El proyecto de la Universidad de los Andes
¿Progresa Fenicia?
Aunque el sentido común dice que la gentrificación acaba con el tejido social y tiene una resistencia natural entre las comunidades, Arcadia pudo conocer de primera mano un proyecto de renovación de la Universidad de los Andes y se llevó varias sorpresas. ¿Cómo se transformará uno de los sectores más tradicionales de Bogotá?
Fue en esa misma época, hacia finales de los años cuarenta, que se fundó la Universidad de los Andes, la institución que hoy tiene en sus manos la posibilidad de realizar, así sea en parte, el sueño de Le Corbusier: renovar un fragmento del centro histórico. Si funciona, establecería un precedente que podría cambiar para siempre las reglas de juego de la renovación urbana en Colombia. Se trata del proyecto Progresa Fenicia, un plan parcial que pretende rehacer Las Aguas, un barrio aledaño a la universidad ubicado entre la carrera tercera, la Circunvalar y la avenida Jiménez. “Esa zona ha padecido cuarenta años de deterioro, de pérdida de población, donde se tumban casas para hacer parqueaderos y que no mejora y se estabiliza”, explica Maurix Suárez, director del Progresa Fenicia.
La idea no es nueva. “En la Facultad de Arquitectura los profesores y los estudiantes han visto un enorme potencial en esa zona desde hace muchos años”, dice el arquitecto Daniel Bermúdez, quien fue contratado por la universidad en 2012 para diseñar los planos modelo del proyecto. Alberto Escovar, director de Patrimonio del Ministerio de Cultura, agrega: “Intervenir el barrio ha sido un proyecto de tesis durante generaciones y la gente lo veía como imposible de hacer. Hace 20 años la universidad se planteó irse del centro a la hacienda El Noviciado, en Cota, al norte de la ciudad. El bando de los que se querían quedar fue liderado por Bermúdez, que decía que no tenía sentido dejar la tradición del campus en el centro. Finalmente la universidad se quedó y más tarde tomó la decisión de crecer hacia el lado de Las Aguas”.
Progresa Fenicia, aprobado por el distrito mediante un decreto en octubre del año pasado, derrumbaría un total de cinco manzanas para reemplazarlas con varios edificios de hasta 25 pisos, alamedas, un parque, una plaza central, un hotel, un edificio para la universidad y posiblemente un centro comercial. Si en este momento hay 460 hogares y 1.628 residentes, la idea es que en ocho años, cuando culmine el proyecto, haya 900 hogares y más de 3.000 residentes. El espacio público pasaría de 3,8 hectáreas a 6,2 y el privado de 50.000 metros cuadrados a 26.200. La universidad, como el resto de los vecinos, solo podría optar a un 15% del área construida. “La idea es cavar el primer hueco a comienzos del próximo año”, asegura Francesco Ambrosi, coordinador del componente social entre la universidad y la comunidad.
Muchos han recibido el plan con escepticismo. Como cualquier proceso de renovación urbana, también es potencialmente un proceso de gentrificación, término acuñado por la socióloga Ruth Glass en 1964 y que se refiere a cómo la población original de un sector es desplazada por una nueva población de clase socioeconómica más alta. Quizá el ejemplo más resonante en Colombia ha sido el de Getsemaní. Según el antropólogo Patrick Morales, desde que la Unesco declaró patrimonio mundial al centro histórico de Cartagena en 1984, el precio del suelo se disparó, comenzó el juego de la especulación inmobiliaria y, como consecuencia, hoy solo queda en Getsemaní alrededor del 20% de la población original, vinculada al puerto durante siglos.
Y si bien la gentrificación es un riesgo latente ligado al espacio, “también se pueden gentrificar procesos inmateriales”, explica Pablo Lorenzana, del centro de pensamiento Interference Tank. La universidad no ha tomado en cuenta el patrimonio cultural de Las Aguas, que se remonta hasta el siglo xvi. Aparte de crear el periódico quincenal Directo Fenicia, en el que se resaltan brevemente facetas de la historia del barrio, Los Andes no ha tenido otras iniciativas para conservar el patrimonio de la zona. Esto se debe, en parte, a que los gestores del proyecto están convencidos de que se puede evitar que la comunidad se desplace. “Progresa Fenicia es una apuesta para evitar en lo máximo un proceso de gentrificación”, asegura Suárez.
