La gentrificación en Cartagena
El desalojo neoliberal
Tras finalizar el proyecto “Memorias de la libertad”, del Ministerio de Cultura, el antropólogo Patrick Morales se pregunta por el futuro de los habitantes del barrio Getsemaní. Arcadia lo entrevistó.
La mayoría de nosotros no sabe qué quiere decir “gentrificación”. ¿Podría explicarnos el vocablo?
Claro. Fue utilizado por primera vez en inglés. Gentrification viene de gentry, que designa la nobleza menor y a los terratenientes acaudalados en Inglaterra, y fue acuñada por primera vez por la socióloga británica Ruth Glass en 1964. Glass empezó a usar la palabra para designar los fenómenos de desplazamiento de una población original en un sector, por ejemplo en los centros históricos, a favor de otra población que no es originaria de este lugar, de una clase socioeconómica normalmente mucho más alta y que tiene una visión y una manera diferente de aprehender la ciudad. Es básicamente lo que se conoce como el fenómeno de gentrificación: el desplazamiento de una población original por parte de otra. A veces se ha traducido como “aburguesamiento” o “elitización”.
Esa población original suele ser una minoritaria, económicamente vulnerable…
Hay dos tipos de gentrificación: los centros históricos en algunas ciudades europeas eran sectores habitados por obreros, mano de obra industrial, que con el proceso de desindustrialización fue abandonando los centros históricos, que fueron deteriorándose. Este deterioro arquitectónico evidente hizo que ciertas políticas públicas –en asocio con intereses privados–, quisieran renovar estos centros históricos y traer nueva población. Este es el caso en sectores obreros abandonados, viejos puertos, sectores industriales marginalizados… En Colombia la gentrificación designa lugares con intereses relacionados con el turismo, el patrimonio y la cultura. En el caso colombiano la población original no se ha ido del barrio. Y los barrios no están necesariamente marginalizados aunque sí tienen condiciones de vida difíciles por el abandono del Estado. Esa población empieza a ser desplazada por nuevos pobladores que vienen atraídos por este tipo de circuitos culturales de la mano del capital económico, de las imágenes culturales que se van construyendo alrededor de áreas con interés patrimonial.
¿Cuáles serían los ejemplos más evidentes de gentrificación?
Obviamente el caso emblemático es el de Cartagena. De la mano de la declaratoria por parte de la Unesco del centro histórico de Cartagena como patrimonio mundial en 1984, viene un proceso de renovación urbana y gentrificación. El proceso de renovación urbana es parte de la dinámica misma de la ciudad, la gentrificación en cambio hay que entenderla –y este es un punto importante–, como un proceso deliberado y planificado por parte de agentes ya sean estatales, públicos o privados que están buscando generar un aumento del valor del suelo y una ganancia económica. En Cartagena fue un proceso deliberado de la mano del lenguaje cultural internacional patrimonial de la Unesco, que convirtió a la ciudad en un polo de inmigración para élites colombianas e internacionales.
Pero esas personas que tienen dinero y que vienen de Bogotá, por ejemplo, simplemente están comprando una casa bonita en un centro histórico y no se imaginan lo que hay detrás de esa decisión de compra. En ese sentido, decir “deliberado” parece algo fuerte.
Hay que entender que desde lo institucional se crean políticas de renovación de centros históricos como una manera de recuperar áreas que, es verdad, están deterioradas. Estas políticas de recuperación van de la mano de una construcción de equipamientos culturales que hacen interesante esa área. En los casos clásicos de gentrificación de Florencia, Bilbao o Barcelona las alcaldías buscan recuperar los centros marginados o deteriorados para poder cobrar más impuestos. Estos procesos de recuperación, sobre todo en Europa, incluyen construcción de museos. Bilbao con su Guggenheim es un claro ejemplo. Aparecen también restaurantes y bares a los cuales no tiene acceso la población original porque son caros y no están dirigidos a ellos. El precio del suelo se dispara y comienza la especulación inmobiliaria. Estos planes culturales no son maléficos, son planes que buscan desmarginalizar y eso suena a progreso. Pero lo que hacen en realidad es construir un entorno al cual no tiene acceso la población allí asentada. Además, lo habitual es no escuchar las demandas de estos pobladores que claman por otro tipo de servicios alternos que mejoren su calidad de vida: estoy hablando de centros de salud, parques, espacios públicos más grandes, colegios para la gente que está viviendo allí. El plan lo que hace es pensar en las necesidades de quienes van a asentarse allí: normalmente una clase media, media alta o intelectual, que han llamado “los nuevos exploradores bohemios”.
