El patrimonio cultural de Malí

La increíble historia de los manuscritos perdidos de Tombuctú

La ciudad puerta del Sahara vuelve a respirar tras la liberación por parte de las tropas francesas. Decenas de santuarios y mausoleos sufíes fueron destruidos. ¿Pero y los libros de su extraordinaria biblioteca? ¿Los destruyeron también? ¿Los quemaron? ¿Se los robaron?

Salym Fayad* Bamako, Malí
20 de febrero de 2013
La increíble historia de los manuscritos perdidos de Tombuctú

¿Dónde están los libros?

Tombuctú llevaba diez meses sitiada cuando empezaron los bombardeos. En el norte de Malí, la legendaria entrada al Sahara parecía más remota que nunca, aislada del mundo por un brutal régimen fundamentalista, cientos de kilómetros de arena y la falta de cobertura telefónica. Pero en los últimos días de enero llegó el Ejército francés con sus aviones, y luego con sus soldados, y ya para cuando llegaron detrás las tropas malienses, los rebeldes de la milicia islamista Ansar Dine se habían escapado hacia el desierto.

Mientras los habitantes de la ciudad celebraban la intervención francesa, gritaban de júbilo por la expulsión de los islamistas y se entregaban con desenfreno a las actividades que los radicales habían prohibido por considerar en extremo liberales (fumar, bailar, darle la mano a una persona del sexo opuesto), el alcalde Hallé Ousmani Cissé –quien se había exiliado en Bamako desde hacía meses– lanzó el primer grito de alarma: antes de huir, los islamistas habían incendiado la biblioteca del instituto de investigación islámica Ahmed Baba, y con ella, incinerado los treinta mil manuscritos antiguos que albergaba.

Durante la ocupación de la ciudad, académicos e investigadores alrededor del mundo habían advertido sobre el riesgo que corría el patrimonio cultural de Tombuctú mientras estuviera controlada por Ansar Dine, pues el grupo salafista había empezado a demoler algunos de los mausoleos centenarios de la ciudad porque según ellos representaban formas de idolatría. Así que cuando se hizo público el anuncio del alcalde Cissé, fue como si se cumpliera una terrible profecía.

Sin embargo, cuando llegaron los primeros reporteros al instituto Ahmed Baba, la biblioteca seguía en pie, y aunque había montones de cajas vacías esparcidas por el suelo, no se veía ninguna evidencia de la hoguera que se habría requerido para quemar los libros. Se empezó a especular entonces que quizá los salafistas los habían destruido mucho antes de la llegada del Ejército francés, o que se los habían robado en un acto de vandalismo, o que tal vez los manuscritos nunca habían estado en las estanterías y cajas vacías de la biblioteca porque se planeaba depositarlos ahí en el futuro. También empezó a circular otra hipótesis entre los académicos y los periodistas que habían entrado con la intervención militar a Tombuctú: los manuscritos podrían estar a salvo, enterrados por la ciudadanía en algún lugar del desierto donde permanecieron lejos del alcance de los milicianos.

“La misère et le mystère”

Aunque en el imaginario popular occidental el nombre de Tombuctú se asocia con una ciudad antigua y remota en los confines de la tierra, hoy en día sus cincuenta mil habitantes no viven exactamente en el lugar de fábula que sugiere la expresión. Ubicada sobre el río Níger en el extremo sur del Sahara, y a más de mil kilómetros de Bamako, la capital maliense, Tombuctú sufre de escasez de agua, de servicios púbicos limitados y está equipada con una precaria infraestructura. Los niños juegan en las calles de tierra, cerca de carrocerías de camionetas abandonadas hace décadas, al lado de burros y cabras que escarban las montañas de basura; los mototaxis esquivan nómadas tuareg en túnicas azules que entran a la ciudad con sus camellos, como arribando a puerto seguro en el mar de arena.

“Aquí vivimos entre la miseria y el misterio”, dice uno de sus habitantes. Bajo una capa de polvo sus gafas reflejan la estructura de barro y estacas de la mezquita de Sankoré, que en el siglo XV era la sede de una universidad de veinticinco mil estudiantes y albergaba la biblioteca más grande que había existido desde Alejandría. Cuando en Europa el Renacimiento apenas tomaba impulso, la ciudad sahariana era el centro cultural, religioso y académico del mundo islámico.

