Análisis

El costo de la exclusión

Una reflexión sobre la lucha por los derechos civiles tanto en Estados Unidos como en Colombia a propósito del movimiento global Black Lives Matter: las vidas negras importan.

Hugo Tobar
14 de diciembre de 2020
Quibdó, 26 de septiembre de 2012. Los habitantes de la ciudad se asoman al balcón a mirar un desfile.

Por Hugo Tobarha pasado más de medio siglo desde las luchas por los derechos civiles de la población negra y afroamericana en Estados Unidos. Luchas que en su momento fueron lideradas por grandes nombres como Martin Luther King, Malcolm X o, más tarde, movimientos como las Panteras Negras. Todo esto marcó una época de protestas y enfrentamientos entre diferentes grupos, que terminaban en brutalidades hacia quienes reclamaban la defensa del derecho a la igualdad racial.

Colombia también ha tenido sus propias luchas históricas. Algunas, impulsadas por grandes héroes que el resto del país desconoce, como Benkos Biohó, el primer esclavizado libre, que dejó sus raíces en San Basilio de Palenque, ‘el primer pueblo libre de América’, distinguido en 2005 por la Unesco como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad; y otros como el político, abogado y activista Diego Luis Córdoba o el escritor Manuel Zapata Olivella, quienes aportaron desde lo social, la educación y la antropología al desarrollo y defensa de los derechos de las comunidades negras en el país.

Y aunque tanto en Estados Unidos como en Colombia se ha avanzado, las secuelas físicas, mentales y sociales propias de las prácticas esclavistas siguen vigentes y son la explicación de las brechas de inequidad social que distancian a las comunidades afrodescendientes del resto de la población.

Contra la injusticia

En Estados Unidos las disparidades entre blancos y negros se evidencian en todas las áreas del desarrollo político, social y cultural. Según la Oficina de Estadísticas laborales de los Estados Unidos, en octubre de 2019 la tasa de desempleo de la población blanca fue 3,2 por ciento por debajo de la media nacional, mientras la de la afroamericana fue del 5,4 ciento. En educación las cifras tampoco distan mucho: según la Oficina de Educación Primaria y Secundaria del Departamento de Educación de Estados Unidos, entre 2017 y 2018 solo el 79 por ciento de los estudiantes afroamericanos se graduaron, frente al 89 por ciento de los blancos. A esto se suma el racismo estructural e institucional, la naturalización de estereotipos y otras prácticas de desigualdad que limitan el avance de estas comunidades.

El asesinato del joven afroamericano Trayvon Martin en Miami por parte de la Policía y la absolución del agente George Zimmerman, quien le disparó, fue el comienzo, en 2013, de #BlackLivesMatter, Las Vidas Negras Importan, un movimiento global que ha ido cobrando fuerza por las injusticias sociales en Estados Unidos. Recientemente la muerte de George Floyd, asfixiado por un agente policial en Minneapolis, generó desmanes y un profundo dolor y desesperanza.

Un espejo de nuestra realidad

En Colombia, más de cuatro millones de personas, según el Dane, se reconocen afrocolombianos, lo que representa el 10,62 por ciento de la población total. Son Cali, Cartagena, Barranquilla, Bogotá y Medellín las ciudades que concentran el 29,2 por ciento de esta población en la actualidad. La migración de la comunidad afro hacia las urbes, debida muchas veces a la violencia, ha llevado a un choque cultural y al no reconocimiento de las diferencias. O como dirían los antropólogos, a la otredad. Esto genera discriminación, exclusión y un racismo estructural camuflado.

Las manifestaciones que se viven en Estados Unidos por estos días deberían servir como espejo para ver nuestra propia realidad. Aquí también existe la brutalidad policial. Prueba de ello es el caso del joven afrocolombiano Anderson Arboleda, quien al parecer murió por golpes que le propinaron agentes de la Policía. El caso de Anderson y muchos otros, sumados a la marginación, la discriminación y los estereotipos negativos, deberían ser suficientes para llevar a la comunidad a actuar como sociedad.

Si bien hay algunas acciones para enfrentar el problema, no son suficientes. Se necesitan políticas integrales y con enfoque diferencial en materia de educación, salud, desarrollo económico y seguridad para garantizar una vida digna a la población afro de este país. Hay que empezar por un diálogo abierto en el que el Gobierno, el sector privado e incluso líderes políticos no se sientan incómodos a la hora de plantear una conversación real sobre disparidades y brechas sociales de las comunidades negras y la necesidad de adoptar medidas ambiciosas para avanzar y lograr un país más justo y equitativo. Hay que actuar ahora, para que cuando las comunidades en el Pacífico protesten o cierren la entrada al puerto de Buenaventura, no llegue la represión y la famosa frase “es que con los negros no se puede”.

El potencial de la Colombia negra

La población afro contribuye al fortalecimiento y difusión de la identidad como nación a través de las agendas permanentes, nacionales e internacionales, de saberes como la danza, la oralidad, la partería, la gastronomía, el arte y el folclor, elementos que constituyen parte indivisible de su ser-individuos y colectivos, así como una oportunidad de desarrollo local con alcance global, lo que se evidencia en el interés que tanto personas del interior como extranjeros muestran por eventos como el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que año a año se ha convertido en parte de la retórica reivindicativa que engrandece a la comunidad y al mismo tiempo magnifica la cultura del país.

Colombia tiene en su Pacífico la única sala de parto en el mundo de las ballenas yubartas, que viajan cada año más de 5.000 kilómetros para tener sus crías en aguas cálidas; los mejores escenarios para el ecoturismo, una gastronomía envidiable, entre muchos otros elementos a destacar que deberían llenar a la nación de orgullo. El Pacífico y la población afrocolombiana poseen características distintivas determinadas por su geolocalización que otorgan un valor agregado a su diversidad y con ello a la multiplicidad de expresiones dialectales, étnicas, gastronómicas, espirituales, artísticas y culturales que señalan la importancia de alianzas estratégicas entre diversos sectores nacionales e internacionales para el logro del buen vivir que les ha inspirado desde siempre.

Igualmente, la diversidad se ha convertido en la clave para el éxito de las organizaciones: las empresas diversas tienden a ser más competitivas, íntegras y equitativas. En un estudio hecho por la compañía McKinsey, las empresas que tienen diversidad étnica en su equipo ejecutivo tienen 33 por ciento más de probabilidades de tener una alta rentabilidad en la industria. La diversidad es el nuevo poder en el mercado y Colombia tiene una gran oportunidad allí. Apostarle al desarrollo del Pacífico y que las empresas integren más personal étnico en altos niveles hará honor a la Constitución colombiana, que reconoce al país como diverso y multicultural y dibujará un país más equitativo e inclusivo con sus territorios.

*Hugo Tobar es magíster en Administración Pública,estudiante de doctorado en Desarrollo Local y Cooperación Internacional.

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