Crispeta freak
¿Pronto en cines?
El negro resumen de la situación para la exhibición/distribución de cine no implica mayor capacidad intelectual, ni mucho menos dones premonitorios, es decir, no se requieren ni científicos ni magos, pero tampoco medios superficiales o estrategas de marketing cargados de ideas refritas, tan funcionalmente publicitarias como ingenuas en términos realistas.
Las salas están cerradas; las independientes, quebrando. Los exhibidores medianos van clausurando algunos complejos paulatinamente, y los muy grandes, pasando aceite y echando mano de lo que pueden para hacer sentir que existen; cuando abran, la audiencia en su mayoría no sentirá especial atracción por sentarse al lado de un extraño potencialmente infectado “de algo”, y suponiendo que somos un país que muere por ir a cine y que a la gente le importará más la “comunión social de la experiencia en sala” que su salud, el Estado los obligará a abrir con una ocupación igual o inferior al cincuenta por ciento —todo indica que el treinta por ciento o menos.
Pero eso no es lo más aterrador para ellos; su negocio no es poner películas, eso es una carnada, y por supuesto ningún virus modificará su ADN hasta convertirlos en altruistas formadores de públicos, no. Los exhibidores sobreviven y ganan porque venden comida, en general maíz, y a precios ridículos, pero así ha funcionado siempre y como la carnada es tan atractiva, según el bagre, a la gente no le ha importado casi nunca su papel en ese modelo de negocio. Ni el perro caliente, los nachos o las crispetas son fáciles de comer con tapabocas, y su uso será obligatorio al interior de las salas.
El contenido nuevo está represado y las películas locales se van decantando por estrenar en línea, pues para el cine nacional, frente al espacio potencial que tendrá en sala cuando exista algo de normalidad, es mejor montar un discurso de novedosa dignidad digital. Si algo se estabiliza, las películas internacionales llegarán presionando sin compasión, dispuestas a llevarse de un solo mordisco, ni siquiera todo el pastel sino el pequeño cupcake que habrá disponible.
Los distribuidores nacionales, agobiados por explotar lo que pueden, van creando sus propias plataformas vod, pero sin estrategias de marketing efectivas que los hagan visibles en las plataformas mundiales de streaming, o al menos existentes.
Y con el panorama así de negro, aquí viene lo más curioso. No es del todo fácil saber si como arriesgada estrategia de sostenimiento de marca, como disparate emprendedor que está viendo el futuro donde el pasado no lo vio, o como acto de amor supremo y desmedido por proteger la exhibición pública de cine, reaparecen los autocines y vemos a los medios como loritos lobotomizados replicar sin mayor análisis que aquí y allá abrirán, como una gran novedad disruptiva.
En términos de equilibrio económico a mediano plazo —inversión vs. rentabilidad—, comprensión realista de las necesidades y búsquedas del consumidor audiovisual actual al respecto de la calidad de la experiencia, contundencia del contenido y su atractivo por diverso o actual —más allá de los que pagarán por la novedad de feria— y descontando la coherencia histórica, donde el modelo llegó a su auge en tiempos de posguerra, justo cuando los suburbios empezaron a poblarse y la cultura del automóvil se disparó —eso sin hacer alusión a la disponibilidad de tierra—, los autocines no son definitivamente una respuesta coherente a la crisis (recuerden además que ahora en los carros, de dos en adelante deben llevar tapabocas).
El presente y el futuro no podrían verse más oscuros. Así de hecho parezca una contradicción, esa es la complejidad misma, ver en medio de la oscuridad. Pero al mismo tiempo es la que ha hecho posible la continuidad del cine contra todos los embates sociales y tecnológicos; vamos a cine a ver en medio de la oscuridad. Apostemos siempre porque los escépticos fallemos en todo y que tengan razón los que tienen esperanza, pero no los que juegan con ella.