GRUPO RÍO BOGOTÁ
Una reserva que revive la memoria de los muiscas
Por medio de relatos en un sendero boscoso que cuenta con estatuas de dioses como Bachué, Bochica, Sua, Sie y Chiminigagua, el Ecoparque Sabana, ubicado en Tocancipá, revive la historia de los primeros pobladores del altiplano cundiboyacense y le rinde un homenaje al río Bogotá.
* Este es un contenido periodístico de la Alianza Grupo Río Bogotá: un proyecto social y ambiental de la Fundación Coca-Cola, el Banco de Bogotá del Grupo Aval, el consorcio PTAR Salitre y la Fundación SEMANA para posicionar en la agenda nacional la importancia y potencial de la cuenca del río Bogotá y sensibilizar a los ciudadanos en torno a la recuperación y cuidado del río más importante de la sabana.
Bajo la luz de la luna y en una madrugada bañada por una espesa bruma, una bella y esbelta mujer llamada Bachué emergió de las perpetuas aguas de la laguna de Iguaque con un niño cargado en sus brazos, quienes luego de recorrer la zona montañosa decidieron asentarse en una extensa y desolada sabana.
Cuando el niño creció, la pareja se dejó llevar por las miles del amor y empezó a poblar el altiplano cundiboyacense con centenares de hijos, un territorio que había permanecido libre de la presencia humana. Cuenta la leyenda que la mujer era tan fértil que en un solo parto daba a luz hasta seis hijos.
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Bachué introdujo el mensaje de la paz y la convivencia en todos sus descendientes, a quienes también les enseñó a cultivar y les inculcó una adoración profunda por dioses como Chiminigagua, Sua y Sie y un respeto infinito por los cuerpos de agua del territorio. La mujer era vista por los muiscas como la madre de la humanidad y la fuente de vida.
Para los muiscas, el río Bogotá y sus lagunas representaban una fuente de vida, almacenamiento y abundancia. Foto: Jhon Barros.
Con la satisfacción de la tarea cumplida, Bachué y su compañero volvieron a la laguna de Iguaque para sumergirse en sus aguas diáfanas en forma de serpientes, no sin antes recordarles a todos sus hijos que debían continuar con su legado de armonía con la naturaleza.
La gran serpiente ancestral que recorre 380 kilómetros del departamento de Cundinamarca, un río calmado y silencioso que rebosaba sus aguas sobre la sabana para darle vida a los cultivos de maíz, fue bautizado por los muiscas como Funza, vocablo chibcha que significa el varón poderoso o el gran señor.
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Los indígenas, pacíficos y trabajadores de la tierra, concebían al río y a sus cuerpos lagunares como una fuente de vida, almacenamiento y abundancia, tanto así que las mujeres iban a parir en sus orillas. El agua era vista como un regalo de los dioses a la que le hacían pagamentos y ofrendas doradas como señal de agradecimiento.
Las lagunas de la cuenca alta del río Bogotá, como Guatavita, fueron epicentros de rituales sagrados de los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Las agresiones contra la naturaleza no hacían parte de su idiosincrasia, como se los había enseñado Bachué. Veneraban cualquier representación de vida animal y respetaban los ecosistemas acuáticos, una sabiduría que los llevó a escoger las partes más elevadas de la zona para construir sus cacicazgos.
Las ofrendas doradas que depositaban en las entrañas de los cuerpos de agua tenían formas de criaturas acuáticas como serpientes, ranas, sapos, pisingos y peces, una representación cosmológica que ratificaba la adoración que sentían por el agua y la vida silvestre. Por esta razón, la historia los bautizó como un pueblo anfibio.
Cuenta la leyenda que Bachué emergió de la laguna de Iguaque con un niño en sus brazos. Ambos dieron origen al pueblo muisca. Modelo tridimensional. Parque Jaime Duque.
La relación armoniosa del humano con la naturaleza en la sabana tuvo su punto de quiebre hacia 1537, cuando Gonzalo Jiménez de Quesada dio inicio a la conquista de los territorios de la sabana. Enfermedades desconocidas, esclavización y saqueos de sus sitios sagrados por parte de los españoles, fueron borrando la estampa sagrada de los muiscas.
