Cine coreano
La oscuridad artificial de Chan-Wook Park
Desde 'Oldboy' (2004), las películas de este cineasta combinan un conocimiento enciclopédico del cine de serie B con historias que le hacen gala al sadismo. En su más reciente película, 'La doncella', que se estrena en el país el 8 de junio, Park viaja a la Corea de los años treinta para narrar un romance atravesado por la crueldad y el erotismo. Radiografía de un maestro.
No es fácil ser un paria de dos mundos. Hay que tener el cuero duro y las ideas muy claras para soportar las burlas y las miradas sobre el hombro que te dedicarán aquellos que creen que haces parte del bando opositor. Tal vez por eso el cine de Chan-wook Park (lo llamaremos así a pesar de que en Corea del Sur sea lo usual decir el apellido primero) tenga el ímpetu de aquel que no cree que tenga nada que perder y de quien ha asumido el riesgo como marca de estilo, con el fin de callarles la boca tanto a los críticos de cine que veían en él a un traidor de su oficio, convertido en director por algún exceso de ego (como si los críticos no supieran de ego), como al resto de realizadores de su país, indignados ante el atrevimiento de ese muchacho que pretendía volcar en sus imágenes muchas de sus apetencias cinéfilas, saliéndose de los esquemas más exitosos del cine coreano en su momento. Quién sabe. A lo mejor eso explica por qué Chan-wook Park es probablemente el director que mejor ha sabido filmar la venganza.
El amor por el cine como causa de todos los males
Chan-wook Park (Seúl, 1963) nunca ha estado en contacto con el tipo de mundos oscuros y retorcidos por los que se le conoce. Hijo de un profesor universitario y de una poeta aficionada, pertenecía a una clase social privilegiada en Corea, que tenía la posibilidad de consumir productos culturales de todo tipo, evadiendo la censura que la dictadura imponía sobre la mayor parte de la población. Cuando entró a estudiar filosofía en la universidad de Sogang, de inmediato se convirtió en uno de esos muchachos que siempre tenía un libro bajo el brazo, aunque no necesariamente de su carrera, pues nunca encajó con el estilo de enseñanza de la institución. Fue en Sogang, sin embargo, donde se hizo integrante de un grupo de fotografía que se animaba a hacer reuniones periódicas para ver películas de todo tipo y donde se dedicó a leer sobre teoría del cine, como parte de un grupo de estudio que había en el campus. Su contacto con el cine fue tan poderoso que comenzó poco después a escribir crítica en la revista Screen. Como lo ha contado en múltiples entrevistas, fue en su último año de estudios que vio Vértigo, de Alfred Hitchcock, y decidió que tenía que convertirse en director de cine.
Los contactos de su familia le permitieron entrar con relativa facilidad al mundo del cine haciendo asistencias de dirección en diferentes películas, pero la situación del cine coreano por aquellos días (a finales de los ochenta) era compleja, sobre todo para un tipo acomodado como Park: salarios irrisorios, jornadas de rodaje eternas y condiciones laborales extremas hicieron que Park desistiera y se dedicara a escribir guiones, mientras se ganaba la vida con otros oficios de la industria. Tradujo subtítulos, diseñó afiches y era el encargado de contactar a las salas de cine para organizar los estrenos.
Con el auge del video, muchas de las compañías que se dedicaban a producir la tecnología de reproducción casera de imágenes decidieron incursionar en el negocio del cine como productoras, lo que introdujo nuevo capital y oportunidades en el mercado. Dreambox, una filial de Samsung, quiso filmar uno de los guiones de Park (Con la luna sueña el sol sería su título en español) y lo invitó a dirigir, con un presupuesto mínimo y con la condición de que la protagonista fuera una cantante sin experiencia en la actuación. Park aceptó porque sabía que aquello era necesario para empezar a ser conocido como director en Chungmuro (el nombre de la calle de Seúl que agrupaba a las distintas productoras de la industria). Ni la interferencia de los productores, ni el hecho de que su director de fotografía se quedara dormido porque debía trabajar en otras seis películas al mismo tiempo lo hicieron desistir. El poco éxito en taquilla de la película, sin embargo, hizo que Park se viera obligado a dedicarse de nuevo a la crítica.
Influencias escogidas
Park tuvo varias columnas en revistas de cine (llegó a escribir en cinco al mismo tiempo) en las que se dedicó, con mucho éxito, a publicar críticas sobre los lanzamientos en video, lo que le daba una excusa para revisitar clásicos y géneros que no necesariamente eran los que predominaban en las salas. Su preferencia por Bring me the Head of Alfredo García (“verdadera obra maestra”, escribió) sobre The Wild Bunch en la filmografía de Sam Peckinpah, ya dice mucho sobre el tipo de cine que empezó a preferir: uno en el que la truculencia de la trama fuera independiente del juicio de la obra. No importaba si un melodrama se mezclaba con el thriller criminal de formas retorcidas siempre y cuando hubiera un plano memorable o un personaje que hiciera que los espectadores se sacudieran en sus sillas. Como diría años después en una entrevista para Sight & Sound, comenzó a preferir las películas que influenciaban casi físicamente a su audiencia.