“Muchos de nuestros manuscritos vienen de esa época o incluso de antes. En nuestra colección algunos datan del siglo XIII”, dice Abdel Kader Haidara, director de la biblioteca Mamma Haidara, una de las veintidós bibliotecas privadas de manuscritos que hay en Tombuctú. Las cuarenta y cinco mil piezas de su colección han sido acumuladas durante siglos por su familia, que desde el siglo XVII se dedicó a salvaguardar manuscritos. Aunque la mayoría de los textos están escritos en árabe, parte de ellos están en lenguas locales como el songhai y el tamasheq, las dos etnias más representativas de la región, y cubren áreas del conocimiento humano estudiadas desde la antigüedad como la medicina, la historia y el derecho, así como la óptica, la farmacopea, la astronomía, la poesía y la filosofía islámica.

“Un país sin historia no es un país –dice–, y esos manuscritos son el testimonio de nuestra historia, la sabiduría de nuestros ancestros y la memoria del pasado. La historia oral se deforma, pasa de una persona a otra y cambia constantemente. En estos libros se han fijado los debates y el conocimiento que floreció en la universidad de Sankoré y que fue determinante en la evolución del islam en África”.

La existencia de estas ricas colecciones de manuscritos rebaten además la tesis colonial de que en el continente africano la historia se transmitía oralmente de una generación a otra. Haidara explica que tras su llegada a África occidental en el siglo XIX, colonizadores franceses empezaron a llevarse muchos manuscritos a Europa, a lo cual académicos locales reaccionaron escondiendo todos los que pudieron, manteniéndolos ocultos pacientemente hasta que los invasores se fueran.

A salvo

“Están a salvo, los manuscritos están a salvo”. Abdel Kader Haidara se rehúsa cordialmente a decir dónde, siquiera a dar pistas sobre el paradero de los libros, pero admite que su participación fue parte fundamental en lo que él llama una operación coordinada entre los bibliotecarios de Tombuctú para poner los textos fuera de riesgo durante los meses en que los extremistas de Ansar Dine controlaron la ciudad.

Clandestinamente, y con la ayuda de algunos ciudadanos cómplices, un grupo de bibliotecarios trabajó en las noches durante semanas empacando los manuscritos en baúles y cajas para luego diseminarlos en varias direcciones, “a muchos lugares”. El mismo Haidara pudo transportar unos quince mil documentos hasta Bamako, la capital maliense.

Algunas cajas se cargaron a lomo de camello fuera de la ciudad, donde se presume que hay baúles enterrados bajo las dunas, y otras fueron camufladas en sacos de maíz vacíos y luego llevadas en mototaxi o en carretas de burros hasta un puerto cercano en el río Níger, donde navegarían río abajo, cubiertas con verduras y provisiones hasta otras poblaciones cercanas, y eventualmente hasta la ciudad portuaria de Mopti, fuera de la zona tomada. Familias que tenían manuscritos en su poder, herencia de generaciones pasadas, empezaron a esconderlos también bajo el suelo de sus casas o emparedándolos bajo las capas de barro que cubren los muros.

“No fue solo la presencia de los islamistas lo que nos llevó a actuar –explica Haidara–. Nosotros habíamos empezado con la operación antes de que llegaran los de Ansar Dine a aplicar la ley islámica. A comienzos del año pasado, cuando llegaron los rebeldes independentistas tuareg, sabíamos que sin importar las ideologías políticas o religiosas iban a llegar bandidos oportunistas, y con ellos una ola de vandalismo”.

No se equivocaba. Y no era la primera vez que los vecinos de Tombuctú tenían que proteger con astucia su herencia cultural. Fue la memoria histórica, más que la intuición, lo que puso alerta a los conservacionistas de los manuscritos. Al esconder los documentos durante la ocupación de Tombuctú, sus habitantes pusieron en marcha una estrategia de protección del patrimonio que han heredado después de siglos de ocupaciones y de imperios. Antes de la llegada de Ansar Dine en el 2012, la amenaza había venido durante las rebeliones que grupos independentistas tuareg han lanzado en Malí desde los años sesenta. Antes de ellos fue la colonización francesa, y las numerosas invasiones y batallas de las que la ciudad fue escenario cuando Tombuctú hacía parte de los imperios que ocuparon África occidental. Desde el siglo XII, cada vez que la situación política se desestabiliza en Tombuctú, los primeros amenazados son los textos irreemplazables cuyas páginas frágiles han sobrevivido milagrosamente, además de las guerras, al calor, la humedad y las termitas.

