Cine
Spencer, la película que muestra a la princesa Diana al límite de sus emociones
Spencer, la más reciente película sobre la princesa de Gales, refleja la encrucijada que vivió en diciembre de 1991, atrapada por el asedio de la prensa y de una familia real cruel y anacrónica.
Lady Di murió en un trágico accidente en París el 30 de agosto de 1997. El mundo ha vivido sin ella casi por 30 años, pero siendo Diana el personaje que fue difícilmente ha pasado un día en que no sea recordada. Se podría decir que más tinta ha corrido en estos años de su muerte que cuando estaba viva. Y prueba de ello no solo son los numerosos libros y artículos de los tabloides, sino también las películas realizadas sobre ella.
La más reciente fue The Crown, la exitosa serie de Netflix sobre el reinado de Isabel II, producción que dedicó una temporada a su vida y planea otra para relatar su muerte. No se puede dejar atrás la película Diana, interpretada por Naomi Watts, que revive los dos últimos años de su vida cuando sostiene una relación con el médico pakistaní Hasnat Khan, de quien se enamoró perdidamente tras su divorcio del príncipe Carlos.
Pero la más reciente biopic de la princesa es Spencer, en la cual Diana es interpretada por la actriz Kristen Stewart (The Twilight Saga), dirigida por el chileno Pablo Larraín (Jackie) y con el guion de Steven Knight (Locke).
Haciendo una advertencia de que se trata de una fábula basada en una tragedia real, la cinta comienza con una escena en que la princesa se dirige en su auto hacia Sandringham, el castillo donde los miembros de la familia real suelen pasar sus festividades navideñas.
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La trama se basa en esa estadía de 1991, en la que Diana, harta de las infidelidades de su marido, el príncipe heredero, se rebela contra una institución que vive bajo reglas arcaicas. Pero, más que un recuento de sucesos, el filme busca hacer un trabajo en el que, tal vez, los otros fallaron: mostrar más la historia de Diana en emociones.
El guion cuenta con metáforas sobre la libertad cuando Diana ve caballos salvajes que necesitan ser liberados o cuando se encuentra con un faisán hermoso descrito como un pájaro apto solo para la caza. Otra escena muy comentada es la del fantasma de Ana Bolena, decapitada por Enrique VIII por tener un amante, por su paralelismo con la vida de Diana.
En las entrevistas de promoción de la cinta, que se estrenó el 5 de noviembre en las salas de cine del mundo, la propia Stewart ha dicho que para estudiar al personaje leyó cientos de documentos sobre el protocolo que Diana debía seguir, así como el asedio de que fue objeto por los periodistas y el público en general. Y ella, que sabe lo que es la fama y que ha sido tema de escrutinio público en el pasado, señala que observar lo que vivió Diana fue perturbador.
De hecho, un paralelismo especial entre las dos es que ambas fueron criticadas públicamente por sus aventuras con hombres casados. En 2012, Stewart fue fotografiada besando al director Rupert Sanders, casado y mucho mayor que ella. Cuando esto sucedió, la prensa enloqueció y la puso contra el paredón, algo muy difícil de afrontar para Stewart. De esa época, la actriz afirmó hace un tiempo que “había sido absurdo criticarla por ello”. Pero en el caso de Diana el acoso fue mucho más implacable.
No solo la prensa la escrutaba; también su equipo de colaboradores, el mismo que supuestamente la debía proteger. “Hacían cosas como analizar las hebras de pelo en su almohada, buscando rastro de otro color para ver si había pasado la noche sola o no. Luego hablaban de esos detalles con otros miembros del palacio, como si fuera algo que les incumbiera”, dijo Stewart a la revista Vanity Fair.
“Quédate muy quieta y sonríe mucho”, fue un consejo de los llamados “hombres grises” dirigido a Diana, mientras que Charles, su marido, le hablaba de las expectativas del público sobre el papel de los miembros de la familia real: “No quieren que seamos personas”.
La prensa británica, que cuenta con un Ph. D. en Diana como nadie, ha criticado la película por no ser muy ceñida a los hechos. Por ejemplo, perfila al príncipe Carlos como un padre cruel que regaña a William por no querer participar en las actividades públicas, y a los 9 años lo critica por no saber usar la escopeta. Los expertos en realeza dicen que eso no es cierto, pues el niño desde muy pequeño comenzó a disparar con entusiasmo y fue un tirador acertado desde el principio.
En otra ocasión, en medio de un juego de mesa en el que hay que responder la verdad, ella le preguntó a su hijo mayor si quería ser rey. El niño le contestó que no. Acto seguido, Harry habría metido la cucharada para decir que el sí haría el trabajo.
Dicen que es fábula, porque resulta paradójico que hoy esos papeles sean inversos: William, dedicado a su papel de futuro monarca, y Harry, junto con Meghan, viviendo su vida lejos de la familia en Los Ángeles. Pero, como se dijo antes, la idea de Larraín va mucho más allá de contar hechos. Según el crítico Hau Chu de The Washington Post, Stewart se introduce a profundidad en el papel de una mujer torturada, aislada y confinada. Casi se podría decir que la responsabilidad de la película recae sobre su actuación.
Kristen, que ha interpretado papeles similares en el sentido de estar atrapada, como el que protagonizó en Personal Shopper, sale bien librada “no solo al replicar el sentimiento de los ojos expresivos de Diana, sino todo su físico, manerismos y hasta dando sus pasos de ballet”, pasión a la que Diana acudía para calmar su atribulada alma. Su relación ambigua con la comida, que la llevó a episodios de bulimia, está presente en la cinta.
Los Windsor, exceptuando a sus dos hijos, están personificados de manera macabra, mientras Stewart interpreta a una Diana al límite, propensa a deambular a altas horas de la noche por los pasillos del lúgubre castillo y demandante. Incluso en una escena le grita a una criada que la deje sola porque quiere masturbarse.
Para Stewart el legado de Diana son sus hijos, que han tomado decisiones diferentes, “pero al menos se les ha permitido tomar decisiones y cometer errores”, dice. Diana, en cambio, nunca tuvo espacio para equivocaciones.