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Los zapatos de O. J. Simpson
La estrella del fútbol americano está a punto de salir de la cárcel. Unos zapatos italianos Bruno Magli fueron la prueba definitiva de su culpabilidad. Lo increíble es que a pesar de que degolló a su esposa, nunca lo condenaron por eso.
Unos exclusivos zapatos italianos fueron la prueba clave para incriminar a O.J. Simpson por la muerte de su exesposa. El aclamado deportista recuperará su libertad en octubre, con lo que se pondrá fin a una historia judicial sin precedentes.
Orenthal James “O.J.” Simpson era un ejemplo de persona. Superó las dificultades económicas y la discriminación racial que vivían las comunidades afro de San Francisco para convertirse en una de las figuras más reconocidas de fútbol americano. Además, fue una brillante estrella de Hollywood y uno de los primeros atletas negros en triunfar en campañas publicitarias en Estados Unidos. Nadie podría imaginarse que el aclamado deportista fuera capaz de convertirse en un criminal después de haber conquistado el mundo.
La noche del domingo 12 de junio de 1994, O.J. Simpson degolló a su exesposa Nicole Brown y apuñaló más de 20 veces a Ronald J. Goldman, un mesero de 24 años que estaba con ella por accidente, para devolverle unos anteojos que había dejado en el restaurante unas horas antes. La escena del asesinato era aterradora: un camino de sangre conducía al cuerpo de Nicole, que estaba tendido en el suelo, boca abajo. Llevaba un vestido negro corto, y de sus rasgos lo único que se alcanzaba a distinguir era su pelo rubio. Un médico forense señaló en un reporte que la agresión fue tan brutal, que Nicole casi fue decapitada. El cuerpo de Ronald estaba unos pasos adelante, prácticamente descuartizado, en un baño de sangre.
Cerca de ese macabro charco rojo, a la entrada de la casa de Nicole, de 34 años, se encontraba la identidad del asesino. Se trataba de una huella perfectamente dibujada en sangre por la suela de un exclusivo zapato de la prestigiosa marca italiana Bruno Magli. Como en el cuento de La cenicienta, pero al revés: el dueño del zapato no era el príncipe sino el asesino. La huella tenía talla 12 gringa —la talla de O.J. Simpson—, y solo se vendieron 299 pares de ese calzado específico y de ese tamaño en todo Estados Unidos. A pesar de que había varias pruebas irrefutables de su culpabilidad, O.J. logró evadir la cárcel por estos homicidios. Sin embargo, terminaría tras las rejas por otros delitos.
Como Simpson sabía que era culpable, buscó refugio en la casa de su amigo y padrino de bodas, Robert Kardashian, quien lo persuadió de no pegarse un tiro. El abogado es el padre de la legendaria y escandalosa dinastía de las Kardashian. Al respecto, contó en su momento: “Él estaba sentado en el cuarto de mi hija con una pistola en la mano y unas fotografías de sus hijos y de Nicole. Súbitamente me dijo: ‘Me voy a suicidar en esta habitación’. Yo le dije: ‘No puedes, esta es la habitación de mi hija y no puedo dejarte hacerlo, porque entonces cada vez que entre veré tu cuerpo’”, recordó Kardashian, quien entró a formar parte del grupo de los abogados famosos que lo defenderían, los cuales lo salvaron de la cárcel. Una vez concluido el juicio, no volvió a hablar jamás con su gran amigo. Siempre cargó en su conciencia el hecho de haber dejado libre a un asesino. “O.J. ni siquiera quiso hablar con él cuando se estaba muriendo. No le quiso pasar al teléfono”, dijo su exesposa, Kris Jenner.
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Apenas habían pasado cinco días desde los asesinatos cuando O.J. Simpson salió de la casa de los Kardashian y protagonizó una cinematográfica persecución automovilística por las calles de Los Ángeles, que paralizó a Estados Unidos mientras se transmitía en vivo por televisión y alcanzaba una audiencia de 95 millones de personas. Su amigo Al Cowlings iba manejando el vehículo y fue quien contactó a la Policía: “Hola. Tengo a O.J. Simpson en la parte trasera del carro. Él todavía está vivo pero se está apuntando con una pistola en la cabeza”. Un par de horas después, el carro se detuvo en la mansión del deportista, donde este fue finalmente arrestado y señalado por homicidio.
Muchos recuerdan los sucesos de 1995. El juicio televisado de 134 días por el asesinato de Nicole Brown y Ronald Goldman es todavía hoy el juicio del siglo en Estados Unidos y un show mediático inolvidable. A pesar de la contundencia de las pruebas, el deportista fue hallado inocente. La defensa, conformada por Johnnie Cochran Jr., Robert Shapiro, F. Lee Bailey, Alan Dershowitz y el gran amigo de O.J. Robert Kardashian, usó la estrategia de acusar al Departamento de Policía de querer inculpar a Simpson por el color de su piel.
Mark Fuhrman, el detective encargado del caso que llegó a la escena del crimen a las 2:00 de la mañana, finalizaría siendo el principal responsable de que el asesino quedara en la calle. Él fue llamado varias veces al estrado para que testificara si había plantado un guante ensangrentado que él mismo encontró en la parte de atrás de la casa de Nicole. Los abogados de Simpson tenían como estrategia presentarlo como un policía racista ante un jurado negro. Le preguntaron bajo juramento si alguna vez en su vida había utilizado la palabra despectiva “nigger” para referirse a un afroamericano. Él dijo que no, pero a los pocos días apareció una cinta de una entrevista hecha por él en la cual mencionaba esa palabra, hoy prohibida, ni más ni menos que 36 veces.
