ARTE Y PODER
El gran inquisidor del arte
Durante su paso por la embajada colombiana en Alemania entre 1930 y 1932, en pleno surgimiento de Adolf Hitler, el conservador Laureano Gómez se familiarizó con las preferencias estéticas del nacionalsocialismo. De vuelta al país, el controvertido político y futuro presidente utilizó los medios para arremeter contra el ‘arte degenerado’, en uno de los más sonados casos en que la política nacional intervino en la cultura.
Tal vez, desde finales del siglo XIX, hemos asumido que el arte es un territorio libre. Solemos repetir que el artista es el soberano de su obra, y que este debe mantenerse ajeno a cualquier injerencia política o económica. Hemos aceptado que esta independencia no solo mantiene viva y dinámica a la cultura, sino que es una condición innegociable para la creación auténtica. Este imaginario, ya debatido en el siglo XVII, ha sido recogido por una gran parte de los artistas y críticos modernos, e incorporado a las legislaciones occidentales, que comúnmente han consagrado, como bien supremo de la democracia, la libertad de expresión a través de la escritura, la oralidad y las artes.
Pero otras formas de concebir el arte se hacen visibles en tiempos de represión y violencia. Desde hace varias décadas, los colombianos hemos presenciado toda suerte de intentos por controlar, desde el poder político, los contenidos artísticos y literarios. Probablemente, el ciclo autoritario haya sido iniciado por el político conservador Laureano Gómez, con su crítica furibunda al arte moderno.
Arte nazi: las ideas estéticas de Laureano Gómez
Es probable que Laureano Gómez (1889-1965) sea una de las figuras más controvertidas en la historia política de Colombia. Amado por la Iglesia y odiado por el pueblo, orador excepcional, católico a rajatabla, líder radical del Partido Conservador, franquista consumado, periodista, presidente en funciones de Colombia entre agosto de 1950 y noviembre de 1951, y padre de los políticos Enrique y Álvaro Gómez Hurtado. Como buen dirigente letrado, fue fundador y propietario de varios medios de comunicación: la Revista Colombiana (1933) y el periódico El Siglo (1936), su principal tribuna de opinión.
Una de las facetas menos conocida de Laureano Gómez fue su actividad como crítico de arte, desarrollada en ambas publicaciones. Es probable que su interés por el arte surgiera tempranamente por influencia de su hermano, el caricaturista Pepe Gómez (1892-1936), quien estudió Bellas Artes en la Escuela de Bogotá y se inició como dibujante satírico en el periódico conservador Sansón Carrasco, dedicado a atacar la “masonería liberal”. Una de las caricaturas más recordadas de este periódico es la que representa, en 1912, al político liberal Rafael Uribe Uribe disparando desde una trinchera, mientras grita: “El liberalismo no es pecado”.
Laureano fue embajador en Alemania entre 1930 y 1932, por lo que debió presenciar el ascenso de Adolf Hitler al poder, canciller imperial desde enero de 1933. En su libro El cuadrilátero (Bogotá, 1935), reconoce haber leído las memorias de Hitler, recuerda los orígenes del führer como pintor, y lo caracteriza, con suma erudición, como un “artista de primer orden, que sabe hacer vibrar las cuerdas del corazón humano, que conoce todas las gamas, todos los registros de los sentimientos, arrastra a las multitudes en las reuniones públicas que ha celebrado por millares, con una elocuencia inflamada (…)”.
Unos años después, Laureano, gran conocedor de la política alemana del período de entreguerras, terminó convertido en el principal receptor y transmisor local de las ideas estéticas del nacionalsocialismo, con su ataque directo al arte moderno, considerado por los nazis como “arte degenerado”. Es probable que la idea de “arte degenerado” tenga origen en 1928, cuando Paul Schultze-Naumburg publicó el libro Arte y raza, en el que se utilizó por primera vez este término para referirse peyorativamente al arte moderno, una palabreja que debió resultar iluminadora para el nacionalsocialismo. En su libro, Schultze comparó fotografías de personas con enfermedades físicas, con pinturas modernas cubistas y expresionistas, en las que la figura humana aparecía plásticamente distorsionada.
Aunque desde 1933 ya existía en la jerga oficial alemana el término “arte degenerado” y se habían realizado acciones encaminadas a la incautación o destrucción de este tipo de obras, el 19 de julio de 1937 se llevaron a cabo en Múnich dos exposiciones que llevarían la discusión a un nuevo nivel: por un lado, la Gran Exposición de Arte Alemán, dedicada a todo el arte deseable por el III Reich, constituida por pinturas figurativas y heroicas que ensalzaban la tradición germánica; y por otro lado, la Exposición de Arte Degenerado (Entartete Kunst), dedicada a los pintores, dibujantes y escultores abstractos, expresionistas y/o judíos, entonces considerados, por parte del establecimiento, como abyectos.
En esta última exposición, predominó la patologización clínica de todas las formas de arte que resultaran molestas para el régimen: las distorsiones en la representación pictórica del cuerpo eran “la enfermedad” del arte; los artistas modernos eran “enfermos”; el régimen propendía por la defensa de un arte figurativo, habilidoso y directo, con contenidos heroicos o mitológicos; un arte fácil que no necesitara intermediación de críticos o comisarios para su comprensión, lo que llevó a la criminalización de los directores de museos que defendieran el arte moderno. Los artistas debían ser personas de “raza pura” capaces de producir un “arte saludable”, un arte que bebiera en las fuentes de la tradición clásica.
