CINE

El hombre que quiere subvertir el documental ambiental

Marc Grieco, director de ‘Río Abajo’, explica por qué su documental, que se estrena mañana en Colombia, va más allá de la denuncia activista al mostrar oscuros acaecimientos que ocurren detrás de cámaras.

13 de febrero de 2018
| Foto: comercial

La noche del domingo de un inolvidable julio de 2014 estuvo salpicada de sangre en la televisión local de Brasil. El biólogo y estrella del espectáculo Richard Rasmussen presentó la dolorosa escena en la que un grupo de pescadores, armados de afilados arpones, destazan a una hembra embarazada de delfín rosado para usarla como carnada de pesca. El delfín rosado es el alimento preferido del pez mota, muy apetecido en Colombia en donde se vende, con ingeniosos engaños, como si fuera bagre.

Pero la denuncia de Rasmussen se tornó aún más patética cuando los mismos pescadores lo acusaron de haberles pagado para matar el delfín y cuando el presentador lo admitió aduciendo una buena causa: salvar esa especie.

El productor australiano Torus Tammer, que estaba siguiendo los pasos del biólogo colombiano Fernando Trujillo –director de la Fundación Omacha, dedicada a la lucha por la conservación del delfín rosado–, convenció entonces al director estadounidense Mark Grieco de zambullirse, a través del colombiano, en esta historia empapada de debates sobre la ética y el poder de los medios.

El resultado es el documental Río Abajo (A River Below, 2017), que podrá verse en diferentes salas de Cine Colombia desde mañana, y del cual habla su director sin pelos en la lengua.

¿Por qué empezó a indagar en la problemática de los delfines rosados, y todas las otras problemáticas que de ahí se desprenden, tan oscuras y profundas? ¿Cuándo se dio cuenta de que podría ser una historia para contar en un documental?

Marl Grieco: Torus Tammer, el productor de Rio Abajo, había estado siguiendo la historia de Fernando Trujillo y quería hacer un documental sobre su lucha por los delfines. Inicialmente me preocupaba la idea de que se convirtiera en un documental activista tradicional tipo ‘¡Salven el delfín!’ que denunciaría el problema, elogiaría a los héroes que luchan por salvarlos y, en última instancia, le hablaría a un público reducido. Torus y yo hablamos mucho sobre el estado actual de este tipo de documentales y queríamos hacer algo que pudiera subvertir el documental ambiental: desafiar a nuestra audiencia con la complejidad de la conservación y los dilemas éticos. Así que en las primeras semanas de producción entrevistamos a los pescadores de varias regiones del Amazonas y no solo a los conservacionistas para averiguar qué estaba pasando. Fuera de cámara admitieron sus sospechas sobre un video con imágenes brutales de la matanza de delfines. Este video produjo una protección rápida y sin precedentes para el animal. Pero a medida que profundizamos en el material, encontramos una sorprendente red de personajes, engaños y espinosos dilemas éticos. Supe entonces que el video mismo y el poder de las imágenes en la actualidad iban a ser el núcleo de esta historia.

En el video original que se emitió en Brasil, los rostros de los pescadores estaban tapados. ¿Cómo fue el proceso para que ellos se sinceraran con usted y mostraran su identidad?

M.G.: Tomó casi un año encontrar a la comunidad que aparece en el video y muchos meses más desarrollar algún tipo de confianza con ellos. Desde el comienzo hubo una especie de entendimiento mutuo en donde ellos estaban dispuestos a tomar el riesgo de dar la cara para poder contar su versión de la historia en torno a esta grabación. Pero a la vez, también estaban listos para defenderse de cualquier otro tipo de engaño mientras se arriesgaban a exponer su identidad: nos estaban filmando desde el momento en que llegamos en barco a la orilla de su comunidad.

¿Cómo fue tratar con una comunidad que ya había sido ‘engañada’ en una ocasión?

M.G.: Con respeto y paciencia logramos escuchar su historia de lo que pasó y como los afectó. Pero ellos no estaban participando de forma pasiva en nuestro documental, y tenían su arma igual a la de nosotros: la cámara. Como mencioné, desde el primer momento nos estaban filmando con sus celulares. Al final de la primera reunión, les pregunté: ‘¿por qué nos están filmando?’. Y el líder del pueblo me dijo: ‘Porque nadie aquí los conoce. Hemos tomado la decisión que desde ahora cualquiera que venga aquí le tomaremos una foto. Nadie nos va a engañar porque tendremos su foto’.

¿Tan fuerte sonó esa advertencia?

