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La Macarena: los límites del turismo
El turismo se ha posicionado como una solución para frenar el deterioro de uno de los ecosistemas más importantes del país, pero voces locales y expertas señalan que el negocio tiene que ser más equitativo para tener un impacto sostenible a largo plazo.
Este artículo se hizo gracias a la beca de Fondo ODS para el periodismo de América Latina , que financió la Universidad de Los Andes. Durante los meses de septiembre a diciembre de 2019 se adelantó la investigación, que tuvo la edición del periodista Alessandro Rampietti.
“Nosotros llegamos el 28 de enero de 1968. La Fuerza Aérea nos trajo a toda la familia, no pagamos nada”. Ese día, Pablo Rojas, sus padres y sus ocho hermanos se embarcaron en un avión DC-3 y aterrizaron en la pista del municipio de La Macarena. “A los 20 días regresó otra vez el avión para acabar de traer el trasteo: unas tejas viejas y oxidadas donde mi padre secaba el café. Incluso tuvimos la oportunidad de traer los perritos y gaticos”.
Lo que Pablo y su familia vieron desde la ventana del avión fue una sola selva, con muy pocos claros. Cuando llegaron descubrieron que el pueblo era “unas casitas, muy poquitas, y una sola callecita en línea recta que llegaba al puerto”. Y decir ‘puerto’ es un cumplido: ”era sobre raíces de guamo que uno bajaba a tomar la canoa por el río Guayabero”.
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Pero hoy, si un colombiano quiere ir a conocer la región, tiene que pagar, y bastante. El tiquete en avión desde Bogotá o Medellín cuesta alrededor de 600.000 pesos, aunque también está la opción de tomar una avioneta desde Villavicencio por unos 450.000 pesos ida y vuelta. Y el paisaje que se ve durante el trayecto es bien distinto al que conocieron los Rojas. Ahora la selva ya no es tupida, parece más bien una colcha de retazos de potreros y franjas de árboles pegadas a los ríos.
En los años 60, el avión llegaba una vez al mes, o si tenían suerte, dos. Hoy, en plena temporada de turismo, llegan hasta cinco vuelos al día. En esa época solo llegaban los campesinos que buscaban refugio. Hoy, son los turistas norteamericanos, europeos o asiáticos, que buscan ver con sus propios ojos lo que les mostraron en National Geographic o BBC: Caño Cristales, “el río de los siete colores”.
Caño Cristales es uno de los lugares más visitados de Colombia por los turistas. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Hace sesenta años ya se reconocía la importancia ambiental de la zona, pues en 1933, la Serranía de La Macarena fue la primera reserva biológica declarada en Colombia, y en 1948, la Ley 52 la reconoció como “reserva nacional”. Eso significa que el Estado debía custodiarla, regular el uso de su suelo y de sus recursos naturales.
A pesar de eso, el mismo Estado decidió llevar gratis a cientos de colonos que huían de la violencia y buscaban una nueva vida. Eso disparó la población de la zona y le puso presión al bosque y a la reserva. Muchos de esos pobladores —no todos— terminaron invadiéndola.
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“Aquí la cultura era tumbar rápido la montaña, meterle candela, sembrar pastos y algún día tener ganado”, cuenta Pablo Rojas. “A la gente le tocaba era descombrar para que el tigre no se viniera a comer sus gallinitas, o de pronto pusiera en riesgo la vida de sus propios hijitos”.
Aunque la colonización no es la única causa, hoy la región enfrenta un daño ambiental dramático. Según la organización Global Forest Watch, el municipio de La Macarena perdió 150.000 hectáreas de cobertura vegetal entre los años 2001 y 2015, un promedio de 10.000 hectáreas por año. Con la llegada de nuevos actores a la región, tras el acuerdo de paz con las FARC, la deforestación aumentó su ritmo: el municipio perdió 47.100 hectáreas de bosque entre 2016 y 2018, un promedio de 15.700 cada año.
