LEYENDA

Woody Allen, interminable a sus 80

El director cumple años, y a pesar de las críticas a su última etapa sigue filmando a su ritmo. Su acción ininterrumpida lo convierte en el gran bastión de la libertad creativa.

28 de noviembre de 2015
| Foto: A.F.P.

El humor de Charlie Chaplin, las respuestas sagaces de Groucho Marx y el ritmo y la maestría cinematográfica de Ingmar Bergman lo forjaron. Y desde los años sesenta, él se hizo un lugar al lado de estos referentes obligados de narradores y comediantes porque, como ellos, encarna el estilo propio. Se trata de Woody Allen, quien cumple 80 años y no ha parado de hacer lo que le gusta: unas películas que oscilan entre la genialidad y la normalidad, pero que nunca dejan al espectador indiferente.

Allen, quien cumple el primero de diciembre, es un artesano. Parte de la idea, pasa por su vieja máquina de escribir –nunca ha usado el computador– y luego completa la faena con el rodaje. Alimenta sus narraciones con los escenarios que escoge, las manías que expone, las preguntas mundanas que dispara, las búsquedas carnales y espirituales que relata y los diálogos ágiles y francos con los que comunica. Desnuda en su arte un mundo de apariencias y vanidades y confiesa cándidamente verse atraído por estas. Así se conecta con lo mundano de sus espectadores, que de todas formas se quejan, malcriados, por tan avasalladora trayectoria.

Pero su ritmo de trabajo (lleva 45 años filmando casi una película anual) ha dado pie a que sus críticos le acusen de repetirse. Ha realizado unas 20 películas sobre hombres mayores en relaciones con mujeres jóvenes, y otras tantas sobre la influencia de la suerte, por lo que Allen ha empujado los límites de su creatividad. En tantas películas ha practicado todos los géneros y ha dejado muchas más memorias perdurables que desazones. Desde Nueva York, su escenario favorito, presente en varios de sus clásicos como Annie Hall (1977) y Manhattan (1979), Allen ha creado lo que le ha dado la gana. Y cuando se unieron varios factores en su contra en Estados Unidos se fue a trabajar a Europa. Ha filmado en ciudades como Londres, París, Roma y Barcelona en un paso que, en palabras de su biógrafo Eric Lax, lo llevó de “metropolitano a cosmopolita”.

Mantiene el total control creativo de su obra porque es un ‘autor’ y porque es una apuesta rentable para los estudios. Metódico y pedagogo, en una de su frases más conocidas afirma que su éxito solo se debe en 20 por ciento a su talento y el resto a ‘llegar a trabajar’. Sin duda, en su caso la brillantez se suma a décadas de intensa dedicación, y en la música, su principal desfogue personal, también lo demuestra. Su entrega al clarinete lo ha llevado a ser un excelente intérprete, y quienes pagan 185 dólares por verlo con su banda de jazz en Nueva York, todos los lunes en el Carlyle Café, aseguran que la gran experiencia fue haber tenido la oportunidad de escucharlo.

Para ser eterno


Allan Stewart Königsberg desde los 16 años de edad se gana la vida escribiendo frenéticamente y en esa época ya ganaba mucho más que sus padres. Su humor negro lo alineó en la vanguardia. La cadena NBC lo contrató en 1958 para escribir guiones, y mientras tanto les hacía los apuntes simpáticos a varios columnistas leídos en todo el país. Esa constancia lo llevó a consagrarse muy pronto. Tomó entonces la decisión de proyectarse por su cuenta, cambió su nombre a Woody Allen, se puso sus gafas inspirado en un comediante que admiraba y diseñó su ‘persona’ de ahí en adelante.

Su faceta de showman se gestó también en su juventud, pero no como actor. Según anota uno de sus biógrafos, Natalio Grueso en su completo recuento de la vida del director en el libro Woody Allen, el último genio, este subió por primera vez a un escenario como mago y presentó varios números de ilusionismo. Grueso explica así las referencias a la magia frecuentes en sus películas y describe que todavía “cuando cae en sus manos una baraja o una moneda le gusta practicar para mantener la agilidad en los dedos”.

Tuvo una infancia normal, sus padres lo quisieron y su única hermana todavía lo acompaña. Nadie lo matoneó en el colegio, fue un atleta decente y siempre supo producir carcajadas. E incluso cuando aparecieron obstáculos contó con suerte. Reclutado para ir a la guerra de Vietnam, trató sin éxito de zafarse del compromiso, pero el destino le ayudó cuando un psicólogo vio sus uñas mordidas y lo descartó.

“¿Genio yo? Entonces qué son Shakespeare, Mozart o Einstein. No, yo solo soy un humorista de Brooklyn que ha tenido mucha suerte en la vida”, dice el director a Grueso cuando este lo confronta por su posición en la cultura popular. No sorprende que Allen haga poco alarde de sus talentos. “No es física cuántica. Si usted es el creador de la historia usted sabe qué quiere mostrar a la audiencia. Es simplemente contar historias”, dice.

Y quizás porque considera imperfecto su trabajo, cree que nadie recordará sus películas. Si de él hubiera dependido, Manhattan no habría visto la luz. Apenas la completó, la odió y se ofreció a hacer otra película sin costo para evitar su proyección. Por fortuna, el estudio no hizo caso y dio alas a una cinta inolvidable de fotografía enamorada de la Gran Manzana, de notas de Gershwin, con el retrato de un Allen escritor y actor en su mejor forma, y sí, también una relación entre un hombre mayor y una joven mujer.

Porque tanto en sus películas como en su vida, las mujeres han jugado un rol esencial y polémico. Mientras que en las cintas se especializó en extraer hasta el último matiz de las musas que lo cautivaban, especialmente Diane Keaton y Mia Farrow, y aprovechar los talentos de virtuosas como Cate Blanchett, en la vida real Allen está casado desde 1997 con la coreana de nacimiento Soo-Yi Previn, 35 años menor que él, hija adoptiva de su exmujer Mia Farrow y el músico André Previn. Farrow le armó un escándalo gigantesco cuando encontró las fotos que Allen le tomó desnuda a la chica. Los epítetos le llovieron desde todo Estados Unidos, pero el paso del tiempo le ha dado la razón, pues su matrimonio con Previn es muy estable. Por esto, Allen asegura que ese escándalo fue el mayor golpe de suerte de su vida.

“He tenido mi cuota de películas mediocres y muy malas, como todo el mundo”, le dijo a la cadena PBS en 2011, “pero trabajo con la teoría de la cantidad. Si sigo haciendo películas, de vez en cuando tendré suerte y una saldrá bien. Y eso es exactamente lo que sucede”. Con tanta claridad, criticarlo seguirá siendo un pecado.