M.G.: Así es el poder de la cámara y la imagen. Y desde este momento, todo en el documental se convierte en un especie de Uróboros (un antiguo símbolo místico y alquímico que representa una serpiente o un dragón devorando su propia cola, y significa el infinito y la unidad): la cámara explorando la verdad en las imágenes, la influencia y la distorsión de los medios de comunicación, la actuación para la cámara y mi papel en todo esto como documentalista. Y de así surge la pregunta: si la película está examinando cuál es la verdad detrás de la cámara, ¿no deberían los propios cineastas ser sospechosos?

¿Por qué acudir a esta comunidad cuando ya Richard Rasmussen había contado su versión?

M.G.: En realidad visitamos a la comunidad antes de encontrar a Richard. Aunque en el documental no se muestra esta relación de manera cronológica, ya habíamos ido antes de saber quién era Richard Rasmussen y su participación en la filmación del video controversial. Por supuesto, esto sucede todo el tiempo para obtener una historia: algunas cosas se descubren en un orden cronológico diferente de lo que aparece en la película. Esto es lo que enfurece a Richard y pone en marcha la conversación en el documental sobre la manipulación. Y la razón por la cual el me acusa de haberlo engañado como él engañó a la comunidad para conseguir su propia historia.

En el documental se muestra la reacción de Richard cuando conoce de su visita a la comunidad. Pero, ¿hubo algún momento de conflicto por esto mismo, es decir, que él no quisiera continuar con el documental o incluso que le pidiera no incluir su versión?

M.G.: Claro. En este momento nos dijo ‘¡Corten!’ y nos pidió salir de su casa. Yo pensé que sería el final de su participación en el documental. Pero, al mismo tiempo, sabíamos que él es muy consciente de su presencia en cámara y de su habilidad con los medios, y advertiría la forma en que eso iba a aparecer en la película –su última escena evitando la acusación de la comunidad y no enfrentándola–. Al día siguiente nos llamó para que volviera a su casa para enfrentarme.

Rasmussen le aseguró que no había pagado a los pescadores, pero en la confrontación con la comunidad no lo negó y casi que lo afirmó. ¿Finalmente sí lo hizo? Y si sí, ¿eso tendría alguna implicación legal?

M.G.: Lo que dijo Richard en la reunión con la comunidad fue que él les pagó para un día de trabajo. No por la matanza del delfín. No sé si eso tiene alguna implicación legal.

En el caso de Colombia, el mercurio en ciertos pescados es una de las problemáticas registradas, y sin embargo en la película también se hace evidente que el Gobierno hizo campañas para el consumo de ese tipo de pescado. ¿Cómo ha sido el impacto en el país de este documental con respecto a este tema preciso?

M.G.: Más importante que el impacto de nuestro documental es el del trabajo incansable de Fernando Trujillo en presionar al Gobierno para tomar acciones con respecto a la salud del pueblo colombiano. Hace poco logró que el Gobierno impusiera la prohibición total de la captura y la venta del pez mota. Todo eso tiene que ver con la dedicación de Fernando y la misión de la Fundación Omacha de cuidar el Amazonas y el futuro del delfín rosado. Y él sabe que la salud de los ecosistemas tiene implicaciones sobre nuestro bienestar como especie.

¿Cuál ha sido la reacción ante el documental en los lugares ya se ha proyectado?

M.G.: Ha sido una reacción muy fuerte y muy introspectiva en el público. Muchos llegan esperando un documental ambiental ‘tradicional’. Pero al final toca muchos otros temas: basta preguntarle al público sobre su rol.

¿Y usted qué espera de la obra?

M.G.: Mi esperanza es que la película lleve a las audiencias a zambullirse bajo la superficie para preguntarse: “¿A quién queremos afuera en el mundo actuando en nuestro nombre y a qué costo en el largo plazo?”. Es un espejo sostenido hacia nosotros mismos, mientras intentamos mejorar este complejo mundo.

Algunas imágenes son muy fuertes. ¿Consideró alguna vez censurarlas u omitirlas? ¿Por qué mostrar la crudeza así?

M.G.: Es exactamente la brutalidad de estas imágenes la que fue efectiva para Richard Rasmussen y su campaña para salvar el delfín, porque él sabe que el público y el gobierno brasilero no iban a tomar decisiones hasta que vieran sangre en la pantalla. Y funcionó. Él tenía razón. Pero cuando descubrí que había algo sospecho en la forma como capturaron las imágenes, fue importante usarlas en esta manera repetitiva para decir dos cosas: siempre hay varias versiones de la verdad detrás de cualquier imagen y muchas veces las imágenes más brutales tienen alguien detrás, con una agenda, para aprovechar nuestra reacción emotiva. Por eso, es importante cuestionar y estudiar las imágenes de tal manera para que podamos estar seguros de que no son manipuladas y nosotros tampoco estamos siendo manipulados al verlas.