CONSUMO

¿A dónde van a parar los medicamentos viejos?

Botar las drogas expiradas a la basura puede parecer algo inofensivo, pero es algo que tiene un alto riesgo. Más del que usted se imagina.

17 de agosto de 2016

Antes de verter al lavamanos un jarabe para la tos que ya expiró, o botar a la basura el empaque de cartón de un antihipertensivo, hay que pensar en el daño que ese acto podría hacer al medioambiente y posiblemente a la salud de cualquier persona.

Si los medicamentos no se descartan correctamente es posible contaminar las fuentes hídricas, donde peces y otros animales pueden consumirlos. Incluso esa agua puede usarse en el riego de verduras y frutas. Dejarlos en el suelo o tirarlos a la basura también es peligroso pues “en ninguno de esos casos hay control sobre a dónde va a parar”, dice Diego Vergara, experto en el tema. (Vea: Xenoturbella: la especie que por 60 años tuvo en vilo a la ciencia)

No tomar las debidas precauciones puede causar bioacumulación, es decir, lo que pasa “cuando un ser vivo como un pez o una vaca consume una sustancia pero no la digiere sino que la acumula en su organismo”, explica Vergara. De esta forma, el remedio que se quería desechar regresa al hogar en algún alimento servido en su propio plato.

Vergara es el coordinador técnico de una campaña en Colombia que busca enseñar a disponer de estos residuos de manera apropiada. La lidera Punto azul, una organización sin ánimo de lucro en la que participan 232 laboratorios farmacéuticos. El programa consiste en colocar contenedores donde la gente puede llevar los medicamentos viejos para evitar que los boten a la basura.

En el caso de los antibióticos, el mayor riesgo de no disponer bien de estos residuos es generar resistencia bacteriana, un fenómeno mediante el cual las bacterias mutan y se hacen resistentes, de manera que los antibióticos dejan de tener efecto contra ellas. Se trata de un gran problema global. En 2014, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un informe en el que señala que el problema ya no es una predicción del futuro sino una situación actual en el mundo, con el potencial de afectar a cualquiera sin importar la edad o la región. “Es una gran amenaza de salud pública”, señala el informe.

La revista The Economist le dedicó recientemente su portada y señaló que las infecciones intrahospitalarias ofrecen el ejemplo más cercano. “Una cirugía electiva como un reemplazo de cadera o una cesárea rutinaria podría ser un riesgo”. En la medida en que la gente consume antibióticos sin necesitarlos, o en alimentos con residuos, se incrementa la posibilidad de desarrollar dicha resistencia.

Peces con prozac

Desde hace un par de décadas hay evidencia científica de que los ríos están contaminados por medicamentos desechados por el lavamanos o el inodoro. Aunque no muchos estudios dan cuenta de este fenómeno, los que hay son suficientes para encender las alarmas. (Vea: Google predice su futuro para generar conciencia)

En un análisis hecho en 2007 por la Agencia de Protección de Medioambiente de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), aparecieron rastros de píldoras anticonceptivas, antidepresivos, calmantes, hormonas, antihipertensivos y antibióticos en el 80% de las muestras de agua de diferentes ríos de ese país. Otro estudio realizado un año después encontró residuos de calmantes en los ríos de Nueva York, y de ibuprofeno y naproxeno en los de Washington, mientras que en los del sur de California predominaban los ansiolíticos.

Asimismo, se ha observado que los animales ingieren estos desechos y los acumulan en su organismo. En 2013, investigadores de la Universidad de Umea en Suecia examinaron a un tipo de pez conocido como perca en las aguas del río Fyris, cerca de Upsala, y encontraron en su tejido muscular una gran concentración de un antidepresivo. También se han encontrado residuos de otros antidepresivos en el cerebro de peces recogidos en ríos de Iowa y Colorado, Estados Unidos, según un estudio publicado en la revista Environmental Science and Technology.

Además, los científicos han podido establecer que aun pequeñas dosis de estos residuos pueden afectar el organismo de dichos animales. En un posterior trabajo,investigadores suecos expusieron a los peces a diferentes concentraciones del mismo medicamento y encontraron que su comportamiento cambiaba. Los que recibieron mayor concentración se volvieron menos sociales, más activos y de comer rápido, características que podrían llevarlos a ser presa fácil de depredadores.