En un expediente de la Cancillería de Colombia, conservado en el Archivo General de la Nación y mencionado por Andrés Gómez Osorio (El Tiempo, 4 de noviembre de 2007), aparecen varios testimonios que permiten inferir que el periódico El Siglo, de Laureano Gómez, recibió financiación del gobierno alemán durante esta época: la Embajada de Estados Unidos, que pagaba publicidad en El Siglo por la suma de 2.000 pesos mensuales, decidió suspender la pauta al percatarse de la cercanía de Laureano Gómez con la política exterior alemana. El vacío económico pasó a ser llenado por la Legación Alemana en Bogotá, que habría empezado a pautar en el periódico por la suma de 15.000 pesos mensuales, un hecho que la familia Gómez Hurtado negó en su momento.
En todo caso, en total sintonía con las ideas expresadas por Schultze-Naumburg en su libro Arte y raza, el periódico El Siglo publicó en 1945 el artículo “Ignacio Gómez Jaramillo: el pintor del arte patológico”, firmado con el seudónimo “Dr. Martell-Picassot” (probablemente Laureano Gómez). En este, la obra de Gómez Jaramillo, influida por Paul Cézanne, por el muralismo mexicano y por el expresionismo europeo, fue señalada como “degenerada” y sus cuadros fueron comparados con enfermedades como la elefantiasis y la macrocefalia. El artículo incluía la obra de Gómez Jaramillo “en el cuadro pavoroso de las enfermedades deformantes que afligen y angustian a la humanidad, (…) la patología que deshace, corrompe y destruye el organismo humano”.
Por su parte, el primero de enero de 1937, el mismo año en que se realizó en Alemania la exposición de “arte degenerado”, Laureano Gómez publicó en la Revista Colombiana el artículo “El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte”, en el que señaló que “la indecente farsa del expresionismo ha contagiado la América y empieza a dar sus tristes manifestaciones en Colombia” mediante “la ignorancia en el dibujo, la ignorancia del talento de composición, la pobreza de la fantasía, la falta de conocimiento de la técnica, la ausencia de preparación académica (…)”. Laureano comparó el arte moderno con el producido por niños, señaló los murales del artista antioqueño Pedro Nel Gómez como una “servil imitación” del mexicano Diego Rivera, y remató su ensayo con una afirmación lapidaria: “el expresionismo es, únicamente, un disfraz de la inhabilidad y una manifestación de pereza para adquirir la maestría en el dominio de los medios artísticos”, bastante similar a cuando los nazis señalaron la “fealdad” y la “inferioridad artística” del expresionismo como síntoma de la decadencia del arte moderno.
En 1940, no contento con descalificar las obras de Ignacio Gómez Jaramillo y Pedro Nel Gómez, Laureano mandó a cerrar la exposición de Débora Arango en el Teatro Colón de Bogotá, a la que había sido invitada por el político liberal Jorge Eliécer Gaitán, entonces ministro de Educación. Débora era una mujer alineada con la pintura expresionista, discípula de Pedro Nel Gómez, deliberadamente “incorrecta” técnicamente y aficionada al desnudo femenino. Un amigo íntimo de Laureano, monseñor Miguel Ángel Builes, ya la había criticado duramente en Medellín, y Laureano se encargaría de servirle de contraparte en Bogotá, cerrándole la puerta de la ciudad, invocando la moral pública al señalar en un artículo que sus desnudos eran “inmorales”, “perversos” y “pornográficos”
Otra exposición de Débora, en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid (1955), fue clausurada por orden del dictador Francisco Franco, una situación curiosa teniendo en cuenta que Laureano se encontraba en ese momento exiliado en Madrid, y no solo era un franquista reconocido, sino también íntimo amigo de la cúpula militar. No sabemos cuánto habrá tenido que ver Laureano en este nuevo episodio de censura recaído sobre la antioqueña, pero lo cierto es que la sumatoria de estos episodios le valieron a Débora tres décadas de ostracismo artístico, hasta principios de los años ochenta.
Desde luego, en oposición al “arte degenerado”, la estética preferida por Laureano para sus emprendimientos culturales era la estética heroica, símbolo de una nación fuerte, capaz de enfrentar la guerra: la estética preferida por los gobiernos fascistas de Alemania e Italia. El Monumento a los Héroes, en la Autopista Norte de Bogotá, es un claro ejemplo de ello. Este fue planeado originalmente durante la presidencia de Laureano como un “Campo de Marte”, como escenario destinado a desfiles militares, un espacio en conmemoración de los soldados muertos en las guerras de independencia y de los caídos en Corea, aquellos soldados enviados por Colombia para luchar contra el comunismo. Valga recordar que, durante la presidencia de Laureano, Colombia fue el único país latinoamericano que envió efectivos a esta guerra, en apoyo a Estados Unidos. Algunos afirman que se trató de una estrategia para lavar la imagen nazi que tenía el político colombiano ante el país del norte.
El proyecto de Los Héroes fue realizado por dos artistas italianos de trayectoria fascista, llegados directo desde la Italia de Mussolini: el arquitecto Angiolo Mazzoni y el escultor Ludovico Consorti, este último realizador de una serie de esculturas de tritones en bronce, de inspiración grecolatina, destinadas a enmarcar este “Campo de Marte”. Según la mitología griega, el tritón es un dios de las profundidades marinas representado como una especie de sireno, una figura de la antigüedad rescatada por la estética de los gobiernos totalitarios. El proyecto de Los Héroes fue interrumpido por el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, y quedó de la forma actualmente visible. De los tritones solo alcanzaron a fundirse dos piezas, que serían abandonadas en una bodega de la Universidad Nacional, y que actualmente flanquean la entrada del edificio de la Escuela de Artes Plásticas, como testimonio fallido de los sueños totalitarios del fascismo criollo.