La deforestación en Sierra de La Macarena ocurre principalmente para darle paso a la ganadería. Fuente: Global Forest Watch.
Y es ahí en donde el turismo aparece como una posible solución. Freddy Mora, un operador turístico de la zona, lo explica así: “Para que haya turismo necesitamos que la gente deje estos arbolitos aquí, no los tale, o por el contrario siembre, porque ahí van a llegar las aves a las que les vamos a tomar la foto”. Si la gente logra vivir dignamente del turismo, no tiene necesidad de deforestar para generar ingresos de cultivos o de ganado.
Pero que el turismo sea una actividad económica en la región ha sido un proceso largo. En los setentas, Caño Cristales solo era un lugar pintoresco, remoto y desconocido para los locales. “Un señor abrió por allá un terreno y encontró el caño, y vino a contar el cuento de que por allá había un cañito muy bonito, y ya comenzamos a ir”, cuenta Omar Torres, el primer fotógrafo de la zona. Él también llegó en los sesentas, en un avión de la FAC.
Poco a poco, el Caño se convirtió en un destino para el paseo de olla de los macarenenses durante el fin de semana. “Llegaba uno como a las nueve o diez de la mañana y hacía al almuerzo, se bañaba un rato y se devolvía”, cuenta Jairo Fandiño, un operador turístico que creció en la vereda La Cachivera.
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Veinte años después, en los noventas, Caño Cristales ya era conocido, pero el pueblo todavía estaba lejos de tener infraestructura para el turismo. La pista de aterrizaje era un potrero destapado y conseguir dónde dormir era difícil. “Uno aterrizaba y de pronto salía todo el pueblo a recibirlo, y quien recogía las maletas venía en una ‘zorra’, en una carroza de esas jalada por una mula”, recuerda Luis Carlos Sotelo, un académico que visitó Caño Cristales por primera vez en 1991.
Eran pocos los turistas que se aventuraban a ir: La Macarena ha sido uno de los puntos neurálgicos del conflicto armado en Colombia. El río Guayabero, que atraviesa el municipio, es uno de los lugares históricos de influencia de las FARC desde su fundación en 1964. Entre 1999 y 2002, el municipio fue parte de la zona de distensión en la que el presidente Andrés Pastrana fracasó en su diálogo con las FARC; y luego, fue uno de los sitios más afectados por la ofensiva antiguerrilla que impulsó Álvaro Uribe.
El río Guayabero, que atraviesa el municipio, es uno de los lugares históricos de La Macarena. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Esa situación, y la falta de una reglamentación clara para el turismo en el área de reserva, hicieron que hasta 2006 llegaran muy pocos visitantes a La Macarena. Pero en 2007, Parques Nacionales y la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Área de Manejo Especial La Macarena (Cormacarena) adoptaron el Plan de Manejo del parque Sierra de La Macarena.
En 2007 se adptó el Plan de Manejo del parque Sierra de La Macarena. Fuente: Cormacarena.
Con ese plan, se delimitaron las áreas en las que se permitió “dar ciertas facilidades para la recreación al aire libre”, como Caño Cristales, Caño Indio o Caño Canoas; y las zonas en las cuales “el ambiente debe mantenerse ajeno a las intervenciones humanas”, bien sea porque se ha conservado intacto o porque su deterioro requiere de procesos de recuperación.
Y eso, sumado a la presencia un poco más estable por parte del Ejército, garantizó las condiciones básicas para el turismo. “En 2008 las cosas habían mejorado y se pudo traer turistas: no había restricción para movernos en las zonas turísticas, y había presencia y administración de la fuerza pública”, recuerda Mora.
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Hoy, el turismo es la segunda actividad económica de la zona, pero está lejos de superar a la ganadería, que “es más rentable que otras actividades, por las pocas vías de comunicación y la falta de proyectos productivos”, dice Francisco Parra, director de la oficina regional de Cormacarena en La Macarena. “Además funciona todo el año y ha crecido mucho recientemente”, añade.
