EMPRESARIO

Exigente, impaciente y fanático de las matemáticas: así es el creador de Netflix

Reed Hastings cambió para siempre el mundo del cine y la televisión cuando creó Netflix. Un libro cuenta cómo lo hizo.

12 de septiembre de 2020
Con su forma particular de liderar, Hastings logró revolucionar la industria del entretenimiento. Hoy, Netflix está avaluada en 187.000 millones de dólares y tiene 193 millones de suscriptores en 190 países del mundo. La pandemia la ha fortalecido.

A comienzos del año 2000, Reed Hastings y su socio, Marc Randolph, llegaron a la sede de Blockbuster dispuestos a presentar la oferta de su vida. Tenían, desde hacía dos años, una pequeña empresa llamada Netflix, que funcionaba con una página web en la que la gente pedía películas en DVD, enviadas a la casa por correo postal. Pero las cosas no iban muy bien y el año anterior habían perdido 57 millones de dólares.

Hastings, sin embargo, estaba seguro de que su idea revolucionaría la industria y quería venderle la empresa al gigante del alquiler de películas para que la integrara como su plataforma web.

John Antioco, el CEO de Blockbuster, los escuchó con atención, pero, una vez le plantearon el precio (50 millones de dólares), se negó amablemente. Hastings, decepcionado, pensó que su sueño estaba a punto de terminar. No obstante, en 20 años las cosas cambiaron del cielo a la tierra.

Hoy, Netflix, convertida en un servicio de streaming, cuenta con 193 millones de suscriptores en 190 países, produce sus propias series y películas, premiadas en los Emmy y en los Óscar, y ha obligado a empresas como Disney o Warner a reinventarse. Blockbuster, por el contrario, está quebrada y solo tiene una tienda.

A todo eso se le sumó este año la pandemia del coronavirus, que fortaleció la posición de Netflix y debilitó a los grandes estudios y a las salas de cine tradicionales. Todavía es muy pronto para decirlo, pero lo más probable es que, cuando toda esta situación termine, Hollywood haya cambiado para siempre, con la plataforma de streaming a la cabeza.

Esa transformación les debe mucho a las circunstancias y al avance de la tecnología, aunque no hubiera sido posible sin Hastings, un tipo poco visible y de bajo perfil, que ha logrado irrumpir en una industria acostumbrada a las celebridades y a lo llamativo. Le falta el glamour que hasta ahora tenían los empresarios y casi todas las personas involucradas en el mundo del espectáculo. Sin embargo, ha logrado llegar hasta lo más alto con su visión, su constancia y su forma particular de liderar, que le ha ganado un apodo poco sutil: el Animal.

En unos días, de hecho, saldrá en Colombia su libro Aquí no hay reglas: Netflix y la cultura de la reinvención, que escribió con la autora Erin Meyer. Allí deja ver un poco de su personalidad enigmática y cuenta cómo funciona la empresa. Además, habla de la cultura interna laboral, tan exigente que algunos observadores externos califican a la plataforma como uno de los lugares más difíciles para trabajar. Algo que contrasta con el hecho de que la mayoría de los empleados (y exempleados) se sienten satisfechos.

Hastings, hijo de una mujer de la alta sociedad de Boston y de un abogado que trabajó para el Gobierno de Richard Nixon, creció alejado de las pretensiones. Su mamá, a pesar de pertenecer al mundo de los cocteles y de las reuniones sociales, los evitaba y les enseñó a sus hijos a rehuir de las apariencias y a vivir con un bajo perfil.

Un consejo que él sigue al pie de la letra. Incluso hoy, por ejemplo, dice que fue “un niño bastante promedio sin ningún talento en particular”, aunque varias personas lo recuerdan como un ‘nerdo de las matemáticas’. Cuando creció, se entrenó por un tiempo con los Marines y luego, a comienzos de los años ochenta, se unió a los Peace Corps. Allí lo enviaron como voluntario a Suazilandia, África, donde les enseñó matemáticas a los niños.