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Con el paso de los siglos, los mitos y leyendas de los dioses muiscas, al igual que su estrecha relación con el río Bogotá, empezaron a palidecer. La cultura ancestral pierde cada vez más representación en la memoria de los habitantes de la sabana, mientras que el cuerpo de agua se convirtió en una escenario de la contaminación.
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El páramo de Guacheneque, donde nace el río Bogotá, fue otro de los epicentros sagrados de los muiscas. Foto: Jhon Barros.
Rescate del pasado
En 2014, las directivas del Parque Jaime Duque, un sitio emblemático de la cuenca alta del río Bogotá ubicado en el municipio de Tocancipá, decidieron destinar 70 hectáreas de su terreno para consolidar una reserva natural de la sociedad civil que mezclara la conservación ambiental con el rescate de la memoria ancestral de los muiscas.
Además de restaurar cerca de 13 hectáreas de humedales y reverdecer la zona con las plantas nativas del bosque andino, la reserva Ecoparque Sabana honra el pasado de los primeros pobladores del altiplano cundiboyacense y los mitos y leyendas de dioses como Chiminigagua, Bachué, Bochica, Chibchacum, Guatavita, Sua, Chía y Sie.
El Jaime Duque lleva más de cinco años consolidando una reserva natural que rescata la historia de los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
“Desde la llegada de los europeos a la sabana, muchos han sido los relatos de los pueblos que habitaron el territorio, al igual que su origen y creencias. La idea de la reserva es hacer representaciones que integren a los visitantes con la cultura de los muiscas y sus interrelaciones históricas, sociales, económicas y políticas”, dijo Darwin Ortega, director del Ecoparque Sabana.
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Con el fin de rescatar del olvido a la cultura de los muiscas, el Parque Jaime Duque y la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales (UDCA) firmaron un convenio que tuvo como protagonista una investigación sobre la historia del territorio, trabajo que arrojó varios hallazgos como que esta etnia dependía del río Bogotá y sus sistema de humedales y lagunas.
“Los asentamientos de los diversos grupos indígenas que habitaban el altiplano cundiboyacense se concentraron en aldeas de diversos tamaños. En la sabana eran grandes, mientras que en otros lugares fueron pequeñas aldeas con pocos bohíos circulares de unos cinco metros de diámetro, algunas con cimientos de piedra”, revela la investigación.
El Ecoparque Sabana contará con representaciones de los principales dioses de los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Las habitaciones de los caciques eran más grandes, mientras que el tamaño de la aldea dependía de la capacidad de concentración que tuviera su líder, “todos basados en su generosidad, redes de reciprocidad y también en la posibilidad de compartir ritos y ceremonias comunes”.
Para los muiscas, la palabra vivienda en su idioma era gue y mox, que significa casa, lugar o pueblo. “Políticamente, el territorio tuvo múltiples representantes como el Zipa que se ubicaba en la zona de Bacatá (hoy Bogotá). Sin embargo, existieron muchos líderes de mediana importancia, denominados señores o caciques, como los de Tunja, Duitama, Guatavita, Sogamoso y Ubaque”.
El dios Paba Sua o el padre sol hace parte del sendero muisca del Ecoparque Sabana. Foto: Jhon Barros.
El territorio del Zipa tenía tres lugares sagrados: la laguna de Guatavita, el cerro de Tensaqa (hoy Monserrate) y las piedras del Tunjo (en Facatativá), sitios encargados de sostener la espiritualidad. “Su ideología permitió que se desarrollara la cultura sin causar impactos negativos irreversibles, realizando actividades extractivas como la agricultura pero sin degradar los recursos naturales”.
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La cosmovisión de los muiscas tenía al agua como protagonista. Por eso, muchos sucesos de su mitología acontecieron en lagos, lagunas, ríos y humedales. “En el caso de las lagunas, algunas llegaron a considerarse espacios sagrados por considerarse los mayores centros ceremoniales. Todo en la vida de este pueblo estaba signado por la presencia del agua, como las jovencitas que ratificaban su condición de adultas, con un baño en un río”, indica la investigación.
