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ESPECIAL: Ojos indígenas velan por la tortuga charapa en la Amazonia
El Parque Nacional Cahuinarí cuenta con la mayor cantidad de tortugas charapas en todo Colombia, un reptil cercano a la extinción. Desde 2014, más de 70 familias indígenas las cuidan y monitorean, alcanzando a identificar cerca de 19.000 nidos en las playas del río Caquetá.
En la época prehispánica, las tribus indígenas de la Amazonia y Orinoquia vieron en su carne una opción de alimento en medio de la agreste manigua, un consumo que no era apoteósico ni rayaba en la masacre. Las etnias, haciendo uso de su sabiduría ancestral y conexión con la naturaleza, sólo la cazaban en ciertos sitios y épocas, respetando su ciclo reproductivo.
Para muchos de ellos, este enigmático reptil tiene connotaciones culturales. Sin embargo, la charapa, la tortuga de agua dulce más grande de Sudamérica, con un tamaño que alcanza hasta los 90 centímetros, empezó su agonía en la conquista española, cuando los europeos dieron marcha a una sobreexplotación en los ríos y tributarios de ambas regiones en países como Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.
Estos certeros golpes se fueron acentuando con el paso del tiempo. Según la Fundación Omacha, la charapa se ha visto amenazada por actividades como el saqueo de nidadas, caza indiscriminada de adultos y juveniles, comercialización ilegal de tortuguillos como mascotas, uso de artes prohibidas y degradación del hábitat.
La tortuga charapa es una especie en peligro crítico de extinción debido a su caza y alto consumo. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
“Estas constantes amenazas han conducido a que las poblaciones de tortugas charapa hayan disminuido exponencialmente, tanto así que en Colombia están catalogadas como una especie en peligro crítico de extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN)”, dijo Omacha.
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Podocnemis expansa es una especie única de Sudamérica. En Colombia hace parte de las subcuencas del Orinoco, como los ríos Meta, Bita y Orinoco; y las subcuencas del Amazonas como los ríos Caquetá y Putumayo.
Su peso ronda entre los 30 y 45 kilogramos. Las hembras suelen ser más grandes que los machos, siendo esta una de las características más marcadas del dimorfismo sexual existente. “La coloración varía de tonos café a gris oscuro. Los juveniles presentan manchas amarillas que se van tornando grises con el paso de los años. En la parte inferior de la cabeza cuentan con dos barbillas infra mandibulares y una membrana timpánica de gran tamaño”, afirma la fundación.
El Parque Nacional Cahuinarí concentra la mayor población de tortugas charapa en la Amazonia colombiana. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Las charapas son reptiles herbívoros que consumen una gran cantidad de flores, hojas, invertebrados, semillas, y tallos, así como esponjas de agua dulce. “Es una tortuga acuática que vive en aguas tanto blancas como negras del Amazonas y el Orinoco, siendo estas últimas más escasas”, indica Omacha.
Entre los meses de abril y octubre, las charapas se desplazan hacia los planos de inundación y penetran las selvas inundadas para aprovechar los frutos y semillas que caen al agua. Al iniciar el verano, vuelven a los cauces de los ríos en busca de playas arenosas para reproducirse.
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La charapa es la tortuga de agua dulce más grande de Sudamérica. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
El nicho de la charapa
El Parque Nacional Natural Cahuinarí, de 575.500 hectáreas ubicadas en el departamento del Amazonas, es un territorio casi virgen donde la biodiversidad impone su fuerza. Animales como babillas, caimanes negros, paujiles, osos hormigueros, churucos, dantas, venados y jaguares, transitan con calma en medio de la manigua.
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Sin embargo, su animal más representativo es la tortuga charapa, tanto así que es uno de los pocos lugares en el país donde aún es posible ver una gran cantidad de estos reptiles desovando en las playas de arena blanca sobre el río Caquetá o buscando refugio por los innumerables lagos y rebalses del río Cahuinarí.
Según Diana Castellanos, directora territorial Amazonia de Parques Nacionales Naturales (PNN), Cahuinarí es el único sitio en la Amazonia colombiana donde sobrevive una población viable de charapas, un rayo de esperanza que en la Orinoquia está en una parte del departamento del Meta.
Cahuinarí es el mayor epicentro de tortuhas charapa en Colombia. Foto: PNN.
