Literatura
La presencia de los invisibles
El Ministerio de Cultura lanzó, en la pasada Feria del Libro de Bogotá, la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana: 20 volúmenes de textos de escritores colombianos negros. ¿Para qué sirve esta inversión editorial del Estado? ¿Visibilizará a los invisibles? ¿Quién los va a leer?
Entre los reunidos, la palabra clave era “visibilizar”. Aunque también estaba su opuesto “invisibilizar” y sus derivaciones “invisibilizados” e “invisibles”. Como si hablaran de una epidemia.
Se trataba del lanzamiento, en la pasada Feria del Libro de Bogotá, de la caja de literatura afrocolombiana que editó el Ministerio de Cultura. Es complicado lo que rodea a esta caja, porque el problema de la invisibilidad es tan serio como difícil de tratar. Lo que sí tiene es que suena bien, suena poderoso, como si fuera cuestión sobrenatural, de magia o hechicería. Pero es una hechicería especial, combatible desde lo burocrático, entonces no es para que nadie pierda la cabeza. Así, la presentación de la colección firmada por la ex ministra Paula Marcela Moreno Zapata se titula “Haciendo visibles a los invisibles”. La fe en lo que la burocracia puede lograr a veces sorprende, ¿no?
Con las mejores intenciones, el Ministerio pensó que la respuesta residía en hacer algo extremadamente sólido, real, material. Qué es lo que ofrece esta caja: la solidez de 19 libros y cinco kilos de páginas, carátulas y la caja donde viene todo. Aunque también queda la sensación de que algo tan sólido no logrará resolver un problema tan etéreo.
¿En qué consiste este problema de invisibilidad? Varios de los participantes en el lanzamiento explicaron que hay una deuda histórica con los escritores afrocolombianos que por varias razones, entre ellas el color de su piel y el hecho de que su cultura se transmita oralmente, se han visto excluidos del canon de la literatura colombiana.
Manuel Zapata Olivella condensa una versión de esa idea en uno de los editoriales de la revista Letras Nacionales de 1965, incluida en una antología de sus escritos que viene en esta caja, y en la que cuestiona a quienes no creen en la existencia de una cultura nacional: “En los conflictos políticos y económicos contemporáneos hay quienes, defendiendo intereses particulares, niegan la existencia de una literatura en pueblos que fueron o son oprimidos. A despecho de sus propias aseveraciones, se apresuran a destruir la literatura nativa —tradiciones, folclor, archivos, idiomas— y cuando les es imposible incinerar, empecinadamente niegan los valores objetivos”.
Esa es la invisibilidad: se hacen cosas, se escriben libros, se habla y se cuenta, pero nadie escucha. O el que escucha dice que no oyó nada. Aunque acá cabe observar que la situación en que nos encontramos y que esta caja ilustra es la opuesta a la que vivió Zapata Olivella en 1965. Ahora, la cultura nacional que defendía se pone en duda y no desde la tradición europea, como sucedía entonces, sino desde adentro, desde las minorías y los marginados, que encuentran más cosas en común con minorías y marginados de otras partes del mundo que con lo que constituía esa “cultura nacional” oficial.
El gran problema de aproximarse a este proyecto es que acá —y en iniciativas similares— confluyen cuestiones estéticas, históricas, académicas, políticas y burocráticas que se sobreponen y confunden.
Porque está claro que en el transfondo hay una avalancha de injusticias históricas que empezaron con la esclavitud, que continuaron con el racismo, con el abandono de grandes zonas del país por parte del Estado y con el desconocimiento de sus particularidades culturales (reconocidas tardíamente en la constitución de 1991).
Eso, a un nivel. Luego está la cuestión burocrática, el sentido de oportunidad que aprovechó la ministra: mil millones de pesos que llegaron dentro del programa de celebración del bicentenario y de los cuales se usaron 700 para esta caja (los 300 restantes se usaron para una caja de literatura indígena). Y esta suma es particularmente significativa en un ministerio con un presupuesto reducido —para entender las proporciones, la Biblioteca Nacional gasta eso anualmente.
El componente político está claro en la selección de los autores: hay escritores de la costa Atlántica, la Pacífica y de San Andrés y Providencia. Como escogiendo uno o dos invisibles por región y no dejando ninguna de lado.
Entonces tiene eso esta caja: algo calculado, como si hubiera sido pensada para que los políticos la llevaran a las regiones y mostrar así, con cinco kilos de libros, que sí hicieron algo, que sí se preocupan por sus constituyentes. De esa magia sí es capaz la burocracia. Aunque, ahí lo que se visibiliza no son tanto los autores, sino el ministerio mismo en general y la gestión de la ahora ex ministra en particular.