Y es urgente reemplazarla porque representa una de las principales causas de la deforestación, pues “requiere de talar bosques y sembrar pastizales; mientras que con el turismo necesitamos bosques para que hayan aves, mamíferos, flora, animales, en fin, paisajes”, dice Fandiño.
La deforestación se incrementó en la zona para dar paso a los pastizales con los que se alimenta el ganado. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Es un cambio que toma tiempo, y para ayudar a acelerarlo se requiere que el turismo sea una opción económica para muchas más personas en La Macarena. Pero hasta el momento “la mayoría de las ganancias se quedan en pocas agencias turísticas del sector privado”, afirma Daniel Ruiz-Serna, PhD en antropología e investigador de la Universidad de British Columbia (Canadá) que ha estudiado extensamente la zona.
Parte del problema tiene que ver con que el turismo está concentrado en un solo destino, Caño Cristales, y eso trae como consecuencia que el modelo de negocio sea excluyente.
Caño Cristales no alcanza para todos
Desde mayo hasta noviembre, La Macarena es un pueblo que se levanta temprano y se acuesta tarde. Los vendedores de arepas y empanadas de la plaza central están preparando la masa y calentando el aceite desde antes del amanecer, y el zumbido de las motos eclipsa los cantos de los pájaros.
En 10 años la infraestructura ha crecido: el pueblo pasó de dos a 22 hoteles, de tres a 15 restaurantes, de una a cuatro instituciones bancarias (cajeros o corresponsales bancarios) y de 10 guías turísticos a más de 130. El “puerto Inderena”, que Pablo conoció cuando era solo unas ramas para bajar al río, hoy es un muelle desde donde salen la mayoría de las lanchas con destino a los sitios turísticos. Los lancheros llegan temprano y desayunan caldo de pescado mientras llegan los turistas.
Hoy el municipio cuenta con un muelle desde donde salen la mayoría de las lanchas con destino a los sitios turísticos. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
En los meses lluviosos, de mayo a noviembre, las hierbas rojizas de la especie Macarenia clavigera florecen en el suelo rocoso de Caño Cristales, y el pueblo se llena de turistas. Durante la estación seca, de diciembre a abril, las hojas no se dejan ver.
“Vimos las fotos y entonces dijimos: es un lugar que merece la pena visitar. Simplemente por eso, no por referencias de ninguna persona ni nada, simplemente por lo que habíamos visto por internet”, cuenta María Reyes, una española que visitó Caño Cristales a finales de 2019.
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Como ella, son cientos los viajeros que llegan de todas partes del mundo. De acuerdo con Cormacarena, 11.232 turistas visitaron Caño Cristales en la temporada alta de 2019. El problema es que “el caño no da más”, como dice Rodrigo Botero, director de la Fundación Conservación y Desarrollo. Su capacidad de carga —la cantidad máxima de personas que puede recibir un destino turístico sin que se causen daños ambientales o sociales— está casi al tope, y la oferta de actividades turísticas más allá del caño es limitada.
Según Cormacarena, 11.232 turistas visitaron Caño Cristales en la temporada alta de 2019. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Freddy Mora hace las cuentas: “a Caño Cristales solo pueden ir 300 personas por día, máximo. Hay otros atractivos, y eso nos ayuda a aumentar a 600 personas por día, entonces no alcanzamos con ese volumen a darle empleo a todo el mundo en La Macarena”.
Con los ingresos que dejan esos 600 turistas “se benefician alrededor de 650 familias”, según dijo Ivonne Linares, quien fue secretaria de Turismo de La Macarena hasta diciembre. Pero según el censo de 2019, la población del municipio es de 23.877 habitantes, así que si se asume que cada familia tiene cinco personas en promedio, solo un 13,6% de los macarenenses deriva algo de sustento del turismo. Además, esas personas solo tienen trabajo asegurado la mitad del año.
