IMPACTO

Mocoa, una ciudad que debe vivir con las alarmas encendidas

Por estar ubicado en una zona montañosa bañada por ríos y constantes lluvias, este municipio siempre es vulnerable a las avalanchas. Sin embargo, la deforestación y el uso inadecuado del suelo intensifican la probabilidad de que se presenten más tragedias.

John Barros
20 de abril de 2018

A María Amilbia Echeverry, una mujer de 50 años que trabaja como recepcionista del Hotel Inga Real, se le erizan los vellos de los brazos y se le dilatan las pupilas cada vez que le preguntan por la avalancha de lodo, agua, árboles y gigantescas rocas que el 31 de marzo de 2017 cobró la vida de más de 300 personas en Mocoa.

Aunque por los azares del destino no fue una de los más de 22.000 damnificados que dejó el desbordamiento de los ríos Mocoa, Mulato y Sangoyaco, María si recuerda vívidamente la incertidumbre y la zozobra que vivió al conocer los resultados de la tragedia, la cual también dejó como saldo más de 390 heridos y 71 desaparecidos.

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“Esa noche el cielo parecía roto y se iluminaba con rayos y centellas. Mi esposo y yo vivíamos en una casa arrendada en el barrio San Francisco, retirado del río Sangoyaco, el cual atraviesa la ciudad. Como hacia las 11 de la noche, por la calle empezó a bajar más agua de lo normal, con palos y algunas ramas, pero como acá llueve casi todos los días no nos alarmamos mucho. Nos fuimos a dormir inquietos, ignorando lo que estaba pasando”.

Hacia las 6 de la mañana salió de su casa y se encontró de frente con la tragedia. “Había lodo por todos lados. Me enteré que entre los barrios afectados estaba San Miguel, donde vivían tres amigas. Salí a buscarlas y gracias a Dios las encontré vivas. Una se salvó porque se subió al tercer piso de la casa. Otra salió corriendo y caminó como tres horas sin rumbo. Al regresar, aunque su vivienda estaba en pie, ya le habían saqueado todo. La tragedia de muchos es la bonanza de unos pocos”.

Dos días después de la fatídica avalancha, María, quien nació en Manizales y llegó a la capital del Putumayo hace 30 años, decidió recorrer parte de los 17 barrios que se vieron afectados.

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“El panorama era de desolación y ya olía a muerte. Las piedras que cayeron desde la montaña eran impresionantes. La gente estaba cubierta en lodo, sin ropa. Varios conocidos míos no aparecieron, creo yo porque quedaron bajo las rocas. Acá llegó mucho vivo a aprovecharse de la tragedia, a saquear y a hacerse pasar como damnificados”.

Actualmente, esta mujer vive en una casa propia ubicada lejos de los cuerpos de agua, ya que está segura de que la tragedia podría volver a repetirse en cualquier momento.

“Todos sabemos que estamos en un constante peligro, ya que habitamos en una zona montañosa en donde llueve demasiado. Además hay mucha deforestación en las partes altas, lo que intensifica los derrumbes. Hace como 20 días se soltó un aguacero parecido al de hace un año, por lo cual no dormí. En esta época de invierno, la zozobra se nos alborota”.

Manuel Pérez (*), quien vive en Mocoa desde hace siete años, comparte la teoría de María. “Siempre se ha comentado que este es un territorio vulnerable a los derrumbes y desbordamientos. Ya se había advertido que los barrios afectados tenían un crecimiento poblacional desmedido, pero el municipio no le puso cuidado al tema y siguió dando licencias sin tener en cuenta la parte ambiental y el desastre que podría ocurrir. Tampoco controló el tema de los asentamientos ilegales en las zonas de ronda”.

Para Pérez es imposible no rezar cada vez que llueve. “El susto persiste en los mocoanos. Y no solo por el hecho de que llueva, sino porque sabemos que la deforestación es cada vez mayor. Esto contribuye a que cuando el río crezca coja más fuerza, ya que al no haber árboles que sirvan como barreras para controlar el agua, las crecidas se vuelven torrenciales y se meten por todo lado. Esta incertidumbre nos perseguirá para toda la vida, a no ser que nos mudemos”.