El cóndor de los Andes fue una de las aves sagradas para los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Un verde con mitos y leyendas
El Ecoparque Sabana, que ya abrió sus puertas al público, cuenta con un sendero de cinco kilómetros que exhibe representaciones de los principales dioses muiscas, paradas donde los visitantes aprenden sobre las historias del pueblo anfibio y sus tradiciones más relevantes.
“Durante el recorrido contamos los principales relatos que se han transmitido de generación en generación a través de las crónicas e investigaciones. En esta nueva zona del Parque Jaime Duque, la ciudadanía, en especial los niños, tendrá contacto con la memoria ancestral y la sabiduría de los grupos muiscas del período prehispánico”, afirmó Ortega.
Cada bosque del Ecoparque contará con una representación de los dioses muiscas. Fuente: Parque Jaime Duque.
Según el director del Ecoparque, las charlas y recorridos por el sendero volverán a poner sobre la mesa la historia de los muiscas, un paseo que revivirá sus principales tradiciones como la alfarería, agricultura, tejido, metalurgia, extracción de la sal y su devoción por el agua y el río Funza o Bogotá.
Cada uno de los dioses muiscas habitará en uno de los ocho bosques de árboles nativos que son consolidados en el Ecoparque. Por ejemplo, una representación de Chiminigagua ya fue instalada en el bosque de los nogales, área que también contará con el camino de la tingua pico verde, subespecie endémica del altiplano cundiboyacense catalogada en peligro crítico de extinción.
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“Chiminigagua nos transportará al origen del universo y la creación de la primera luz. Cuenta la leyenda que este dios está representado por aves negras grandes, quienes fueron por todo el mundo echando aliento o aire por los picos, iluminando así todo el territorio como lo vemos ahora”, mencionó Ortega.
Para los muiscas, Chiminigagua representa el origen del universo. Foto: Jhon Barros.
El dios Sua o el padre sol, astro que los muiscas veían como un símbolo de suma importancia por darles una de las materias primas indispensable para vivir, la luz, también habitará en el bosque de los nogales. “Esta es una deidad representada por el brillante del oro metálico, del maíz que cubre lo masculino”, informó Ortega.
Chibchacum, dios responsable de la labranza, de los agricultores y protector de los sembrados de maíz, la papa y de la tierra, dominará el bosque de los guayacanes. Esta zona de la reserva contará con el camino del coatí de montaña, mamífero insignia de la sabana de Bogotá.
Bachué y Guatavita reinarán en el bosque de los tijikis, una planta sagrada de los muiscas mejor conocida como el borrachero de flores blancas. En este lugar ya fueron construidas representaciones de dos de los cuerpos de agua más emblemáticos para los indígenas: Iguaque y Guatavita.
Los ciudadanos ya pueden visitar el Ecoparque y conocer parte de la cultura muisca. Foto: Jhon Barros.
“Iguaque nos cuenta cómo se conformó el pueblo muisca a través de la unión de Bachué y su acompañante. Por su parte, Guatavita nos narra la historia de la esmeralda, que fue presentada al sol en forma de una laguna verde, quien a través de su hija enseña al pueblo muisca y da paso a la leyenda de ElDorado”, manifestó Ortega.
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Bochica, el ermitaño de cabello y barbas blancas que salvó a los muiscas de una inundación de aguas torrenciales y quien con su vara dorada rompió un montículo rocoso que le dio vida al Salto de Tequendama, hará parte del bosque de los robles, sitio que a su vez le rendirá un homenaje a la rana sabanera.
El Ecoparque cuenta con dos representaciones de los lugares sagrados de los muiscas: las lagunas de Iguaque y Guatativa. Foto: Darwin Ortega.
La diosa Sie, que representa al agua y fue vista por los muiscas como la madre de las lagunas y los ríos que bañan a la gran altiplanicie, tendrá como morada el bosque de los alisos junto a una escultura del pez capitán de la sabana, especie única del río Bogotá que ha desaparecido a pasos agigantados de la cuenca.
Huitaca, esposa de Bochica que repudiaba a los muiscas y quien conjuró un hechizo que causó las lluvias que inundaron la sabana, tiene su estatua en el bosque de los cedros, al igual que Chía, la madre luna que representaba la parte femenina y la sabiduría encargada de la instrucción de la humanidad.
