CRIMEN
La historia de Ted Bundy: el sangriento asesino en serie que aterrorizó a Estados Unidos
Tres décadas después de morir ejecutado en la silla eléctrica, uno de los asesinos en serie más crueles de la historia vuelve a las primeras planas por un documental de Netflix y una película argumental.
Casi todos los que conocieron a Theodore Bundy lo describen como alguien amable, simpático, divertido e incapaz de hacer algo malo. Las mujeres, incluso, dicen que era bien plantado, y sus amigos, o las personas que en algún momento fueron cercanas a él, cuentan que se adaptaba fácilmente, que le encantaba la política y que quería ser un gran abogado.
Pero detrás de esa fachada se escondía uno de los asesinos en serie más crueles de la historia. Un hombre capaz de secuestrar, violar y matar a mujeres jóvenes e indefensas, y, aun así, seguir con su vida como si nada hubiera pasado. Un monstruo responsable de, por lo menos, 36 asesinatos entre 1974 y 1978, aunque los investigadores creen que la cifra real es mucho más alta. Un psicópata que, acorralado por las pruebas, negaba lo evidente y, a punta de carisma, lograba convencer a los más ingenuos.
Cuando murió, condenado a pena de muerte en la silla eléctrica, era una de esas figuras temidas y odiadas que terminan convertidas en un ícono cultural
Lo cierto es que toda su vida Ted Bundy tuvo una mezcla de repulsión y magnetismo. Al mismo tiempo que los estadounidenses seguían en detalle los juicios en los que lo acusaban de crímenes atroces, mujeres del mundo entero le escribían cartas de amor e incluso una de sus amigas le aceptó una propuesta de matrimonio. Por eso, cuando murió en 1989, condenado a pena de muerte en la silla eléctrica, era una de esas figuras temidas y odiadas que terminan convertidas en un ícono cultural.
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Su figura vuelve al primer plano 30 años después de su muerte por una serie documental y una película argumental sobre su vida, ambas dirigidas por Joe Berlinger. La primera, Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy, disponible en Netflix, cuenta su historia en cuatro capítulos, por medio del testimonio que el propio asesino les dio a los periodistas Stephen Michaud y Hugh Aynesworth cuando estaba en el pabellón de la muerte. La segunda, que aún no tiene fecha de estreno en Colombia, se titula en inglés Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, y la protagonizará Zac Efron.
Foto: Montaje Semana / Una película, protagonizada por Zac Efron, y una serie documental de Netflix han hecho que las nuevas generaciones se interesen en su historia
Ambas producciones han vuelto a despertar el interés por su historia, y hoy abundan los análisis sobre qué lo pudo convertir en uno de los personajes más sangrientos de la historia.
Bundy nunca se quejó de una infancia difícil. En sus entrevistas siempre recuerda sus primeros años con cariño, dice que fue un joven atlético, feliz y el primero de su clase. Pero las investigaciones posteriores demuestran que no era así. Su mamá, que nunca quiso quedar embarazada, lo tuvo en 1946 en un refugio para madres solteras, y al comienzo quería dejarlo en ese lugar. Sam Cowell, el abuelo del muchacho, la convenció de llevarlo a la casa.
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Allí siempre le dijeron que sus abuelos eran sus verdaderos padres y que su madre era su hermana mayor. Pero descubrió el engaño en algún momento de su infancia, cuando encontró su certificado de nacimiento. Ese shock le marcó para siempre su vida porque nunca pudo confirmar quién era realmente su padre.
Siempre le dijeron que sus abuelos eran sus verdaderos padres y que su madre era su hermana mayor. Pero descubrió el engaño en algún momento de su infancia.
Luego asistió a la Universidad de Washington para estudiar chino. Allá conoció a Diane Edwards, su primera novia. Una chica de clase social más alta, a la que encantó con su habilidad para conversar. Al mismo tiempo, se interesó en la política –siempre en el lado conservador– y empezó a participar en campañas del Partido Republicano. Soñaba con estudiar leyes y convertirse en abogado, pero los malos resultados en el examen de admisión lo frustraron.