¿Pero los habitantes originales no se benefician de esa subida de precios?
Esas negociaciones se hacen con base en especulaciones, es decir, antes de que el precio suba. Lo que saben los inmobiliarios es cuánto va a subir. El negocio se hace por precios muchísimos más bajos. Los habitantes originales fueron expulsados del centro histórico con pocos recursos y terminaron en los barrios marginales, en el Cerro de La Popa, en la periferia de Cartagena.
¿El caso del barrio Getsemaní será igual al del centro histórico?
El barrio Getsemaní tiene otro tipo de población, descendiente de esclavos, con una influencia sirio-libanesa y judía posterior. Esta población de Getsemaní tiene un arraigo muy fuerte con su territorio y con el puerto. Un cambio implica una sacudida brutal en su identidad. Allí hay un arraigo que yo no había visto en otros centros históricos. Es una población que vive de su interacción con el territorio, con lazos sociales muy sutiles; eso los distingue y los caracteriza identitariamente.
¿Cuántas personas viven allí?
Estamos hablando ahora de seis mil quinientas personas.
¿Qué tan marcado es el proceso de gentrificación?
¡Total! Hace más o menos veinte años está pasando en Getsemaní. Queda apenas el 24 por ciento de la población local. Hay solamente cuatro o cinco calles de Getsemaní que tienen habitantes locales. Getsemaní está en un proceso muy marcado de gentrificación y es probable que en cinco años tenga unas características muy similares a San Diego.
El proyecto que usted lideró, “Memorias de la libertad” buscó visibilizar este proceso…
Es que el proceso de gentrificación no se conoce. Nadie sabe lo que está en juego. En Getsemaní hay una comunidad que quiere quedarse, que está peleando para quedarse; que se autodenomina raizal y tiene un arraigo muy fuerte. Y quiere visibilizar ante el país el problema de la exclusión de centros históricos.
Pero en el mundo capitalista la plata manda. ¿Qué puede hacer el Estado, más allá de visibilizar por medio de su proyecto, para evitar el proceso de gentrificación?
El Estado debe intervenir, debe regular lo que está sucediendo. La declaratoria de Cartagena como patrimonio mundial se hizo con base también en la memoria viva, y la única memoria viva se está convirtiendo en memoria turística. Hay un deber del Estado precisamente porque es patrimonio mundial; hay que proteger la vida barrial de Getsemaní.
¿Pero cómo?
Los centros históricos están regulados por Planes Especiales de Manejo y Protección (PEMP). Son planes de gestión de los centros históricos. Estos planes deberían dar herramientas más contundentes para la protección de la vida barrial y la permanencia de los habitantes locales, y no lo están haciendo. Claro que es difícil regular el mercado pero el Estado debe proponer herramientas de regulación del precio del suelo. Puede congelarlo por cierto tiempo para evitar la especulación, dar créditos blandos a quienes se quieren quedar y quieren cuidar y arreglar su casa. Cuando a un habitante de Getsemaní se le daña el techo, el Instituto de Patrimonio Cultural de Cartagena le dice “usted no puede poner teja de zinc; tiene que ser teja colonial, que cuesta el triple”. Ahí es cuando se necesitan créditos blandos para la construcción. Hay que crear servicios para la gente, centros de salud para la población, parques; el parque Centenario, que es el lugar para getsemanisenses, está cerrado hace dos años. Porque no se trata de congelar una población que ya ha recibido migraciones globalizadas desde hace muchos años; el getsemanisense no quiere necesariamente ir contra el turismo; se puede aprovechar el turismo pero ni los planes especiales de manejo y protección ni las iniciativas turísticas toman en serio el trabajo de la comunidad para estructurar estos planes.
¿Entonces un hotel como el que piensa construir la familia Santo Domingo en el Claustro de San Francisco atenta contra esa vida barrial?
