MEDIO AMBIENTE
“Pacto de Leticia no camina sin indígenas y afros”
David Kaimowitz, considerado como uno de los expertos más influyentes en materia de políticas forestales en el mundo, piensa que el éxito del Pacto de Leticia depende de que los gobiernos de la región se unan con los indígenas, los afros y las comunidades campesinas forestales.
Sus investigaciones en Latinoamérica, África y Asia durante los últimos 30 años le han dado el reconocimiento suficiente para ser considerado como una autoridad en materia de deforestación. Actualmente asesora un consorcio de fundaciones internacionales llamado Alianza por el Clima y Uso del Suelo (CLUA por sus siglas en inglés) y hasta hace pocos meses fue responsable del área de Recursos Naturales y Cambio Climático en la Fundación Ford.
David Kaimowitz, quien también dirigió el Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) en Indonesia, uno de los centros de investigación más importantes relacionados con los bosques tropicales, ubica el Pacto de Leticia, creado por el gobierno de Colombia para unir a los países amazónicos contra la deforestación, como una reacción de los gobiernos vecinos a Brasil de mostrarle al mundo que no estaban asociados con las políticas antiambientales del presidente Jair Bolsonaro en la Amazonia.
David Kaimowitz, experto en materia de políticas forestales. Foto: archivo particular.
Para el experto, el esfuerzo de los países por unirse en contra de la deforestación tiene mucho valor, pero el próximo paso será tomar más medidas concretas. Eso implica frenar la expansión de la ganadería extensiva, titular más resguardos indígenas y consejos comunitarios, apoyar el manejo forestal comunitario y blindar las áreas protegidas contra el acaparamiento de tierras.
Bosques amazónicos. Foto: Archivo Semana
En una entrevista sobre la actual pérdida de bosques en Colombia y en el mundo y sobre el recién finalizado sínodo de la Amazonia, este experto nacido en Estados Unidos habló también de Brasil, del lucro por la tierra y de Greta.
Semana Sostenible: ¿Qué opinión tiene del Pacto de Leticia?
David Kaimowitz: Cuán grande es la reacción mundial a lo que está haciendo Jair Bolsonaro que los gobiernos vecinos sintieron que debían demostrar que no estaban asociados a sus políticas anti ambientales y antiindígenas. Vieron que muchos países de Europa ya no quieren un TLC con Mercosur por la forma que Brasil alienta la deforestación; vieron grandes empresas e inversionistas suecos, ingleses y noruegos decir que dejaban de hacer negocios con Brasil, y querían distanciarse lo más posible de la mala fama que Bolsonaro había adquirido.
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En cuanto al pacto de Leticia, dice cosas buenas, y en ese sentido es un buen comienzo. Pero ahora hace falta avanzar más, con medidas concretas. El Gobierno tiene que tener mano dura con los especuladores de tierras que usurpan los bosques y tierras públicas y los de los territorios colectivos, y acompañar a las comunidades indígenas, afros y campesinas, que quisieron convivir con la naturaleza. En ese sentido, tiene especial importancia titular todos los territorios indígenas y afrocolombianos y promover que las comunidades pueden manejar sus bosques para aprovechar la madera y productos no maderables de forma sostenible. También habría que aumentar los presupuestos para las áreas protegidas y limitar los grandes proyectos de infraestructura, minería y petróleo cerca de zonas forestales.
S.S.: ¿Entonces ese es un tema que sobrepasa a los gobiernos?
D.K.:Los gobiernos nunca podrán resolver el problema trabajando solos, por varios motivos. Primero, porque nunca van a tener el nivel de presencia permanente en las zonas forestales que tienen las comunidades que viven allí y si no trabajan mano a mano con esas comunidades lo máximo que pueden lograr son avances muy puntuales, que luego no se sostienen. Segundo, porque no conocen bien la situación, ni las lecciones de otras iniciativas similares. Tienen que escuchar a los otros: tanto los indígenas y campesinos, que están allí en el monte, como a los investigadores y especialistas.
Tercero, y sobre todo, porque hay un problema de voluntad política. Como hay intereses muy fuertes detrás de la deforestación, la única forma en la que se va a parar es si la sociedad en su conjunta lo exige. Y haciéndoles ver a los políticos que les van a exigir que rindan cuentas.
S.S.: ¿Pero realmente es factible parar la deforestación?
D.K.: La demostración más grande de que se puede es la experiencia de Brasil, que redujo la pérdida de bosques en más del 70 por ciento entre 2004 y 2012. Y no solo logró frenar sino que aumentó la producción agropecuaria al mismo tiempo; así que las dos cosas no son incompatibles.
