1938

Pequeña suite, Adolfo Mejía

Pablo Montoya
23 de enero de 2014
Teatro Adolfo Mejía de Cartagena

Adolfo Mejía fue el compositor que resolvió con más acierto los problemas que el nacionalismo musical planteó a los artistas colombianos de las primeras décadas del siglo xx. En 1938 lo demostró con su Pequeña suite. Conformada por tres movimientos, y con una duración aproximada de catorce minutos, la obra es una muestra, acaso la más lograda en el panorama de la música clásica del país, de cómo se fusionan con equilibrio y eficiencia los aires tradicionales (bambuco, torbellino y cumbia) con las tendencias impresionistas que estaban en boga y con el formato de la orquesta sinfónica. La obra ganó un importante premio, el Ezequiel Bernal, y fue estrenada en la celebración de los 450 años de Bogotá. Mejía a la sazón era un músico itinerante y aventurero, con vacíos en el dominio académico que llenó adecuadamente en su estancia en la capital. Pero poseía un talento impresionante, un don melódico prodigioso, un dominio técnico de la guitarra y el piano que convencía de inmediato a todos. La beca que obtuvo con el premio le permitió ir a París y estudiar con la célebre Nadia Boulanger, la maestra que también les enseñó a otros importantes compositores del nacionalismo musical latinoamericano. Pero los efectos de la guerra lo hicieron regresar pronto a América. No es verdad que Mejía haya desperdiciado su fuerza creativa para la obra pianística y orquestal, componiendo himnos y boleros y otras bagatelas para la clases dominantes cartageneras. En lo que hay que pensar, a la hora de estas valoraciones, es en los excelentes momentos musicales de quien fue quizás el compositor colombiano más dotado y más versátil del siglo xx.

Y la Pequeña suite está ahí como paradigma. Exquisita y sensual, evocadora y exótica, es una de esas piezas que podrían competir con los más altos exponentes del nacionalismo musical de América Latina. El poder racista bogotano de entonces pensaba que introducir bambucos y torbellinos en el dominio orquestal era un deber de época, porque así se marchaba con los vientos nacionalistas, y la región andina debía señalar el buen rumbo. Pero introducir un ritmo de raíz negra, como es la cumbia, era ir en contra del buen gusto y la decencia. Hoy se sabe que, justamente, el logro más importante de Pequeña suite es la presencia de ese ritmo africano en su tercer y en el último movimiento. Así, con esta obra, Colombia se integraba eficazmente a ese movimiento que había iniciado con el Chopin de las mazurcas y con los rusos del Grupo de los Cinco para terminar irrigando las montañas, las costas, los valles y las selvas de América.

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