Según las exhibidoras, 2018 no va a terminar con más de dos millones de espectadores del cine nacional, la cifra más baja desde 2010.

CINE NACIONAL Y TAQUILLA: UN ANÁLISIS

¿Debe el cine ser siempre un negocio?

A pesar de su creciente prestigio a nivel internacional, en 2018 el cine colombiano registra su peor audiencia en los últimos ocho años. Su consumo, aventuran algunos, parece estar por fuera de los teatros convencionales. ¿Qué dicen las exhibidoras y los realizadores?

Camila Builes*
22 de octubre de 2018

Este artículo forma parte de la edición 157 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

El día del estreno de Somos calentura, el lunes 10 de septiembre, ambas alas del Teatro Jorge Eliécer Gaitán se atestaron de espectadores. Durante la presentación, Steven Grisales, productor de la película, llamó al equipo al escenario. Extasiado por el momento, no pudo contener las lágrimas y confesó que presentar la película en el Jorge Eliécer Gaitán era un sueño que parecía inalcanzable. Habló de los años que les tomó terminarla, de las dificultades para conseguir la financiación y de la esperanza que le daba ver el teatro lleno, un buen augurio para lo que venía tres días después: el lanzamiento en salas comerciales. Jorge Navas, su director, y Grisales se abrazaron en señal de victoria y agradecieron a quienes apoyaron la producción de una película sobre salsa choke realizada en Buenaventura.

Cuando la proyección terminó, Navas le pidió al público que recomendara la cinta, que ayudara a evitar que, como la mayoría de películas colombianas, saliera de los cines tras dos fines de semana.

Poco después, Navas aseguró en una entrevista con El País de Cali que, a pesar de haber tenido 15.000 espectadores en su primer fin de semana, Somos calentura sería retirada de las salas de cine, tras apenas nueve días en cartelera. “A las distribuidoras no les importa el factor cultural, de memoria y artístico de las películas. Solo les interesa el dinero que se genere con las boletas”, dijo. Esta sensación la tienen muchos cineastas colombianos, y una buena parte de ellos asegura que una de las razones por las que el cine colombiano no tiene acogida entre los espectadores es porque las exhibidoras lo ponen a competir con las grandes producciones de Hollywood.

Pero para empezar o retomar esta discusión, hay que recordar que distribuidoras y exhibidoras no son lo mismo y que en Colombia el único teatro que tiene una línea de distribución es Cine Colombia, que invirtió 150 millones en Somos calentura. O sea que Navas no es del todo exacto al decir que son las distribuidoras las culpables de la permanencia de las películas en las salas de cine. Quienes deciden cuánto dura una cinta en los teatros son las exhibidoras.

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Sus declaraciones, en todo caso, abrieron de nuevo el debate sobre la exhibición de las películas. En entrevista con ARCADIA, Munir Falah, presidente de Cine Colombia, dijo que en ningún caso el retiro de una cinta de los teatros tiene que ver con que sea o no colombiana. “Lo que nos interesa como exhibidora es que la gente se identifique con las películas, y parece que eso no lo han entendido los cineastas del país”. Según Falah, no existe una cifra mínima para que una cinta se mantenga en cartelera; todos los días se examina cuántos espectadores asisten y esas cifras son analizadas en conjunto. La que menos audiencia tenga, sin importar su procedencia, sale. “Esto es un negocio que responde a un modelo económico mundial. Así funcionan todas las salas de cine comercial del mundo”.

En el caso de una sala de cine independiente como Cinema Paraíso, en Bogotá, los horarios y el tiempo de exhibición dependen de la duración de las películas y de sus resultados en la semana siguiente a su estreno. Según Federico Mejía Guinand, director de la distribuidora y productora independiente Babilla Cine: “Gran parte de las películas que se producen en Colombia está destinada a un público independiente y desafortunadamente existen muy pocas salas de este tipo en el país. El 95% de las pantallas son para un cine comercial o mainstream, que es el de mayor consumo aquí, como en cualquier país. El éxito o el fracaso de una película nacional depende, además, de la campaña de mercadeo, de la conexión que tenga con el público y, en ese sentido, del voz a voz”.