“La estatura de Huitaca nos recuerda a aquella mujer que predicaba la vida ancha, los placeres, el juego y las borracheras, por lo que fue convertida en una lechuza condicionada a caminar de noche tal como lo hace ahora”, anota Ortega.
Huitaca, una mujer que introdujo el libertinaje en los muiscas, también hace parte del Ecoparque Sabana. Foto: Jhon Barros.
Según el director del Ecoparque, varios cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo afirman que los muiscas concebían al sol y a la luna como esposos y padres de la gente, dando así la simbología del matrimonio. “Los muiscas fueron llamados los seres del agua, ya que las lagunas eran consideradas por ellos como úteros de la madre tierra”.
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El Ecoparque contará con una simulación del río Bogotá desde su nacimiento en el páramo de Guacheneque hasta que abandona la sabana en el Salto de Tequendama, un tramo que pasará por los bosques donde habitan las estaturas de Sie, Chibchacum y Bachué, esta última la protagonista de la enseñanza de los artes y oficios.
“Esta reserva tiene dos propósitos: la conservación ambiental de los humedales o chucuas y la apropiación del territorio a través de los relatos muiscas. El Ecoparque es un lugar para que todos retornemos a nuestras raíces y recordemos que solo en las prácticas sustentables podemos dejar este tesoro dorado a las generaciones futuras”, concluyó Ortega.
El Ecoparque cuenta con animales que fueron sagrados para los muiscas, como el pez capitán de la sabana y la lechuza. Fotos: Darwin Ortega.
Punto de partida
La investigación de Parque Jaime Duque y la UDCA inició con un hallazgo que le rinde un homenaje a la teogonía de los muiscas y varias de sus deidades, un cuadro que es exhibido en el hotel Tequendama de Bogotá.
“Esto nos llevó a dar marcha a una profunda revisión de las crónicas de antaño para luego acercarnos a resguardos muiscas como el de Sesquilé, donde los indígenas nos contaron cómo era la vida previa de la etnia antes de la llegada de los europeos”, dijo Fabián Enciso, gestor cultural y turístico del Jaime Duque.
Las formas tradicionales para cultivar de los muiscas también son reveladas en la reserva. Fotos: Darwin Ortega.
Los investigadores evidenciaron que la cultura muisca es una de las que más se hablado en Colombia, en especial durante la conquista española. “Hay mucha información de la época de Gonzalo Jiménez de Quesada cuando fundó Bogotá. Incluso hay cátedras educativas que hablan sobre esta etnia, como la de la historia natural de la sabana de Bogotá dada por la UDCA”, expresó Enciso.
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Aunque los muiscas son muy nombrados en la literatura de antaño, es muy poco lo que las nuevas generaciones conocen. “Por ejemplo, pocos saben que los muiscas no eran un solo grupo cultural, sino varios pueblos con dialectos y palabras distintas. No sólo habitaban en el altiplano cundiboyacense y tenían una visión sagrada con los árboles, las lagunas y el río Bogotá”.
La reserva también cuenta con zonas exclusivas para la fauna nativa, como las tinguas bogotana y pico verde. Fotos: Parque Jaime Duque.
Esa visión sagrada con la naturaleza fue lo que más motivó a las directivas del Jaime Duque a conformar una reserva natural que girara en torno a la cultura prehispánica. Según Enciso, otro detonante fue que los nombres de los 11 municipios del centro de la sabana aún conservan su nombre muisca original.
Durante los cinco meses de la cuarentena por la pandemia del coronavirus, tiempo en el que estuvo cerrado al público el Parque Jaime Duque, los expertos empezaron a consolidar la ruta muisca dentro de la reserva natural.
“Decidimos que cada uno de los bosques se encargaría de contar la historia muisca desde varias visiones. Por ejemplo, el de los nogales hablará de la creación y el principio de la vida, representado en deidades como Chiminigagua, unas aves negras que viajaron por todo el universo repartiendo luz con sus picos y creando montañas, ríos, plantas y animales”, relata Enciso.
El sendero ancestral de la reserva contará con varias estatuas y representaciones de los muiscas. Fotos: Darwin Ortega.
