bogota, Morales convirtió aquellos juegos de infancia, en una actividad que también fue lúdica para él: el periodismo. Durante los años cuarenta trabajó en la redacción de los diarios El Tiempo y El Espectador. "Cargó ladrillos", fue cronista, columnista y editorialista. Se vinculó a la revista Estampa, trabajó para la emisora HJCK, sufrió la persecución conservadora durante la Violencia, soportó los tiempos de la censura de Rojas Pinilla, fue diplomático, aprendió a bailar en La Habana, y con el matrimonio con Lolita Riveira, barranquillera, afincó su condición de apasionado del Caribe, pasión que ahora se hace más notoria, con la aparición de su novela póstuma que sabe a sal de mar.
De esa primera época hacen parte varias obras: las novelas "Perucho" y "Más acá", el libro de cuentos "Cianuro y otras bebidas" y el libro de crónicas "La Colombia que yo conozco". Todas estas obras de algún modo implicaron frustraciones para el entonces joven escritor. Las editoriales en Colombia prácticamente no existían. Había que auto financiar las ediciones, cuyos ejemplares, debido a la mala distribución, se quedaban en las bodegas o desaparecían los fines de semana en las fiestas con los amigos.
Entonces Morales decidió partir. Se fue a vivir a Suiza donde trabajó en un organismo intemacional varios años. Se había convencido de dejar el ingrato oficio de escritor y de dedicarse a la vida, sin más espectativas que la de gozarla día tras día. A su regreso a Colombia empezaria una nueva etapa.
Su vocación literaria permanecía. Cada vez con mayor frecuencia se evadía de su oficina del centro de Bogota y se iba para el teatro Odeón (hoy Teatro Popular de Bogotá) donde junto con algunos actores y directores, hoy los más importantes del país, había fundado un grupo estable.
En los años sesenta, mientras se oían los Beatles, Morales no se desprendía de los clásicos (alguna vez en su juventud pretendió ser concertista de violín y terminó dando serenatas por los aleros de Bogotá) ni tampoco de Elvira Ríos, Agustín Lara, Toña la Negra y Bola de Nieve, los boleristas que siempre lo acompañaron. Morales se interesó entonces por el Teatro del Absurdo. Se dedicó a leer a Becket, Paul Foster. Pirandello... Esto lo condujo a escribir dramaturgia.
De esa época quedaron cinco obras de teatro, todas inéditas, representadas tan sólo a veces en su casa.
A principios de los ochenta, Morales no aguantó más. Era un escritor reprimido por sus propias dudas, postergado por decisiones extremas. Las letras se le estaban saliendo de las manos y una vez más la vieja "Continental" recibió la descarga continua de sus dedos huesudos. Desde entonces y durante diez años seguidos, Morales no dejó de escribir un solo día. Primero apareció en Plaza y Janés el libro de cuentos "El último macho" con numerosos cuentos suyos, uno de su padre Agustin y varios de su hijo Antonio. Se trataba de experimentar con autores de la misma familia, los cambios tematicos, idiomáticos, conceptuales, de tres generaciones de la vida colombiana.
A partir de 1983, Próspero Morales recuperó quizás la más grande pasión de su vida: Inés de Hinojosa. Siendo niño, en la Tunja conventual y paramuna de los años veinte, cada vez que cometía alguna pilatuna lo estigmatizaban diciéndole que se parecía a Inés de Hinojosa. En aquel niño fue formándose un extraño amor por aquella mestiza del siglo XVI que convulsionó con sus rigores de amante la Tunja colonial. Desde entonces Morales empezó a conocer la historia de "Inesita" como la llamaba, y se dedicó ya en la madurez de sus años 80, a investigar no sólo al personaje sino toda una época, la España colonial de Felipe II, el gran germen social de nuestro país criollo. Recurrió a todo para escribir "Los pecados de Inés de Hinojosa". A los cronistas de la Colonia, a los Archivos de Indias, a las historias sobre la ropa interior de la época, al castellano de entonces, a sus paseos por los campos de Tunja y Paipa tratando de recuperar el aroma de los temores y las alegrías de la infancia, el tono secular de Boyaca y la traza pecaminosa de Inés y Juanita. Y se sentó a escribir 600 largas páginas durante tres años, precisas históricamente, pero repletas de ficción, rigurosas pero generosas en imágenes poéticas, para terminar finalmente su obra hasta hoy más conocida, que en el fondo, para Morales, no fue más que un grato y prolongado ejercicio sobre la muy humana hipocresía.
De "Los pecados de Inés de Hinojosa" se vendieron muy rápidamente nueve ediciones en Colombia y la novela logró permanecer durante año y medio a la cabeza de los libros más vendidos en el país. Circula también la edición española de Plaza y Janés y muy pronto saldrán al mercado las traducciones al alemán, el ruso, el inglés y el húngaro. Jorge Alí Triana y RTI Televisión convirtieron la novela en una excelente serie, con una muy especial actuación de Amparo Grisales, de quien Morales diría que hubiera parecido que la novela fuera escrita por ella.
Hoy Próspero Morales descansa en paz. Pero le alcanzó la vida para transcurrir por ella plenamente y para dejarle a sus lectores y a la literatura colombiana su última y póstuma novela, en trance de ser publicada. En ella el autor recrea una vez más otra época de nuestra común historia latinoamericana, con la facilidad de su pluma, su alegría de caribeño adoptado, su humor y desde luego, con la grandeza de un continente donde hay muchas historias por contar y donde existen, o existieron como en el caso de Morales, hombres que conocen su oficio de escritor.

FRACMENTO DE LA OBRA POSTUMA

"No había brisa, ni siquiera el aliento de los amigos, sino un calor pegajoso que brotaba de las paredes negruzcas. Eran casi las seis de la tarde, pero el sol aún mortificaba a esas gentes sofocadas por la desgracia de vivir en un siglo de tinieblas, muy lejos de pretéritos maravillosos, cuando nacieron las religiones y los imperios, y sin posibilidad de llegar a un futuro que garantizara el sosiego del hombre. Estaban ahí, en la vida, como grandes rebaños de la historia, dispuestos a morir y ver morir, a obedecer lo mandatos de personas muy altas y muy crueles, a que la posteridad no supiera de su existencia".