A pesar de que hacer cine en Colombia ya no es tan difícil como hace diez años (en gran parte por la Ley de Cine de 2003 y el trabajo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico), y a pesar del esfuerzo de los realizadores, los espectadores siguen sin preferir las producciones nacionales. Este año las cifras son preocupantes. Según Proimágenes, en el primer semestre de 2018, 766.863 espectadores han ido a las salas a ver películas colombianas, una cantidad desalentadora si se tiene en cuenta que dos millones de personas asistieron a ver cine colombiano durante el primer semestre de 2015. Desde ese año, la asistencia a cine nacional ha ido en caída: en 2017, las películas colombianas registraron 3,6 millones de espectadores, 23% menos que la asistencia registrada en 2016. De las 44 películas estrenadas el año pasado (cifra récord en estreno de producciones nacionales), solo doce superaron los 20.000 espectadores. De esas doce, solo cinco pasaron los 500.000 espectadores. Esto significa, en general, que 39 películas no fueron rentables en términos de taquilla.

Este año, las cosas van peor. En lo que va de 2018, se han estrenado 22 películas colombianas. De esas, once hicieron menos de 10.000 espectadores, ocho películas hicieron entre 10.000 y 30.000 y solo tres cintas superaron los 100.000. Es decir que los tres días del Festival Estéreo Picnic convocan a mucha más gente que una película colombiana. Solo la cinta Si saben cómo me pongo ¿pa’ qué me invitan?, dirigida por Fernando Ayllón, logró pasar los 400.000 espectadores. Pájaros de verano, una de las más esperadas del año, lleva apenas 220.000 asistentes en su novena semana en teatros.

El valor del cine

“Los directores colombianos no se han dado cuenta de que esto es un negocio. Deben aprender a competir con la industria mundial dice Falah. Las películas de Dago García en ciertas ocasiones han superado a las de Hollywood. Las personas que estén en el medio deben aprender cómo funciona el negocio. Es imposible que comparen el público de Colombia con el de Argentina o el de México, donde la tradición cinematográfica tiene décadas”. La discusión sobre el tipo de cine que se realiza en Colombia muchas veces termina en ese punto: ¿a qué público le hablan los directores? ¿Deberían realmente, como sugiere Falah, “entender” algo y hacer cine en función de las audiencias? ¿Deberían sacrificar sus propias búsquedas y sus lenguajes para que sus películas sean más taquilleras?

Al parecer, hoy el cine nacional responde a otros tipos de públicos que no están siendo registrados por las cifras oficiales y que se consumen en espacios por fuera de los teatros convencionales. Según Pedro Adrián Zuluaga, periodista y crítico, “el valor cultural del cine colombiano no se puede juzgar en las salas de cine. Hoy esa es una parte ínfima de la vida de las películas; es pensar que las películas se hacen para quince días o tres semanas, que es el tiempo que con suerte permanecen en cartelera. Las producciones colombianas se hacen para tiempos más largos, para ser consumidas en distintas ventanas. Yo creo que a las exhibidoras también les ha faltado entender que el cine colombiano no es un negocio”.

La productora Diana Bustamante dice lo mismo: el cine nacional no está hecho para vivir solo en la cartelera del teatro, y lo que las exhibidoras llaman “audiencia” son resultados de mercado que obedecen a muchos factores. “El cine como expresión artística no puede corresponder con los intereses del mercado, no solo porque eso iría en contra de su naturaleza misma, sino porque jamás lograría estar bajo los parámetros de consumo que el mercado exige”. El cine que se hace con una finalidad más expresiva o artística, entonces, corresponde a otras lógicas, tiene otros impactos. ¿Deberían existir acaso herramientas para medir ese impacto, más allá de las cifras de taquilla?

