EL CAIMÁN Y LOS LLANOS - Un animal que puede crecer hasta siete metros de largo, que produce miedo, respeto y fascinación, es víctima de su propia piel, que se cotiza alrededor del mundo. Por eso, el español Rafael Antelo, apasionado de la especie y de los Llanos colombianos, se propuso liberar cerca de 20 caimanes en Colombia. No fue fácil, pero era la única manera de garantizar que sus hijos y nietos, y los de todos los colombianos, pudieran verlos. Para lograrlo tuvo que dar con una zona protegida, libre de comunidades, que no exigiera consulta previa y que a la vez gozara de un ecosistema sano. Es decir, que ofreciera las presas que el caimán necesita comer y las playas que necesita para anidar. El caimán del Orinoco vive en la gran cuenca del mismo nombre, una vasta zona de 991.588 kilómetros cuadrados. Suele encontrarse en las curvas del vasto río y, gracias a Antelo y a sus colaboradores, tiene una nueva oportunidad, un vigilante y aliado. El director científico de la Fundación Palmarito, en el Casanare, está empeñado en conservar el caimán llanero, no detendrá sus acciones y su justificación es más que lógica: “Se invierten millones de dólares en conservar obras de arte y monumentos recientes, ¿cómo no conservar una especie que lleva 200 años sobre la Tierra?”.
ELLA CREA TORTUGARIOS - Las tortugas marinas tienen aletas y no retraen sus extremidades. Son especímenes espectaculares que soportaron la extinción de los dinosaurios y pueden vivir hasta 150 años. Pero el camino a la vejez es complicado. De cada 1.000 neonatos que eclosionan solo uno llega a edad adulta. Y si bien su caza está prohibida, cada día son sacrificadas alrededor de 50 pues su carne se considera “exquisita”, y la gente usa su proteína, su caparazón, su grasa, sus huevos y su cola, y la venden como mascota. Por eso, la bióloga marina Aminta Jáuregui ejecuta una labor esencial. En su historia frente del Programa de Conservación de Tortugas y Mamíferos Marinos ha liberado más de 3.000 ejemplares, pero sabe que no es tiempo para cruzarse de brazos: “Ya no se puede dejar que la naturaleza sola se recupere. Si el hombre la ha afectado, este tiene la responsabilidad de ayudarla”, asegura. Lograr cambios implica escoger bien los campos de acción y Jáuregui con empeño y estrategia lo está consiguiendo. Por eso se planteó construir un tortugario en Palomino, La Guajira, uno de los departamentos de mayor consumo de esta especie en el país, tanto que Jáuregui lo llama el “hoyo negro” de la especie.
LOS ANTEOJOS DE FELICIANO - Orlando Feliciano trabaja en su gran sueño: quedarse sin trabajo. Quiere que los emblemáticos osos de anteojos, que llegan a medir hasta 1,80 metros, vivan en hábitats saludables, libres de amenazas y lo dejen sin oficio. Lidera dos centros de rehabilitación de fauna silvestre, a los que llegan animales víctimas de cacería o decomisos. El plantígrado de color negro y manchas blancas y amarillentas únicas vive en 26 por ciento del territorio nacional, y cada vez más cerca de los humanos. Durante cinco años, Feliciano ha diseñado un protocolo de liberación que busca ser aprobado por Parques Nacionales. Este es esencial para poder liberar exitosamente dos de estos grandes mamíferos en el Parque Natural Churumbelos. Pero su labor, como la de los otros guardianes, toca a la comunidad. Cuando la gente deje de capturar osos, cuando los deje de percibir como bestias carnívoras mientras que la mayoría de veces comen pacíficamente al lado del ganado, entonces, dirá adiós. Feliciano le ha puesto su lupa al oso de anteojos, y necesita que Colombia lo vea igual.
EL DELFÍN ROSADO Y SU ALIADO - Fernando Trujillo compartió cuando era joven un intercambio con el célebre Jacques Cousteau. Este, según relata, lo motivó a buscar los delfines de río, que se decía no existían. Nunca miró atrás, y desde 1993, en la Fundación Omacha, promueve activamente la conservación de especies y ecosistemas fluviales de Colombia. Hoy, Trujillo considera la subsistencia de los delfines rosados su misión en la vida. Le molesta especialmente que algunos pescadores inescrupulosos en Brasil y Perú sacrifiquen al delfín para atraer a la mota, una especie carroñera y contaminada con mercurio que luego venden como si fuera capaz. El Omacha, hombre delfín como le llaman en lengua tikuna, entiende que proteger a esos mamíferos acuáticos exige acciones encadenadas. Por eso, mientras apunta a lograr que se prohiba comercializar el pez mota y a erradicar su uso como carnada, necesita generar conciencia social. “En nuestro país no podemos darnos el lujo de hacer conservación en sitios donde hay hambre y hay necesidades. Si no ofrecemos alternativas económicas, y si la gente no se involucra en este proceso, las medidas que se tomen no serán eficientes”, asegura. El biólogo marino y su equipo entienden que esta es una labor de años y empeño, y no planean detener su marcha.