Incluso hay varios países que han parado la deforestación casi por completo y están aumentando su área de bosques. Vemos a Costa Rica, que tiene el doble del bosque que tenía hace 30 o 40 años. En todo el Pacífico centroamericano hay más bosque que hace unas décadas. O el caso de los chinos, donde tienen programas masivos de reforestación, que están ampliando su área forestal de una forma impresionante.
Bosques secundarios, luego de un proceso de restauración natural. Foto: Archivo Semana.
Si estos países pudieron, ¿por qué no lo puede hacer Colombia? Es cuestión de voluntad política, y en ese sentido yo soy bastante optimista, porque veo que los jóvenes, las iglesias, los ambientalistas y los indígenas, se mueven cada vez más para defender a la naturaleza. Y veo cada vez más empresas privadas que se comprometen a apoyar estos esfuerzos.
Una espiral viciosa
S.S.: ¿Hay tiempo para revertir la gran pérdida de bosque, no solo en Sudamérica sino en el resto del mundo?
D.K.: Sí, aunque no será fácil. Además del problema de la deforestación misma, ahora resulta que el cambio climático se ha convertido en otra amenaza para los bosques. Más calor y más sequía provocan más incendios forestales y más plagas y enfermedades que atacan los árboles. Y se vuelve una espiral cada vez más perversa: talar bosques genera cambio climático, que destruye los bosques aún más. Y si eso no fuera suficiente, entre la deforestación y la caza hemos perdido tantos mamíferos, pájaros e insectos que ya no hay suficientes animales para distribuir semillas y polinizar las plantas; y eso daña los bosques todavía más.
Así que de verdad tenemos mucha prisa. Hay que reducir el uso de combustibles fósiles, dejar de destruir los bosques y restaurar bosques ya perdidos. O sí o sí.
S.S.: ¿Nos quedaremos cortos entonces?
D.K.: Necesitamos un cambio de conciencia. El planeta va mal y tenemos que enderezarlo; está claro que esto no puede seguir así. Por fortuna, ya existe suficiente tecnología para hacerlo; pero lo que no ha existido es la voluntad. Ha faltado que entre todos digamos “está bien, las empresas necesitan lucro, pero no podemos dejar que ese lucro lleve a la destrucción de los seres humanos y el planeta.”
Está claro, no será fácil, pero hay muchas señales positivas. Cuando ves a 6 millones de personas en las calles protestando por el cambio climático en todo el mundo, como se dio hace poco, queda claro que las cosas están cambiando. Un día por semana los jóvenes no van a clase y hacen huelga por el clima. Los partidos verdes crecen de forma vertiginosa en varios países europeos, y por primera vez la Iglesia católica y otras grandes religiones del mundo han puesto la destrucción ambiental en el centro de sus agendas.
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Hay gente cuidando sus bosques a través de organizaciones comunitarias o indígenas o eclesiásticas. Y no es casual que muchos de los líderes de estas organizaciones son mujeres, desde las lideresas indígenas Sonia Guajajara en Brasil y Rokka Sombollingi en Indonesia, hasta Francia Márquez, aquí en Colombia. Personas que nunca se interesaron antes se meten a la política con el ánimo de cambiar las cosas. Cuando los Estados Unidos tuvo sus debates electorales en 2016, no hubo una sola pregunta sobre el cambio climático; ahora CNN le dedica horas al tema en esta nueva contienda. Para muchos votantes el tema ambiental ya no es la prioridad número veinte: es la principal. Todo eso anima mucho, y hace pensar que quizás todavía lo podemos librar; o por lo menos evitar los peores escenarios.
S.S.: ¿Qué papel le toca a Brasil en todo esto?
D.K.: La Amazonia brasileña es clave para el futuro del todo el planeta. Alberga el bosque tropical más grande del mundo, y si ese bosque se pierde será imposible estabilizar el clima.
La mayor parte de todos estos incendios forestales amazónicos recientes fueron provocados para crear nuevos potreros y cultivos de soya. Si nadie toca las áreas quemadas, se podrá regenerar buena parte de los bosques. Pero si no se revierte la expansión de la frontera agropecuaria y minera eso será imposible.
Una de las zonas más biodiversas del mundo es la Amazonía. Foto: Archivo Semana
Lograr eso les toca sobre todo a los mismo brasileños, ya que es un país soberano y son los más interesados. Las encuestas demuestran que la mayoría apoya medidas fuertes para proteger a los bosques y los pueblos indígenas, y no concuerda con lo que hace Bolsonaro. En el caso de los católicos, más del 70 por ciento se opone a esas políticas. Pero los países que importan la carne y soya brasileñas también tienen una responsabilidad de asegurar que no compran productos asociados con la violencia y la deforestación ilegal y tienen que dejarle saber a las autoridades de ese país que no piensan ser cómplices de la destrucción ambiental y la violación de los derechos humanos.
