1924

Del terruño, Guillermo Uribe Holguín

Jaime Cortés
23 de enero de 2014
Paseo de la Escuela Nacional de Varones, 1928. Fotografo anónimo.

Del terruño, título que escogió el compositor Guillermo Uribe Holguín (1881-1972) para su sinfonía No. 2 opus 15, suele reseñarse en las historias de la música en Colombia como una de las piezas musicales más importantes del siglo xx. La obra ganó el primer premio del concurso musical convocado por la Junta de Festejos Patrios en 1924, y en octubre del mismo año se estrenó en el Teatro Colón con la Orquesta de la Sociedad de Conciertos Sinfónicos del Conservatorio (antecesora de la Orquesta Sinfónica Nacional) que por entonces dirigía el compositor. De inmediato suscitó revuelo en los círculos musicales y el público.

Con Del terruño Uribe Holguín quiso llenar un vacío en la creación sinfónica en el país y avanzar decididamente en su concepción particular de nacionalismo musical. Ciertamente lo logró. Aunque existen algunos antecedentes, puede decirse que fue el primer colombiano en aventurarse seriamente en la escritura de una sinfonía propiamente dicha como una de las formas musicales que más desafíos técnicos y creativos planteaba y, a su vez, de verter en ella elementos musicales considerados nacionales.

En efecto, en Del terruño Uribe Holguín fundió la tradición sinfónica europea, inspirado en los modelos franceses tamizados a través de su maestro, el compositor Vincent d´Indy, con ritmos nacionales como el bambuco y el joropo. Más que citas melódicas a música local y campesina, el compositor hizo una abstracción de elementos rítmicos, armónicos y melódicos que encontró distintivos. A su vez, usó los recursos de la música programática al asignarle una veta narrativa a toda la obra asociando cada uno de los cuatro movimientos a momentos icónicos de una práctica popular de indiscutible valor para la identidad nacional de entonces: la peregrinación a la Virgen de Chiquinquirá.

La obra también le sirvió a Uribe Holguín para enfrentar a sus más decididos detractores. Defensor a ultranza de la tradición académica, el compositor renegó una y otra vez de la música popular y de entretenimiento. Naturalmente, todo ello despertó suspicacias, resentimientos y, a la postre, una profunda división en el medio musical.

Aunque Del terruño marcó un hito en el nacionalismo musical, su valor parece residir más en lo que representa la obra en nuestras narrativas históricas que en su inclusión en los programas de concierto de nuestras orquestas sinfónicas. Estamos ante una sinfonía cuya música solamente la conocen unos cuantos y que, desde su estreno, en poquísimas ocasiones ha llegado a las salas de concierto. Paradójicamente, se considera a Del terruño como una obra canónica pero todavía nos preguntamos si podrá superar el estatus de una partitura de archivo para llegar por fin a un público más amplio. |

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