“Este fue el principal motivo para crear el área protegida en 1987, un territorio biodiverso custodiado por más de 600 indígenas miraña y bora que habitan en ocho comunidades a lo largo del río Caquetá. Desde la creación del Parque Nacional empezamos a trabajar con las etnias para consolidar acuerdos relacionados con el manejo de los recursos naturales, en especial la charapa”, dijo Castellanos.
Los miraña y los bora siempre han basado su alimentación en el consumo de ciertos animales silvestres como la charapa y la danta. “Por eso, desde la creación del parque, los indígenas manifestaron su inquietud por saber cuál iba a ser su participación en la gestión del área protegida. Los primeros acuerdos fueron difíciles e incipientes porque no conocíamos mucho sobre el estado de la fauna silvestre, pero los indígenas estaban prestos a concretar un relacionamiento armónico”, complementa la funcionaria.
Una de las primeras discusiones con los indígenas fue el tema del consumo de las charapas. “Para nuestros ojos es una especie en peligro crítico de extinción, pero para ellos es un animal importante en el ámbito cultural y la especie que más han consumido. Concretamos algunos acuerdos para el consumo de charapa, dantas y borugos, pero eran incipientes porque no había mucha información sobre las poblaciones”.
En la Amazonia, la mayor población viable de charapas está en el Parque Cahuinarí. Mapa: PNN.
En 2001, luego de un arduo trabajo conjunto, Parques Nacionales y las comunidades indígenas firmaron un convenio interadministrativo para concretar un régimen especial de manejo, una sombrilla de concertación y entendimiento que vio la luz en 2010. Según Castellanos, este instrumento de gobernanza habla de temas de como cultura, territorio y manejo de los recursos naturales, vitales para que los indígenas mantengan su garantía de pervivencia.
“Empezamos a trabajar en una zonificación en las áreas donde habita la charapa, propuesta que incluyó dejar quietas ciertas playas, es decir no consumir ni molestar a los reptiles. Uno de los acuerdos fue que cada familia podía hacer uso de una tortuga en cada temporada, pero era necesario hacer un monitoreo con las 76 familias indígenas que habitan en la zona”.
La deforestación no ha logrado colonizar la zona del Cahuinarí. Foto: PNN.
Alianza internacional
En 2014, la Sociedad Zoológica de Frankfurt y Parques Nacionales suscribieron una alianza para poner en marcha una estrategia de control y monitoreo comunitario de tortugas charapa en varias zonas del Parque Cahuinarí y áreas de influencia de los Parques Chiribiquete y Puré, todo esto sobre el eje del río Caquetá.
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“La sociedad llegó a Colombia por la gran importancia que tiene la Amazonia a nivel global, especialmente la matriz de parques y resguardos que vemos desde Chiribiquete hasta Amacayacu. Nuestro interés era consolidar una relación a largo plazo en las áreas protegidas”, dijo Esperanza Leal, directora de esta sociedad en Colombia.
El propósito de esta unión fue generar información del estado poblacional de la charapa pero con la participación permanente de las 76 familias indígenas que viven en traslape o vecindad con Cahuinarí, quienes tendrían a su cargo hacer el monitoreo haciendo cumplir sus normas ancestrales y tomando la información que indique el estado de salud de la población de los reptiles.
La charapa encontró un salvavidas en más de 70 familias indígenas de la Amazonia. Foto: Daniel Rosengren - Sociedad Zoológica de Frankfurt.
“Esto les permite definir medidas de manejo efectivas, hacer un ajuste a los acuerdos de consumo, fortalecer la gobernanza en los sectores más sensibles y evitar la entrada de presiones al territorio. Los indígenas también realizan monitoreos a la tortuga taricaya (Podocnemis unifilis)”, afirmó la experta, que ha trabajado cerca de 20 años en esta parte del río Caquetá.
Las zonas de playas con manejo especial del río Caquetá, que pertenecen a Cahuinarí y están inmersas en el territorio indígena miraña bora, son los principales refugios de las tortugas donde se realiza el monitoreo comunitario: Tres Islas en la zona noroccidental y El Bernardo en la nororiental son las más representativas.
“Son sitios de protección especial de los indígenas, definidos por ellos mismos en acuerdo con PNN desde el año 2000, cuando se dio la zonificación del manejo en el parque. Hay otras playas como Puerto Caimán, sector de manejo del resguardo Curare los Ingleses, un sitio que evita la entrada al refugio de los indígenas en aislamiento del Parque Puré. Tener gobernabilidad allí es crucial para los recursos naturales y las comunidades indígenas”, aseguró Leal.
