'Dolor y Gloria', la nueva película de Pedro Almodóvar.

CRÍTICA DE CINE

Pedro Adrián Zuluaga comenta ‘Dolor y gloria’, de Pedro Almodóvar

“En su más reciente película, Almodóvar transforma los materiales de su propia vida en una narración a la vez acongojada y liberadora”.

Pedro Adrián Zuluaga
24 de julio de 2019

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En una columna publicada en 1999 en el diario El País, Pedro Almodóvar evoca a su madre, recién muerta. “[De mi madre] aprendí algo esencial para mi trabajo, la diferencia entre ficción y realidad”. Luego cuenta cómo su mamá, que les leía cartas a vecinas pobres y analfabetas, cambiaba muchas veces su contenido. El futuro director supo así de “la necesidad de ciertas dosis de ficción para que la realidad sea mejor digerida, mejor narrada, mejor vivida”, algo que dirá en el discurso de aceptación de un honoris causa en la Universidad de Málaga. La columna de Almodóvar, escrita con amor y con pena, es un tratado vivo sobre la “autoficción”, una categoría que se ha usado para acercarse a la singularidad de Dolor y gloria.

En su más reciente película, Almodóvar transforma los materiales de su propia vida en una narración a la vez acongojada y liberadora. A través de Salvador Mallo, su alter ego en la ficción, el director expone, con brutal franqueza, su dolor físico y emocional. Salvador es un director de cine estancado en una vejez melancólica y solitaria. La restauración de una de sus cintas, Sabor, y su reestreno en la Filmoteca, se convierten en la ocasión para el reencuentro con uno de sus actores, del cual ha estado distante por años. Cuando la acritud y el dolor parecen nublarlo todo, el filme abre una puerta hacia la infancia, pobre pero luminosa, de Salvador. Vemos cómo el niño descubre, al mismo tiempo, el poder del deseo y el poder del arte. No es que el arte sublime o sustituya al deseo, como dice el psicoanálisis; ambas inmensidades conviven, tensas, en las emociones del personaje. En el mencionado discurso Almodóvar ofrece otros detalles de su infancia, que el artista adulto convertirá en parte de su repertorio de temas y motivos: “… Mi madre hablando con las vecinas en la puerta de la calle, al fresco de las largas noches de verano... Y la gran pantalla del cine al aire libre. Un grueso muro, único fetiche al que me mantengo fiel. Detrás del muro pintado de blanco, los chicos hacíamos nuestras necesidades. Mito y fisiología, yo no lo sabía pero estaba aprendiendo pronto lo esencial”.

Mito y fisiología, arte y deseo, son, efectivamente, los dos grandes temas de la obra entera de Almodóvar, y ambos se encuentran resumidos en la figura de Salvador. Al dejar de desear, el Salvador anciano –o prematuramente envejecido– ya no puede crear. Pero su reencuentro con la infancia y con los amigos y amantes del pasado vuelve a activar, simultáneamente, la necesidad de estar con otros y las ganas de hacer películas.

Almodóvar rinde un homenaje sentido a muchas cosas al mismo tiempo. Al cine, al que atribuye la capacidad de abrir y elevar la imaginación. A su madre, el origen y la guardiana de su deseo. A uno de sus actores fetiches, Antonio Banderas (premiado por su interpretación como mejor actor en Cannes), quien hace un papel memorable que transmite el desconcierto y la soledad de la vejez. A su productora Esther García, convertida en la ficción en la amiga insustituible y cercana, tan importante para Salvador que incluso puede ocupar, en la casa, el cuarto de la madre muerta. A ese genio desperdiciado (y qué genio no lo es) que fue el director Iván Zulueta, creador de la mítica Arrebato, y, como Salvador, enganchado a la heroína.

Pero Dolor y gloria no es un pastiche de citas para entendidos o de referencias biográficas. Es el filme de un maestro en pleno dominio de los secretos del cine; el delicado montaje, la elección de los colores siempre en relación con modulaciones dramáticas y el impecable trabajo de los otros actores que giran como satélites en torno a Banderas dan a la película una gracia a la vez ligera y triste, pero que deja reservada, para el final, una apoteosis feliz, una puesta en abismo que resuelve, provisoriamente, el abismo de la muerte. Es, en fin, una obra sobre ese momento en que nos tenemos que enfrentar a las últimas cosas, y donde solo la lucidez y la grandeza nos pueden dar la mano.