Siempre bajo alerta

La vulnerabilidad que sienten los mocoanos es corroborada técnicamente por Juan Antonio Nieto, director General del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), quien manifestó que debido a varios factores, tanto naturales como antrópicos, las alarmas siempre deben permanecer encendidas.

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“Solo por estar ubicada en una zona montañosa de piedemonte, con altas precipitaciones durante todo el año y bañada por ríos y quebradas, Mocoa es y siempre será un territorio vulnerable a presentar fenómenos como remociones en masa, derrumbes y desbordamientos. Si a esto le sumamos factores como un uso inadecuado del suelo y altos índices de deforestación, la probabilidad de que las amenazas se conviertan en desastres se multiplican”.

Nieto añade que en Mocoa hay una combinación de malas prácticas que obligan a no bajar la guardia. “El municipio cuenta con extracción de elementos del subsuelo, suelos degradados por las actividades agropecuarias, deforestación, alta pendiente y periodos atípicos de precipitación, factores que al sumarse arrojan como resultados salidas torrenciales de materiales que generan daños y perjuicios a la comunidad. Es un territorio que siempre debe estar bajo el radar”.

Los estudios de suelos de la entidad evidencian que ninguna de las 130.464 hectáreas que conforman el municipio tiene vocación agropecuaria, un panorama que solo se cumple en el papel, ya que el 12 por ciento (más de 15.000 hectáreas) presenta zonas cultivadas y 3 por ciento (4.000 hectáreas) pastizales para la ganadería.

“El 13 por ciento del municipio ya cuenta con terrenos degradados por la sobrecarga agropecuaria. Al explotar las zonas montañosas, los suelos pierden sus coberturas vegetales y quedan desprotegidos, lo cual conlleva a que se compacten y se incremente la susceptibilidad a padecer por movimientos en masa. Los usos que deberían predominar son los forestales, agroforestales y de conservación.”, afirma Germán Darío Álvarez, Subdirector de Agrología del IGAC.

Entre tanto, reportes del IDEAM prueban que entre 2015 y 2016 la deforestación en el Putumayo se incrementó 17,1 por ciento, al pasar de 9.214 hectáreas de bosques arrasadas a 11.117.

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“La deforestación erradica toda la capa vegetal que protege a los suelos de factores como la lluvia, razón por la cual se desencadenan movimientos en masa y derrumbes. Al deforestar las zonas de ronda y amortiguación para dar paso a viviendas y urbanizaciones, la posibilidad de desbordamiento en los ríos se incrementa, ya que las crecientes no tienen una barrera natural que les impida llevarse todo lo que encuentren”, dijo Álvarez.

El funcionario dice que el fenómeno atípico de lluvia que se presentó el día de la tragedia solo fue el detonante de una mala planificación. “La lluvia torrencial provocó que se desprendieran los suelos ya desprotegidos por la deforestación y la sobrecarga agropecuaria. Si el municipio no padeciera por estos factores, las consecuencias no habrían sido tan catastróficas”.

Los asentamientos en las zonas de ronda terminaron por padecer la depredación de las montañas. “Todo el material fue arrastrado por los ríos hasta llegar al casco urbano, perjudicando principalmente a las viviendas ubicadas cerca a las zonas de ronda. Cuando hay avalanchas y desbordamientos, los cuerpos de agua tratan de ubicar los espacios que han sido invadidos para recuperarlos y seguir su cauce. Recordemos que los ríos tienen memoria, y tarde o temprano reclaman lo que fue suyo”.

Actualmente, Mocoa está catalogada por el IDEAM bajo alerta naranja por crecientes súbitas. “Se han observado precipitaciones moderadas y fuertes en la parte central y oriental del Putumayo, acompañadas de actividad eléctrica. Esto podría generar nuevos incrementos súbitos en los aportantes de la cuenca alta del río Caquetá, entre los cuales se destacan los ríos Pepino y Rumiyaco (afluentes al río Mocoa)”, cita el informe de la entidad.