Las familias indígenas se turna para monitorear los nidos de la charapa. Foto: Ana Lucía Bermúdez (SZF).
Así velan por las tortugas
En los últimos seis años, más de 70 indígenas miraña, bora, muinane, nonuya y yucuna, pertenecientes a la asociación PANI y resguardos Curare Los Ingleses y Nonuya de Villa Azul, han participado en esta estrategia, haciendo más de 630 turnos de monitoreo.
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Durante la temporada de aguas bajas en las playas, época reproductiva de las charapas que va entre octubre y marzo, los indígenas monitorean los nidos, sitios que marcan y cuidan para evitar que algo pueda poner fin a la vida de los futuros tortuguillos. También avistan las hembras y toman los parámetros de la biología para establecer su estado de conservación.
Los nidos de las tortugas son monitoreados por familias indígenas. Foto: Daniel Rosengren - Sociedad Zoológica de Frankfurt.
Las playas de las charapa y las taricaya están alejadas de las comunidades indígenas. Por eso, las familias no pueden monitorear y regresar a sus casas a diario. Permanecen durante 22 días en los campamentos instalados en las zonas de protección especial y luego cambian de turno.
Sin embargo, durante este tiempo se presentan algunos picos llamados localmente lava playas, cuando el río desborda una gran cantidad de agua que inunda las playas. Según Leal, la primera postura, que ocurre entre octubre y noviembre, se pierde por este fenómeno. “Los indígenas rescatan los huevos de esa postura y los distribuyen para el consumo, uno de los acuerdos del régimen especial de manejo entre Parques Nacionales y el PANI”.
Las demás posturas son cuidadas minuciosamente por los indígenas, un trabajo de conservación por el cual existen bonificaciones económicas. La estrategia contempla que se hagan pagos a todas las familias participantes, además de brindar la logística para que lleguen a las zonas y permanezcan casi un mes vigilando el territorio.
El consumo de tortuga charapa ha disminuido. Los indígenas se dedican a cuidar a estos reptiles. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
“Es una inversión estratégica, ya que hay una redistribución de los recursos que llegan para la conservación en un porcentaje muy alto dentro de la población de las comunidades y se genera una presencia territorial muy valiosa. Además, el monitoreo de playas es una labor muy dura”, complementa la experta.
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Por ejemplo, en el sector de Tres Islas hay más de 11 playas que se distribuyen en tres puntos de monitoreo, cada uno con la presencia de dos familias cada 22 días. “La única vía de acceso a estos lugares es el río Caquetá, un desplazamiento largo que implica una inversión alta en tiempo y recursos. Al año se realizan en promedio 150 turnos. Esto genera una gobernabilidad en un tramo de aproximadamente 400 kilómetros del río”, precisó Leal.
En la época de aguas altas, las tortugas no quedan a la deriva. Familias indígenas hacen presencia en las zonas de protección especial y en el área de influencia de sus comunidades para vigilar los sitios de alimentación y resguardo de los reptiles.
Día y noche, las familias indígenas velan por las charapas. Foto: Ana Lucía Bermúdez (SZF).
Posturas al alza
Entre 2014 y 2020, las familias indígenas han registrado 20.762 nidos con posturas de estos reptiles en el sector medio bajo del río Caquetá. De este total, 19.227 fueron de charapas y 1.535 de taricayas.
Con el paso de los años, la cantidad de nidos ha venido creciendo significativamente: 1.441 en la primera temporada, 2.118 en la segunda, 2.103 en la tercera, 1.754 en la cuarta, 6.600 en la quinta y 6.746 en la sexta.
Cada nido tiene en promedio 100 huevos, es decir que en estos seis años se han registrado más de dos millones. La temporada de 2018 y 2019 fue crítica: 78 por ciento de los nidos se perdió por las subidas repentinas del río.
Los tortuguillos son liberados en zonas donde puedan desarrollarse. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Los indígenas, acompañados por expertos de la Sociedad Zoológica y PNN, evidenciaron que el número de huevos en un nido de charapa está entre 168 y 66, con un tiempo de incubación de 59 días. En el caso de la taricaya, las cifras son de 19 huevos por nido y 64 días de incubación.
