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Quién es Alexéi Navalni, el enemigo público de Putin a quien el Kremlin trató de envenenar
Alexéi Navalni es reconocido como el enemigo público número uno del presidente ruso. Un documental producido por HBO y CNN cuenta la historia del ascenso de este líder y de cómo el Kremlin trató de envenenarlo.
¿Envenenamiento? Qué diablos, es un disparate. Es mejor que me maten, la sola idea de envenenarme con un arma química es estúpida”, solía decir Alexéi Navalni, cuando empezó a convertirse en la piedra en el zapato del presidente ruso, Vladímir Putin. Dada su fama, afirmaba Navalni, para el mandatario habría sido problemático llevar a cabo un crimen tan macabro.
Pero ese día de 2021, en Alemania, antes de regresar a Rusia y después de recuperarse en un hospital de los efectos de un químico conocido como novichok, que casi lo mata, el cinematógrafo canadiense Daniel Roher le dijo: “Hombre, sí estabas equivocado”. “Sí, muy equivocado”, respondió Navalni. “Pero por eso mismo fue inteligente, porque nadie la creería. ¿Veneno? ¿En serio?”.
Esta entrevista forma parte del documental Navalni, producido por HBO y CNN, y dirigido por Roher. Fue estrenado en plataformas de streaming esta semana, y, tal como sucedió en su presentación oficial, en los teatros ha sido recibido por la crítica como una de esas historias en las que la realidad supera la ficción. En la pieza, de una hora y media, hay la misma tensión que en un drama de espías hecho en Hollywood o en un libro de Le Carré. Ni más ni menos.
Al comienzo del documental, el director cubre el ascenso de Navalni como líder de la oposición rusa para rápidamente pasar a lo que le interesa: el intento de envenenamiento por parte del Kremlin, y cómo el líder, con ayuda de miembros de su organización, logró encontrar a quienes habían perpetrado ese ataque. “No habrían podido hacerlo sin el visto bueno de Putin”, señaló el ruso, que hoy se encuentra en una prisión de máxima seguridad en las afueras de Moscú.
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Aunque esta denuncia palidece frente a todos los crímenes de guerra que se le endilgan a Putin en Ucrania, la historia de Navalni podría afectar aún más la imagen del presidente. Es tal vez el único que ha logrado despertar temor en el mandatario ruso, un personaje reconocido por su frialdad y audacia. De hecho, como lo dice la revista Time, Putin no le teme al cerco cada vez más estrecho de la Otan, sino a este hombre y a todo lo que él representa.
Navalni simboliza el cambio, el paso hacia la democracia, la vida en libertad. Con su atractivo y grandes ojos azules, que le han granjeado el apodo de “el Paul Newman ruso”, ganó tracción en Rusia desde hace más de diez años, cuando estableció la fundación anticorrupción para explotar lo que él consideraba era el gran poder de Putin y, al mismo tiempo, su mayor debilidad: la insaciable avaricia de los oligarcas que lo rodean.
Desmantelar ese tinglado y hacer el cambio hacia una democracia son los pilares de la lucha de Navalni. La Rusia sin Putin es la razón de su activismo. La fundación se hizo famosa por exponer la riqueza exuberante de estas élites. Con informes basados en registros bancarios y documentos contables, así como imágenes de drones de villas italianas y fotos publicadas en las redes sociales mientras estos billonarios hacían alarde de un yate o de un costosísimo reloj, Navalni ha ido desvelando una verdad que muchos desconocían en su país.
En retaliación, en 2012 el Kremlin trató de encarcelarlo por malversación de fondos, lo que le dio a la Policía un pretexto para registrar su apartamento, su oficina e incluso el taller en las afueras de Moscú donde sus padres fabricaban canastos. Luego lo acusaron junto con su hermano de robo en dos compañías, pero su sentencia de cuatro años fue reversada, pues, según algunos, tenerlo en la cárcel haría crecer su fama de mártir, tal como sucedió con Nelson Mandela en Sudáfrica.
