Polémica

La moralidad del ajedrez, el juego prohibido de Arabia

El clérigo más importante de Arabia Saudita quiere prohibir el juego en su país argumentando que “causa odio entre las personas”. Vale la pena recordar un ensayo del científico y político estadounidense Benjamin Franklin que resalta las virtudes del deporte ciencia.

Christopher Tibble
22 de enero de 2016
Un torneo de ajedrez.

La relación entre el ajedrez y el Medio Oriente se remonta al VII siglo después de Cristo, al Imperio sasánida. Los persas habían heredado el juego poco antes de la India, donde se conocía como chaturanga, un nombre que hacía referencia en sánscrito a los cuatro (chatur) miembros (anga) del ejército: infantería (peones), caballería (caballos), elefantes (alfiles) y carruajes (torres). Pero curiosamente no fueron los persas, sino los musulmanes los encargados de expandir el juego por Eurasia. Tras la conquista islámica de Persia en 644, el nuevo imperio llevó el juego a España vía el norte de África.

Y quizá por eso resulta tan desconcertante que ahora, en pleno siglo XXI, el gran mufti de Arabia Saudita, Sheikh Abdulaziz Al-Sheikh, haya pronunciado una fatwa (pronunciamiento legal en el Islam) prohibiendo el ajedrez. “Es una pérdida de tiempo y una oportunidad de desperdiciar dinero”, dijo el clérigo en su programa de televisión antes de sentenciar que el deporte ciencia “genera rivalidad y odio entre las personas”. La figura religiosa justificó su decisión refiriéndose a un verso del Corán que prohíbe “embriagantes, apuestas e idolatría”.  

Una breve mirada a la historia reciente del ajedrez en el Medio Oriente devela que ya existían precedentes. El deporte ciencia se prohibió en Irán desde la revolución de 1979 hasta 1988, cuando el Ayatola Khomeini lo volvió a legalizar diciendo que era bueno para el cerebro, mientras que los talibanes lo vetaron en Afganistán en 1996. En todos estos casos, los líderes religiosos compararon el ajedrez con apostar y concluyeron que distraía a los feligreses de uno de los pilares del Islam: la oración.

También hay quienes consideran que el ajedrez es más que un simple juego, pero que se encuentran en el otro lado del espectro. Para el artista Marcel Duchamp el deporte ciencia trascendía la ciencia. “Aunque no todos los artistas son ajedrecistas, todos los ajedrecistas son artistas”, solía decir el francés, quien consideró abandonar su carrera para dedicarse a jugar. Mijaíl Tal, campeón mundial en 1960 y quizá el principal exponente de la visión estética e intuitiva del juego, alguna vez dijo: “uno debe llevar al oponente a un oscuro bosque donde 2+2 sea 5 y donde el camino de salida sea tan estrecho que solo uno lo pueda encontrar”.

Pero, en respuesta a la fatwa de Sheikh Abdulaziz Al-Sheikh, valdría la pena resaltar la figura de Benjamin Franklin, uno de los fundadores de Estados Unidos, quien en su ensayo ‘Sobre la moralidad del ajedrez’ resaltó cuatro beneficios éticos del juego:

La previsión, que resulta de mirar un poco hacia el futuro y considerar las consecuencias que pueden resultar de una acción; pues es algo que continuamente le ocurre al jugador: “si muevo esta pieza, ¿cuáles serán las ventajas y las desventajas de mi nueva posición? ¿Qué uso puede darle mi adversario para incomodarme? ¿Qué otras movidas puedo hacer para apoyar la inicial y así defenderme de los ataques?”

La circunspección, que resulta de examinar todo el tablero, o una escena de acción; la relación entre las distintas piezas y las situaciones, los peligros a los que están expuestas, las varias posibilidades de ayudarse entre ellas, las probabilidades de que el adversario haga una u otra movida y ataque alguna pieza, y las distintas medidas que se pueden tomar para evitar ese golpe, o utilizar sus consecuencias contra el oponente”.

La precaución de no realizar nuestras movidas demasiado deprisa. Este hábito se adquiere observando las leyes del juego estrictamente. Leyes como, “si usted toca una pieza, usted debe mover esa pieza”; “si usted la pone en alguna casilla, la debe dejar ahí”. Y es por ende mejor que estas reglas se acaten, pues así el juego se convierte más en la imagen de la vida humana, en particular de la guerra…”.

“Finalmente, del ajedrez aprendemos el hábito de no dejarnos desalentar por la apariencia del estado de las cosas, el hábito de esperar un intercambio favorable y la posibilidad de perseverar en la búsqueda de recursos. El juego está lleno de eventos, hay un sinfín de cambios, la suerte está tan sujeta a repentinas vicisitudes; y uno con frecuencia descubre, después de contemplar el tablero por mucho tiempo, el camino para salir de una dificultad supuestamente insuperable, que uno se siente alentado a llevar el concurso hasta el final, con la esperanza de obtener la victoria mediante nuestra propia habilidad, o por o menos de conseguir un empate producto de la negligencia de nuestro adversario”.