Aunque los expertos no se ponen de acuerdo en la fecha de su primer asesinato, las autoridades comenzaron a seguir el caso a comienzos de 1974. El 1 de febrero de ese año desapareció Lynda Ann Healy, una estudiante universitaria de 22 años, en Seattle. En marzo, a solo 95 kilómetros, también se esfumó Donna Gail Manson, de 19, cuando caminaba entre su residencia y un concierto de jazz. Un mes después le tocó el turno a Susan Elaine Rancourt, de 18. En solo seis meses, y ante el estupor de los residentes de la zona, ya habían desaparecido seis mujeres jóvenes, universitarias y atractivas, en el estado de Washington.
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En esa época nadie sospechaba de Bundy. Él llevaba una vida tranquila e incluso tenía una relación muy seria con Elizabeth Kloepfer. Pero las cosas comenzaron a aclararse cuando, en pleno día, secuestró a dos mujeres en el lago Sammamish, un lugar muy popular. Varios testigos cuentan que un hombre con el brazo fracturado se acercó a las víctimas y les pidió ayuda para empacar unas maletas en su carro. Le hicieron un retrato hablado y coincidieron en que se había presentado como Ted.
Bundy mostró sus mejores dotes de psicópata: se mostraba carismático con la prensa y aseguraba con una sonrisa angelical que todo se trataba de un malentendido.
Asustado, se trasladó a Salt Lake City para estudiar leyes en la Universidad de Utah. Y pronto allí comenzaron a presentarse casos similares: mujeres jóvenes que desaparecían sin dejar rastro. Pero esta vez encontraron los cadáveres amarrados con nailon y con signos de golpes, violaciones y estrangulamiento. Ese mismo año sucedieron otros casos en Colorado.
Los primeros indicios que apuntaban a Bundy aparecieron por su novia, Kloepfer, quien llamó a la policía para reportar comportamientos extraños. Pero la policía lo arrestó en agosto de 1975 gracias a una coincidencia. A un agente de tránsito le pareció sospechoso un Volkswagen marrón que andaba con las luces apagadas en plena noche, y cuando le hizo señas para detenerlo, el carro aceleró. Se trataba de Bundy. Los policías revisaron el automóvil: encontraron nailon, esposas, pasamontañas y pedazos de tela. No tardaron en relacionarlo con las desapariciones.
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Cuando una mujer que había logrado sobrevivir lo reconoció, lo llevaron a juicio por secuestro. Allí, Bundy mostró sus mejores dotes de psicópata: se mostraba carismático con la prensa, aseguraba con una sonrisa angelical que todo se trataba de un malentendido y llegó a gritarle a la sobreviviente que era una mentirosa. El juez lo halló culpable de secuestro y lo condenó a 15 años de prisión.
Para esa época ya era una figura reconocida en el país, y la gente siguió el caso como si fuera un reality de televisión.
Luego, lo acusaron de los asesinatos de Colorado. En 1976, y con la excusa de que necesitaba preparar su defensa para ese nuevo caso, un juez lo autorizó a estudiar libros de leyes en la biblioteca de la corte. Bundy se escapó por una ventana y seis días después lo atraparon. Pero, desesperado por el encierro, volvió a escapar, esta vez por un hueco en el techo de su celda por el que salió a la zona común y se camufló.
Viajó a Florida, donde asesinó a dos mujeres y dejó malheridas a otras más en la fraternidad Chi Omega, su crimen más conocido. A mediados de 1978, luego de rondar la zona por un año, lo atraparon en Pensacola, gracias a las placas de su carro.
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Enfrentó un nuevo juicio por los crímenes de la fraternidad y esta vez decidió ser su propio abogado. Para esa época ya era una figura reconocida en el país, y la gente siguió el caso como si fuera un reality de televisión. Finalmente, lo condenaron a la pena capital. Pero solo pudieron llevarlo a la silla eléctrica en 1989, pues cuando ya se vio perdido, comenzó a confesar crímenes gota a gota con el fin de alargar el proceso.
En las pocas entrevistas que dejó casi no se refiere a sus asesinatos. Pero en las cintas que muestra el documental de Netflix, negaba haber cometido crímenes tan atroces y hablaba del supuesto culpable en tercera persona. Sus palabras suenan aterradoras: “Tal vez, cada asesinato dejaba más hambrienta a esta persona, más insatisfecha, pero también con la convicción irracional de que la próxima vez que matara se sentiría completo, o la próxima vez, o la próxima vez, o la próxima vez...”.