En otro trabajo publicado en 2010 por la revista Hormones and Behaviour se observó que los peces macho expuestos a residuos de hormonas se comportan como hembras y aunque son aptos para reproducirse ellas no los escogen para aparearse.

Algunos dudan de que este tipo de exposición tenga efectos nocivos en los seres humanos porque creen que las concentraciones de estos residuos son bajas. Además, aseguran que los medicamentos por lo general ya pudieron ser metabolizados. Sin embargo, está demostrado que en el caso de medicamentos viejos el peligro se mantiene porque “son productos con un principio activo”, dice Jorge Enrique Trujillo, director de Punto Azul.

Los medicamentos vencen cada cinco años en promedio. Cuando expiran, el fabricante no asegura que su principio activo tenga la misma eficacia, pero eso no significa que sean inofensivos. Como demostró un estudio reportado en 2014 por la cadena de noticias CNN, ocho drogas de prescripción expiradas entre 28 y 40 años atrás todavía tenían su componente activo.

La adulteración: el otro riesgo

Otro peligro de tirar medicamentos viejos sin cuidado es que estos desechos lleguen a manos criminales para ser objeto de falsificación y adulteración. Aunque suena a una trama de suspenso de Hollywood es un problema real. Estas personas toman los empaques y hacen fórmulas rústicas de medicamentos con polvo de ladrillo y otros materiales, los vuelven a empacar y los venden como si fueran originales. En otros casos simplemente alteran la fecha de vencimiento y así, medicamentos viejos vuelven a circular como nuevos. “Anualmente hay pérdidas de hasta 70 millones de dólares por falsificación y adulteración de medicamentos”, señala Vergara.

En diciembre de 2015, la Policía colombiana capturó a 34 personas que vendían de manera irregular medicamentos procedentes de Venezuela que entraban al país por Cúcuta, donde se les cambiaba la etiqueta para que parecieran originales. Eran drogas falsas para enfermedades raras y durante 14 años esta banda distribuyó medicinas que no servían para lo que supuestamente debían atacar y por lo tanto mucha gente nunca recibió el tratamiento indicado.

Por todas estas razones en muchos países hoy existe una reglamentación muy clara para disponer de estos residuos, del estilo de la existente para las baterías y pilas o los empaques de plaguicidas. Colombia no es la excepción y desde 2009 una resolución del Ministerio de Ambiente establece cómo hay que manejar los medicamentos vencidos, deteriorados o parcialmente consumidos.

En este punto, los consumidores tienen una gran responsabilidad “porque son parte de la cadena”, dice Vergara. El principal deber es revisar el botiquín casero periódicamente y en caso de tener medicamentos viejos llevarlos a sitios especializados. El resto está a cargo de Punto Azul que tiene ya 965 contenedores en varias ciudades de Colombia, incluida San Andrés y Providencia. En Bogotá hay 403 puntos ubicados en farmacias y cadenas de almacenes de gran superficie. (Vea: cómo ubicar un punto azul).

Los medicamentos recolectados se llevan a un centro de acopio donde son clasificados y luego incinerados de manera controlada. Otros se usan como combustible calorífico. En el primer año de la campaña se recogieron 5,5 toneladas de medicamento, lo que equivale a tres furgones. “Hoy solo en Bogotá se recogen 48 toneladas, ocho veces más que el primer año”, dice Vergara. En la historia de la campaña han logrado recoger 265 toneladas en todo el país.

Trujillo sabe que hay potencial para más. Se sabe por ejemplo que en las ciudades ya se conoce más este problema que en el campo, por lo que habrá que llevar el tema a las zonas rurales. Este año el programa empezará en Amazonas y Chocó. “La meta es lograr 5.000 contenedores en el territorio colombiano”, dice. Este programa es el más avanzado en América Latina, y ayudar a que tenga éxito no solo es importante sino una responsabilidad que cada cual debe asumir con su salud y la del planeta.