ESPIONAJE

Los secretos de Edward Snowden

En 2013 filtró varios documentos clasificados de la CIA y la NSA que revelaban cómo el gobierno de Estados Unidos accedía ilegalmente a los datos y a las conversaciones privadas de millones de personas de todo el mundo. Ahora, desde el exilio, publica su autobiografía 'Vigilancia permanente'.

21 de septiembre de 2019
Snowden entró a la CIA a los 22 años a pesar de que no tenía título universitario y de que había obtenido sus conocimientos informáticos por sí mismo. | Foto: Editorial planeta

Cada noche, durante varios meses, Edward Snowden fingía trabajar horas extras. Pero en realidad el analista de inteligencia en la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA) copiaba documentos confidenciales de los servidores de la entidad a una memoria SD, que luego escondía en un cubo Rubik.

Una tarea arriesgada: estaba en una de las instituciones más seguras del planeta, encargada de vigilar a criminales y terroristas. Si lo descubrían, podía pasar el resto de su vida en una cárcel.

Sin embargo, quería asumir ese riesgo. Luego de siete años de trabajar en centrales de inteligencia, había descubierto que el Gobierno de Estados Unidos tenía acceso casi ilimitado a los datos y a las comunicaciones privadas de millones de personas en el mundo. Él mismo había visto cómo recolectaban la información de llamadas telefónicas, e-mails, conversaciones de Facebook y hasta videos o audios grabados sin autorización por computadores o celulares.

Indignado, y luego de pensarlo por mucho tiempo, decidió tomar varios documentos que demostraban esos abusos de agencias como el NSA y la CIA para filtrarlos a periodistas del planeta. Pero primero tenía que sacarlos de la entidad.

Nada sencillo, teniendo en cuenta que trabajaba en El Túnel, una antigua base secreta de la Segunda Guerra Mundial ubicada en Hawái, que la NSA había adaptado como una de sus sedes. Una dependencia llena de cámaras, detectores de metales y reglas estrictas, como la de entrar sin smartphones.

Decidió entrar al Ejército por el impacto que le provocaron los atentados del 11 de septiembre. Sentía que debía servir a su país, que enfrentaba una amenaza terrorista.

De ahí surgió la idea del cubo Rubik. La memoria SD cabía perfectamente en el hueco que quedaba al levantar uno de los cuadros de colores del dispositivo, así que él simplemente la escondía ahí, la tapaba y luego salía por la puerta. Como los guardias sabían de su afición por armar los cubos, nunca se molestaban por revisarlos. Así, poco a poco logró sacar los documentos que en junio de 2013 le dieron la vuelta al mundo.

Snowden trabajó en la NSA desde 2009 hasta 2013 y de allí extrajo la información que filtró a los medios. El Gobierno estadounidense demandó a las editoriales de su nuevo libro.

La anécdota aparece en Vigilancia permanente, la autobiografía que Snowden escribió en Rusia –donde vive desde hace seis años–, publicada en Colombia por la editorial Planeta. En el texto hace un recuento de su vida y de las razones que lo llevaron a convertirse primero en un hacker espía y luego en un soplón.

Allí queda claro que desde pequeño Snowden se interesó en la tecnología. Inicialmente por los videojuegos, que conoció gracias a su papá en Elizabeth City, una ciudad costera de Carolina del Norte donde vivió hasta los 9 años. Y después por el computador y el internet, que empezó a usar cuando estaba más grande y vivían en Crofton, Maryland.

Le encantó tanto ese mundo de libertad, colaboración e información sin límite que pronto se convirtió en lo que llaman un geek: un amante de la tecnología, poco sociable y entregado totalmente a los computadores. Fue cuestión de tiempo para que se volviera hacker.

El internet, que antes lo había maravillado, ahora lo asustaba, lo asqueaba y lo hacía sentir vulnerable.

Sin embargo, y debido al impacto que provocaron en él los atentados del 11 de septiembre, decidió entrar al Ejército. Sentía que su país enfrentaba una amenaza terrorista y que debía ayudar a erradicarla. Pero su aventura de recluta no duró más de un año, pues lo licenciaron debido a que se rompió las piernas durante un entrenamiento.

Convencido de que aun así tenía que servir a su país, decidió aprovechar sus habilidades en las centrales de inteligencia.

Luego de trabajar un tiempo como guardia nocturno en una universidad, y de pasar el examen que hacía el Gobierno para otorgar permisos de inteligencia, consiguió trabajo como contratista en la CIA. Primero estuvo en la escuela de especialistas en tecnología de la institución y luego se fue a Ginebra, Suiza, donde trabajó con detectives de campo. Lo suyo, sin embargo, era manejar datos informáticos y mantener la seguridad de la red interna.

En 2009 empezó a trabajar para la NSA mediante empresas privadas que lo subcontrataban. Allí lo mandaron a Japón, en 2009, con la misión de entrenar a oficiales y militares nipones para defenderse contra los hackers chinos. Además, desarrolló un sistema de copias de seguridad que permitía guardar la información de la agencia en un solo lugar, como respaldo en caso de una catástrofe.

Las filtraciones de Snowden sacudieron al mundo en junio de 2013. Los medios más importantes revelaron, de forma exhaustiva, los excesos informáticos del Gobierno estadounidense.

En ese país, y gracias a los permisos que obtuvo como informático, empezó a enterarse de la verdad: la agencia rompía la ley, o al menos la estiraba lo posible para vigilar a millones de ciudadanos en sus casas y en sus comunicaciones más privadas.

Eso se volvió una certeza cuando lo mandaron en 2012 a Hawái, donde descubrió la escala de lo que llamó “vigilancia masiva”. El internet, que antes lo había maravillado, ahora lo asustaba y lo hacía sentir vulnerable.

Le tomó un tiempo pasar de esas dudas personales a decidir filtrar información confidencial de la agencia. Pero finalmente decidió arriesgarse y dejó un trabajo estable, un buen sueldo, una casa en Hawái y a su novia de toda la vida por un futuro incierto.

Con los datos en sus manos, y luego de contactar a unos pocos periodistas que había investigado en secreto, viajó a Hong Kong y les entregó la información. Cuando The Guardian, el Washington Post y otros medios publicaron los documentos, el mundo quedó horrorizado.

No contento con eso, Snowden decidió revelar su identidad y explicar por qué había decidido hacerlo. Si bien muchos lo consideraron un héroe, otros lo vieron como un criminal, y el Gobierno de Estados Unidos lo pidió en extradición. Finalmente, y después de un periplo con el que pretendía llegar a Ecuador para solicitar asilo, terminó exiliado en Rusia, donde vive hoy.

Probablemente allá seguirá hasta su muerte, ya que en su país muchos lo consideran un traidor. El Gobierno incluso demandó a las editoriales de su nuevo libro por romper los protocolos de confidencialidad. Él, sin embargo, está convencido de que hizo lo correcto: “Antes trabajaba para el Gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo. Y tardé casi 30 años en reconocer que había una diferencia”