Haidara dice que “haber pertenecido a esos reinos explica la importancia de Tombuctú. La ciudad fue parte del imperio Songhai, el Mandinga, el de Malí, el de Ghana”, y en el siglo XV fue un importante punto mercantil de la región donde se comerciaba con esclavos, sal, oro, y por supuesto, libros. Muchos llegaron desde Egipto y Persia en caravanas de camellos, y fueron transcritos y traducidos por los escribanos de la ciudad en superficies que iban desde la piel de oveja hasta la corteza de árbol. Algunos de esos fueron los primeros ejemplares que la familia Haidara empezó a coleccionar.

El fin del mundo

La destrucción del patrimonio cultural es tan antigua como la guerra misma, y aunque los islamistas en Tombuctú no amenazaron en un principio los manuscritos, una vez se tomaron la ciudad no tardaron en ensañarse contra los santuarios y mausoleos sufíes, que según ellos no representaban el verdadero islam. Además de amputar las manos de quienes ellos acusaban de ladrones, parecía que se empecinaban también en mutilar a la ciudad misma de sus rasgos más característicos. Con picas y palas redujeron a un montón de piedras media docena de monumentos declarados patrimonio mundial por la Unesco. Entre ellos estaba la mezquita de Yahya Sidi, cuya puerta, según la superstición popular, debía permanecer cerrada hasta el fin del mundo.

En Irak, cuando las tropas estadounidenses entraron a Bagdad en el 2003, las primeras bajas culturales fueron las reliquias de la antigua Mesopotamia saqueadas del Museo Nacional, y en el actual conflicto en Siria los castillos medievales y las Ciudades Muertas bizantinas cerca de Alepo cayeron también en manos de saqueadores y sus estructuras han sufrido bajo el impacto de los cañones militares.

Con frecuencia se ha comparado la destrucción de los mausoleos de Tombuctú con la destrucción de los Budas de Bamiyán a manos de los talibanes en el 2001. Pero, como dice el historiador Gregory Mann, los de Afganistán eran budas sin budistas. Las mezquitas y mausoleos de Tombuctú, en cambio, no son una reliquia ni una pieza de museo. Son el escenario del día a día de sus habitantes y parte activa de las dinámicas sociales de la ciudad. Cinco veces al día las entradas de las mezquitas se ven tapizadas con las sandalias de los fieles que llegan a orar, leer, conversar o echarse una siesta. Cada año, después de la temporada de lluvias, los residentes se dan cita para empañetar con barro fresco las paredes externas de los templos y mausoleos, entre cantos y oraciones que combinan el islam y las creencias tradicionales.

Durante casi un año la vida en Tombuctú enmudeció. Y la música, uno de los tesoros que ha puesto a Malí en el mapa cultural global, también fue erradicada por completo de la vida cotidiana, incluso en los timbres de los teléfonos. “La música es un evento diario fundamental para nosotros”, dice Manny Ansar, director del Festival en el Desierto, que hasta el año pasado se celebraba a las afueras de Tombuctú. “Es a través de nuestra música que conocemos nuestra historia y nuestra identidad. Nuestros antepasados aprendieron y enseñaron a través de la música, y es a través de ella que hacemos declaraciones de amor o criticamos o discutimos con la gente que nos rodea”.

Ahora la música vuelve poco a poco a Tombuctú, pero no la puerta del fin del mundo, ni la mezquita de Yahya Sidi, ni algunos de los manuscritos que en efecto sí se perdieron cuando los milicianos decidieron alojarse en la biblioteca del instituto Ahmed Baba. ¿Tal vez aparezcan más adelante en el mercado negro de documentos antiguos? Abdel Kader Haidara prefiere no responder. “No podemos saber lo que hicieron con ellos; solo puedo responder por los que hemos salvado”. ¿Cuándo volverán los manuscritos ocultos a las estanterías de las bibliotecas? “Puede que Tombuctú sea libre de nuevo, pero parte de los edificios está destruida, no tenemos electricidad ni la condiciones para mantenerlos seguros. Cuando haya paz, inshallah, los empezaremos a liberar poco a poco”. El bibliotecario tiene el aire satisfecho de quien cumplió con una misión histórica, y parece no tener ninguna prisa. Sabe también que ahora que el conflicto en el norte de Malí ha llamado la atención sobre este legado invaluable, los manuscritos de Tombuctú son más codiciados que nunca.

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