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Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”. (Crédito obligatorio: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press) Agencia Anadolu
Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”. (Crédito obligatorio: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press) Agencia Anadolu | Foto: Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”. (Crédito obligatorio: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press) Agencia Anadolu

Ferias y Fiestas

Ñatitas: festividad boliviana en honor a los “muertos olvidados”

Cada 8 de noviembre se celebra en Bolivia un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados. Por lo general, personas que perdieron la vida de forma violenta. “No es un culto a la muerte, sino a la vida”, aclara un antropólogo.

Patricia Cusicanqui Hanssen / Agencia Anadolu
10 de noviembre de 2020

“Antonio no se está con vueltas. A él no le gusta el adulterio, se pone malito con quien anda por mal camino; así que cuando le rezan para recomponer el matrimonio, a los días devuelve al infiel a su lugar”, dice Virginia.

Antonio no es un santo ni una deidad, pero se le atribuyen favores de este tipo, y aunque lleva el nombre de una persona, en realidad Antonio es una calavera, una “ñatita”, como se le llama según las prácticas religiosas del mundo andino en Bolivia.

Este 8 de noviembre, día en que se celebra la denominada “Fiestas de las Ñatitas”, Antonio y todas las calaveras veneradas en esta parte del país fueron honradas por sus devotos.

La tradición manda celebrar un evento comunitario, con misa, comida, bebida y baile, en casa o en un gran salón, según las posibilidades económicas. Pero este año, debido a la pandemia y a las restricciones aún vigentes, la mayoría optó por una eucaristía con una presencia mínima de familiares y uno que otro invitado.

Para quien crea que esta fiesta es un culto a la muerte “está equivocado”, aclara el artista y antropólogo Edgar Arandia. Esta peculiar festividad pagano-religiosa “no es una celebración de la muerte, sino de la vida, porque según la cosmovisión indígena originaria los muertos son la semilla”.

En el mundo occidental —añade el experto— el concepto de la vida y la muerte está ligado a la idea impuesta por la religión judeocristiana. “En esta es lineal: naces, creces, te reproduces y mueres, y podrías ir al cielo o al infierno: es punitiva. En cambio, para el mundo indígena originario es circular, es decir, que el ‘ajayu’ (como se le dice al alma en idioma aymara) permanece dando vueltas, vuelve a nacer, se vuelve a reproducir y a morir”.

El festejo a las “ñatitas” en esta fecha no es casual. Está vinculado con la festividad de Todos los Santos y también con el inicio del periodo de la fertilidad agrícola, del tiempo de la hembra. Hace una semana, los bolivianos católicos, que son la mayoría, conmemoraban Todos los Santos, día en que las almas de los fallecidos regresan a la Tierra de visita, para reencontrarse con sus seres queridos, saciar su hambre con la comida y la bebida que les gustaba en vida e iniciar el viaje de retorno hasta el próximo año, una práctica de muchas similitudes con las de países como México y Guatemala.

Una vez cumplidos estos rituales, “a los ocho días se recuerda a los muertos olvidados, a quienes no han tenido socorro en el momento de la expiración, a aquellos que perdieron la vida violentamente, porque sus ‘ajayus’ se asustaron y están vagando por el mundo”, dice Arandia.

Según Virginia, quien tiene a Antonio hace unos 40 años en casa, esa fue la suerte que corrió su protector. Lo sabe porque “le hizo sueño” y allí le reveló todo. Virginia estudiaba en la Facultad de Medicina de La Paz, donde hasta hace un poco más de una década los universitarios solían llevar osamenta humana para estudiar anatomía. Y así le toco a ella, pero decidió conservar el cráneo porque ya sabía de su fama como dadores de protección.

Lo llamó Antonio en honor a un tío que murió de forma violenta, y cierta noche, en un sueño, Antonio le reveló también que su deceso había sido un brusco infortunio. “Por lo que vi en mi sueño, probablemente haya sido asesinado. Era alto, moreno, vestía un abrigo largo, como los que lucían los traficantes de los años 20”, dice Virginia en alusión a los hombres de Al Capone.

Altares para la veneración

Antonio permanece en una urna de cristal todo el año, que es abierta cada vez que le encienden velas, ya que es común que las amistades de Virginia visiten a la ñatita para orar y pedirle favores de todo tipo, en especial cuando de recuperar la pareja se trata.