A través de una serie de incentivos, la universidad se ha puesto en la tarea de mitigar el impacto de la eventual valoración de la zona para que los habitantes se queden. “Se trata del primer plan parcial en la historia del país que busca proteger a la población”, asegura Katerine Betancur, quien trabaja junto a Ambrosi en la Casa Fenicia, el punto de encuentro entre los Andes y la comunidad. Según el decreto, la universidad no va a comprarles los predios a sus vecinos, para luego sacarlos, sino que se los va a reemplazar con apartamentos en una medida de metro por metro. Mejor dicho, si la persona tiene una casa de 200 metros cuadrados, se le daría un apartamento igual de grande o dos de 100 metros cuadrados.
La universidad también consiguió, tras varias reuniones con sus vecinos, que se le congelara el estrato a la gente del barrio hasta por una década. Pero este logro, que se haría efectivo cuando la comunidad se mude a sus nuevas viviendas, tiene una letra menuda: si la persona decide arrendar o vender el apartamento, el individuo que llegue perdería ese privilegio. “Antes la posibilidad de que se quedaran los vecinos ni siquiera se contemplaba. Cuando se hizo el proyecto de Santa Bárbara en el sur, a la gente le compraron la casa, las tumbaron y los sacaron”, recuerda Escovar. Todos los expertos consultados por Arcadia coincidieron en que congelar el estrato es una iniciativa adecuada, en especial porque como salió en un decreto, de ahora en adelante se va aplicar en todos los planes parciales de renovación urbana en Colombia.
Otro beneficio de la universidad es la serie de programas sociales para que la comunidad –y en especial la población joven– se pueda mantener competitiva cuando se transforme la zona. Entre un refuerzo escolar para los niños, la alfabetización informática para los adultos, unas becas para estudiar construcción, carpintería o cocina en la Fundación Escuela Taller de Bogotá y un programa de emprendimiento con profesores de la Facultad de Administración, la universidad ya ha favorecido a 139 habitantes de la zona. Dos de ellos, Brian Cárdenas y Tatiana Sandino, estudiantes de Gastronomía en la Escuela Taller, se llevaron a finales del año pasado el galardón del Fondo de Juventudes Urbanas ONU-Hábitat por un proyecto para abrir un restaurante de perros calientes con hojaldre.
“La mayoría de los jóvenes apoyamos Progresa Fenicia. Yo tengo 26 años y he vivido toda mi vida aquí. El barrio era bonito, pero hoy solo se ven lotes y parqueaderos (conforman 40% de Las Aguas), siempre hay un polvero, la gente parquea en la calle, los carros encima de los andenes, los niños no pueden salir a jugar. Los jóvenes ya estamos cansados”, confiesa Cárdenas. Pero no todos los habitantes del barrio opinan lo mismo. Juan Carlos Ortiz, un tendero, considera que “cuando vengan los grandes proyectos, como Carulla o el Éxito, no podremos competir con ellos”. Sin embargo, Ivonne Rueda, la coordinadora del proyecto, asegura que Progresa Fenicia “va a tener un esquema de gobierno con una junta directiva que incluirá gente del barrio, para que entre todos los interesados se escoja que tipo de comercio llegará a la zona”.
Por su lado, Hugo Ortega, arrendatario desde hace doce años de una casa donde hoy tiene un parqueadero para motos, confiesa sentir “una enorme presión psicológica por parte de la universidad” y cree que hace parte “de un desplazamiento forzado por parte de la universidad más poderosa del país”. Aunque es cierto que los arrendatarios que cumplan con ciertos requisitos recibirán un subsidio del distrito, el problema es que muchos, como Ortega, no están enterados porque la universidad no ha socializado suficientemente bien el proyecto. “Hay un problema de desinformación muy grande. En muchas de las reuniones con la comunidad, ni siquiera los estudiantes entendíamos las diapositivas y los gráficos del plan”, asegura Andrea Rodríguez, estudiante de arte que hizo su tesis en torno a Progresa Fenicia.