Las familias suman 30.346 avistamientos de charapas durante los meses de aguas altas, de las cuales 138 fueron marcadas. “Al comienzo se marcaban con placa, pero en acuerdo con los indígenas decidimos hacerlo con pintura. Uno de los hallazgos al hacer estas marcas es que las charapas pueden moverse más de 600 kilómetros”, dijo Leal.
Cada nido tiene en promedio 100 huevos de charapa. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Cambios de visión
Los pueblos que habitan el Cahuinarí y sus alrededores creen que la tortuga charapa nunca va a desaparecer. Así se los indica la visión cosmológica que tienen con la naturaleza. Sin embargo, el trabajo de monitoreo ha aportado importantes reflexiones sobre cómo la población peligra por varios frentes.
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“La posibilidad de estar concentrados en el monitoreo tanto tiempo permite que sean testigos de las afectaciones en los hábitats, de la cantidad de depredadores que tiene y de cómo muchas veces se infringen los acuerdos, especialmente por gente externa al territorio”, manifiesta Leal.
Los indígenas ahora conocen la fragilidad del ecosistema. La experta indica que esto ha permitido un diálogo intercultural mucho más nutrido, “porque pueden cotejar su conocimiento tradicional con la información que ellos mismos generan; ahora proponen preguntas de investigación”.
Los indígenas marcan a las tortugas para poder establecer la cantidad. Foto: PNN.
En el pasado, los únicos que tenían contacto natural con la charapa eran los indígenas adultos, que las iban a cazar o a pescar. Los niños sólo las veían en el plato de comida, algo que ha cambiado porque ahora todos los miembros de la familia hacen monitoreo. “Los niños y jóvenes ven cómo vive la charapa en su hábitat natural, lo que permite que muchos indígenas reafirmen sus normas tradicionales y discutan sobre los acuerdos de manejo”, dice Leal.
Estos indígenas ayudan a fortalecer el control ambiental de los guardaparques de Cahuinarí. “Hacemos reuniones todos los años con las familias para hacer la evaluación y seguimiento en los tres territorios de monitoreo, donde vemos los avances y analizamos la información que han registrado en las playas. Todo el tiempo nos estamos retroalimentando”.
La Sociedad Zoológica decidió poner en marcha un sistema de becas para desarrollar las preguntas de investigación que tienen los indígenas. “Es muy interesante ver cómo el monitoreo genera inquietudes de saber, tales como el funcionamiento de las dinámicas que soportan a las especies en el territorio. Con esto promovemos un ejercicio de investigación propia que redunda en decisiones informadas de manejo”, indica Leal.
Las playas de arena del río Caquetá son los sitios preferidos para que las charapas pongan sus huevos. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
El reto del consumo
Los indígenas usan los recursos naturales según sus usos y costumbres, algo que se traduce en normas, acuerdos y zonas de manejo que tienen identificados y plasmados en sus instrumentos de ordenamiento.
“Sin embargo, cuando hay una población en peligro de extinción, como la charapa, es necesario tener un detalle más alto en cuanto al nivel de consumo para incluir esta variable en el ajuste de los acuerdos”, enfatiza Leal.
Los indígenas reubican los huevos que están en sitios donde el río puede destruir los nidos. Foto: Ana Lucía Bermúdez (SZF).
Para la charapa, lo más importante es cuidar las hembras, pues van a reproducirse por muchísimos años. “Es sumamente necesario saber el estado de conservación de la población y tomar decisiones al respecto por parte de los indígenas”.
Pero en la zona no es fácil generar esta información por la prevención que esto genera. Algunas familias han registrado la información de consumo y con la Secretaría de Ambiente de la asociación PANI, se genera una estrategia para monitorear el consumo.
Los indígenas dicen que la charapa nació de un imponente árbol amazónico. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Vigía de charapas
Cuentan los sabedores miraña que el origen de la charapa se remonta al comienzo de los tiempos, cuando un dios o ser superior tumbó un enorme árbol en la selva amazónica. De las primeras astillas del tronco se formaron tres tortugas: la mata mata, taricaya y la charapa grande.
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“Yo conocí a la charapa siendo muy niño. Las veía en las playas del río Caquetá desde el Araracuara hasta La Pedrera. Los indígenas sentimos un gran respeto por el animal y es parte de nuestra cultura, pero también es una de las especies que nos brinda alimento”, dice Esteban Miraña, indígena de 46 años nacido en la comunidad San Francisco, en la zona del Cahuinarí.