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“En el verano aquí no hay nadie”, cuenta Fandiño. En los seis meses del año en los que las plantas de Macarenia clavigera no florecen, los turistas no van y la gente que se dedica al turismo se dispersa: vuelve a sus fincas, se rebusca jornales para trabajar o se va a otros pueblos.
Además, en el pueblo solo viven 4.458 personas, que corresponden al 19% de la población del municipio. El 81% restante vive disperso en una enorme extensión rural de 11.231 kilómetros cuadrados: más de seis veces la de Bogotá.
En el casco urbano de La Macarena viven 4.458 personas, que corresponden al 19% de la población del municipio. El 81% restante reside disperso en el área rural. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Una solución sería dejar de depender de Caño Cristales. Eso no solo permitiría que más familias entraran al negocio del turismo, sino también, que hubiera ingresos todo el año. Para eso, las autoridades y los habitantes locales están intentando promocionar más destinos dentro de la Serranía.
“La Macarena es conocida a nivel mundial por Caño Cristales, pero tenemos muchos más lugares muy exóticos, muy hermosos, como la Laguna del Silencio, el Raudal Angostura, tenemos el mirador, tenemos Cristalitos, se pueden hacer observación de aves y ya estamos trabajando en el tema de observación de mamíferos”, dice Fandiño.
Además de Caño Cristales, La Macarena cuenta con otra serie de atractivos turísticos como la Laguna del Silencio, el Raudal Angostura y el Salto del Gato, entre otros.
Pero el esfuerzo va lento. La mayoría de los turistas siguen interesados solo en Caño Cristales. Además, la situación de orden público afecta de forma directa la expansión de destinos turísticos.
Por una parte, el Informe de Monitoreo de Cultivos Ilícitos de la ONU dice que el Parque Nacional Sierra de La Macarena sigue siendo uno de los de mayor riesgo en el país por presencia de cultivos de coca, a pesar de que las cifras muestran una disminución en el área cultivada en ese parque, que pasó de ser de 2.548 hectáreas en 2016 a 1.840 hectáreas en 2018.
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Y por otra parte, hoy se sabe que las disidencias de las FARC, comandadas por alias ‘Gentil Duarte’, quien estuvo al mando del séptimo Frente que actuaba principalmente en La Macarena, siguen en la zona. Según la ONG InSight Crime, después de abandonar el proceso de paz, alias Duarte retomó el frente, “controla parte de la ruta del narcotráfico en el sureste de Colombia y mantiene vínculos con grupos disidentes y organizaciones criminales internacionales con el objetivo de controlar el tráfico de cocaína en los países vecinos”.
Y esto, por supuesto, afecta la seguridad en La Macarena y hace que algunos lugares que tienen gran potencial turístico no puedan ser visitados. Como cuenta un reporte de Mongabay, las disidencias han amenazado a varios guardaparques y han impedido el desarrollo de algunos proyectos productivos en los parques nacionales.
El paquete turístico que concentra las ganancias
Como cualquier paquete turístico, el plan estándar en La Macarena está planeado al milímetro. Los turistas llegan en avión o avioneta al pueblo, donde los busca un representante de la agencia turística contratada para darles la bienvenida y acompañarlos a registrarse en el hotel.
Después de descansar un poco, probablemente irán a ver el atardecer llanero a un mirador cerca del pueblo, como Caño Piedra o Cristalitos. De regreso, tienen la opción de asistir a un ‘parrando llanero’ en uno de los dos restaurantes con tarima que hay en el pueblo. En el parrando, los turistas comen y beben algo mientras disfrutan la presentación de un grupo musical local y una muestra de baile hecha por algunos jóvenes y niños de la región. El plan no se acaba tan tarde y los vendedores de artesanías y suvenires aprovechan para ofrecer sus productos a la salida.