El problema de la desinformación (muchos de los habitantes aún piensan que les van a comprar las casas) recae sobre Los Andes, pues informar es una de sus responsabilidades como promotor y gestor del proyecto. Sin embargo, la culpa también es de algunos miembros de la comunidad, quienes reacios al proyecto, no asisten a las reuniones y asambleas que la universidad lleva organizando desde 2011. “Los cursos que nos ofrecen son solo para robarnos ideas”, apunta Ortiz. La desconfianza de los habitantes es entendible. En 2006 y 2007 la mayoría fueron testigos de la agresiva expulsión por parte del distrito de la gente que vivía en Manzana 5, un lote vecino del barrio. “Ese tema hirió a la comunidad, pues allá hubo expropiación, policías y lo más complicado de todo es que el responsable fue un actor público”, asegura Suárez.
La universidad también ha cometido errores: en 2007 presentó ante el distrito una solicitud para realizar la misma renovación urbana, pero sin los beneficios del reemplazo de vivienda o la congelación del estrato. Mejor dicho: gentrificación. “En ese momento nos detuvimos y nos preguntamos: ¿acaso somos un ente educativo que va a inculcar a los jóvenes a ser partícipes en este tipo de cambio?”, se pregunta Ambrosi. Si bien la universidad cambió su discurso, es comprensible que aún hoy parte de la comunidad tenga sus dudas, también alimentadas por las barreras invisibles que existen entre ambos bandos: una parte de la gente del barrio jamás ha entrado al campus de los Andes, protegido por guardias y torniquetes. Tampoco han sido carnetizados para aprovechar áreas como la biblioteca, reclamo justo si se toma en cuenta que Progresa Fenicia tienen un eslogan que sugiere complicidad y fraternidad: “¡Todos nos movemos, todos nos quedamos!”.
Dentro de la comunidad también existen los que se oponen de frente al proyecto. “Nosotros pensamos que no era necesario renovar el sector. Con una simple intervención hubiera bastado. Pero no acabar con el barrio, que es lo que la universidad quiere: tumbar todo”, asegura José Farid Polanía, vocero de No se tomen Las Aguas, un comité de 25 residentes. El crecimiento y el dominio de Los Andes en el sector también preocupan a otros, como el arquitecto Carlos Niño: “En el país nunca se ha hecho renovación urbana y a mí me parece que este proyecto podría ser positivo para la ciudad, pero me preocupa que las universidades en Colombia, como es tan buen negocio, nunca paren de crecer y se tomen la ciudad”.
El crecimiento del campus de Los Andes atestigua esa preocupación. La universidad ha pasado de tener 2,5 hectáreas en 1960 a 9,9 hoy. Pero la cifra alarmante es otra: si la Universidad Nacional tiene 300.000 metros construidos en 116 hectáreas, Los Andes tiene 155.829 –la mitad– en apenas una fracción del espacio. Suárez, el gerente del campus, asegura que “antes se hacía un nuevo edificio cada diez años y ahora hacemos 1,5 edificios al año”. El problema con esa mentalidad, explica Manuel Hernández, exprofesor de esa institución, es que “puede ser un poco abusiva, la universidad tiene demasiadas gabelas y pisa más duro que el resto porque tiene mucha plata y no paga impuestos”.
Sin embargo, todos los arquitectos consultados para este reportaje concuerdan que la densificación del centro es un paso en la dirección correcta. “En los próximos años muchos barrios como Santa Fe, que hoy ni siquiera miramos, tendrán un segundo aire”, pronostica Escovar. Y, si la universidad se atiene a solo quedarse con un 15% del área construida final, todo pareciera indicar que la gran beneficiada será la ciudad. Hoy, cuando todo está aún por verse, los Andes tiene en sus manos la posibilidad de crear un precedente positivo, generando la necesitada renovación y evitando la gentrificación. De lograrlo, quizá sería el primer paso para cambiar “el mediocre destino” de Bogotá.