Más de cinco años se demoró en volver a dirigir y su segunda película, Trío, sobre un saxofonista suicida que descubre que su esposa es infiel, también fue un desastre en la taquilla. Urgido por demostrar que era capaz de dirigir un éxito comercial, aceptó la propuesta de adaptar una novela cuya historia transcurría justo en la frontera entre las dos Coreas. Consolidada ya la democracia en Corea del Sur, pero con la tensión militar muy activa, la premisa fue tan exitosa que por muchos años Joint Security Area (2000) fue la película más taquillera de la historia en su país. Ese éxito, inesperado para muchos productores que habían desechado a Park por ser “veneno para la taquilla”, le permitió filmar de nuevo un proyecto personal, Simpatía por el señor Venganza (2002), el inicio de su llamada “trilogía de la venganza”. El largometraje lo convertiría en un director respetado internacionalmente, cuyo prestigio lo ha llevado a dirigir en Hollywood proyectos con el reparto que escoja y a ser invitado este año a ser parte del jurado de la Selección Oficial del Festival de Cannes.
Fue Quentin Tarantino, siendo presidente del jurado en Cannes, quien le regaló la fama a Chan-wook Park al elogiar hasta el cansancio la película que recibió el Gran Premio del Jurado en 2004: Oldboy. Como ocurre con el resto de cine de Park desde entonces, Oldboy combinaba un enciclopédico conocimiento de las convenciones del cine de serie B (personajes con signos distintivos en su vestuario, su maquillaje o su peinado; tramas con puntos de giro que quitan el aliento; transiciones visuales arriesgadas que coquetean con la estética de cómic) e historias enrevesadas, intensas, que rayan incluso con el sadismo, en las que la violencia física y la tortura psicológica hacen parte del manual.
A Park lo tiene sin cuidado, como a Almodóvar, que sus historias no recorran los caminos de los dramas prestigiosos o del cine de “autor” europeo. En Oldboy, una venganza que toma más de 15 años en realizarse es contada con lujo de detalles, sin dejar de tocar temas como el incesto o la tortura. En Lady Venganza, a la manera en que ahora lo hace la serie Orange Is the New Black, usa el flashback que relata el crimen de cada una de las presas en una cárcel femenina, para explicar paso a paso la estrategia que una de ellas había planeado con el fin de cobrar una deuda pendiente. Sacerdotes que se vuelven vampiros, chicas desquiciadas que creen que son robots de combate, ninguna historia, por descabellada que parezca, es imposible de filmar para Chan-wook Park, que logra inyectar en esos proyectos preguntas filosóficas válidas, que terminan volviéndose marcas de estilo y parte importante de su filmografía: ¿no hay en realidad crueldades tan grandes y crímenes tan atroces que merezcan ser vengados con la misma saña, como ocurre en ese final maravilloso de Lady Venganza? ¿En qué nos convertimos cuando la revancha que planeamos es realizada?
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La doncella
Por eso causó tanta curiosidad cuando Park decidió que su proyecto más reciente fuera la adaptación de Falsa identidad, de Sarah Waters, una novela de 2002 finalista de los premios literarios más prestigiosos del Reino Unido, que además ya había sido adaptada en 2005 para una miniserie de la BBC. Parecía una elección mucho más ortodoxa a primera vista, pero si algo puede uno tener seguro con el cine de Chan-wook Park es que jamás hará una película “normal”. La doncella, presentada en la sección Gemas del pasado Festival de Cine de Cartagena, traslada la trama original de la Inglaterra victoriana a la Corea de los años treinta, en el período de la ocupación japonesa. En ella veremos a una chica muy joven y al parecer muy ingenua, que toma el trabajo de dama de compañía de otra chica muy adinerada, con el fin de ayudarle a un estafador a seducirla para quedarse con su herencia. Por supuesto, Park convierte esta historia, en apariencia simple, en una sucesión ingeniosa de puntos de giro electrizantes, presentada bajo una propuesta estética fastuosa, donde algunos planos, incluso los que presentan acciones de pura crueldad, cortan el aliento por el cuidado en el diseño de arte.
En La doncella el erotismo juega un papel crucial. Buena parte de la influencia que algunos personajes ejercen sobre otros está representada de forma muy explícita en los encuentros sexuales, lo que no es muy común en el cine que normalmente llega a las salas colombianas. Bastaría esa razón para recomendar la película, pero lo que en verdad importa es lo que significa ella en la carrera de Chan-wook Park: La doncella es uno de los puntos más altos de la carrera de un maestro del cine, poseedor de un sentido del humor y de un estilo de narración perfectamente depurados, que ha sido capaz de elevarse entre la uniformidad del cine comercial de la industria de su país gracias a su amor incondicional por el cine de género en todas sus formas, cuyas influencias ha sabido mezclar hasta convertirlas en un producto refinado y exquisito. La doncella es una joya hecha por un crítico de cine que logró pasar sus ideas del papel a las imágenes y por un director de cine que jamás olvidó todo el cine que vio cuando escribía sobre él. La venganza hacia la gente de ambos mundos que lo criticó está de nuevo consumada.
*Crítico de cine.