Sí, sin duda sería un hotel de grandes dimensiones hasta donde se sabe, que no es mucho. Fíjese en una edificación vecina: el Centro de Convenciones. La gente de Getsemaní tenía una profunda relación con el puerto, y hoy su acceso tradicional le fue vedado ilegalmente, cerrado por el Centro de Convenciones.
¿Ilegalmente por qué?
¡Eso es espacio público! El parqueadero del Centro de Convenciones es espacio público y los getsemanisenses ya no pueden llegar ahí porque hay una reja.
Sobre el tema, se dice que son los mismos políticos quienes a sabiendas de que se va a hacer una inversión en infraestructura empiezan a comprar. Es conocido el caso de Francisco Santos y el centro histórico de Santa Marta.
He oído hablar del caso de Francisco Santos con relación al centro histórico de Santa Marta pero es algo que no se puede comprobar. El centro histórico de Santa Marta se hizo con un préstamo que el Ministerio de Cultura lideró con el ente territorial de Santa Marta. Esos planes se anuncian y hay políticos que saben lo que va a pasar y empiezan a comprar. Ahora el precio del suelo de Santa Marta se multiplicó en esa área central intervenida con un crédito del BID. Es paradójico cómo el Estado invierte recursos públicos que en últimas benefician es a los privados que logran comprar y especular alrededor del suelo. En Cartagena hace tres meses inauguraron tres plazas en el sector de La Matuna: se expulsaron a los vendedores ambulantes y se renovaron esos espacios públicos. La idea es conectar la ciudad amurallada con Getsemaní y la dinámica de la gentrificación es presionar el único suelo que queda más o menos asequible, que es Getsemaní. Uno ve cómo las políticas públicas invierten recursos en la lógica de la gentrificación. Los turistas ahora pueden pasar de la Puerta del Reloj a Getsemaní por espacios más higienizados.
Es deber del Ministerio de Cultura invertir en la renovación de esos centros históricos. Pero por lo que usted dice, pareciera que la inversión en patrimonio material acaba estando en contra del patrimonio inmaterial.
Exactamente esa es la paradoja.
¿Cómo puede evitarse eso?
En estos planes especiales de manejo y protección la idea de “participación comunitaria” se limita a informar a la comunidad. Los planes son hechos por arquitectos expertos, pero no toman en cuenta a los habitantes. Uno de los retos del Ministerio de Cultura es tomar en serio estos códigos culturales, estas maneras de habitar y las identidades de la gente que vive allí. ¿Cómo no tomar en serio la visión de quienes llevan trescientos años, en el caso de Getsemaní, relacionándose con su territorio? Además, hay que estar atentos porque después de Cartagena viene Barichara, y luego San Gil, y vienen los cuarenta y cuatro centros históricos del país. Esto es un llamado a que haya voluntad política y creatividad en los instrumentos de planeamiento para evitar este proceso de gentrificación.
¿El Ministerio decide cuándo aplicar un plan de manejo y protección?
Le pongo un ejemplo interesante: en los años setenta hubo un proyecto del Banco Central Hipotecario para tumbar Getsemaní. Ese estudio hecho por un arquitecto reconocido, Germán Téllez, decía que Getsemaní no tenía las condiciones para ser un lugar de preservación del patrimonio. ¿Qué pasó en estos treinta años para que todo cambiara? La respuesta es una operación semántica que se hace: crear una imagen de ciudad para los turistas, una imagen que simplifica para que sea entendida por mucha gente. La “marca Getsemaní” impulsada por la exalcaldesa Judith Pinedo, entre otros, propone proyectos turísticos que sin duda pueden ser bien intencionados pero que en últimas afianzan esta imagen que vende una ciudad turística. Eso hace que uno no se tenga que enfrentar con la alteridad real sino con una inventada, que se limita a la imagen de una viejita en una mecedora.
La conclusión parecería ser que importa más una casa que un hombre…
Mire, Getsemaní fue uno de los centros de la gesta independentista y es muy interesante cómo muchas iniciativas turísticas buscan visibilizar esos antiguos héroes de la Independencia pero no toman en cuenta a sus descendientes. Como si lo importante fuera la historia pero no los habitantes. Lo mismo ha pasado con los indígenas. Estudiamos la cultura muisca, por ejemplo, pero no somos capaces de aceptar que los indígenas de hoy son sus descendientes. Eso es lo que nos llama a reflexión.