Un ejemplo claro sobre la disparidad entre taquilla y relevancia es El abrazo de la serpiente, que en su estreno y reestreno (después de su nominación al Óscar se volvió a presentar en cines) no logró superar los 600.000 espectadores. Esa cifra no es despreciable, pero aún está lejos de los récords que las producciones de Dago García han marcado en taquilla. Sin embargo, esta cinta fue un antes y un después en la cinematografía nacional y puso nuestro cine en la mira de la industria mundial.

“No creo que la gente esté alejada del cine nacional; simplemente se conecta con algunos productos y con otros no. Quizás la pregunta habría que hacérsela a los productores: ¿por qué sus películas no conectan con el gran público?”, dice Federico Mejía Guinand. Una respuesta la dio Navas después del lanzamiento de Somos calentura con su evidente descontento ante el trato de las exhibidoras: “Siento un desánimo total, un desaliento; uno no encuentra un punto de referencia para realizar una próxima película. No sé qué pensar ni qué hacer. Quizá hay que esperar a que el gobierno colombiano regule esto, imponga cuotas de pantalla”. Esto sucede en Argentina, donde, desde 2014 y con una modificación que se firmó este año, el gobierno obliga a las exhibidoras a proyectar en cada trimestre del año una película argentina por sala, en todas las funciones, al menos durante una semana.

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El rol del gobierno

Sin embargo, Diana Bustamante asegura que la “cuota de pantallas” no es una solución definitiva al problema de exhibición de las películas nacionales: “Nuestro gran problema es la ausencia de circuitos alternativos de exhibición. El cine debe mirar con mayor atención las iniciativas de otros sectores culturales y fortalecerse con un paquete de acciones que supere el plan de digitalización de salas existentes”.

Para Munir Falah y Federico Mejía Guinand, la intervención del Estado en la exhibición de las películas es perjudicial, pues el papel del gobierno “no es obligar a la gente a ver determinado tipo de películas”. “Lo que sí puede hacer el Estado es diseñar políticas públicas que apoyen la exhibición de cine colombiano con estímulos importantes para aquellas salas que así decidan hacerlo. No podemos esperar que de la noche a la mañana las salas pierdan dinero por exhibir cine nacional sin que el Estado proponga ninguna alternativa para hacerlo viable. Es hora de fortalecer la infraestructura de salas independientes y no solo producir, producir y producir sin pensar dónde van a ser exhibidas esas películas”, dice Mejía Guinand.

Falah dice que es “absurdo” que en un país democrático y capitalista como Colombia los cineastas pidan que el gobierno intervenga los teatros y no se preocupen por hacer cintas que se defiendan por sí mismas. “Los productores y directores deben aceptar que hacer una película en este país los va a someter a unas pérdidas: nunca van a recuperar el 100% de la inversión. Yo les recomiendo que hagan coproducciones. Las películas pueden proyectarse en más lugares del mundo si se hacen entre diferentes países, que no sufran de la inseguridad de producto pequeño, que no tengan miedo a pelear con películas de otra procedencia. En Cine Colombia se les da cinco puntos más de la taquilla a las películas que son nacionales, no saquen excusas”. Pero las coproducciones son comunes en nuestro cine. Solo por mencionar algunas de este año: Candelaria: Colombia, Alemania, Argentina, Noruega, Cuba; Adiós entusiasmo: Argentina; Matar a Jesús: Colombia, Argentina; Nadie nos mira: Colombia, Argentina, Estados Unidos, Brasil; Somos calentura: Colombia, Argentina; Interior: Francia, Colombia; Pájaros de verano: Colombia, México, Francia, Dinamarca; Sal: Colombia, Francia; Yo no me llamo Rubén Blades: Colombia, Panamá, Argentina.

Aunque el año no ha terminado y aún faltan por estrenarse unas doce cintas, las cifras de estrenos también disminuyeron. De 44 en 2017 a, más o menos, 36 películas que cerrarían este año. Según las exhibidoras, 2018 no va a terminar con más de dos millones de espectadores del cine nacional, la cifra más baja desde 2010.

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*Periodista. Coordinadora editorial de la HJCK.