CRÓNICA

Una despedida a Diana Turbay

La familia de la periodista Diana Turbay Quintero visitó por primera vez el lugar donde su secuestro terminó en tragedia.

2 de agosto de 2014
Diana Turbay Quintero tenía 40 años cuando murió en un confuso operativo de la Policía, el 25 de enero de 1991. Hoy tendría 64, u Una de las tareas pendientes de María Carolina Hoyos Turbay, viceministra de TIC, era visitar el lugar donde su mamá pasó sus últimas horas. Hoy tiene 41 años, uno más que Diana cuando la asesinaron.

"Me mataron”, gritó Diana Turbay Quintero. Ocurrió el 25 de enero de 1991, mientras subía una loma interminable, cercada por las ráfagas de ametralladora de sus guardianes y de los helicópteros de la Policía. Sintió un corrientazo en la espalda y le pidió al camarógrafo Richard Becerra, su compañero de cautiverio, que la examinara. Entonces confirmó sus palabras: una bala le había fracturado la columna vertebral al nivel de la cintura. Era una herida mortal de la que jamás se habría recuperado. Pocas horas después la periodista, secuestrada el 30 de agosto del año anterior, murió en el Hospital General de Medellín. Diana esperó cinco meses a que algo sucediera y, cuando por fin ocurrió, fue demasiado rápido.

A punto de cumplirse 24 años del plagio, la familia todavía no se acostumbra a su ausencia. No hubo tiempo para despedidas y por eso María Carolina Hoyos Turbay, la hija mayor, hoy viceministra de TIC, decidió ir por primera vez al lugar donde su mamá pasó los últimos momentos. Aprovechó una visita de trabajo al municipio de Copacabana, a media hora de Medellín, para tratar de reencontrarse con ella, de imaginar sus pasos y caminar sobre las piedras con las que seguramente tropezó en su huida.

El lugar, en la vereda Sabaneta, está a unos 15 minutos de Copacabana. La carretera es estrecha, empinada y, aunque muy pocos tramos están sin pavimentar, es mejor subirla en camioneta. De fondo se ve el Valle de Aburrá, enclavado en las montañas de la cordillera Central. Al llegar al sitio de la tragedia, María Carolina se detiene a mirar el espectáculo verde y tomar algunas fotos con su celular. Es un trozo de tierra, sí, pero uno lleno de significado. “¿Dónde está la casa en la que tenían a mi mamá?”, les pregunta a los colaboradores que la acompañan. A su lado también está su tía María Victoria Turbay, el soporte de su abuela, doña Nydia Quintero, durante el secuestro.

La casa ya no existe: la maleza la devoró. Apenas es posible adivinar, por los relatos de algunos vecinos de la región, dónde cayó Diana. Graciela Echeverri, una de las habitantes de la vereda que presenció la confusa operación de rescate, hace de guía. “Yo estaba en mi finca cuando oí los tiros y el ruido de los helicópteros que llegaban de todas partes. Entonces la ley nos dijo que nos encerráramos”, recuerda. Después de recorrer un sendero de piedras a pocos metros de la carretera principal, la mujer señala el filo que Diana y Richard tuvieron que trepar. El lugar coincide con la descripción que Gabriel García Márquez hizo en Noticia de un secuestro: “La pendiente era muy pronunciada, y el sol ardiente caía a plomo desde el centro del cielo”.

“¿Pero dónde quedaba la casa?”, insiste María Carolina. La abundante vegetación, sin embargo, no deja ver la zona exacta. “A ese monte ya no entra nadie –sentencia Graciela–. Después del operativo le echaron candela a todo”. De regreso, la familia se toma unos minutos a solas para orar a la sombra de una mata de plátanos. Allí Diana vivió sus últimos instantes. Según narra García Márquez en su libro, como ella no podía moverse, le alcanzó a decir a Richard que la dejara ahí, que siguiera, pero él permaneció a su lado rezando. Tan pronto cesó el tiroteo, agentes del Cuerpo Elite los encontraron y, con ayuda de algunos campesinos, subieron a la periodista a un helicóptero. “Yo le pregunté a un policía qué había pasado y solo me dijo: ‘Ponga la radio’”, añade Graciela.

Al subir la trocha de vuelta a la carretera, María Carolina cuenta que en medio del afán y los gritos de los captores que le ordenaban a su mamá y a Richard que corrieran monte arriba, a Diana se le cayeron los zapatos. “Cuando la vi en el hospital, ya muerta, me fijé en sus pies, porque los teníamos muy parecidos, y estaban completamente cortados –dice y se detiene unos segundos–. Pobre mi mamá. Su agonía fue muy lenta”. Hoy María Carolina tiene 41 años, uno más que Diana cuando la asesinaron, y su medio hermano, Miguel Uribe, 28. Ambos heredaron la vocación política –Miguel se convirtió en el concejal más joven de Bogotá en 2012–, pero de los dos, solo María Carolina sacó la vena periodística.

