Escena de la obra

1968

Los papeles del infierno, Enrique Buenaventura

Carlos Gardeazábal
23 de enero de 2014

Enrique Buenaventura (1925-2003) hizo parte de la generación de artistas que conectó al país con la modernidad estética mediante un lenguaje propio, vinculando su trabajo con el de los grandes creadores de las vanguardias teatrales. Buenaventura impulsó la renovación del teatro colombiano junto a otros dramaturgos como Santiago García y Carlos José Reyes. Una de las mejores muestras de la producción de ese periodo es Los papeles del infierno, un ciclo de piezas en un acto compuesto originalmente por La maestra, La tortura, La autopsia, La audiencia, La requisa, El menú y El entierro -junto a La orgía, la cual formó parte del conjunto hasta 1976. La estructura de Los papeles del infierno sigue a la del ciclo de Brecht Terror y miserias durante el Tercer Reich, basada en testimonios de ciudadanos alemanes durante el régimen Nazi. Sus fuentes creativas, sin embargo, van más allá del Brecht de la etapa pedagógica, incluyendo a Valle Inclán, Piscator, Grotowski y al teatro del absurdo,  Neruda y Cepeda Samudio.

Buenaventura asoció directamente las piezas de este ciclo con la violencia política en Colombia, aclarando que las obras eran “un testimonio de casi veinte años de violencia y de guerra civil no declarada”. Por un lado, Los papeles del infierno ofrece una revisión en lenguaje dramático de las narrativas oficiales del “posconflicto” durante el Frente Nacional luego del supuesto fin de La Violencia y sus causas, así como del comienzo del enfrentamiento entre el Estado y la guerrilla, sumados a la guerra sucia y al permanente estado de sitio. Desde una perspectiva más amplia, este conjunto de obras es una reflexión ética y política sobre los eventos que rodearon al 68 latinoamericano, una labor crítica que también llevaron a cabo otros dramaturgos como Augusto Boal, Egon Wolff, Luis Rafael Sánchez, Griselda Gambaro y Emilio Carballido.

En estas obras, Buenaventura resalta las consecuencias del paso de la violencia política de la esfera pública a la privada, como puede verse en los conflictos familiares que aparecen en La tortura, La autopsia y La requisa. El entierro asocia estos procesos con el caudillismo y la violencia simbólica en un cuadro surrealista que bien podría explicar aspectos de la política colombiana de los últimos años. Los numerosos montajes de La maestra durante la década pasada en el país muestran la macabra permanencia de la violencia rural y del desplazamiento forzado. Obras posteriores centradas en el conflicto colombiano como La siempreviva de Miguel Torres, Mujeres en la guerra de Carlota Llano, Kilele de Fernando Montes y El deber de Fenster de Humberto Dorado son herederas del aliento creativo del autor caleño.

Según Buenaventura, “el teatro político sin estética es mal teatro y peor política”. Este ciclo es un excelente ejemplo de la unión de dramaturgia y reflexión política, lejos de la propaganda, el entretenimiento facilista vendido como memoria histórica o la explotación sentimental de las víctimas.

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