Antes de que se conformara el Parque Nacional, Esteban fue testigo de la disminución de la población de charapa por el alto consumo. “En esa época no había ningún acuerdo entre las comunidades, además abundaba el tráfico ilegal de fauna. Por eso eran cada vez menos las charapas que veía. Corporaciones como Araracuara y Puerto Rastrojo hicieron estudios que permitieron la creación del parque a finales de los 80, fecha en la que inició la protección del reptil”.
Esteban Miraña es guardaparques y uno de los grandes defensores de la tortuga charapa. Foto: PNN.
Esteban participó en los diferentes acuerdos suscritos entre PNN y los indígenas para proteger la charapa, pero no fue sino hasta el año 2012 que se convirtió en uno de sus grandes defensores, cuando fue contratado como guardaparque del Cahuinarí.
“Empecé trabajando en las escuelas enseñando ciencias naturales. Como guardaparques, una de mis funciones es dinamizar la conservación de las charapa y hacer monitoreo y vigilancia de los ecosistemas. En 2014 empezamos el monitoreo comunitario con las familias indígenas de la asociación PANI”.
Prevenir los saqueos de nidos y capturas de las charapas en las zonas de protección especial es el objetivo de este proyecto. Esteban coordina las actividades entre la institucionalidad y las familias indígenas. “Se turnan cada 22 días en las temporadas de aguas bajas y altas, donde registran los nidos y hacen seguimiento. Además, vigilan que ningún extraño llegue a saquear”.
Cada año, los indígenas del Cahuinarí celebran el festival de la tortuga charapa. Foto: PNN.
Este indígena, que vive con su mamá en la comunidad San Francisco, ha visto un cambio en el consumo de la charapa. “La mayoría de las comunidades ha disminuido ese consumo. Son pocas las que siguen capturando, ahora las cuidan, vigilan y protegen. Respetan las zonas que fueron destinadas para su conservación y las familias se sensibilizan sobre lo importante que es conservar la especie”.
En el día, los indígenas hacen recorridos de monitoreo y control por la zona, y en las noches se quedan en las playas vigilando que nadie llegue. “Al día siguiente, cada familia identifica los huevos y anota la información. Este seguimiento va desde el huevo hasta que son liberados los tortuguillos”.
La devoción por la charapa es tan marcada en los territorios indígenas que desde hace cinco años celebran un festival por la conservación de la especie, dos días cada año donde realizan desfiles, bailes, cantos y actividades lúdicas.
Los niños se disfrazan de tortuguillos para representar de manera lúdica las fuerte presiones que enfrentan. Las mujeres hacen muestras de sus recetas y artesanías. “En este encuentro, los diferentes indígenas presentan su pensamiento de conservación de esta especie, al igual que concursos de cantos alusivos a la charapa, gastronomía de la región, juegos competitivos y baile relacionados con las tortugas”, apunta Miraña.
La semilla de la conservación es sembrada en los niños indígenas de la zona. Foto: Manuela Cano (PNN).
La gobernanza del Cahuinarí
Parques Nacionales lleva tres décadas trabajando de la mano con los indígenas del Cahuinarí en fortalecer la gobernanza del territorio. Uno de los mayores hitos fue la creación del régimen especial de manejo en 2010, un largo trabajo de concertación con las etnias que arrojó acciones estructuradas.
“Este régimen generó una instancia de coordinación macro conformada por un comité directivo: cinco representantes indígenas de la asociación PANI y cinco funcionarios de Parques Nacionales, encargados de abordar los temas grandes. La instancia local está constituida por los guardaparques, tecnólogos y contratistas de PNN, indígenas de la zona, y equipos de las etnias como las secretarías de ambiente”, anota la directora territorial Amazonia.
El régimen especial de manejo del Cahuinarí está basado en cuatro temas: gobernanza, identidad cultural, alternativas productivas y relacionamiento regional. Según Castellanos, uno de los objetivos es que las decisiones que se toman con los mirañas y bora pueda ser replicada en otras comunidades vecinas.
La unión entre la institucionalidad y los indígenas ha permitido construir una gobernanza en la zona. Foto: PNN.
“El río Caquetá es un ecosistema continuo con muchos resguardos sobre sus orillas. Por eso no tiene sentido trabajar sólo en una parte del río en temas del manejo de recursos naturales. Los indígenas se reúnen y suscriben acuerdos con otras comunidades, es decir que replican lo aprendido”.
