Crónica

Piqueteadero Doña Nieves: 66 años de amor y sazón

Doña Nieves y don Pedro, dos campesinos de Susa y Chocontá, se enamoraron, conformaron una familia y fundaron uno de los más tradicionales restaurantes de Bogotá: el Piqueteadero Doña Nieves.

Margarita Bernal
27 de junio de 2013
Javier La Rotta

Los miércoles en la mañana llegan desde Pereira y Bucaramanga las gallinas.

Marina, una de las empleadas de confianza, es quien se encarga de recibirlas. Es entonces cuando inicia esta historia de entrega y sabor, y comienza a orquestarse la cocina. Se prepara el hogao, la yuca, la papa enchalecada, las gallinas y se prende la leña.

Todo empezó por allá en 1947, cuando Pedro Benavides y su esposa, Nieves Ballén, dueños de una tienda en la 61 con novena, comenzaron a vender caldo de gallina para aquietar el frío bogotano. En uno de esos tiritantes días, Carlos García –padre del entrenador de fútbol el ‘chiqui’ García– le sugirió a la dueña del local que se comprara un par de gallinas para venderlas. Desde entonces, el voz a voz la hizo famosa y no tardó en darse a conocer en el barrio.

Hoy, 66 años después, son sus hijos quienes han mantenido la tradición. No solo con la comida, sino con el cariño y la atención que les ofrecen a los clientes. Guillermo Benavides, uno de sus hijos, recuerda que con esfuerzo y ahorros sus padres compraron un lote en la montaña –lo que hoy se conoce como chapinero alto–.

¿Aventureros? ¿Visionarios?

No sabemos qué pasó por la cabeza de esta pareja que decidió trasladar sus ollas, gallinas y sartenes al lugar. Con su sazón colonizaron el sector. Cuando se entra al restaurante, decorado con iglesias de barro y un retrato de sus fundadores, es fácil trasladarse y alejarse del ensordecedor ruido y agite capitalino.

El olor a leña quemada, las ollas borboteando, la música festiva y el calor de hogar, hacen que la visita sea memorable. El piqueteadero Doña Nieves es de esos lugares que rememoran un paseo al campo o a un pueblo cercano. Allí, el tiempo no corre, no hay afán, se olvidan las carreras y solo dan ganas de disfrutar de su sabrosa comida.

Los hermanos Benavides han respetado la receta de sus padres. No usan ingredientes químicos ni salsas artificiales. “Lo que usamos es cebollita, sal, comino, achiote, leña y mucho amor”, dice Guillermo.

Por eso, el ritual del piquete tiene sus pasos: lo primero que sirven es la taza de consomé, el verdadero levanta muertos, un reconstituyente que prepara el estómago para la gran ‘comilona’. Lo recomendable es llegar con hambre al lugar.

Luego viene el banquete servido sobre una canasta de mimbre y decorada con una hoja de plátano. En ella reposa la gallina hábilmente despresada –valga aclarar que Pedro, el hijo mayor, es quien se encarga de esta noble tarea– y a su lado están las papas, la yuca, las arepas y el plátano maduro con queso. Solo falta armarse de valor, respirar profundo y agarrar con la mano la presa preferida, porque como canta el dicho, “la gallina y el marrano se comen con la mano”.

Cerveza, gaseosa, o refajo preparado son las opciones para acompañar, aunque una copita de aguardiente hace el maridaje perfecto al final de esta suculenta ‘panzada’.

Y para terminar, llega el arroz de leche, el postre de natas o el flan de queso. Don Pedro y doña Nieves fallecieron hace unos años, pero su presencia está en cada rincón del lugar. Basta con solo darle una mirada a algunos de sus clientes; algunos llevan más de 40 años almorzando ahí y hoy en día llevan a sus hijos y nietos a recordar viejos tiempos y a saborear una buena comida.

El lugar abre de miércoles a domingo desde las 11.00 a.m. hasta las 5.00 p.m. La clientela es variopinta, desde altos ejecutivos, políticos y empresarios; hasta personas humildes que con gran esfuerzo llevan a su familia los fines de semana. “Los últimos son nuestros favoritos, los que más queremos, aunque a todos los tratamos por igual, pero valoramos el sacrificio que hacen algunos para venir a disfrutar de nuestra comida”, dice Guillermo.

En un fin de semana venden entre 70 y 80 gallinas, teniendo presente que cada una es servida con todos sus ‘gallos’. Lo ideal es compartirla entre seis y ocho personas, y su costo es de $60.000.

Al piqueteadero Doña Nieves hay que ir a comer verdadera comida criolla, y lo recomendable es sentarse con Guillermo Benavides a oír las historias de amor y cocina detrás de sus fogones.

Dirección: calle 65 No. 3B-48 Teléfono: 248 1162

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