En la casa de Celia, el altar ocupa toda una habitación porque ella y su familia tienen a su cargo 23 ñatitas: 20 son de varones, dos de mujeres y una de un bebé de sexo masculino. El espacio está abierto a la visita de los creyentes cual si fuera un santuario en horario extendido, desde las 7:30 hasta las 20.00 horas.

Colocadas ordenadamente en repisas de metal, 23 urnas de cristal conservan las 23 calaveras que reposan sobre almohadones forrados con tela color oro. El orificio de cada “ñatita” está relleno con algodón, como se estila casi siempre en este tipo de culto, y sombreros o gorras de lana (‘lluchus’, en aymara) cubren la parte superior de cada una. Juanito, Ángel 2, Macario, Nacho, Jhonny, Genaro, Víctor, Guillermina... Los nombres de los 23 figuran en cada urna.

Las paredes y el techo de este ambiente, ubicado en la zona Obispo Indaburo, del populoso macrodistrito Max Paredes de la ciudad de La Paz, están forrados con papel periódico, y dos largas mesas de metal están dispuestas para las ofrendas: flores, velas, agua, refrescos de cola, cerveza, alimentos, cigarrillos y hojas de coca son ofrecidos por los devotos.

LA PAZ, BOLIVIA - NOVIEMBRE 8, 2020: Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”, por lo general de personas que perdieron la vida de forma violenta y que se cree que desde el más allá pueden ser dadores de beneficios y favores especiales.  (SOLO USO EDITORIAL - CRÉDITO OBLIGATORIO: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press - HANDOUT AGENCIA ANADOLU) ( Cortesía Luis Gandarillas - AA )
LA PAZ, BOLIVIA - NOVIEMBRE 8, 2020: Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”, por lo general de personas que perdieron la vida de forma violenta y que se cree que desde el más allá pueden ser dadores de beneficios y favores especiales. (SOLO USO EDITORIAL - CRÉDITO OBLIGATORIO: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press - HANDOUT AGENCIA ANADOLU) ( Cortesía Luis Gandarillas - AA ) | Foto: ( Cortesía Luis Gandarillas - AA )


“Nadie llega con las manos vacías”, dice Celia. “Cada una viene con sus dificultades, vienen a encomendarse con oraciones. El principal de todos es Jhonny: todos lo consideran un abogado que intercede en juicios por bienes y otras propiedades”.

Lo que Celia y su familia saben de Andrea, otra las calaveras, es que en vida fue una ‘yatiri’, es decir, una persona con las habilidades de leer la suerte en coca y celebrar rituales para la Madre Tierra (Pachamama) y las deidades andinas, con el fin de pedir favores. “A ella le ruegan por prosperidad en los negocios”, cuenta.

La fe en las “ñatitas” es una herencia de su madre, Ana, a quien en cierta oportunidad le dieron a cuidar a Morocha. Desde entonces, le fueron llegando más y más calaveras, sobre todo de personas que tenían en su poder los cráneos de sus familiares y debían deshacerse de ellos porque es mal augurio. “No es bueno tener una ñatita de la familia”, explica Celia.

Tanto ella como Virginia piden que su identidad no sea del todo revelada. Prefieren el anonimato mediático y aceptan las entrevistas con esta condición.

Celia es artesana y fue una de sus clientes quien le entregó la ñatita del bebé, que hoy ocupa un lugar en la sala de veneración instalada en su casa. “Es Juanito, a él le piden, sobre todo, por la salud de los niños”, relata.

Y así sumaron 23 calaveras en estos años; algunas llegaron con nombre y a otras las bautizaron los miembros de la familia, siempre inspirados en sus sueños.

Este año no hubo fiesta, solo una misa para las almas de estos infortunados, que se celebró en el lugar. Debido al COVID-19, las autoridades municipales suspendieron también una actividad ya tradicional en la ciudad, que reúne a decenas de personas en el Cementerio General, donde un sacerdote oficia un servicio religioso y luego las calaveras son expuestas al público en sus mejores galas, con urnas relucientes, gorras, sombreros, lentes y envueltas en finas telas.

Reivindicando rituales

Esta demostración no era común hasta hace un decenio. La reivindicación y revaloración de las tradiciones y los rituales ancestrales no solo develó esta milenaria práctica, sino que dinamizó aún más el presterío, las celebraciones comunitarias andinas que tienen un fuerte carácter religioso y rotatorio.