Parques Nacionales y las comunidades trabajan en la prevención, control y monitoreo del territorio, actividades conformadas por una educación ambiental recíproca y recorridos para evidenciar las afectaciones por terceros, como minería, o por los mismos indígenas.
“Con los bora miraña se definió una zonificación, es decir las áreas en donde se puede sembrar, recolectar frutos y madera y las que deben permanecer quietas. Este trabajo conjunto también permite hacer un control sobre la minería ilegal. Parques e indígenas miramos cuáles son las mejores acciones para atender esa problemática”, indica la funcionaria.
Cuando las aguas de los ríos bajan, las tortugas hacen nidos en la arena para depositar los huevos. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Los bora miraña tienen un boletín anual llamado Manguaré, que ahora quieren publicar en una página web propia. “Apoyamos este proceso y fortalecemos el trabajo de las mujeres, ya que son ellas las que se encargan de las chagras. Les enseñamos a que produzcan sosteniblemente para que se renueven los suelos”.
El río Bernardo sirve como frontera entre los Parques Cahuinarí y Puré. En este último habitan dos pueblos indígenas en aislamiento, los yuri y los passé. “La comunidad de ambos parques se sienta a definir la mejor forma de hacer controles y acciones que eviten la llegada de extraños al terreno de los aislados”, complementa Castellanos.
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La directora territorial en la Amazonia concluye que el trabajo conjunto en Cahuinarí ha permitido cambiar la visión de que la ciencia occidental es la que dicta lo que se debe hacer en un territorio. “Es necesario hacer una relación horizontal con los indígenas, quienes han afianzando un gobierno propio con autonomía. En el caso de la charapa, ellos lideran por sí solos el monitoreo de las playas”.
Durante la cuarentena, los indígenas siguen haciendo su trabajo de monitoreo. Foto: Jeimy Cuadrado (PNN).
Ecoturismo indígena
Desde 2016, Parques Nacionales, con el apoyo financiero de la Unión Europea, trabaja con 67 familias de cinco comunidades de la asociación PANI, en un programa de desarrollo local sostenible en Cahuinarí, basado en el ecoturismo comunitario, productos naturales y artesanías.
“La actividad sombrilla es el ecoturismo, que cobija la fabricación de ingredientes naturales como ají en polvo, producto que los indígenas están perfeccionando para comercializar, y la elaboración de artesanías como cerámicas, cestería y tallas en madera amazónica legal”, dijo Artemio Cano, jefe del PNN Cahuinarí.
Cada una de las comunidades se enfoca en un atractivo turístico. Manacaro realiza avistamiento de aves y caimanes, Mariápolis senderismo y chagras, Remanso bailes tradicionales y mambe, Las Palmas artesanías y ají y San Francisco raudales, caminatas, cuentos y leyendas.
Indígenas del Cahuinarí elboran artesanían para venderlas a los turistas. Foto: Luis Carlos Becerra (PNN).
“En todas las comunidades se dotó una maloca tradicional con los elementos básicos de alojamiento, como hamacas y toldillos, para que los turistas convivan, interactúen y conozcan la cultura de los indígenas. Cada una cuenta con una batería sanitaria (kiosko entre la selva), cocina y comedor”, asegura Cano.
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Para evitar impactos ambientales, se instalaron plantas de tratamiento de aguas y un sistema fotovoltaico con paneles solares que funciona durante las 24 horas del día. Según Cano, en 2016 se realizó el primer experimento piloto con 12 turistas, quienes expresaron que la iniciativa era bastante interesante.
“Hasta ahora estamos empezando. El año pasado ingresaron cinco personas por medio de un operador turístico. El ideal es que lleguen máximo cuatro grupos al año, cada uno con un tope de 12 turistas. La organización indígena presta el servicio y PNN lo divulga con los operadores turísticos, agencias que deben ser amigables con el ambiente”.
Los turistas se hospedan en malocas indígenas, donde aprenden sobre su cultura y tradición. Foto: PNN.
Todos los años, la Unión Europea le destina al proyecto en Cahuinarí cerca de 300 millones de pesos. “Los recursos que pagan los turistas por el ecoturismo, productos típicos y artesanías son para los indígenas. Este año ha sido complicado por el tema de la pandemia, por lo cual hacemos capacitaciones virtuales para fortalecer la infraestructura”, indicó el jefe del parque.