Aunque los niveles de los ríos Sangoyaco y Mulato no presentan niveles altos, el IDEAM sí pide estar atentos. “Se le recomienda a la población ribereña y a las autoridades locales y regionales mantener atento seguimiento al comportamiento de los niveles de estos ríos y afluentes”.

Cómo vivir con la amenaza

Con la amenaza ya como parte de este territorio amazónico, ¿qué opciones tienen los habitantes de Mocoa para poder vivir con algo de tranquilidad? El Director del IGAC enfatizó que las altas precipitaciones o las crecientes de los ríos son inevitables, pero sí poner en marcha estrategias que mitiguen las consecuencias.

“Las actividades productivas deben estar orientadas en conservar las características ambientales del territorio. El municipio tiene que adelantar un estudio que identifique las zonas más vulnerables a los riesgos, con el fin de evitar a toda costa que sean ocupadas. En las montañas se pueden implementar sistemas forestales y en las rondas de los ríos controlar la escorrentía mediante zanjas de ladera, cultivos en contorno y franjas con vegetación densa para disminuir la velocidad del agua”.

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Sumado a esto, Nieto Escalante recalcó que los esquemas de ordenamiento territorial deben girar en torno a los recursos naturales e incluir al componente suelo como un protagonista.

“En 2015, le hicimos entrega a las autoridades municipales y departamentales del estudio de suelos del Putumayo, el cual indicaba los grados de degradación del recurso y las zonas que podrían verse afectadas. Lamentablemente este insumo no fue tomado en cuenta con la seriedad que merece y pasó de agache. Hacemos un llamado para que esta información sea incorporada en el proceso de ordenamiento territorial y haga parte de la línea base para la toma de decisiones”.

Aún sin ordenamiento

El actual proceso de ordenamiento territorial de Mocoa es liderado por el Departamento Nacional de Planeación a través del programa de POT modernos, el cual cuenta con la participación y los insumos técnicos de varias entidades del orden nacional.

Sin embargo, varios ciudadanos han manifestado su molestia con el trabajo de ordenamiento en el municipio, como es el caso de uno de los líderes sociales de Mocoa, quien vive allí hace 35 años y que prefirió no revelar su nombre.

“El gran problema del ordenamiento ha sido el cambio de uso del suelo, el cual viene de varias administraciones atrás. Sin embargo, en la actualidad, a pesar de la tragedia, se ha intensificado. Conocemos casos de urbanizaciones en zonas suburbanas, donde la densidad de ocupación según la ley es de solo cuatro casas por hectárea, pero ya hay barrios consolidados. En la zona rural han hecho loteos y parcelaciones en terrenos ambientales”.

Carlos Arturo Ramos, profesor del Instituto Tecnológico del Putumayo, denuncia que en el lote adquirido por el gobierno para construir las 100 casas de los damnificados de la tragedia, en el barrio El Diviso, cuenta con un terreno conformado por bosques y nacimientos de agua.

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“De las 16 hectáreas que mide el lote, cerca de seis cuentan con bosques. No tenemos claridad si cuando se planificaron estas zonas utilizaron métodos o tecnologías geoespaciales para determinar cuáles eran los suelos aptos para hacer urbanizaciones. Queremos saber si este proceso tiene un plan de manejo ambiental que garantice que el bosque no va a desaparecer”.

Según Carlos, con su denuncia no pretende chocar ni oponerse a la entrega de viviendas a los damnificados, sino que las autoridades le aclaren si cuentan con planes que salvaguarden los recursos naturales.

“Queremos saber si el bosque lo contemplan como una zona verde a conservar o si lo van a talar, lo cual iría en contravía en la lucha de la deforestación. La comunidad de la vereda Villanueva, a la cual pertenezco, no está en desacuerdo en que se les dé vivienda digna a los damnificados, sino que se llegue a un punto de equilibrio de una forma planificada y en armonía con el medio ambiente. Exigimos respuestas claras”.

(*) Nombre cambiado