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El segundo día los turistas madrugan para asistir a una inducción que ofrece Cormacarena en sus oficinas, en la que les explican las normas de comportamiento en los puntos turísticos. De ahí van al puerto, donde toman camino a Caño Cristales: primero una lancha, luego una camioneta, y finalmente un sendero de 2,5 kilómetros. Conocen el caño, se devuelven, pasan la noche en el pueblo, y al tercer día vuelan de regreso a la ciudad.
El 13,6% de los macarenenses deriva algo de su sustento del turismo. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
El plan es casi el mismo para todos los turistas. Eso les permite a los operadores estandarizar la oferta de planes y paquetes y medir el impacto que va a tener el turismo en la zona. Pero esa lógica también hace que la mayoría de los turistas pase por las mismas atracciones y deje su dinero en los mismos lugares, restaurantes y hoteles, siempre lejos de las zonas rurales: “A la gente de las veredas solo la dejan cargar las maletas”, dice Delio Franco, director de Asojuntas, la organización que agrupa a todas las juntas de acción comunal de La Macarena.
“Si las familias pudieran atender turistas de forma autónoma, y si al turista le permitieran escoger una familia para su viaje, sería un turismo verdaderamente comunitario”, dice Franco. “Pero aquí a los turistas los cogen los operadores, les ponen una cabeza a cada lado, y no los dejan comprar nada que ellos mismos no les vendan”.
Audio del Jardín Botánico: una propuesta de conservación que ofrece una estadía de mil estrellas.
El otro problema es la concentración de las ganancias en pocas manos. Es cierto que los operadores turísticos son de la región, igual que los transportadores, hoteleros y demás prestadores de servicios. De hecho, para el viceministro de Turismo, Julián Guerrero Orozco, eso muestra que ”el de La Macarena es uno de los mejores modelos de turismo comunitario en el país”, según dijo a Semana Sostenible. Pero también es cierto que la mayoría de los turistas y las ganancias queda en manos de muy pocos operadores.
Según cifras de Cormacarena hay 30 operadores turísticos registrados. Pero de esos 30, solo cinco concentraron el 52,4% de los visitantes en la temporada turística el año pasado. En cambio, 11 operadores llevaron, cada uno, menos del 1% de los visitantes (el 8% de los visitantes fueron personas locales).
Los operadores aprovechan para mostrar a los turistas, además de la riqueza natural, la cultura y gastronomía típica de la región, como el pescado. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Parra explica que “lo que pasa es que hay operadores que tienen representación en la ciudad y presencia en internet y esos son las que más clientes logran traer”. Y es lógico, porque los potenciales clientes están en las ciudades y fuera del país, así que para que un operador turístico pueda conseguir llegar a ellos, necesita recursos que están fuera del alcance de muchos habitantes de la región.
“Así funciona en muchos destinos turísticos alrededor del mundo, pero La Macarena es un territorio históricamente aislado, con complejidades sociopolíticas, donde ni siquiera hay cobertura de internet estable. No es lógico implementar un modelo de negocio que no se adapte, o al menos contemple, las particularidades de la zona, porque favorece a los que tienen más recursos en detrimento de la comunidad”, afirma el antropólogo Ruiz-Serna.
El papel de las instituciones
Los dos entes de control ambiental en la zona son Parques Naturales y Cormacarena, y para estos el turismo “es una actividad que tiene un enorme potencial de conservación”, dice Julia Miranda, directora de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
Parques Nacionales, por ejemplo, firmó acuerdos con 1.126 familias en el área de influencia del Parque Nacional Sierra de La Macarena, para que protejan 1.289 hectáreas a cambio de apoyo económico y capacitación para emprender proyectos productivos de turismo, o de actividades como explotación de frutas y semillas del bosque o apicultura. El objetivo es que los campesinos que viven en el parque puedan tener un sustento con otras actividades que no dañen el ecosistema.