Para divulgar esta iniciativa, PNN trabaja con los indígenas en la construcción de una página web de la asociación PANI, para que los turistas conozcan los diferentes servicios ecoturísticos que prestan.
Los indígenas cuentan con luz por medio de varios paneles solares. Foto: PNN.
Minería al acecho
Una de las mayores amenazas para las charapas que sobreviven en este sector de la Amazonia colombiana son las oleadas de minería ilegal de oro de aluvión, presentes en la zona desde hace 20 años. Esta actividad afecta la estructura de las playas de desove y aumenta la cacería de la especie, ya que quienes trabajan en minería son fuertes demandantes de su carne.
Leal indica que durante estos periodos de presencia minera, las dragas o balsas han causado transformaciones en algunas de las playas donde ponen los huevos las charapas, especie que es bastante quisquillosa a las alteraciones físicas del hábitat.
Las aguas del río Caquetá presentan altos niveles de mercurio debido a la actividad minera. Foto: Edna Castañeda (PNN).
“Las dragas succionan y remueven los sedimentos que están en el lecho del río, material que luego se deposita en las playas. Esto causa que las playas se llenen de plantas y se ‘enmonten’, como se dice localmente, lo que genera afectaciones en su estructura, composición y profundidad”.
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La experta manifestó que desde los años 90, en algunas de las playas más cercanas a las zonas de minería que hubo en Araracuara, la cantidad de posturas de las charapas ha disminuído drásticamente. “Si la minería llega a los sectores más importantes de posturas, el impacto ecosistémico será desastroso. Las posturas masivas ocurren sólo en ciertos sitios, donde durante las dos últimas temporadas han anidado cerca de 6.000 hembras”.
La minería tiene en peligro al área protegida, las tortugas y los indígenas. Foto: PNN.
Por su parte, Castellanos asegura que durante muchos años, el río Caquetá, en su paso por las zonas del Cahuinarí, se ha visto seriamente afectado por la minería ilegal, ya que las aguas del afluente son de libre acceso.
“Hace algunos años llegaban bastantes balsas a las 15 playas del área protegida, lo que afectó a las charapas, el control y vigilancia, la cultura y hasta salud. Varios análisis demostraron que los indígenas están contaminados con mercurio. Es un tema álgido que durante la cuarentena ha mermado bastante”.
Cahuinarí es un parque bañado por varios ríos y bosque amazónico. Foto: Gabriel Eisenband (PNN).
Estragos ilegales
El orden público en la zona hoy es complejo. Desde febrero, el Parque Nacional Cahuinarí se quedó sin guardaparques por amenazas de los grupos armados ilegales que hacen presencia en el territorio, flagelo macabro que le ha impedido a la Sociedad Zoológica de Frankfurt visitar el área.
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“La idea era extender el proyecto bien arriba del chorro de Araracuara para trabajar con los indígenas en el monitoreo de la tortuga taricaya. Pero este tipo de inconvenientes nos ha afectado bastante en todo sentido, porque nosotros trabajamos en llave con Parques Nacionales”, alerta Leal.
Baile del muñeco, una de las tradiciones de los indígenas del Cahuinarí. Foto: PNN.
La pandemia por el coronavirus ha causado estragos. Como el monitoreo requiere de una logística compleja por la extensión del territorio, la sociedad ha tenido que adaptarse para que haya el mínimo movimiento de los miembros de las comunidades hacia los cascos urbanos y que todo lo que se necesita llegue a ellos.
“Tratamos de mantener la mejor comunicación para que nadie corra riesgos. Los indígenas tomaron la decisión de seguir con los monitoreos, pues saben que esto aporta gobernabilidad en estos tiempos complejos. Como las zonas de protección están en las zonas de frontera entre territorios, su presencia evita que gente extraña entre llevando la pandemia”.
A pesar del compromiso de los indígenas, Leal considera que es vital que la institucionalidad regrese a la zona. “Parques Nacionales ha sido la entidad que ha logrado coordinar la función pública de la conservación con las comunidades étnicas en los rincones más alejados y complejos del país. Por eso es fundamental que el resto del Estado se una para apoyar su labor en el mantenimiento y gobernanza de la Amazonia”.
La tortuga taricaya también es cuidada por los indígenas del parque. Foto: Manuela Cano (PNN).