Luego de obtener una maestría en ciencias de la computación en la Universidad de Stanford, fundó su primera empresa: Pure Software, con la que les ofrecía soluciones a las compañías. Esta creció rápidamente y terminó fusionada con Atria, otra firma del sector, y luego la adquirió Rational Software. Hastings renunció luego de esos movimientos y un año después, en 1998, fundó Netflix con Randolph.

Hastings fundó Netflix en 1998. Al comienzo, alquilaba DVD por internet a cambio de una tarifa mensual. Solo desde 2007 ofreció el servicio de streaming.

Él afirma (aunque existen varias versiones) que se le ocurrió la idea porque en la tienda de alquiler de videos le cobraron 40 dólares por demorarse en devolver un casete de Apolo 13. Ese mismo día, cuando se dirigía a hacer ejercicio, se dio cuenta de que el sistema de los gimnasios era mucho mejor: el cliente no pagaba cada vez que quería entrenar, sino que daba una mensualidad y podía asistir todas las veces que quisiera. Así que, obsesionado con la idea de reinventar el alquiler de películas, montó su propio negocio: con solo pagar una mensualidad, la gente podía pedir los VHS o DVD que quisiera durante el mes. Además, no tenían que desplazarse hasta una tienda física porque lo podían hacer online.

La empresa tardó en cuajar. Dos años después, cuando fueron a ofrecerla a Blockbuster,
contaban con 100 empleados y solo 300 suscriptores, un número bastante limitado. Aun así, el tiempo estaba de su parte. En 2007, cuando el negocio del alquiler de DVD ya iba viento en popa, decidieron trasmitir las películas y series por un servicio de streaming. Ya existían lugares que lo hacían de forma pirata, pero ellos fueron los primeros en cobrar una suscripción por acceder al contenido legalmente.

Ese punto de quiebre los catapultó a la fama. El segundo llegó cuando estrenaron House of Cards, una de las primeras series producidas por ellos mismos, que se convirtió en un éxito mundial. Y el tercero es la actual diversidad de producciones que ofrece la plataforma, que vienen de España, América Latina, Japón o Europa. Para Hastings ese es el futuro de la industria: no un pequeño grupo de talentos concentrados en Hollywood, sino la posibilidad de ver producciones de alta calidad provenientes de cualquier parte del mundo.

La clave para evolucionar con la tecnología en esa forma tan natural se encuentra en la cultura empresarial. Hastings ha logrado que sus empleados siempre piensen en mejorar y en reinventarse. De hecho, muchos dicen que el ambiente de trabajo es difícil, porque una de sus máximas, explicada con mucho detalle en el libro, es “solo contratar personas excepcionales y no tener miedo de despedir a nadie”. En su empresa, él trabaja con los mejores de los mejores y, si en algún momento siente que alguien ya no es lo suficientemente bueno, lo echa sin remordimientos. Así, por ejemplo, salió Randolph, su socio principal y cofundador.

Combina eso con salarios muy altos (si quiere a los mejores, tiene que pagarles bien) y también con mucha exigencia, en un ambiente abierto a las críticas y a la retroalimentación directa. En efecto, cualquier empleado está obligado a decirle a otro, incluso a los jefes, lo que cree que está haciendo mal.

La competitividad interna, sin embargo, va de la mano con mucha flexibilidad laboral: las vacaciones, por ejemplo, son ilimitadas, y los empleados, casi todos millennials o centennials, pueden irse de paseo cuando quieran, siempre y cuando garanticen que cumplirán sus obligaciones y responsabilidades. Hastings, además, se comporta como uno más del grupo: come en la cafetería con los empleados y está abierto a recibir críticas y evaluaciones estrictas.

Su método puede provocar críticas, pero no hay duda de que es muy efectivo. Netflix, con él al mando, ha logrado lo imposible: destronar a Hollywood.