LA ‘MOTHER’ DE LOS CHURUCOS - Los micos churucos, con sus colas tan ágiles, su juguetona apariencia y su vivacidad, están al borde de desaparecer. No solo son víctimas de la caza ilegal para venderlos como mascotas, sino para comer su carne. De no ser por Sara Bennet, cabeza de la Fundación Maikuchiga, ya se hablaría de ellos en pasado. La estadounidense, a quien colonos e indígenas llaman ‘La mamá de los micos’, se anotó un triunfo enorme cuando convenció a la comunidad mocagua, en el resguardo tikuna, de no cazarlos más. Recursiva y consecuente, Sara se apoya en la capacidad de aprender y gestionar de estos pobladores para reintroducir a la selva del resguardo varios de estos primates neotropicales, que alcanzan hasta 15 kilos de peso y cuyas manadas pueden dispersar más de 200 especies de semillas, hecho que afecta positivamente los ecosistemas que cubren. Bennet se enfrenta a problemas como la dificultad para financiar su trabajo, pero ella no ha cejado en su esfuerzo.
EL HOMBRE DEL JAGUAR - El biólogo marino Diego Zárrate se enamoró de una especie bastante terrenal. Estudioso y especialista del Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras, no solo conoce y destaca las propiedades chamánicas del jaguar, también sabe que la comer cialización de sus pieles y la deforestación lo amenazan. Por eso investiga qué hay detrás de las muertes recientes de jaguares en el Caribe. Es fácil compartir la pasión de Zárrate. El felino más grande del continente recorre en promedio 20 kilómetros al día y su territo rio se extiende entre los 73 y los 268 kilómetros cuadrados, en el caso de los machos. Sus manchas son únicas y lo identifican como su huella digital. Es tímido y evita contacto con humanos, pero cuando ataca lo hace con una mordida capaz de quebrar caparazones, des plazar vertebras y perforar cráneos. En Colombia, habita en Amazonas, Orinoquia, Chocó biogeográfico y el Caribe, y Zárrate sigue adelante pues cree que los grandes cambios son producto de aportes, por mínimos que estos sean.
‘BATICONCIENCIA’ EN EL CHOCÓ - No lucha contra el crimen, sí contra la percepción. Hugo Mantilla-Meluk ha dedicado su vida a los murciélagos y es un apasionado de este mamífero volador y de su magia. Gracias a sus estudios, el biólogo y Ph. D. descubrió que el Chocó es la zona más rica en esta especie en el hemisferio occidental. Sabe de lo que habla, ha dedicado 19 años a estos y diez documentándolos trabajando en el Chocó. “Son organismos maravillosos que nos ayudan silenciosamente y, a cambio, han recibido todo nuestro desprecio”, asegura. A esa fama Hugo responde apoyando el Festival del Murciélago, un evento que ya en su cuarta edición pone el foco en la importancia de las 198 especies que existen y sus virtudes. Por ejemplo, que a pesar de ver muy bien, transmiten ultrasonidos que los ubican a ellos y a sus presas en el espacio. También son el mamífero más importante del trópico por la cantidad de semillas que dispersan. Mantilla apuntó a hacer del Chocó central una zona prioritaria de conservación de murciélagos. Y postuló a la localidad de Pacurita, donde ha registrado 70 especies, como Área de Importancia para la Conservación de Murciélagos. “Cada vez que se pierde una especie, es como si se quemara un libro que nunca leímos”, afirma Mantilla-Meluk.
LA CHARAPA EDUCATIVA - El éxito de María Martha Torres se mide en los retos que se impuso: preservar, reproducir y educar. Supervisó procesos de reproducción de tortuga charapa en inmediaciones de Orocué, Casanare, donde liberó 1.500 tortuguillos en el río Meta. Pero también, en su recorrido por la ribera de Casanare y Vichada, instruyó a la gente sobre la necesidad de cuidar una especie mágica y esencial para procesos ambientales. Torres conoce bien los peligros que atentan contra la charapa. En Colombia cuesta unos 60.000 pesos pero en Brasil sube a 500.000, precio que la vuelve un blanco del tráfico ilegal. A esto se suma que su consumo humano sube especialmente en temporada de Semana Santa. Pero no todas las señales dan pie al desespero. Los habitantes en los que Torres confió el cuidado de miles de huevos han logrado preservar 10.000, mientras ella monitoreó 2.000 en la reserva Wisirare. Las cifras prueban que la tarea surtió efecto, y considerando que cada tortuga pone 160 huevos y solo eclosionan 60, lo que Torres y la comunidad han logrado es digno de aplausos. “El trabajo con las tortugas me dio la oportunidad de tener cercanía con las comunidades y me enseñó que cualquier trabajo de conservación requiere de un trabajo comunitario”, concluye.
El oso de anteojos y otras siete especies vulnerables subsisten por el esfuerzo y obra de estos extraordinarios colombianos y extranjeros. La idea es que su historia inspire a muchos más.
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