 

Un final doloroso

Siempre que se conmemora un aniversario de esta historia, el nombre de Diana aparece en la prensa seguido de los mismos adjetivos: valiente, sagaz, solidaria, comprometida. Directora del noticiero Criptón y de la revista Hoy x Hoy, su papá, el expresidente Julio César Turbay, solía decir que su hija vivió de manera tan intensa porque en el fondo presentía que el tiempo no le iba a alcanzar. Esa pasión la llevó a la montaña donde terminó su vida. Diana tenía un sexto sentido para reconocer las mentiras y por eso todavía nadie entiende cómo aceptó la ‘invitación’ a entrevistar al cura Manuel Pérez, el máximo comandante del ELN, aunque nada confirmaba que fuera auténtica. Preocupada por el acontecer nacional, creía que su visita podía abrir la puerta a un diálogo de paz, tal como lo había hecho con el M-19.

Diana partió con un equipo de cinco personas del noticiero, el 30 de agosto de 1990: la editora Azucena Liévano, el redactor Juan Vitta, los camarógrafos Richard Becerra y Orlando Acevedo, y el periodista alemán Hero Buss. Recorrieron el primer tramo en una vieja van; luego los dividieron en dos camionetas y al final llegaron a lomo de mula al casco rural de Copacabana. Empezaron a sospechar que algo iba mal desde que vieron Medellín a lo lejos, una zona que no controlaba el ELN. Poco después los supuestos guerrilleros se los confirmaron: estaban en manos de los Extraditables. Pablo Escobar, sin embargo, solo lo oficializó ante la opinión pública dos meses después.

Los narcotraficantes perpetraron varios secuestros durante el gobierno de César Gaviria para presionarlo contra la extradición, y dos tuvieron desenlaces fatales: los de Diana y Marina Montoya, hermana del secretario general de la Presidencia, Germán Montoya. Doña Nydia Quintero supo que habían asesinado a su hija cuando el jefe de escoltas de su exmarido, el expresidente Turbay, llegó hasta su finca en Tabio a avisarle que la habían rescatado. En ese momento Diana aún estaba viva, pero su mamá presintió lo peor. Desde el principio doña Nydia dejó en claro que un operativo era muy peligroso, pues los compañeros de Diana, liberados entre noviembre y diciembre, le contaron que ante la más mínima señal de “la ley”, los guardianes tenían órdenes de matar a los rehenes.

Doña Nydia hizo lo imposible para que eso no sucediera. En sus oraciones le pedía a la Virgen que rodeara a Diana con un manto de luz, con una campana de cristal que la protegiera día y noche. Agotó todas las instancias y llegó incluso a hablar con la madre de Escobar, Hermilda Gaviria, una mujer que más parecía un témpano de hielo. Pero nada evitó el rescate del 25 de enero, a plena mañana. La versión inicial era que el Cuerpo Elite de la Policía creía que Escobar se encontraba en la zona y, sin proponérselo, los agentes se toparon con los secuestrados. Más adelante se habló de un sicario torturado que les reveló a las autoridades la finca donde mantenían escondidos a Diana y Richard. Todo ello comprueba que en realidad se trató de un operativo extraño del que ni siquiera se enteró el presidente. La Procuraduría, tras investigar los hechos, ordenó destituir al comandante responsable y a otros oficiales.

Recordar esa trama sigue siendo doloroso para la familia. “Estar aquí es muy duro. Estoy sacando fuerzas no sé de dónde”, admite María Carolina al final del recorrido. Se despide mientras toma una imagen más con su celular. Antes de regresar al aeropuerto de Rionegro rumbo a Bogotá, visita una escuela de la vereda para inaugurar un aula inteligente, como parte del Plan Vive Digital que busca conectar con internet a todo el país. El encuentro con los niños parece reafirmar el legado que le dejó su mamá. “Me duele imaginar cómo fueron sus días y noches (…) Pero hoy le doy gracias a Dios de permitirme convertir mi dolor en amor. Hoy corroboré que una de las cosas que más me ha liberado ha sido el perdón”, escribió en su cuenta de Facebook horas después. Además del 30 de agosto y del 25 de enero, en su memoria y la de su familia ya quedó grabada otra fecha: el 25 de julio de 2014, el día en que viajaron a decir adiós.