En la investigación, los expertos del Ecoparque encontraron que el territorio muisca estaba dividido en dos grandes zonas: los dominios del sol, que abarca Boyacá, Santander y Casanare y tenía su epicentro en el templo de Sogamoso; mientras que los del sur, como la sabana de Bogotá, eran gobernados por la luna.
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“Todo esto lo contaremos por medio de charlas educativas en el bosque de los nogales, que tendrá las estatuas de estas deidades y de las tinguas pico verde, ave emblemática del río Bogotá. A futuro vamos a construir varias casas que representarán los elementos de los muiscas, como la luz”, expresó Enciso.
El bosque de los tijikis o borracheros rescatará la visión sagrada que tenían los muiscas con la planta, la cual les daba el don de la palabra. Luego de mambear la flor blanca, los indígenas hacían un círculo y podían conectarse con el agua y sus dioses.
Muy pronto, el Ecoparque contará con una replica del río Bogotá desde su nacimiento hasta el Salto de Tequendama. Foto: Jhon Barros.
“En este bosque vamos a hablar del origen de la humanidad a través de las representaciones de las lagunas de Iguaque y Guatativa, que para ellos representaban los vientes de la tierra y donde se daba la conexión entre el sol, que era lo masculino, y el agua, lo femenino. Contaremos la historia de Bachué, la diosa que dio origen a todo el pueblo muisca”, complementa el experto.
El mito de Bachué es el que más le llamaba la atención a Enciso, ya que salió de la laguna de Iguaque con un niño que al parecer era su hijo, con quien después procreó a todos los descendientes muiscas.
“Los indígenas de Sesquilé nos contaron que todo está ligado al rol que tiene la mujer en la etnia, quien es la que pone la semilla y mantiene el conocimiento. Bachué era mayor porque representa la sabiduría, mientras que su hijo era una pequeña persona que estaba aprendiendo”.
Los muiscas eran expertos en cultivar maíz, parcelas que eran nutridas con las aguas del río Bogotá. Fotos: Darwin Ortega.
Como Bachué y su pareja se convirtieron en serpientes al envejecer, el bosque de los tijikis hará una sensibilización sobre estos reptiles estigmatizados. “Muchos asocian a las serpientes con seres del mal llenos de veneno, ignorando que las que habitan en la sabana son inofensivas y arquitectas del suelo. En el bosque contaremos la historia de las serpientes sabanera y pantanosa”, precisa Enciso.
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En la representación de la laguna de Guatavita, los expertos harán énfasis en una de las joyas prehispánicas más importantes en Latinoamérica: la leyenda de ElDorado. “En esta laguna, ubicada en el municipio de Sesquilé, los muiscas hacían rituales en la madrugada cada vez que llegaba un nuevo cacique, para tener así la aprobación de la diosa Guatavita. Las ofrendas, mitad en oro y la otra en bronce, representaban el sol y el agua”.
Así fue la conformación de la réplica de la laguna de Guatativa en el Ecoparque. Foto: Parque Jaime Duque.
Arquitectos del agua
La investigación sobre los muiscas también arrojó que algunos de estos indígenas tenían la habilidad de transformar los cuerpos de agua para cultivar, pero sin la necesidad de causar cicatrices o desviar sus cauces.
“En algunos sitios a la altura de Cota y Bosa, se han encontrado que algunos muiscas trabajaban con el río Bogotá construyendo zanjas, cunetas y vallados en forma de espina de pescado para que así ingresara su agua cuando se desbordaba. Allí cultivaban el maíz y los tubérculos como chuguas y cubios, por eso eran arquitectos de los ríos”, apunta Enciso.
En el Ecoparque Sabana, los ciudadanos conocerán esa marcada relación entre el agua, los cultivos y animales como el pez capitán de la sabana y la guapucha, que les brindaban a los muiscas la proteína.
La serpiente y rana sabaneras serán protagonistas en esta reserva natural de Tocancipá. Fotos: Parque Jaime Duque.
“Estamos construyendo una labranza dentro de la reserva, una simulación de la espina de pescado que hacían los musicas donde cultivaban diversas especies de maiz de colores negros, amarillos y rojos”.