La Macarena cuenta con una inmensa diversidad de fauna y flora, razón por la cual su territorio busca ser protegido por la autoridades a través de acuerdo de conservación con los campesinos. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Pero es un esfuerzo pequeño, pues se concentra en el 30% de la extensión del municipio que corresponde al Área de Manejo Especial de La Macarena, bien sea porque pertenece al Parque Nacional Serranía de La Macarena o al área destinada a la conservación. Además, cubre menos del 2% del área deforestada en el parque.
Cormacarena, por su parte, anunció el lanzamiento de una nueva plataforma en línea, Bonita La Macarena (bonita.cormacarena.gov.co), en la que a partir de la temporada turística de 2020 los turistas van a poder elegir las actividades que quieren realizar y contactarse con los operadores directamente. Parra, el director de Cormacarena en el municipio, espera que eso “ayude a los operadores más pequeños a tener más ventas”. El impacto de la iniciativa sólo podrá medirse a finales de este año.
Los turistas podemos ayudar
La “foto” de la que hablaba María, la turista española, es parte del problema. La imagen de Caño Cristales es tan popular que muchos turistas planean sus viajes pensando solo en tener su propia selfie junto al río, y es difícil que accedan a ir a otros destinos. Cuando Jairo intenta incluir otros lugares en sus planes, la mayoría de las veces no logra que los turistas los compren. No solo porque su prioridad casi siempre es Cristales, sino también porque no están dispuestos a gastar más dinero. “Uno les dice que hay que pagar 100.000 pesos más por persona, y la mayoría dice que no, y se va a buscar donde le cobren más barato”.
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Para Ruiz-Serna, los turistas podrían cambiar un poco esta situación. “Muchos se mueven buscando lo más barato pero se necesita incentivar una ética del turismo. Yo debo ser capaz de sentir que tengo que pagar un poco más, pero que ese dinero se queda con la familia que me recibió y que me acogió”.
Para los pequeños operadores campesinos se necesita incentivar una ética del turismo, para que los visitantes también contribuyan a mejorar este reglón en el municipio. Foto: José Luis Peñarredonda y Andrea Díaz Cardona.
Una de esas familias es la de Jorge Gutiérrez y su esposa Luz Mary, que tienen su finca a unos pasos de la Laguna del Silencio. Para llegar a la finca, hay que atravesar la laguna con un “potrillo”, como se le conoce a una pequeña canoa de remo en la zona. El lugar es un paraíso. Tienen un antejardín con frutales, y pájaros de todos los colores que se posan en las barandas de la casa.
A lo lejos, del agua emana una calma irreal: se llama Laguna del Silencio porque, cuando las aves terminan su concierto mañanero, lo único que suena es la brisa suave que acaricia los árboles. Luz Mary no cambia su casa en la laguna: “Se vive una paz… Uno tiene como, como una tranquilidad y uno está como en medio de la naturaleza, no se escuchan los ruidos o la música que se escucha en el pueblo”.
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Pero les llegan muy pocos turistas. Una visita a la semana en temporada alta, y en temporada baja pueden pasar meses sin que venga alguien. “Yo soy vegetariano, pero cuando vienen turistas, yo igual les saco su pescadito de la laguna”, dice don Jorge. La pareja vive de cultivar maíz y plátano, de vender huevos y gallinas, y de su pensión. Lo que les dejan los turistas ayuda, pero está lejos de ser suficiente.
Lo que ya está funcionando
En La Macarena hay iniciativas que buscan solucionar los problemas del turismo en la región. Varias personas locales, a pequeña escala, ponen su parte para ayudar a que el turismo sea una fuerza positiva y que sus beneficios incluyan a tantas personas de la comunidad como sea posible.
Los Fandiño son una familia que decidió meterse de lleno en el turismo ecológico y conservar su tierra. Jairo, dos de sus hermanos, su esposa y su cuñado tienen oficios diferentes en el turismo, pero todos ellos han encontrado una alternativa no solo económica, sino ecológica para no vivir más de la selva.
Audio de los Fandiño: un ejemplo de turismo ecológico hecho en familia.