Poder
Rosario Murillo: ¿Una bruja en el palacio presidencial de Nicaragua?
Así fue cómo una niña bien de Managua, educada en Suiza, pariente del héroe nacional Sandino, se convirtió en la poderosa primera dama y vicepresidenta de Nicaragua, con fama de hechicera y satánica.
La fascinación de los dictadores por las artes ocultas no es nada nuevo. De Perón a Fidel Castro, de Trujillo a Chávez, casi todos creían ciegamente en santeros, quirománticos y espiritistas. El caso de Rosario Murillo es diferente, pues si las murmuraciones son ciertas, la bruja es ella.
Toda esa profusión de anillos, collares y pulseras de lapislázuli, turquesa y otras gemas con que se reviste de pies a cabeza son sus amuletos contra la mala suerte y garantía para alcanzar los sueños. Lleva hasta cinco sortijas en cada dedo, o el antebrazo forrado por un brazalete de plata grabada con la mano de Fátima, signo de protección entre judíos y musulmanes.
Su madre, Zoilamérica Zambrana Sandino, provenía de Niquinohomo, cuna de los espiritistas y hechiceros más célebres de Nicaragua. Según el periodista Anuar Hassan, segundo esposo de Rosario, Zambrana leía las manos, consultaba la ouija y decía que se comunicaba con el espíritu de su pariente Augusto César Sandino, el héroe nacional.
Hoy, Rosario asegura que su hijo Juan Carlos es la reencarnación de este último.
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A Hassan lo conoció cuando entró a trabajar como periodista en el histórico diario La Prensa. Su amiga de entonces, Esmeralda Cardenal, contó que al futuro guerrillero le gustó mucho y corrió a comprarle a una bruja un perfume para conquistarlo. Se casaron a los pocos meses.
De su madre, Rosario recibió una baraja española con la que se inició como vidente. Su propia hija, Zoilamérica Narváez Murillo, le confirmó al programa Nicaragua investiga la extraña vida de su madre: “Cuando una persona intenta estar tan alejada de la realidad como lo está ella, tiene que recurrir a creencias que la hagan salir de este mundo de alguna manera”.
Zoilamérica Narváez es la primogénita de Rosario, quien la tuvo a los 15 años, tras ser obligada a casarse con su padre, Jorge Narváez Parajón, muerto cuando ella y su hermano, Rafael, eran muy pequeños. En 1998, la joven denunció a su padrastro Daniel Ortega por violación. Rosario, increíblemente, no salió en defensa de su hija, sino que la calificó de loca, mentirosa y la persiguió hasta llevarla al exilio.
La frialdad con que sacrificó a su hija por el poder, coinciden los cronistas, marcó un punto de quiebre para Rosario. Después de ser un miembro opaco del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), comenzó el maratónico ascenso que hoy la tiene convertida en la mujer más poderosa del régimen socialista de Nicaragua.
“No se mueve una hoja sin que ella lo sepa”, es el comentario general. Maneja la agenda del Ejecutivo, los ministros, los alcaldes y el tribunal electoral a la par con el presidente, y sus hijos controlan los medios de comunicación.
El camino para llegar hasta aquí comenzó cuando Daniel y Rosario estaban exiliados en Costa Rica por ser miembros del FSLN. Él tenía por pareja a la guerrillera Leticia Herrera, pero quedó prendado de su futura esposa y no se propuso otra cosa que conquistarla. Al saber que estaba muy entregada a su noviazgo con otro camarada, Quincho Ibarra, lo mandó lejos. A su regreso, Ibarra se encontró con que ella lo había dejado por Ortega, uno de los líderes del movimiento.
En 1979, cuando el FSLN derrocó al dictador Anastasio Somoza, volvieron al país, formalizaron su relación y comenzaron a trabajar en el nuevo Gobierno socialista, hasta que él se alzó con la presidencia en 1985.
Si Ortega la llama “la eternamente leal”, es porque, en efecto, ella lo ha acompañado en los triunfos, pero también en los reveses de su carrera, como la derrota en las elecciones de 1990. Se cree que fue la arquitecta de su regreso al poder, en 2007, y, luego de casi tres lustros de autoritarismo, ahora está reclamando esa deuda con cada vez más poder en sus manos. En especial desde 2016, cuando su esposo la convirtió en su vicepresidenta.
“Vamos con toda”, habrían sido sus instrucciones ante la insurrección de 2018, la cual Murillo tomó como una afrenta personal, contaron algunos medios. Las Fuerzas Armadas le dispararon al pueblo, dejando decenas de muertos, en tanto que Ortega estaba desaparecido, posiblemente recuperándose de una operación en Cuba.
Por estos días en que la dictadura detuvo arbitrariamente a varios candidatos a la presidencia, periodistas y opositores, el nombre de la primera dama volvió a sonar como determinadora de la brutal represión, en uno de los países más atrasados de la región. Todo por asegurarse una nueva reelección y prolongar el autoritarismo. De hecho, los Ortega ya son comparados con los esposos Ceausescu, de Rumania.
Rosario Murillo Zambrana nació en 1951 en Managua. Era la favorita del acaudalado algodonero Teódulo Murillo, que gastó mucho más en ella que en sus otras hermanas, al mandarla a Suiza a aprender modales e idiomas, para ser la típica esposa burguesa. Pero allí se vio más atraída por el movimiento hippie y cuando regresó la comidilla fue lo cambiada que estaba, con sus raros peinados y atuendos psicodélicos.
En 1972, perdió a su hijo Anuar Joaquín Hassan en el horrendo terremoto de ese año. Los biógrafos aseveran que para ella fue duro, ya que su madre le había prohibido amamantar a sus hijos, porque su leche era mala y podría transmitirles la desventura. A los pocos meses, doña Zoilamérica falleció en un accidente. Todas esas tragedias volcaron cada vez más a Murillo al misticismo y se hizo seguidora de Sai Baba, el gurú indio con millones de adeptos, entre ellos Nicolás Maduro, pero también sospechoso de ser abusador de niños.
Rosario, también poetisa, ha implementado su propio mensaje político, atravesado por la devoción cristiana, el fanatismo, el budismo y el esoterismo, que vende como su evangelio. “Es una manipulación que se hace de la religión para humillar y dominar a la gente”, le dijo a El País de Madrid el obispo Silvio Báez, crítico de los Ortega.
Pero ella es tan hábil que también tiene amigos en la Iglesia, a pesar de que esta reprueba las artes ocultas. Se echó al bolsillo a un viejo detractor, el obispo Miguel Obando, e hizo que la casara con Ortega (vivían en unión libre), lo que subió su aceptación entre una población tan católica.
Una de las grandes lecciones que captó de Sai Baba es la efectividad de las piedras para colmar la ambición, y Rosario tiene mucha. Hoy está más recubierta de abalorios que nunca, pues sabe que ella y Ortega necesitarán ayuda extra en las elecciones de noviembre.
Más detestados que nunca, su popularidad está en 20 por ciento y la fantasía popular habla de posesiones demoniacas en el palacio presidencial, porque, en aras de perpetuar la supremacía en el sufrido país centroamericano, Rosario habría sido capaz de traspasar la línea entre la brujería y el satanismo.