El lucro por la tierra
S.S.: ¿De qué manera pueden combinarse la fe con el medioambiente tal y como planteó el reciente Sínodo Amazónico de la Iglesia catolica?
D.K.: Yo no soy católico, pero el Sínodo me inspiró mucho, porque llevaba mensajes profundos que tocan a todas las personas. Como el Sínodo giró en gran medida alrededor del concepto de la “ecología integral”, mucha gente quedó con la idea de que trataba solo del medioambiente, y no de los temas sociales. Pero justamente pusieron la palabra “integral”, porque los organizadores estaban convencidos de que no se puede separar los problemas del ser humano de los problemas de la Tierra. Los problemas ambientales, sociales y políticos están íntimamente ligados, no solo porque nosotros mismos somos parte de la naturaleza, sino porque muchos de los problemas sociales y ambientales tienen las mismas causas.
En los dos casos el problema de fondo es que la búsqueda desmedida de lucro ha llegado a dominar la vida de los seres humanos y la relación entre los seres humanos con la tierra. Hemos perdido todo sentido de balance y proporción, a tal punto que hemos puesto en peligro la vida misma, sobreexplotando tanto los seres humanos como los recursos naturales, y dejando a un lado los valores, la espiritualidad y el bienestar. Así que para la nueva “ecología integral” de la Iglesia, tanto la justicia social, como el cuidado del planeta son parte de una sola cosa.
S.S.: ¿Cómo es esto del lucro y su relación con el ambiente?
D.K.: No se trata de acabar con las empresas ni el lucro, pero sí buscar otra forma de trato entre las personas y de tratar al planeta. El mensaje del papa Francisco es que la manera como la sociedad trata a los migrantes, los indígenas, los obreros, los ancianos es el mejor reflejo de cómo tratamos a otros seres humanos; y la manera como nos comportamos con el planeta refleja cuál es nuestro enfoque sobre la vida, en todos los sentidos. Entonces, el Sínodo no solo es un llamado de conciencia para los 1.600 millones de católicos en el mundo, sino también a los evangélicos, a los hindúes, a los ateos, a tratar a la gente y a los bosques de otra forma.
S.S.: ¿Por qué cree que esto no se hizo antes?
D.K.: Quizás nunca se podría haber hecho antes porque no había la misma urgencia. No es casual que los católicos, jóvenes, indígenas, votantes, afros se despierten al mismo tiempo. Están en juego su forma de vida, sus valores, y el planeta mismo. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo nunca ha enfrentado un reto de estas dimensiones.
Hace treinta años se decía que en cincuenta o cien años íbamos a tener un problema grande con el cambio climático. Se veía como un problema para nuestros bisnietos. Aún así, se lograron muchos avances: se crearon nuevas leyes, parques y ministerios de ambiente. Mucha gente se concientizó, pero no parecía tan urgente.
Greta Thunberg, joven activista que ganó protagonismo mundial por su lucha por el cuidado de la preservación medioambiental. Foto: AFP
Pero en estas últimas décadas, la velocidad de la destrucción aceleró de una forma que nunca imaginamos. Desde que yo nací el mundo ha perdido casi la mitad de sus animales silvestres e insectos; la mayoría no desaparecieron por completo, pero hay poblaciones mucho más pequeñas. En ese mismo periodo el uso de fertilizantes en Latinoamérica subió casi treinta veces. Estamos rodeados de incendios, huracanes y nuevas enfermedades; y esto apenas comienza.
S.S.: ¿Por eso surgen figuras como Greta?
D.K.: En efecto. Hemos llegado a tal punto que hasta grupos tradicionalmente muy conservadores se dan cuenta que precisa encontrar otros senderos. Nuestra forma de tratar al planeta nos está llevando a un enorme trastorno del clima, el agua y la naturaleza y un gran desencanto de la gente en su vida cotidiana, todo por perseguir el lucro, en lugar de la armonía y el bienestar. Y cuando tienes al papa y los obispos diciendo eso, y a grandes gobernantes dándose cuenta que hace falta una niña de 16 años para aprender cómo devolvemos humanidad a la humanidad, es algo muy profundo. Nos dice que los sectores más inesperados empiezan a ver que este sistema político y económico ha llegado a sus límites. Crece el consenso de que hace falta otro enfoque, más fresco, humano, natural, ético y espiritual, más respetuoso de la diversidad en todas sus dimensiones, el enfoque de la ecología integral. Y eso sí es esperanzador.