Muchos piensan que los muiscas nadaban en oro, una teoría falsa que Enciso explicará en los recorridos por los bosques. “A los indígenas no les sobraba el oro, ya que ese material no hace parte del territorio. Lo conseguían haciendo intercambios con otras etnias, para luego fundirlo con cobre y elaborar las figuras de tunjos”.
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Los regalos a los dioses representaban al agua. Según el gestor cultural y turístico, cada figura expresaba un equilibrio entre lo masculino (el oro) y lo femenino (el cobre), que en sí eran el sol y el agua.
Por medio de réplicas y charlas culturales buscan salvar del olvido a la cultura muisca. Foto: Parque Jaime Duque.
“Para ellos era de suma importancia tener un contacto frecuente con el agua, a la que veían como su madre; por eso se la pasaban bañándose en las lagunas y el río Bogotá. En la época de la conquista, los españoles los castigaban prohibiéndoles ingresar a las lagunas sagradas, lo que afectó bastante su idiosincrasia”.
Debido a esa devoción por el agua, en la reserva se construye el bosque de los alisos, un árbol que siempre aparece cerca de los nacederos y humedales de la sabana. “El verdadero tesoro de los muiscas era el agua, razón por la cual también haremos esa simulación del río Bogotá desde su nacimiento en Guacheneque; la palabra guache significa guerrero, seres que siempre han protegido el páramo”, anota el experto.
El Jaime Duque busca que los colombianos conozcan la historia de los muiscas y su relación con la naturaleza. Foto: Darwin Ortega.
Enciso puntualiza que el Ecoparque Sabana busca cambiar esa visión que tiene la ciudadanía con el río Bogotá a partir de la historia de los muiscas. “Todas las deidades, lagunas y representaciones tienen al río como protagonista. Los visitantes salen de la reserva conociendo la verdadera cara del afluente y toda la historia que hemos olvidado por la contaminación”.
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A futuro, esta reserva incrustada en la zona industrial de Tocancipá contará con varias casas como la del agua, el sol y el aire. “Esta última representará la importancia del arcoiris, que apareció cuando Bochica creó el Salto de Tequendama. Estará situada en el bosque de los robles, un árbol que representa la fortaleza”.
Los ciudadanos ya pueden visitar en Ecoparque y conocer la historia de los muiscas y la restauración de los humedales. Foto: Darwin Ortega.
A reconectarse con la naturaleza
El Ecoparque Sabana abrió sus puertas al público el pasado 12 de septiembre, fecha en la que decenas de visitantes pudieron apreciar por primera vez el proceso de restauración ecológica en los humedales Arrieros y Jaime Duque, donde habitan 117 especies de aves, y la consolidación de los ocho bosques de árboles nativos.
También recorrieron varias zonas del sendero muisca, que a la fecha cuenta con las representaciones de Chiminigagua, Sua y Huitaca. A su vez aprendieron sobre la historia de este pueblo anfibio que verabana las frías aguas del río Funza o Bogotá.
Los muiscas son el corazón de esta reserva natural incrsustada en la zona industrial de Tocancipá. Fotos: Nicolás Acevedo Ortiz y Jhon Barros.
Para poder sumergirse en la historia y biodiversidad del Ecoparque, que por ahora solo estará abierto los fines de semana, los ciudadanos deben ingresar a la página web del Parque Jaime Duque (www.parquejaimeduque.com) para separar su cupo y cancelar los 36.000 pesos que cuesta el brazalete.
“Todos deben cumplir con los protocolos de bioseguridad, que incluyen el uso de tapabocas, respetar el distanciamiento de dos metros y el constante lavado de manos. Como tenemos un aforo del 30 por ciento, privilegiamos la compra de entradas por internet”, aseguró Mauricio Mancipe, coordinador de comunicaciones del Jaime Duque.
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La reserva natural Ecoparque Sabana, proyecto que en 2019 ganó el premio Planeta Azul, es un espacio donde florece la vida y esperanza, “un lugar donde los ciudadanos podrán disfrutar y reconciliarse con la naturaleza y con la vida después de este largo confinamiento”, anotó Mancipe.
117 especies de aves han sido registradas en la reserva Ecoparque Sabana. Fotos: Darwin Ortega.