“Era algo de lo que casi no se hablaba. Cuando yo era niña, mi mamá solía llevarnos a casa de una tía abuela que tenía una calavera cuidadosamente adornada con tela de gasa en una urna de cristal. Para entonces no sabíamos que se llamaban “ñatitas”. La tía Luisa, que era comerciante, la tenía desde los años 40 del siglo pasado y la llamaba Andresito. Cada que hacía un viaje a La Quiaca (Argentina), para traer mercadería, le encendía velas y la pedía protección”, recuerda Rosario Fernández.

Su memoria se remonta a los años 60. Cada año, doña Luisa mandaba a imprimir esquelas para invitar a una misa por Andresito. La eucaristía era en el templo de San Francisco, en pleno centro de la ciudad, pero la calavera no era llevada. El cura quizá ni sabía de quién era el alma por la que se oraba. De regreso a casa se comía y celebraba junto a los invitados, la mayoría de los cuales solía visitar con frecuencia a la ñatita con diversos pedidos.

“Esta es una festividad que en los últimos años ha adquirido mayor relevancia en varios sectores de la sociedad, pues en cierto modo era prohibida y se practicaba de manera clandestina”, afirma el secretario de Culturas de la Alcaldía de La Paz, Andrés Zaratti.

Arandia explica el porqué: “Es un ritual ancestral, prehispánico y fue parte de la extirpación de las idolatrías en el siglo XVI, para la iglesia es paganismo, herejía. El migrante aymara, que carga con su cultura, lo trajo desde el campo”.

LA PAZ, BOLIVIA - NOVIEMBRE 8, 2020: Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”, por lo general de personas que perdieron la vida de forma violenta y que se cree que desde el más allá pueden ser dadores de beneficios y favores especiales.  (SOLO USO EDITORIAL - CRÉDITO OBLIGATORIO: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press - HANDOUT AGENCIA ANADOLU) ( Cortesía Luis Gandarillas - AA )
LA PAZ, BOLIVIA - NOVIEMBRE 8, 2020: Cada 8 de noviembre en Bolivia se celebra la “Fiestas de las Ñatitas”, un ritual ancestral y prehispánico en honor a los muertos olvidados en el que algunas personas rinden un homenaje a calaveras, o “ñatitas”, por lo general de personas que perdieron la vida de forma violenta y que se cree que desde el más allá pueden ser dadores de beneficios y favores especiales. (SOLO USO EDITORIAL - CRÉDITO OBLIGATORIO: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press - HANDOUT AGENCIA ANADOLU) ( Cortesía Luis Gandarillas - AA ) | Foto: Cortesía Luis Gandarillas - Reflex Photo Press). Agencia Anadolu


La pregunta recurrente es de dónde obtienen las calaveras. Zaratti y Arandia coinciden en que se realizan rituales donde se regalan o traspasan, pero admiten también la existencia de un mercado negro.

“Hay varias formas de acceso, es un tema por investigar, pero la mayoría son antiguas y nosotros hemos generado mayores controles en el Cementerio General; existe un protocolo de seguridad para evitar susceptibilidades”, asegura el Secretario de Culturas para desvirtuar cualquier duda sobre profanación de tumbas.

En todo caso, tanto en La Paz como en la ciudad vecina de El Alto son varios los cementerios clandestinos y lo mismo sucede en áreas rurales.

“Los cráneos llegan a las personas porque ellos las escogen. Algunos se traspasan, pero también hay un mercado negro, los propios sepultureros los venden”, se anima a decir Arandia.

Virginia lo tiene claro: “Yo no tengo en mente la idea de heredar a nadie a Antonio. Mi deseo es que al morir me incineren y él se irá conmigo. Mi hija sabe esto”.

En cambio, Celia ya ha decidido que a futuro sus dos hijas se harán cargo de esta herencia. “A mí, mi mamá me dejó con esta responsabilidad, y yo haré lo propio con mis dos hijas”. Su objetivo es que todo aquel que necesite ayuda acuda a esta suerte de templo que instaló en casa.

“Dado que la cultura es dinámica, la gente les ha dotado de poderes sobrenaturales, no harán milagros —sostiene Arandia—, pero eso sí, son protectores”, sentencia.

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