Fue en 2016 cuando las cosas pasaron de castaño oscuro ante su decisión de enlistarse en la contienda electoral para la presidencia y como contendor de Putin. Pese a que el consejo electoral de ese país consideró que su participación en los comicios era ilegal, Navalni hizo campaña por toda Rusia, sus activistas hicieron demostraciones anticorrupción y difundieron sus anhelos democráticos en Moscú. En agosto de 2020, en uno de los viajes de Navalni a Siberia sucedió lo que todos temían.
De repente, en pleno vuelo, el líder se sintió muy mal de salud, a tal punto que el piloto tuvo que cambiar la ruta para aterrizar de emergencia en Omsk, donde recibió ayuda médica. En un comienzo, ni los médicos ni la policía dejaban que nadie entrara a verlo. En esa estancia en Omsk, los galenos descartaron envenenamiento y adujeron que se trataba de una enfermedad causada por un desbalance metabólico. Pero cuando le otorgaron el permiso de salir del país ante las presiones de su esposa, Yulia, el hospital alemán donde lo atendieron confirmó rastros del agente químico novichok, producido por los rusos a pesar de una prohibición legal internacional.
No es para menos. Novichok es un agente nervioso altamente tóxico que ralentiza el corazón, paraliza los músculos que se usan para respirar y, si la dosis es lo suficientemente alta, puede provocar la muerte por asfixia. Curiosamente, con el tiempo sale del cuerpo, por lo cual no deja ninguna evidencia. Fue usado en Londres en 2018 para envenenar a Serguéi Skripal, un doble agente ruso, y a su hija, Yulia.
En el caso de Navalni la recuperación fue lenta, pero una vez en pie instó a sus colaboradores más próximos para encontrar quién estaba detrás del intento de asesinato. Uno de sus allegados es Christo Grozev, un periodista investigativo, creador de bellingcat.com, quien usó los rastros disponibles que dejan los celulares para encontrar la identidad de los responsables. Al cruzar las referencias de entradas de pasaportes, textos, itinerarios de viaje y registros telefónicos, el reportero y detective logró reducir la lista de presuntos implicados a cuatro.
Lo que sucedió enseguida fue uno de los momentos más emocionantes y graciosos del documental. Grozev, Navalni y una mujer llamada María Pevchikh llamaron a estos personajes. “Hola, hablas con Alexéi Navalni. ¿Por qué querías matarme?”, le preguntó el líder a uno. Dos de ellos le colgaron, pero el tercero, un químico y miembro del equipo que lo siguió hasta Siberia, se comió el cuento de que Navalni era un alto mando ruso que requería información precisa para un informe.
Él respondió cada pregunta de Navalni. Dijo que habían puesto el químico en sus calzoncillos para que llegara a la piel y luego al torrente sanguíneo. Aunque colocaron una dosis extra, Navalni no murió debido a que el avión hizo la parada de emergencia. Todo quedó grabado, y días más tarde, al mismo tiempo que transcurría una rueda de prensa de Putin para hablar del tema del envenenamiento, los audios fueron revelados. Mientras tanto, Putin negó cualquier vínculo con el caso Navalni.
“¿Quién lo necesita?”, dijo entre risas, y cerró el tema afirmando que, si su país lo hubiese envenenado, “probablemente habríamos hecho bien el trabajo”.Después de este golpe mediático, Navalni supo que era hora de regresar a su país. Lo decidió a sabiendas de que sería arrestado en cuanto pisara suelo ruso. Su lógica dictaba que si se quedaba en el extranjero estaría muy lejos de Putin, y así rápidamente sería ignorado y olvidado. Pero encarcelado en Moscú se convertiría en el símbolo de la libertad que muchos querían en Rusia.
Y así fue. A su regreso, lo apresaron, pero Navalni tenía otro golpe preparado. Coincidiendo con su llegada, publicó un gran informe sobre el palacio de Putin en el mar Negro, que más parece una ciudad que una casa, con cancha de hockey, helipuerto y un muelle para navíos.
Generó tal indignación que hubo protestas en la calle y el coro de “Putin ladrón” se dejó oír por todas partes. Navalni fue sentenciado a 20 años de prisión. Putin podría estar en el poder todo ese tiempo y más, gracias a los cambios que hizo en la Constitución. Que Navalni logre ser testigo de una Rusia sin Putin está por verse. Pero ya se convirtió en el terror más grande del presidente ruso.