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Este argumento de discriminación racial le permitió al grupo de abogados neutralizar múltiples pruebas que dejaban claro, sin la menor duda, que el homicida era Simpson. Tenía una profunda herida en la mano que nunca supo explicar. La Policía encontró además su guante izquierdo de cuero para jugar golf empapado de sangre, además de la huella de zapato de su talla en la escena del crimen. En la casa del futbolista también fueron hallados el guante de golf compañero de la mano derecha, igualmente bañado en sangre, y unas medias con la sangre de Nicole. Toda esa evidencia, sumada a los antecedentes de maltratos físicos propiciados por el jugador a su expareja, parecía suficiente para condenarlo a una vida en prisión, o incluso a la pena de muerte. Pero no fue así.
Tres cosas lograron la libertad de O.J. Simpson durante el juicio de 1995: el debate racial, el guante de golf y el hecho de que nunca le encontraron los zapatos correspondientes a la huella del charco de sangre. Una de las escenas icónicas del juicio fue ver al atleta forcejeando para que el guante le entrara en las manos, que tenía hinchadas porque le habían suspendido un antiinflamatorio. “Si el guante no le queda bien, ustedes tienen que absolverlo”, le decía la defensa al jurado.
La prueba reina, entonces, serían los zapatos Bruno Magli. La Fiscalía llamó a Sam Poser, quien asesoraba a celebridades famosas y millonarias en sus compras de calzado. Él atendía a O.J. Simpson con frecuencia y recordó haberle mostrado los zapatos que aparecieron en la escena del crimen: “Yo no quería venderle los Bruno Magli porque no eran ideales para el clima de Buffalo, en donde me comentó que estaría trabajando, pero él quería ese tipo de look”. Los costosos zapatos, sin embargo, jamás aparecieron y, como a mediados de los años noventa muchos almacenes todavía no tenían software de lectura de código de barras, al final Poser no supo si el atleta los había comprado o no.
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Como el rastro de la sangre de Nicole y Goldman no solo llegó hasta la camioneta Bronco blanca de Simpson sino también hasta su propia casa —estaba en su alfombra y en sus medias—, parecía imposible que pudiera ser encontrado inocente. Por eso, el mundo entero se sorprendió cuando el jurado, de mayoría negra, así lo decidió. La familia Goldman se rehusó a aceptar un veredicto que significaba impunidad por la muerte de su hijo. Así que decidió demandar civilmente al deportista. La demanda civil, a diferencia de la penal, no tiene consecuencias carcelarias sino económicas.
El tema de los zapatos volvió a estar sobre el tapete. Cuando le preguntaron otra vez bajo juramento si poseía unos zapatos marca Bruno Magli, Simpson contestó: “Si hubiera sabido que esa marca hacía zapatos como los que están involucrados en este caso, jamás los habría comprado. Me parecen espantosos y horribles”. Y fue en ese momento cuando llegó la bomba que cambiaría para siempre el curso del juicio y la vida de Simpson. La Fiscalía había encontrado una serie de fotografías tomadas nueve meses antes del asesinato en las que el deportista tenía puestos los Bruno Magli. Simpson, muy desconcertado y titubeando, se atrevió a negar que esos zapatos fueran suyos. Era algo como insinuar que era un fotomontaje: “No. Esos no son mis zapatos… ¿podemos tomar un receso?”.
Ninguna explicación suya sirvió. La teoría del montaje era absurda, y que los zapatos coincidieran milimétricamente con los de la escena del crimen definió el juicio. En este segundo juicio, a puerta cerrada y sin la atención mediática que tuvo el primero, O.J. Simpson fue declarado culpable de asesinato múltiple. Por este delito tuvo que pagar 33,5 millones de dólares a los familiares de las víctimas, pero quedó en libertad.
Tendrían que pasar 13 años para que el asesino finalmente quedara tras las rejas. Paradójicamente, fue por otros delitos. Un amigo de Simpson se había cobrado por la derecha una deuda que tenía con él y le cogió sus trofeos y varios objetos relacionados con sus días de gloria en el fútbol americano. Eso incluía condecoraciones, esculturas, medallas, balones y camisetas que se habían valorizado mucho después del juicio del siglo. Simpson sintió que se las habían robado y, borracho, con cuatro amigos, se fue a recuperarlas a la brava a la suite del hotel donde las guardaba el “ladrón”. Como este se encontraba ahí, hubo un altercado y uno de los amigos sacó un revólver y le dijo que se quedara quieto mientras recuperaban los objetos. Esto quedó filmando en las cámaras del hotel y, ante la denuncia del hombre atacado, el deportista fue condenado en 2008 a 33 años de prisión por robo a mano armada y secuestro en Las Vegas.
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La condena era absurda. Todos los juristas coincidían en que por un altercado entre amigos borrachos, el castigo debería haber sido, por mucho, de 18 meses de cárcel. Pero como el jurado era consciente de que O.J. había degollado a su exesposa y clavado 20 puñaladas a un mesero inocente, le cobraron la pena máxima de todos los delitos que pudieron inventar. Esto incluía secuestro por cuenta de que, mientras le apuntaban el arma, le dijeron que no se moviera hasta que sacaran los trofeos. Después de nueve años de prisión, la justicia le acaba de otorgar la libertad condicional y en el próximo mes de octubre volverá a su casa. “He venido a decir que llevo nueve años en prisión sin poner excusas. He cumplido mi sentencia y solo quiero volver con mi familia (…) No creo que ningún preso haya representado a esta prisión mejor que yo?. O.J. Simpson planea vivir en Florida con su familia. Ahora que tiene 70 años, seguramente no volverá a cometer ninguna locura, pues tiene claro que, aunque pasó casi una década en la sombra, pudo haber recibido cadena perpetua o pena de muerte.
*Este artículo fue publicado originalmente en Revista Soho. Semana lo reproduce con su amable autorización.