¿Qué se escogió para visibilizar? El comité editorial, compuesto por Roberto Burgos Cantor, Ariel Castillo Mier, Darío Hernando Restrepo, Alfonso Múnera Cavadía y Alfredo Vanín Romero (este último es también, aparentemente, uno de los invisibles, porque la caja incluye la reedición de dos libros de poesía suyos en un solo tomo), escogió una gama amplia de textos que van desde el siglo XIX hasta el presente.
En la selección también colaboraron varias universidades (la del Valle, la de Cartagena, la Nacional sede Caribe) que con el tiempo han creado programas académicos dedicados a reflexionar sobre la literatura afrocolombiana. Esta arista académica ofrece el canon literario que respalda esta caja.
Aun así, no todos los visibilizados son igual de invisibles. En la caja, de hecho, hay desde invisibles bastante visibles (el poeta Candelario Obeso, Óscar Collazos, el ya mencionado Zapata Olivella) hasta verdaderos invisibles (los mineros, agricultores, folcloristas y maestros que contaron las historias recopiladas por Baudilio Revelo Hurtado en el volumen dedicado a la tradición oral en el Pacífico), con toda una gama en el medio.
También fueron plurales a la hora de los géneros representados. Están los artículos de Zapata Olivera, hay un libro de ensayos de Rogerio Velásquez Murillo, muchos tomos de poesía (aparte de la de Vanín y Obeso están Jorge Artel, Helcías Martán Góngora, Pedro Blas Julio Romero, Hugo Salazar Valdés, Rómulo Bustos Aguirre y una antología de mujeres poetas recopilada por Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo), hay cuentos (Carlos Arturo Truque, Lenito Robinson Abrahams, Óscar Collazos y la recopilación de Revelo) y novelas (Arnoldo Palacios, Zapata Olivella, Hazel Robinson Abrahams y Gregorio Sánchez Gómez). Es, entonces, un esfuerzo plural de arriba hasta abajo.
La pregunta que vale la pena hacerse es si esta caja tan sólida, si estos cinco kilos de libros afrocolombianos, realmente lograrán acabar con esa maldición de la invisibilidad de la que habla la ex ministra en su introducción. Y esa es una pregunta difícil de responder.Melba Escobar, ex coordinadora del área de literatura, decía que le gustaría que pasara con estos libros lo que pasó con las ediciones de Colcultura de los años 70, que hasta el día de hoy se encuentran por ahí, en las bibliotecas de las casas, entre los vendedores ambulantes de la séptima, en las casetas de libros usados de toda Colombia. Que se regaran por el país y por las casas hasta ser tan comunes que uno dejara de notarlos.
Pero la monumentalidad y solidez de la caja no alientan su circulación por ese circuito. Además está el hecho de que del tiraje de 4.000 cajas, sólo 400 están a la venta (precio sugerido: 250.000 pesos). Y 400 cajas de 19 libros seguramente no alcanzarán a satisfacer el mercado de las ventas callejeras de todo el país.
¿A dónde van las cajas? A escuelas, universidades y bibliotecas, especialmente de las zonas con mayor población afrocolombiana. En ese sentido, pareciera que el objetivo de la caja no fuera visibilizarlos ante la cultura nacional, esa que defendía Zapata Olivella, sino ante sí mismos. Y, qué pena el cinismo, pero también visibilizar ante ellos las actividades del Ministerio de Cultura en general y, en particular, de la ex ministra.
Porque si el objetivo real fuera todo ese cuento retórico de la visibilización, habría que encontrar cómo llegarle a la mayor cantidad de gente posible y hacerlo en la edad cuando se forma esa idea de la cultura nacional, es decir, en el colegio.
Habría entonces que proponer un cambio en los pensums escolares de literatura, luego organizar talleres con maestros y alumnos; en fin, toda una labor grande pero poco vistosa (de paso, si ese fuera el objetivo, los prólogos académico y llenos de notas de pie de página que acompañan a muchos de los 19 libros estarían mejor en revistas indexadas que acompañando los textos).
El problema es que, si hiciera todo esto, al final no habría nada que mostrar. Nada aparte de la visibilización, que es inmaterial.
Si se hiciera todo esto, una caja como esta sería innecesaria. Porque si los libros están en los pensums, ahí aparecerán las editoriales que los publiquen. Y si se hacen tirajes grandes y baratos, terminarán en ese circuito del que habla Escobar, en las calles, en las casetas, en las bibliotecas de las casas.
Pero ahí, los políticos no tendrían nada que llevar en sus viajes, la ministra no tendría nada que prologar, los medios nada que comentar. La labor se habría hecho, pero los invisibles serían ellos y eso es algo que ningún político ambicioso puede permitirse.